Mientras conducía, la miró en varias ocasiones de soslayo y se dio cuenta de que la ausencia de tensión que había caracterizado sus facciones aquel día se debía a que una sonrisa había danzado permanentemente en sus labios, lo que le hizo reflexionar que era un gesto poco habitual en ella.
—¿Cansada? —preguntó al parar en un semáforo.
—Agotada. Pero ha sido un día maravilloso.
La sonrisa que Paula le dedicó hizo que Pedro se derritiera. Para disimular, mantuvo un tono humorístico:
—Los zoos están hechos para los adultos.
—¿Por qué dices eso? —preguntó ella con curiosidad.
—¿No has visto la de bebés que había? Sus padres llevan años esperando a poder rectificar el día que les dijeron a sus padres que eran demasiado mayores como para ir al zoo con ellos.
Paula rió.
—Las luces han cambiado —dijo a continuación, enfriando la satisfacción que Pedro había sentido al hacerla reír.
—Gracias —dijo, poniendo el vehículo en marcha.
—Puede que tengas razón —dijo Paula—. De hecho, Dante ha dormido casi todo el día.
Y cada vez que echaba una cabezada, Pedro había tenido la tentación de besarla. El recuerdo de los apasionados besos que se habían dado la tarde en que ella había acabado prácticamente desnuda sobre su regazo le había mantenido despierto más de una noche desde que Paula se había mudado a su casa. Pero sabía que debía resistirse para mantener la delicada tregua que habían alcanzado.
—Lo he pasado en grande —murmuró.
—Yo también —dijo ella con voz cantarina.
Pedro habría querido desviar la mirada de la carretera para ver si sus labios se curvaban en una de sus irresistibles sonrisas.
No podía negarlo. La deseaba. Quería embriagarse con su perfume y saciar el ansia que tenía de su cuerpo.
Todo ello no hacía más que complicar la situación. Con sentido práctico, repasó las opciones que tenía. La conclusión fue que no podía tener una relación con la mujer con la que compartía la custodia de Dante.
No podía arriesgarse a tener un mal desenlace y que el niño pagara las consecuencias.
Pensó en la mujer que los había tomado por los padres de Dante. No significaba nada que hubiera pensado que Dante se parecía a Paula.
Miró al bebé por el espejo retrovisor, que dormía con la boca entreabierta.
Los ojos castaños de su madre. Esa mujer no estaba en su sano juicio.
Dante no se parecía en absoluto a Paula. Ni siquiera eran familia. Pero podrían llegar a serlo si… Paula y él se casaran. De esa manera, ella sería la esposa del hombre que había donado el esperma con el que Dante había sido concebido.
Asió el volante con fuerza. ¿Cómo habían llegado a complicarse tanto las cosas? Y más que podían comunicarse si no conseguía apagar el deseo que lo asediaba por tener el cuerpo de Paula bajo el suyo.
—Deberíamos repetirlo pronto.
—¿Qué? —Pedro temió que le hubiera leído el pensamiento.
—Ir al zoo.
—Sí, desde luego —dijo dejando escapar un suspiro de alivio.
Podrían casarse. El pensamiento volvió a asaltarlo, pero lo descartó al instante. No quería casarse, y menos con una mujer centrada en su carrera profesional.
Pero su cuerpo no parecía pensar lo mismo.