lunes, 12 de julio de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 5

 


En el interior, varias mujeres de mediana edad decoraban los bancos con rosas y lilas y recibieron a Sonia con saludos de entusiasmo. Al llegar Miguel, bromearon sobre lo afortunado que era, y Paula observó que Pedro torcía el gesto.


¡No quería que Miguel se casara con Sonia!


Ese pensamiento desconcertó a Paula, que no concebía que alguien rechazara a la dulce y encantadora Sonia.


Durante los siguientes minutos, Miguel se limitó a sonreír mientras Sonia daba órdenes animadamente, y Pedro adoptaba una actitud distante.


Su teléfono sonó en varias ocasiones, pero tras mirar la pantalla, no contestó.


El enfado de Paula hacia él fue aumentando a medida que se alargaba su desaprobador silencio. Finalmente, Sonia se dio por satisfecha.


—Espero que mañana todo salga perfecto —dijo, sonriente—. Miguel y yo queremos dar las gracias a las mujeres que están decorando. Nos encontraremos fuera con vosotros.


—Creo que sobramos —le dijo Pedro a Paula con una sonrisa forzada, cediéndole el paso.


Cuando llegaban a la salida, el teléfono de Pedro volvió a sonar. En aquella ocasión decidió contestar.


—Perdona, Patricia, tengo que hablar.


—Paula —lo corrigió ella, apretando los labios. Pedro la miró como si no la viera—. Me llamo Paula —repitió ella con una irritación creciente.


Al ver que Pedro la miraba como para identificarla, Paula recordó que llevaba la ropa arrugada del viaje y que debía de parecer un espantapájaros. Mecánicamente se llevó la mano al cabello y le tranquilizó comprobar que su melena estaba tan inmaculada como siempre.


—Claro, Paula —dijo él, encogiéndose de hombros y alejándose de ella para hablar.


Paula lo siguió, consciente de que debía ocultar la irritación que le causaba y que debía pensar en él como un magnífico cliente, pero no creía que fuera capaz de soportar pasar con él ni un minuto.


De hecho, no podía pensar en nada peor. ¡Patricia! Era evidente que para él las mujeres eran intercambiables, como gatos grises en la oscuridad. Pero dudaba que a ella le prestara la más mínima atención.


Flacucha, empollona, cuatro ojos… Tuvo que recordarse que esos calificativos ya no la describían y que la única persona que había conocido a aquella patética criatura era Sonia. Pertenecía a un pasado muy remoto.


En el presente, era una profesional de éxito que había superado los complejos de una infancia poco agraciada y la indiferencia de unos padres poco afectuosos.


Obligándose a sonreír, respiró profundamente el aroma de la lavanda que había en el patio y recuperó la calma.


—Sonia y Miguel han reservado una mesa para que cenemos con ellos —le dijo a Pedro cuando éste acabó de hablar, por si tenía intención de acudir a una cita con alguna de sus mujeres.


Pedro la miró con frialdad.


—Seguro que prefieren pasar una velada apacible a solas antes del ajetreo de mañana.


A Paula le dio rabia no haber considerado esa posibilidad.


En ese momento, Miguel y Sonia se reunieron con ellos y, al pensar en que la relación con su amiga ya no sería la misma, Paula sintió una punzada de melancolía.


—¿No preferiríais cenar solos Miguel y tú? —sugirió al recordar el comentario de Pedro.


Sonia le pasó una cesta con varios libros de salmos.


—Toma. Mañana tienes que dar esto a los asistentes para que lo repartan a los invitados. Y claro que queremos salir con vosotros. Ya tenemos el resto de nuestra vida para estar solos —Sonia sonrió a Miguel con ternura.


Él le pasó el brazo por los hombros y la estrechó contra sí.


—Paula, tú eres la mejor amiga de Sonia, y Pedro es para mí lo más parecido a un hermano. Sería fantástico que cenáramos juntos.


Paula tuvo que admitir que Miguel era encantador e iba a sonreírle cuando la mirada glacial que Pedro lanzó a su amigo la dejó una vez más de piedra. Miguel, por el contrario, se limitó a sonreír y a darle una palmada en la espalda al tiempo que le susurraba algo al oído.


Cuando Miguel fue a recoger el coche, Sonia le dijo a Paula:

—Después de cenar, voy a irme a casa sola —guiñó el ojo a su amiga —. Le he dicho a Miguel que da mala suerte ver a la novia antes de la boda, y no quiero correr ningún riesgo.


—Si crees en esas supersticiones, no deberías casarte —dijo a su espalda Pedro, sobresaltándolas.




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