Al ver que el comentario de Pedro disgustaba a Sonia, Paula no pudo contenerse y olvidó sus propias reticencias sobre la boda.
—Lo cierto es que Sonia y Miguel van a casarse —dijo con frialdad—. Se aman, y tú no puedes hacer nada al respecto.
—¿Amor? —los ojos de Pedro brillaron acompañando su risa sarcástica—. ¿Así lo llamáis las mujeres?
—Miguel le da el mismo nombre —dijo Paula con un escalofrío—. ¿Qué derecho tienes a juzgar sus sentimientos?
Pedro la miró con desdén.
—El amor está sobrevalorado.
Paula asió con firmeza la cesta con los libros para evitar que se cayeran.
—Si eres tan escéptico, quizá no deberías haber accedido a actuar como padrino.
—Paula…
—No, Sonia—se zafó de la mano que la futura novia puso en su brazo para refrenarla—. Lo que ha dicho ha sido una descortesía.
El gesto de Sonia no podía disimular su incomodidad.
—¿Me permites? —dijo Pedro, quitando a Paula la cesta sin esperar a que respondiera.
—Gracias —farfulló ella.
—Casi se te caen.
El tono de superioridad que usó sacó a Paula de sus casillas. Se preguntó si alguna vez habría pedido disculpas, y se propuso lograrlo.
—¿Estás orgulloso de ti mismo?
—¿Por ayudarte con la cesta? —ladeó la cabeza—. Supongo que sí.
—No me refiero a eso —Paula puso los brazos en jarras y alzó la cabeza para mirarlo a la cara—. ¿Qué pretendías, estropearle el día? — añadió, indicando a Sonia con la barbilla.
Tras un largo silencio, Pedro dijo:
—Lo siento —pero no sonó sincero.
—¿Eso es todo lo que tienes que decir? —insistió Paula.
—Acepto sus disculpas —dijo Sonia precipitadamente—. Comprendo que esté disgustado.
—¡No estoy disgustado! —gruñó él. Y lanzó una mirada asesina a Paula antes de ir tras Miguel.
—¡Estúpido! —masculló Paula. Sorprendida, descubrió que sus manos temblaban—. ¿Qué demonios ve Miguel en ese tipo?
—No seas tan severa —dijo Sonia, conciliadora—. Su novia acaba de dejarle por su socio. No está en su mejor momento.
Paula dejó escapar una carcajada.
—No la culpo. ¿Qué mujer en su sano juicio querría estar con alguien como él?
—Está sufriendo —protestó Sonia.
—¿Has oído que ha dicho «amor» como si le resultara una palabra desconocida? Pedro Alfonso tiene el corazón de piedra.
—Miguel dice que no le ha contado casi nada, pero que debía de estar enamorado. Se ha portado muy bien. Hasta le ha cedido su casa a su ex.
—Seguro que se la merecía.
—Shh —Sonia le apretó el brazo—. Te va a oír.
—Me da lo mismo.
—A mí no. Miguel y yo confiábamos en que os hicierais… amigos.
Paula miró a su amiga de hito en hito.
—Estás loca, Sonia —¿de verdad habrían pensado en actuar de Celestinos?
—Está bien —Sonia alzó la manos en señal de rendición—, dejemos el tema. Quería pedirte que pasaras por casa a regar las plantas mientras estemos de luna de miel. Puede que Pedro se olvide.
Paula frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir con «puede que Pedro se olvide»?
—Lleva dos semanas en casa de Miguel, trabajando de sol a sol para terminar de pintarla. Pedro va a cuidar de ella mientras estemos de viaje.
—Pasaré al mediodía para no coincidir con él —Paula chasqueó la lengua—. ¿No pensarás empezar tu vida de casada con un inquilino, verdad?
—Claro que no. Miguel ha sugerido que se quede mientras busca una casa nueva y se recupera del impacto de haber perdido a su novia y su casa de una sola vez. De no ser por él, nunca habría acabado la restauración.
—No creo que le cueste demasiado —dijo Paula, combatiendo el impulso de compadecerlo.
—Por favor, Pau, sé amable con él —Sonia abrió suplicante sus ojos azules—. No quiero que las fotografías de la boda salgan mal por una pelea a puñetazos entre la dama de honor y el padrino.