martes, 13 de julio de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 9

 


Pedro no prestaba atención a las vidrieras que proyectaban una luz caleidoscópica en la iglesia, sino que permanecía en tensión detrás de la pareja de novios que en aquel momento se juraban amor eterno.


De reojo, miró hacia la dama de honor, a la que se había propuesto ignorar. Durante la cena de la noche anterior apenas había pronunciado palabra, y eso que, a pesar de sus amenazas, Miguel y Sonia no habían sido precisamente discretos en sus esfuerzos porque surgiera algo entre ellos. Pero Pedro tenía claro que cuando volviera a salir con una mujer, lo haría meramente por sexo y, desde luego, no con otra mujer casada con su trabajo.


Su actitud el día anterior la había mostrado como una mujer con tendencia a las jaquecas más que al sexo tórrido. De hecho, a las once de la noche se había excusado para retirarse, y cuando él se había ofrecido a llevarla, lo había mirado como si se tratara de una serpiente y había dicho que tomaría un taxi.


Tenía que reconocer que presentaba mucho mejor aspecto que el día anterior. Tanto, que le había costado reconocerla al verla a la puerta de la iglesia, a pesar de que destacaba por su altura. El conjunto austero de falda y camisa había sido sustituido por un vestido ajustado de gasa que hacía que su piel pareciera de nácar, y llevaba el cabello recogido en lo alto de la nuca con dos mechones sueltos que acariciaban sus hombros.


El hecho de que su piel le resultara tentadora le irritó. Al contrario de lo que pensaba Miguel, lo último que necesitaba en su vida era una mujer, y menos aquélla.


Se hizo un profundo silencio en la iglesia y, al mirar, vio que Miguel le ponía el anillo en el dedo a Sonia. Viendo que se trataba de una sencilla alianza se arrepintió de no haberle aconsejado que le comprara una joya con diamantes. Todas las mujeres adoraban las joyas.


El cura dio permiso a Miguel para que besara a la novia y la ceremonia se dio por concluida. En cuanto la gente empezó a salir, Pedro sacó su Blackberry del bolsillo y apuntó una cita para ir a buscar oficinas para su nueva compañía. Con el rabillo del ojo vio que la dama de honor, cuyo nombre no lograba recordar, le lanzaba una mirada incendiaría.


—Podrías esperar —dijo ella cuando se encontraron en lo alto de la escalinata de salida—. Puede que Sonia y Miguel quieran hacerse unas fotos en la puerta.


¿Paola? ¿Cómo se llamaba?


—Hay un fotógrafo profesional —dijo Pedro—. Yo no he traído cámara.


—Querrán que estemos en la foto. Deberíamos sonreír y parecer contentos.


—Vale.


Ella lo miró como si su sarcasmo no le hubiera pasado desapercibido.


No se llamaba Paola, pero tenía un nombre anticuado. ¿Pamela? No.


La aparición de Miguel y Sonia en la puerta de la iglesia con los rostros iluminados le salvó de tener que decir nada más. Y cuando sintió envidia de ellos se recordó que sólo quería relaciones pasajeras.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 8

 


A lo largo de los años que había jugado al squash con él habían forjado una amistad que valoraba por encima de todo. Miguel solía seguir sus consejos relacionados con el dinero, excepto en dos ocasiones. En la primera, había perdido un montón de dinero en una promoción de viviendas que no había llegado a hacerse. La segunda. Pedro le había dicho que no se metiera en la compra de una vieja casona eduardiana, para la que Miguel tenía que usar como depósito un dinero que había heredado de una tía abuela. Pedro le había advertido de la enorme suma de dinero que tendría que invertir en su restauración, pero Miguel la había comprado de todas formas y le había dedicado todo su tiempo libre.


