martes, 3 de agosto de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 33

 


Un poco más tarde, extendieron una manta en una pradera. Pedro se tumbó y sentó a Dante sobre su pecho mientras Paula sacaba las provisiones de la cesta que habían preparado.


Paula estaba sorprendida de no haber discutido ni una vez con Pedro, quien en aquel momento suspendía a Dante en el aire imitando el ruido de un avión y riendo al ver la cara de felicidad del niño.


No podía negarse que era excepcionalmente guapo. Y que le hacía estremecer cuando, como hacía un rato, el aire se había electrificado al cruzarse sus miradas.


Volvió su atención a la cesta y sacó los sándwiches que había empaquetado Monica.


Un ruido a su espalda la sobresaltó unos segundos antes de que un balón de fútbol rodara por la manta seguida de un par de pies con deportivas y de las manos de un niño que la recuperaban.


—¡Javier, pide perdón! —llegó la voz de una adulta.


—Lo siento —dijo él con una tímida sonrisa.


Pedro se incorporó, sentó a Dante en sus rodillas y miró al chico con severidad.


—Al menos lánzala en otra dirección.


Una mujer con el cabello pelirrojo apareció detrás de Javier.


—Ya le he dicho que tenga más cuidado o se lo quitaré —dijo. Pero Javier ya se había alejado para seguir jugando—. ¡Niños! Disfruten del suyo mientras sea así de inocente.


Paula fue a sacarla de su error, pero cambió de idea. La explicación era demasiado larga.


—Eso haremos —se limitó a decir.


—Es un niño precioso —añadió la mujer. Dante hizo una burbuja de saliva—. Va a tener los ojos de su madre y los hoyuelos de su padre — concluyó, sonriendo.


—Eso parece —replicó Pedro educadamente. Y Paula le agradeció mentalmente que no la contradijera.


En el pasado, Sonia y ella solían reír cuando la gente le decía cuánto se parecía el niño a ella. En aquel momento, el recuerdo le resultó doloroso.


—Será mejor que encuentre a Javier antes de que rompa algo —dijo la pelirroja mirando a su alrededor en busca de su hijo. Luego sonrió—. Les aconsejo que tengan más de uno, o se convertirán en compañeros de juego de su hijo, y es agotador —concluyó, antes de saludar con la mano y marcharse.


Paula se removió con incomodidad al tener una imagen instantánea de lo tentadora que resultaba la idea de hacer con Pedro un hermanito para Dante. Tras lo que se le hizo como un silencio eterno, decidió mirarle, y supo al instante que había cometido un error.


Pedro la observaba fijamente, con la intensidad de un depredador, y su mirada le aceleró el corazón e hizo estallar en ella un anhelante deseo que no recordaba haber sentido nunca con anterioridad.


Paula se irguió, consciente de que le correspondía romper la tensión sexual que se había creado. Optó por el humor:

—Pobre Javier, no quiero imaginarme lo que su madre les dirá de él a sus novias.


Pedro dejó escapar una carcajada, y sorprendida, Paula descubrió que también su risa despertaba su deseo.


El día pasó demasiado deprisa.


Tras instalar a Dante en el asiento trasero, Pedro abrió la puerta para Paula y se quedó mirándole las piernas con la avaricia de un joven adolescente. Eran unas piernas preciosas, delgadas pero bien torneadas. ¿Cómo era posible que no se hubiera fijado antes?


Quizá porque nunca la había visto verdaderamente. O porque era la primera vez que, en lugar de una indumentaria clásica, Paula llevaba una falda vaquera por encima de la rodilla…


Paula carraspeó.


—Puedes cerrar la puerta.


—Lo siento —Pedro sacudió la cabeza—. No sé en qué estaba pensando.


Paula lo miró con una sonrisa maliciosa con la que le dio a entender que sabía perfectamente en qué pensaba.


—Lo siento. Siempre he sentido debilidad por las piernas. Debe de ser un instinto básico masculino.


—Pues controla tus instintos —dijo ella. Pero rió—. Será la influencia de ver a tantos animales.


—Puede ser —admitió él. Y tras cerrar la puerta fue hacia el asiento del conductor diciéndose que debía disimular el efecto que Paula estaba teniendo en él si no quería espantarla… y tener que salir corriendo tras ella.




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