A la mañana siguiente, Paula entró en el despacho de Virginia Edge y cerró la puerta tras de sí. Había reflexionado mucho y, después del ataque al corazón de su padre y la ternura con la que Pedro la había tratado, había llegado a la conclusión de que se trataba de la mejor opción posible.
Se acercó al escritorio de Virginia como una colegiala yendo a hablar con la directora del colegio. Tomó aire.
—Virginia, he venido a presentarte mi dimisión.
—Toma asiento —Virginia señaló la silla de delante del escritorio con la mano—. Eres muy importante para nosotros. ¿Por qué quieres marcharte?
—Necesito tiempo para organizar mi vida. Tendremos que tomar una decisión sobre qué hacer con mi parte de la sociedad.
Virginia se quitó las gafas y las dejó sobre el escritorio.
—Has estado sometida a una gran presión, y en Archer, Cameron y Edge exigimos mucho de ti.
Paula, aliviada de que Virginia entendiera su situación, asintió.
—Le estoy fallando a Dante.
—¿Y qué papel juega Pedro Alfonso en todo esto? —preguntó Virginia, arqueando las cejas.
Paula no tenía ni idea de cómo contestar esa pregunta. Cerró los ojos.
—Piensa que soy una madre terrible.
Y una esposa peor. Todavía no estaba claro qué pasaría con su matrimonio, y Paula no se sentía particularmente optimista. Pedro la había tratado con mucha delicadeza y no había sacado el tema, pero en algún momento tendrían que hablar de ello.
Paula confiaba en que su dimisión le hiciera reconsiderar su postura, demostrarle que se tomaba su responsabilidad como madre muy en serio.
—Es difícil tener una carrera profesional exigente y ser una madre y esposa perfectas. Las mujeres nos exigimos demasiado.
Paula rió con amargura.
—Se ve que sí. ¡Yo esperaba tanto de mí misma!
—No seas demasiado dura contigo misma, Paula —Virginia se inclinó hacia ella—. Has pasado un periodo muy traumático, has heredado un bebe, has adquirido un marido y además mantienes tu trabajo. Tengo que admitir que te admiro.
Paula la miró perpleja.
—Yo pensaba que te había decepcionado.
—En absoluto —Virginia sonrió—. Ya hace dos años me admiró que fueras a donar óvulos para que tu mejor amiga tuviera un bebé. Pensaste que me molestaría que tuvieras que pedir algunos días libres.
Virginia estaba en lo cierto. Había sido una época agotadora física y emocionalmente, y le había impedido rendir al cien por cien.
—Pero nunca me censuraste —recordó Paula—. Sólo me sugeriste que fuera a un terapeuta para que, cuando naciera el niño, la separación no me resultara traumática.
—Por aquel entonces pensé que no tendrías hijos tuyos. Apenas tenías vida social —dijo Virginia, y miró de reojo una fotografía que había sobre el escritorio antes de volver a mirar a Paula—. Puede que no lo sepas, pero yo estuve prometida.
—No, no lo sabía —Paula nunca se había imaginado a Virginia haciendo otra cosa que trabajar.
—Estábamos haciendo un viaje en moto —continuó explicando Virginia, respondiendo a la curiosidad en la mirada de Paula—. Conducía él, yo iba detrás. Sufrimos un accidente. Un conductor que venía de frente adelantó en línea continua. Dijeron que había sido afortunada: me rompí la espalda. Mi novio murió.
La imagen de una Virginia joven, enamorada, de vacaciones, transformó la visión que Paula siempre había tenido de ella.
—Lo siento mucho.
—Han pasado veinticinco años —Virginia sonrió con melancolía—. Lo he superado, pero supondrás que la vida que tengo no es la que había imaginado. Pensé que a los cincuenta y cinco años sería una mujer felizmente casada, con hijos adultos y una carrera profesional satisfactoria. Creía que podría tenerlo todo.
Paula sintió una gran compasión por ella.
—Gracias por habérmelo contado.
—Quería que supieras que puedo entender en parte cómo te sientes. Has perdido a tu amiga, pero tienes un bebé y un marido. Disfrútalos. Dimite si eso es lo que quieres, pero si tu marido te conoce bien, no querrá que dejes tu trabajo por él ni por el niño. Si te ama, querrá que encuentres un término medio —Virginia sonrió con complicidad—. Pero si es lo que tú quieres, aceptaré tu dimisión.
Paula se sintió como si le hubieran quitado un gran peso de encima.
Empezó a darle las gracias, pero Virginia la interrumpió:
—Date unos días para pensarlo. Siempre puedes reorganizar tus horas. Podrías trabajar sólo por las mañanas. Después de todo, ahora tienes un ayudante.
—Pero en el contrato dice que los socios tienen que trabajar a jornada completa —dijo Paula.
—Paula, la compañía no quiere perderte —Virginia le guiñó un ojo—. Y menos cuando cabe la posibilidad de que consigas la cuenta de Phoenix Corporation. Aunque reduzcas las horas de trabajo, tu bonificación por resultados no se vería afectada.
Paula soltó una carcajada.
—No pensarías que todo esto era por filantropía, ¿verdad? —dijo su jefa.
Pero Paula había visto a otra Virginia y entre ellas se había creado un vínculo que ya nunca se rompería.
Poniéndose en pie tomó el sobre que había dejado sobre la mesa.
—Puede que ésa sea la mejor solución —dijo, esperanzada.
Si convencía a Pedro de que podría dedicarle a Dante el resto de su tiempo, quizá encontraría la fórmula de tenerlo todo.
—Muy bien —dijo Virginia, poniéndose las gafas—. Así podrás superar este periodo y los años venideros —miró a Paula por encima de las gafas—. Porque supongo que tendrás más hijos.
Paula la miró boquiabierta.
—La verdad es que no… no hemos… hablado de ello —balbuceó.
Virginia arqueó las cejas.
—Pues quizá deberíais hacerlo.