Pedro había adoptado la costumbre de echarle una mano cada domingo, en contra de los deseos de Dana. Poco a poco, Pedro había tenido que admitir que estaba equivocado y que, a pesar de la cantidad de tiempo y de dinero que Miguel había tenido que dedicarle, la casa lo merecía. Era un lugar especial, y trabajar en ella le había recordado a Pedro los inicios con Jeremias, cuando, llenos de entusiasmo, soñaban con la recuperación de edificios olvidados.


¿Cuándo habrían perdido el idealismo? ¿Cuándo habían dejado de soñar? ¿Cuándo habían pasado a preguntarse de dónde saldría el siguiente millón?


Aun así, que Miguel hubiera estado en lo cierto respecto a la casa, no justificaba que una boda precipitada fuera también a salirle bien.


—Sonia no tiene nada que ver con Dana —comentó Miguel al llegar a un semáforo.


Pedro sintió un escalofrío al oír nombrar a su ex novia.


—No he dicho que se parecieran —masculló.


Miguel lo miró con incredulidad.


—No permitas que lo que ha pasado con Dana te amargue. Has tenido suerte de librarte de ella. Ya sabes que nunca me gustó. Te mereces algo mejor.


—Ahora mismo no estoy de humor para hacer conquistas —farfulló Pedro.


—Ya se te pasará. Encontraremos a alguien que te consuele y junte los trozos de tu corazón roto.


—Yo no tengo el corazón roto.


—Tienes razón —dijo Miguel—. Sólo tienes el orgullo herido.


—¡Gracias, compañero, justo lo que necesitaba oír!


Sin dejar de reír, Miguel detuvo el coche delante de la iglesia, donde estaban Sonia y Paula. A pesar de la belleza rubia que era Sonia, Pedro se dio cuenta de que era su compañera quien reclamaba su atención.


Tenía un aura de contención. No había en su blusa blanca ni en su falda negra larga el mínimo destello de coquetería femenina, y, sin embargo, avanzó hacia el coche con una elegancia y una sensualidad que contrastó radicalmente con su aspecto.


—La mejor terapia en este momento sería otra mujer: Paula…


—Ni hablar —Pedro clavó una mirada severa en Miguel—. No pienso volver a mantener una relación con otra mujer obsesionada con su carrera profesional, así que ni se te ocurra hacer de Cupido esta noche o tendrás que buscarle otro padrino para la boda.



 

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 7

 


«¿Qué mujer en su sano juicio querría estar con alguien como él?».


Pedro se alejó diciéndose que la animadversión era recíproca, pero eso no impidió que aquellas palabras le dolieran.


—Esa mujer es una víbora —dijo al llegar junto a Miguel, que buscaba algo en el maletero de su modesto Toyota.


Miguel clavó sus ojos marrones en Pedro, que reconoció al instante, bajo su dulce apariencia, la mirada acerada del competitivo amigo con el que jugaba un partido de squash cada semana.


—Sonia va a ser mi esposa, Pedro, así que ten cuidado con lo que dices.


Pedro lo miró desconcertado.


—¡Tranquilo, hombre, no hablaba de ella, sino de la dama de honor!


—¿Paula? —Miguel cerró el maletero—. Ella y Sonia son amigas desde pequeñas. De hecho…


La mirada risueña que lanzó a Pedro hizo que éste alzara las manos a la defensiva.


—Ni se te ocurra insinuarlo —exclamó—. No es mi tipo.


Aquella mujer tenía demasiado carácter.


Miguel insistió.


—Quizá te convenga un descanso de las rubias. Sonia y yo pensábamos que podría ser el perfecto antídoto contra Dana.


Pedro sintió que le hervía la sangre al recordar cómo Sonia le había contado a su amiga que su novia le había dejado, y su expresión comprensiva cuando había dicho que estaba «disgustado». Pero ése no era su estado de ánimo, sino que se sentía furioso. Con Dana y hacia Jeremias.


Furioso con Miguel por haberlo contado. Furioso con la irritante bruja que le había obligado a pedir disculpas. Tomó aire.


—Veo que le has contado a Sonia lo de Dana.


Miguel sacó el llavero del bolsillo y apretó el botón del control remoto para abrir las puertas.


