Paula no podía creer que hubiera estado a punto de hacer el amor con Pedro. Se abrochó el pantalón y se puso un jersey. De no haberse despertado Dante…
¿Cómo podía haber sido tan estúpida? Se sentía tan avergonzada que no sabía si podría enfrentarse a él. Y tendría que exigirle que no volviera a tocarla. Los dos tenían un compromiso con Dante. La pasión no podía interferir en su responsabilidad.
Cuando volvió a la sala, ya había recuperado la compostura y aparentaba estar tranquila. El hombre que la había besado hasta hacerle perder el sentido estaba en aquel momento sentado en la alfombra, jugando con Dante. El contenido de la bolsa de los pañales estaba esparcido por el suelo.
—He sabido cambiarle el pañal —dijo Pedro con una tímida sonrisa.
Paula apartó la mirada.
—Enhorabuena —dijo mientras buscaba la manera de expresar lo más claramente posible lo que pensaba.
En ese momento, Dante aleteó los brazos y empezó a llorar. Ella lo tomó en brazos evitando por todos los medios rozar a Pedro.
—Tiene hambre —dijo. Y obligándose a mirar a Pedro, añadió—: ¿Puedes traer el biberón del frigorífico?
Mientras esperaban, Dante se fue impacientando. Paula lo meció y empezó a cantar. En cuanto el niño vio a Pedro con el biberón, su llanto se incrementó.
—Un segundo, Dante—dijo Paula al tiempo que tomaba el biberón, se sentaba en el sofá y apoyaba la cabeza del bebé en el hueco del codo—. Ya está —susurró, metiéndole la tetina en la boca. Luego continuó tarareando hasta que se dio cuenta de que Pedro la observaba con una sonrisa en los labios.
—No pares —dijo él al verla titubear.
—Pero si canto fatal.
—A Dante le gusta. ¡Mira, está protestando porque te has callado!
Paula miró al niño, que sacaba la lengua a punto de lanzar un grito.
—No es por la música, sino porque ha perdido la tetina —se la introdujo en la boca y Dante volvió a succionar con entusiasmo. Paula sonrió tímidamente a Pedro—. De todas formas, gracias por el piropo. Canto horrorosamente, pero no se lo digas a nadie.
—Muy bien —dijo él, mirándola fijamente—. Será nuestro secreto.
Tras una pausa en la que Paula volvió a tararear para dejar de sentir la presencia de Pedro, y cuando Dante empezaba ya a entornar los ojos, Pedro comentó:
—Estaba pensando…
—¿Qué? —preguntó Paula al instante.
—Que Dante debe quedarse aquí.
Paula se sintió eufórica. Había conseguido lo que quería. Tendría que demostrar a Pedro que era la decisión correcta.
—Me alegro de que te hayas dado cuenta de que tenía razón.
Pedro la miró con los ojos entrecerrados y la aparente camaradería que se había dado por unos segundos, se diluyó.
—Me refería a estos días. Hasta final de mes. No pienso cambiar las condiciones del testamento.
Paula fue a decirle que con eso sólo conseguirían postergar el problema, pero decidió callarse y confiar en poder convencerle más adelante. Por otro lado, le tranquilizó comprobar que no necesitaría advertir a Pedro que debían mantener una relación meramente formal como tutores de Dante. Su fría actitud lo decía todo.
—No puedo negar que Dante te necesita —añadió Pedro—. Eres muy buena con él —Paula lo miró atónita. Pedro no era un hombre que dedicara halagos gratuitamente. Él continuó—: Pero frenará tu carrera profesional.
—Lo sé, y lo acepto —Paula sabía que tenía que hablar con Virginia y decirle que limitaría sus horas de trabajo. Dedicó a Pedro una amplia sonrisa.
—Tendrás que tomarte un par de semanas libres.
¿Un par de semanas libres? Paula dejó el biberón en la mesa al tiempo que ocultaba el rostro a la mirada de Pedro. No podía faltar al trabajo y menos cuando en el despacho se estaba trabajando frenéticamente. Pero no tenía por qué decírselo. Ya se enteraría más adelante.
Cuando tuvo la seguridad de que su rostro no la delataría, alzó la mirada y encontró a Pedro mirándola tan fijamente que el corazón le dio un vuelco.
No podía dejar que el innegable atractivo de Pedro la desarmara. No tenía ningún interés en encontrar a un hombre. Y él no era su tipo. De hecho, Pedro le había demostrado que no estaba hecho para ella. Entre otras cosas, porque no le dejaría conservar la independencia económica y emocional por la que tanto había luchado. Pedro querría una mujer a la que dominar y controlar, que dejara su trabajo si él se lo exigía. Y esa mujer no era ella.
Ella jamás se arriesgaría a depender de un hombre tal y como había hecho su madre. Paula conocía de primera mano el precio que se pagaba por una pasión.
Pero no estaba dispuesta a perder la custodia del único hijo que iba a tener en toda su vida, así que dijo:
—Sí. Voy a seguir tu consejo y a aprender a delegar. Pienso contratar un becario para que me ayude. Era una de las cosas que pensaba plantearle a Virginia.