Detuvo el coche en el aparcamiento del hospital, abrió la puerta de Paula y la condujo hasta el ascensor del brazo.
Franco Chaves estaba siendo sometido a una angioplastia coronaria en el quirófano, tal y como les dijo una eficiente enfermera que les rogó que esperaran en la sala de espera.
Al cruzar la puerta, una mujer de cara redonda y arrugas que delataban una naturaleza risueña fue hacia ellos con paso vacilante y una tímida sonrisa.
—¿Paula?
Paula se dirigió a ella.
—¿Julieta? —al ver que la mujer asentía, añadió—: Gracias por haberme llamado.
—Te he llamado primero a tu casa, pero ha salido un mensaje diciendo que estaba desconectado —miró con curiosidad a Pedro.
—Pedro Alfonso —lo presentó Paula. Y tras una breve pausa, añadió —: Mi marido.
—Franco no me había dicho que… —Julieta dejó la Frase en el aire.
—Mi padre no lo sabe —dijo Paula con brusquedad—. ¿Tienes idea de cuándo podremos verlo?
—Las enfermeras han dicho que tardarán —tras una incómoda pausa, Julieta dijo—: Franco lleva varias semanas hablando mucho de ti.
Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas y, al notar la incomodidad de Paula, Pedro dedujo que no sabía qué papel jugaba Julieta en la vida de su padre. Dio un paso adelante.
—Hay una máquina de café. ¿Queréis algo?
Ambas mujeres se volvieron hacia él con idéntica expresión de alivio.
Bendito café. Podía resolver cualquier problema.
Se acercaron a la máquina.
—¡Qué bien, hay chocolate caliente! —comentó Julieta, frotándose los brazos con nerviosismo—. No creo que deba tomar más cafeína.
Pedro rectificó: el café resolvía casi todos los problemas. Por el bien de Paula, rezó para que su padre se recuperara de la operación sin mayores contratiempos.
Tres horas más larde les dejaron pasar a verlo. Aunque la operación había sido un éxito, a Paula le sacudió ver cuánto había envejecido su padre desde la última vez que lo había visto.
—¡Paula! —dijo él en un susurro, con los ojos iluminados por la emoción.
—Sí —dijo ella—. Julieta me ha llamado.
—Ah, Julieta, mi ángel de la guardia.
—¿Cómo la conociste?
—Empecé a ir a la iglesia —explicó él—. Ella Fue de las primeras en darme la bienvenida —debió de ver la sorpresa reflejada en el rostro de Paula, porque añadió—: Te cuesta creerlo, ¿eh?
Tenía la tez, amarillenta. Parecía viejo y cansado. Un hombre destrozado, muy distinto al arrogante y guapo irresponsable que había destrozado la vida de su mujer y de su hija. Paula sintió una punzada de lástima por él.
Hubiera hecho lo que hubiera hecho en el pasado y por muy mal padre que fuera, no se merecía aquel sufrimiento.
Franco posó su mano sobre la de ella y la apretó, comunicándole sin palabras su miedo y su desesperación.
—Franco, éste es Pedro Alfonso, el marido de Paula —dijo Julieta, desde el pie de la cama.
Franco alzó la cabeza con dificultad.
—¿Te has casado?
Y no se lo había dicho. Paula asintió. Pedro tenía razón, debió haberlo llamado.
—¿Recuerdas a mi amiga Sonia?
—Claro. Aunque te cueste creerlo, pasaba algunas temporadas en casa —dijo él con tristeza.
—Sonia murió en un accidente de coche junto con su marido —¿Cómo explicar tanto dolor?—. Tenían un niño…
—Pobrecillo —dijo Julieta.
—Se llama Dante. Pedro y yo compartimos su custodia…
—Y os habéis enamorado —concluyó Julieta con expresión ensoñadora.
Y Paula no se sintió capaz de desilusionarla.
Julieta tomó la mano de Franco.
—Tu padre lleva tiempo queriendo hablar contigo. Tiene que preguntarte una cosa —una sonrisa que Paula encontró contagiosa iluminó su rostro. Era una mujer muy agradable.
—Julieta quiere que nos casemos —los ojos de su padre la miraron con expectante ansiedad.
¿Qué esperaba? ¿Qué le diera su aprobación? Paula lo miró desconcertada. Jamás había sentido que a su padre le importara lo que pudiera pensar. Y por primera vez, algo en su interior se ablandó.
—¡Eso es maravilloso! —dijo—. ¿Cuándo celebraréis la boda?
Las arrugas en torno a los ojos de Franco se suavizaron parcialmente.
—Primero tengo que declararme. Puede que no me acepte.
—Con lo que me ha costado conseguir llegar a este punto, no tengo la menor intención de echarme atrás —dijo Julieta, con una emoción en la mirada que contrastaba con su tono de broma—. Eres tan testarudo que has tenido que esperar a estar cerca de la muerte para entrar en razón.
Será mejor que te des prisa y te declares.
—¿Tienes miedo de que estire la pata?
—No bromees con la muerte —Julieta se estremeció y se inclinó para besarle la frente—. No tiene ninguna gracia.
—Te mereces a alguien mucho mejor que yo, querida —susurró Franco.
Y a Paula se le humedecieron los ojos.
—No te infravalores, cariño —dijo Julieta—. Y ahora date prisa antes de que la enfermera venga a echarnos. Quiero tener testigos para que no te arrepientas.
Paula y Pedro cruzaron una mirada risueña.
—Julieta, querida, he perdido mucho tiempo porque temía desilusionarte. Sé que no soy un Romeo, pero si te casaras conmigo, darías sentido a mi vida.
Una extraña emoción atravesó a Paula. Era indudable que Julieta amaba a su padre. La forma en que lo miraba no dejaba lugar a dudas.
Pero Paula no podía evitar compadecerla ante la certeza de que su padre acabaña rompiéndole el corazón. El mismo le había dicho que la desilusionaría.
Y sin embargo, Julieta dijo sin titubear:
—Claro que me quiero casar contigo, Franco. Si quieres, mañana mismo. No tenías más que pedírmelo.