—Claro. Se habría enterado de todas formas.


—Mi novia y mi socio… Y yo ni lo sospechaba —Pedro intentó reírse mientras iba hacia el asiento del acompañante—. Parece una telenovela.


Sintió el mismo dolor que lo había atravesado dos días antes.


—Lo que ha hecho Jeremias es imperdonable —dijo Miguel con gesto severo—. Y Dana no era sólo tu novia. Llevabais dos años viviendo juntos. Hasta la nombraste directora de Harper-Alfonso.


Pedro cada vez se arrepentía más del arranque emocional que había tenido el miércoles por la noche, en el que» bajo la influencia de un exceso de alcohol, le había abierto su corazón a Miguel, contándole todos los detalles de cómo, al volver de un viaje de negocios a Sidney, Dana le había anunciado que tenía un amante, que resultó ser el hombre con quien él había ido a la universidad y con quien había fundado su negocio; su mejor amigo. O mejor, su antiguo mejor amigo.


—Durante las tres semanas que estuve de viaje, mi mundo se colapsó Pedro se pasó una mano por el cabello con brusquedad—. Mi vida estaba patas arriba y tú estabas organizando tu boda —sacudió la cabeza —. ¡Qué locura!


—No es ninguna locura. Aunque sólo llevemos un mes saliendo, conozco a Sonia desde hace tiempo.


—¿Un mes? —Pedro enarcó las cejas—. Después de dos años, yo no tenía ni idea de que Dana fuera capaz de traicionarme. Deberías haberte dado más tiempo.


—Un mes, un año, el tiempo no va a cambiar lo que siento por Sonia.


—¿Por qué estás tan seguro de que Sonia no quiere tu dinero?


Miguel rió.


—Porque, al contrario que tú, no soy millonario ni visto trajes caros — miró con sorna el que Pedro llevaba—, ni conduzco un Maserati, ni vivo en una mansión.


—Yo tampoco.


Pedro apretó los dientes al recordar que Jeremias ya se habría mudado a su antigua casa con Dana. Pero se vengaría de ellos sacándole lodo el dinero que pudiera a cambio de la casa y de su parte de Harper-Alfonso.


Tendrían que sufrir las consecuencias de sus actos.


—Perdona —la sonrisa desapareció de los ojos de Miguel—. Te aseguro que Sonia no se casa conmigo por dinero. Como yo, es profesora, así que tenemos sueldos muy parecidos.


Dana había intentado de todas las maneras que le diera un anillo de compromiso, y Pedro se preguntó súbitamente si Sonia habría recurrido al truco más viejo de la humanidad para atrapar a su amigo.


—¿Habéis hablado de tener hijos? —preguntó. Dana le había suplicado que los tuvieran. Él no había querido casarse y sospechaba que ése era el verdadero motivo de que Dana quisiera ser madre. Habría sido un terrible error. Ninguno de los dos tenía tiempo para niños.


Al ver que su amigo apretaba los dientes al poner el motor en marcha, se apresuró a decir:

—No te estoy preguntando si está embarazada. Me refería a si ya es madre y quiere que adoptes a sus hijos.


Miguel era tutor de alumnos con dificultades y sería el padre perfecto de los hijos de una madre soltera que necesitara apoyo económico y emocional.


—No tiene hijos —dijo, cortante.


—Qué alivio. Pensaba que podía estar desesperada.


Avanzaban por un camino estrecho que bordeaba el patio de la iglesia.


—Está divorciada, pero no desesperada —dijo Miguel con una expresión tensa que Pedro reconoció, pero que normalmente permanecía oculta tras su natural afabilidad—. Si le das una oportunidad, Sonia acabará gustándote, Pedro. No es ninguna trampa.


Pedro miró el perfil de su amigo y la sensación de que había perdido el control de su vida se incrementó. Sacudió la cabeza.


—No me estás escuchando. Siempre hay una trampa.


—Claro que te escucho.


