Después de comer, Pedro pasó tres horas enseñándole el barco y presentándole al capitán y al resto de la tripulación. El segundo de a bordo y el chef, le explicó, se encargaban del catering y de los asuntos domésticos. Paula encantó a todos con su simpatía y su interés por la mecánica del yate. Sorprendentemente, parecía saber mucho sobre barcos.
Pero, aunque agradecía su interés, media hora después Pedro quería volver a llevársela a la cama. No podía dejar de mirar sus fantásticas piernas… y no se le escapaba que el resto de la tripulación estaba haciendo lo mismo.
—¿Qué te parece? —le preguntó, tomándola por la cintura.
—Estupendo. Un juguete carísimo —contestó ella, mirándolo con los ojos tan llenos de amor que, inexplicablemente, se le encogió el corazón—. He estado en cruceros más pequeños que este barco. No me sorprende que estemos anclados en alta mar. No creo que haya sitio suficiente en todo el puerto de Montecarlo —rió Paula—. La verdad, sabía que eras rico, pero no sabía cuánto. Un yate con helipuerto, piscina… me encanta.
—¿De verdad?
—Claro. Pero lo que me gustaría saber es dónde vamos y cuándo nos vamos. Le he preguntado al capitán, pero él tampoco parecía saberlo. ¿Nuestra luna de miel es un misterio?
Pedro frunció el ceño. Su decisión de presenciar el Gran Premio de Mónaco, la prueba de Fórmula 1, mientras estaba de luna de miel ya no parecía tan conveniente. Paula seguramente esperaba que la llevase a algún sitio romántico. Y él había decidido hacer lo que hacía todos los años, esperando que se aviniese a sus planes sin protestar.
Él nunca había tenido en cuenta lo sentimientos de una mujer. Todas las que había conocido en el pasado se habían contentado con hacer exactamente lo que él quería… ¿y por qué no? Era un hombre muy rico y un amante generoso… mientras durase la relación. Siempre había dejado claro desde el principio que no tenía intención de casarse, lo único que quería era sexo. No le interesaban los romances y no iban a empezar a interesarle ahora sólo porque estuviera casado.
Casado con la hija del hombre que destrozó a su hermana, se recordó a sí mismo. Había estado a punto de olvidar eso.
—No hay ningún misterio. Vengo aquí todos los años en mayo para ver el Gran Premio de Mónaco. Como patrocinador de uno de los equipos, normalmente veo la carrera desde uno de los boxes y luego cuando a la fiesta que se organiza después.
—Ah, ya veo —los ojos azules de Paula se oscurecieron y Pedro se dio cuenta de que, en realidad, no lo entendía—. No sabía que fueras un entusiasta de la Fórmula 1, aunque debería haberlo imaginado. Otro juguete caro, ¿no? Bueno, será una nueva experiencia —añadió, sonriendo—. Al menos te tendré sólo para mí hasta el domingo.
Que fuese tan razonable le enfadó. Eso y la ya familiar sensación de culpabilidad que lo asaltaba porque no le había contado la verdad.
Paula era su mujer. Una mujer extraordinaria, guapísima, encantadora, pero él no cambiaba de planes por nadie y no iba a hacerlo por ella. Tema su vida organizada exactamente como le gustaba y, aunque Paula trabajaba, su trabajo era flexible y pronto se acomodaría a sus necesidades.
—No exactamente… —empezó a decir—. No uso el yate sólo para descansar. A veces lo alquilo a otras personas. De no ser así, no daría beneficios. Además, hasta ahora era soltero y… en fin, es una tradición invitar a algunos conocidos de cuya hospitalidad he disfrutado en el pasado durante el fin de semana del gran premio. Y normalmente se quedan hasta el lunes.