—¿Pero…?


Algo en la actitud de Miguel convenció a Pedro de que era una de las pocas ocasiones en las que no lograría convencerlo.




lunes, 12 de julio de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 6

 


Al ver que el comentario de Pedro disgustaba a Sonia, Paula no pudo contenerse y olvidó sus propias reticencias sobre la boda.


—Lo cierto es que Sonia y Miguel van a casarse —dijo con frialdad—. Se aman, y tú no puedes hacer nada al respecto.


—¿Amor? —los ojos de Pedro brillaron acompañando su risa sarcástica—. ¿Así lo llamáis las mujeres?


—Miguel le da el mismo nombre —dijo Paula con un escalofrío—. ¿Qué derecho tienes a juzgar sus sentimientos?


Pedro la miró con desdén.


—El amor está sobrevalorado.


Paula asió con firmeza la cesta con los libros para evitar que se cayeran.


—Si eres tan escéptico, quizá no deberías haber accedido a actuar como padrino.


—Paula…


—No, Sonia—se zafó de la mano que la futura novia puso en su brazo para refrenarla—. Lo que ha dicho ha sido una descortesía.


El gesto de Sonia no podía disimular su incomodidad.


—¿Me permites? —dijo Pedro, quitando a Paula la cesta sin esperar a que respondiera.


—Gracias —farfulló ella.


—Casi se te caen.


El tono de superioridad que usó sacó a Paula de sus casillas. Se preguntó si alguna vez habría pedido disculpas, y se propuso lograrlo.


—¿Estás orgulloso de ti mismo?


—¿Por ayudarte con la cesta? —ladeó la cabeza—. Supongo que sí.


—No me refiero a eso —Paula puso los brazos en jarras y alzó la cabeza para mirarlo a la cara—. ¿Qué pretendías, estropearle el día? — añadió, indicando a Sonia con la barbilla.


Tras un largo silencio, Pedro dijo:

—Lo siento —pero no sonó sincero.


—¿Eso es todo lo que tienes que decir? —insistió Paula.


—Acepto sus disculpas —dijo Sonia precipitadamente—. Comprendo que esté disgustado.


—¡No estoy disgustado! —gruñó él. Y lanzó una mirada asesina a Paula antes de ir tras Miguel.


—¡Estúpido! —masculló Paula. Sorprendida, descubrió que sus manos temblaban—. ¿Qué demonios ve Miguel en ese tipo?


—No seas tan severa —dijo Sonia, conciliadora—. Su novia acaba de dejarle por su socio. No está en su mejor momento.


Paula dejó escapar una carcajada.


—No la culpo. ¿Qué mujer en su sano juicio querría estar con alguien como él?


—Está sufriendo —protestó Sonia.


—¿Has oído que ha dicho «amor» como si le resultara una palabra desconocida? Pedro Alfonso tiene el corazón de piedra.


—Miguel dice que no le ha contado casi nada, pero que debía de estar enamorado. Se ha portado muy bien. Hasta le ha cedido su casa a su ex.


—Seguro que se la merecía.


—Shh —Sonia le apretó el brazo—. Te va a oír.


—Me da lo mismo.


—A mí no. Miguel y yo confiábamos en que os hicierais… amigos.


Paula miró a su amiga de hito en hito.


—Estás loca, Sonia —¿de verdad habrían pensado en actuar de Celestinos?


—Está bien —Sonia alzó la manos en señal de rendición—, dejemos el tema. Quería pedirte que pasaras por casa a regar las plantas mientras estemos de luna de miel. Puede que Pedro se olvide.


Paula frunció el ceño.


—¿Qué quieres decir con «puede que Pedro se olvide»?


—Lleva dos semanas en casa de Miguel, trabajando de sol a sol para terminar de pintarla. Pedro va a cuidar de ella mientras estemos de viaje.


—Pasaré al mediodía para no coincidir con él —Paula chasqueó la lengua—. ¿No pensarás empezar tu vida de casada con un inquilino, verdad?


—Claro que no. Miguel ha sugerido que se quede mientras busca una casa nueva y se recupera del impacto de haber perdido a su novia y su casa de una sola vez. De no ser por él, nunca habría acabado la restauración.


—No creo que le cueste demasiado —dijo Paula, combatiendo el impulso de compadecerlo.


—Por favor, Pau, sé amable con él —Sonia abrió suplicante sus ojos azules—. No quiero que las fotografías de la boda salgan mal por una pelea a puñetazos entre la dama de honor y el padrino.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 5

 


En el interior, varias mujeres de mediana edad decoraban los bancos con rosas y lilas y recibieron a Sonia con saludos de entusiasmo. Al llegar Miguel, bromearon sobre lo afortunado que era, y Paula observó que Pedro torcía el gesto.


¡No quería que Miguel se casara con Sonia!


Ese pensamiento desconcertó a Paula, que no concebía que alguien rechazara a la dulce y encantadora Sonia.


Durante los siguientes minutos, Miguel se limitó a sonreír mientras Sonia daba órdenes animadamente, y Pedro adoptaba una actitud distante.


Su teléfono sonó en varias ocasiones, pero tras mirar la pantalla, no contestó.


El enfado de Paula hacia él fue aumentando a medida que se alargaba su desaprobador silencio. Finalmente, Sonia se dio por satisfecha.


—Espero que mañana todo salga perfecto —dijo, sonriente—. Miguel y yo queremos dar las gracias a las mujeres que están decorando. Nos encontraremos fuera con vosotros.


—Creo que sobramos —le dijo Pedro a Paula con una sonrisa forzada, cediéndole el paso.


Cuando llegaban a la salida, el teléfono de Pedro volvió a sonar. En aquella ocasión decidió contestar.


—Perdona, Patricia, tengo que hablar.


—Paula —lo corrigió ella, apretando los labios. Pedro la miró como si no la viera—. Me llamo Paula —repitió ella con una irritación creciente.


Al ver que Pedro la miraba como para identificarla, Paula recordó que llevaba la ropa arrugada del viaje y que debía de parecer un espantapájaros. Mecánicamente se llevó la mano al cabello y le tranquilizó comprobar que su melena estaba tan inmaculada como siempre.


—Claro, Paula —dijo él, encogiéndose de hombros y alejándose de ella para hablar.


Paula lo siguió, consciente de que debía ocultar la irritación que le causaba y que debía pensar en él como un magnífico cliente, pero no creía que fuera capaz de soportar pasar con él ni un minuto.


De hecho, no podía pensar en nada peor. ¡Patricia! Era evidente que para él las mujeres eran intercambiables, como gatos grises en la oscuridad. Pero dudaba que a ella le prestara la más mínima atención.


Flacucha, empollona, cuatro ojos… Tuvo que recordarse que esos calificativos ya no la describían y que la única persona que había conocido a aquella patética criatura era Sonia. Pertenecía a un pasado muy remoto.


En el presente, era una profesional de éxito que había superado los complejos de una infancia poco agraciada y la indiferencia de unos padres poco afectuosos.


Obligándose a sonreír, respiró profundamente el aroma de la lavanda que había en el patio y recuperó la calma.


—Sonia y Miguel han reservado una mesa para que cenemos con ellos —le dijo a Pedro cuando éste acabó de hablar, por si tenía intención de acudir a una cita con alguna de sus mujeres.


Pedro la miró con frialdad.


—Seguro que prefieren pasar una velada apacible a solas antes del ajetreo de mañana.


A Paula le dio rabia no haber considerado esa posibilidad.


En ese momento, Miguel y Sonia se reunieron con ellos y, al pensar en que la relación con su amiga ya no sería la misma, Paula sintió una punzada de melancolía.


—¿No preferiríais cenar solos Miguel y tú? —sugirió al recordar el comentario de Pedro.


Sonia le pasó una cesta con varios libros de salmos.


—Toma. Mañana tienes que dar esto a los asistentes para que lo repartan a los invitados. Y claro que queremos salir con vosotros. Ya tenemos el resto de nuestra vida para estar solos —Sonia sonrió a Miguel con ternura.


Él le pasó el brazo por los hombros y la estrechó contra sí.


—Paula, tú eres la mejor amiga de Sonia, y Pedro es para mí lo más parecido a un hermano. Sería fantástico que cenáramos juntos.


Paula tuvo que admitir que Miguel era encantador e iba a sonreírle cuando la mirada glacial que Pedro lanzó a su amigo la dejó una vez más de piedra. Miguel, por el contrario, se limitó a sonreír y a darle una palmada en la espalda al tiempo que le susurraba algo al oído.


Cuando Miguel fue a recoger el coche, Sonia le dijo a Paula:

—Después de cenar, voy a irme a casa sola —guiñó el ojo a su amiga —. Le he dicho a Miguel que da mala suerte ver a la novia antes de la boda, y no quiero correr ningún riesgo.


—Si crees en esas supersticiones, no deberías casarte —dijo a su espalda Pedro, sobresaltándolas.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 4

 


Agosto, dos años atrás


Paula bajó del taxi delante de la encantadora iglesia en la que Sonia y Miguel se casarían al día siguiente.


—¡Hola, Paula! —saludó Sonia desde detrás de una valla blanca—. ¡Qué alegría que hayas podido llegar a tiempo!


—Lo mismo digo —dijo Paula, estrechando a Sonia en un fuerte abrazo—. Creía que me perdía el ensayo —había trabajado hasta el último minuto en la auditoría de uno de sus principales clientes. El mensaje de Sonia anunciándole que se casaba en cinco días la había dejado estupefacta, aunque luego se había dado cuenta de que su amiga llevaba un mes precediendo todo lo que decía con un: «Miguel dice…»—. ¿No has tomado una decisión un poco precipitada?


Sonia le tomó la mano.


—Ven a ver cómo está quedando la iglesia.


—No me has contestado —dijo Paula con firmeza.


Sonia sonrió de oreja a oreja.


—Pau, no vas a convencerme de que anule la boda con Miguel.


Paula sonrió a su vez.


—Espero que Miguel sepa en lo que se mete. ¿Está por aquí?


—Viene de camino con Pedro, el padrino. Esta noche queremos cenar con vosotros. He reservado una mesa en Bentley's —giró sobre sí misma con entusiasmo—. ¡Estoy deseando que llegue mañana!


Paula rió y, tirando de su maleta, cruzó tras Sonia el patio de la iglesia. El sol se filtraba entre las ramas de los árboles, proyectando sombras sobre el reloj de sol que ocupaba el centro.


Paula se detuvo súbitamente.


—¿Qué pasa? —preguntó Sonia.


—¿No crees que deberías esperar? Sólo hace un mes que…


—Conozco a Miguel —interrumpió Sonia—, pero sólo necesité una hora para saber que era mi hombre.


—Pero Sonia…


Sonia dio una patada en el suelo.


—No sigas por ahí. Pau. Sólo quiero que te alegres por nosotros, por favor.


Aunque se suponía que, de las dos, ella era la más sensata, Paula nunca había podido negarle nada a Sonia.


El ruido de pisadas impidió que respondiera. Al volverse, Paula abrió los ojos de sorpresa al ver al hombre alto, de cabello negro y rasgos marcados que acompañaba a Miguel. Reconoció el tipo al instante porque en su trabajo solía coincidir con ellos: un hombre de negocios de éxito, un magnate. Rico, seguro de sí mismo, implacable.


Los miró alternativamente, preguntándose dónde se habrían conocido.


Debió de decir algo sin darse cuenta, pues el hombre la miró directamente y la frialdad de su mirada de ojos de color gris claro hizo que el corazón le diera un salto. Implacable.


Pedro Alfonso —se presentó él con voz grave.


Paula identificó el nombre al instante. Desde sus comienzos, Harper-Alfonso Architecture había conseguido premios por la restauración de edificios victorianos y el diseño de edificios comerciales.


Paula aceptó la mano que le tendía y le sorprendió notar su palma áspera y callosa, tan poco habitual en un arquitecto que trabajaba con planos. Por lo que Paula sabía, era un genio de los negocios, astuto, eficaz y con una extraordinaria intuición para elegir proyectos que se convertían en emblemáticos. Era muy rico y, por eso mismo, resultaba desconcertante que tuviera las manos de un obrero. Paula había oído que su siguiente proyecto consistía en la transformación de la zona industrial de la orilla del río. Captarlo como cliente constituiría un éxito innegable en su carrera. Un par de clientes como él la lanzarían a los más altos escalafones en Archer, Cameron y Edge.


Pedro bajó la mirada hacia sus manos y Paula se ruborizó al darse cuenta de que seguía estrechándosela. También Sonia la miraba.


—¿Os conocéis?


Paula negó con la cabeza.


Pedro, ésta es la mejor amiga de Sonia, Paula Chaves —los presentó Miguel con una sonrisa—. A pesar de su fama, Pedro no muerde —dirigiéndose a su amigo, añadió—: Paula es socia de ACE.


Ella supo que debía aprovechar la oportunidad que Miguel le brindaba.


—¿La agencia auditora? —preguntó Pedro.


Paula, consciente de que tenía ante sí la oportunidad de su vida, en lugar de aprovecharla, se limitó a asentir con la cabeza. Se había quedado sin voz. De haberla visto en aquel instante, Virginia Edge, socia fundadora de Archer, Cameron y Edge, se habría horrorizado. Pero lo cierto era que en lugar de pensar en algo profesional que decir, lo único que le pasaba por la cabeza era en alejarse de aquel hombre tan… inquietante.


Sin conseguir librarse de una mezcla de aprensión y hormigueo, siguió a Sonia hacia el interior de la iglesia mientras Miguel se llevaba su maleta.




domingo, 11 de julio de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 3

 


No era posible. Paula sintió náuseas.


—No puede ser —si Miguel no iba a volver, entonces… En tono desesperado, añadió—: ¿Y Sonia? ¿Dónde está?


—Paula…


Ella no necesitó que dijera más. Su mirada lo expresaba todo.


—¡No! —gritó Paula en un gemido de dolor.


Pedro avanzó hacia ella.


—Sonia tampoco vendrá.


Paula se dejó caer sobre el sólido pecho de Pedro y alzó las manos hacia su cuello mientras murmuraba palabras ininteligibles. Pedro se tensó, la abrazó por un instante y luego deshizo el lazo que formaban sus brazos alrededor de su cuello, dio un paso atrás y la miró con expresión extraviada.


—Hay que resolver algunos asuntos, pero antes, quería que supieras… —Pedro dejó la frase en el aire.


—Que Miguel y Sonia… —Paula tragó antes de decir las palabras— no volverán a casa.


—Así es.


—¡No puede ser! —exclamó Paula—. En cualquier momento van a llamar a la puerta… Sonia reirá y gritará: «Ya estamos aquííí».


Pedro hundió los hombros. A Paula se le quebró la voz y rompió a llorar.


—No es justo.


Pedro alzó las manos y luego las dejó caer.


—Escucha, hay muchas cosas que hacer.


—Y no tienes tiempo para dejarte llevar por la pena —dijo ella con amargura.


—Será mejor que hablemos más tarde —dijo él.


—Voy contigo.


—No. Trabajaré más deprisa sólo. Y tienes que cuidar de Dante.


¡Dante! Paula miró a Pedro espantada. ¿Cómo podía haberse olvidado de él?


Dante había perdido a sus padres. Pedro no podía marcharse.


—¡Pedro!


Pero Pedro se limitó a lanzarle una mirada por encima del hombro antes de salir y decirle:

—Cuando vuelva, hablaremos de Dante.