Se casaron un mes después en la pequeña ermita que había en la finca de su tío Camilo, Deveral Hall. El tío Camilo consideraba a Paula y Tomás como los hijos que no había tenido nunca e insistió en abrir su una vez palaciega y ahora un poco abandonada casa para tan feliz ocasión.
Era un bonito día de mayo y la vieja construcción de piedra brillaba bajo el sol. Paula estaba preciosa de blanco y Pedro era el novio perfecto, alto, moreno e increíblemente atractivo.
Los cincuenta y tantos invitados, sobre todo parientes y amigos de la novia, estuvieron de acuerdo en que había sido una preciosa ceremonia íntima.
Pedro miraba a su novia dormida con una sonrisa de satisfacción: en los labios, sus ojos oscuros brillando de triunfo.
Paula Chaves era suya. Su esposa, la señora Alfonso. El Alfonso era lo único importante. Había solicitado un pasaporte con ese apellido semanas antes y tuvo que mover algunas cuerdas para conseguirlo sin tener todavía el certificado de matrimonio. Pero, naturalmente, el pasaporte les fue entregado cuando subían al avión con destino a Montecarlo.
Pedro sacudió la cabeza, entristecido por los recuerdos. Tenía derecho a hacerle el mismo daño a su familia, pensó. Paula Chaves era ahora Paula Alfonso, una venganza muy adecuada.
Pedro volvió a mirarla. Era exquisita, pensó.
No se habría casado con ella de no ser por lo que había jurado sobre la tumba de su madre, pero desde luego se la habría llevado a la cama. Sin embargo, mirándola ahora, con el cabello rubio extendido sobre la almohada, los labios rojos ligeramente hinchados por el sueño… se alegraba de haberlo hecho.
Paula era inteligente, bien educada y con una carrera, de modo que no se metería en su vida. Desde luego, no lo haría cuando le dijera por qué se había casado con ella. Pedro frunció el ceño, pensativo. No sabía por qué, pero aquella venganza no le complacía como había esperado. La amargura que le consumía desde la muerte de su madre empezaba a desaparecer. Probablemente por Paula…
Sus constantes declaraciones de amor en lugar de enojarle le parecían adictivas. Aunque él pensaba que el amor era una excusa que usaban las mujeres, Paula incluida, para justificar el sexo con un hombre. Con la excepción de las tres mujeres de su familia, que se habían creído enamoradas y habían sufrido por ello.
Su abuela era hija de un rico ganadero peruano, pero su padre la desheredó cuando quedó embarazada de uno de los peones. Nunca se casaron y él la abandonó cuando su hija tenía un año. Su propia madre había repetido ese error dos veces, primero enamorándose de un francés, el padre de Solange, y luego de un millonario griego, el padre de él. Aunque no era exactamente una tragedia griega, su madre no había elegido bien. En cuanto a su hermana… matarse por amor era algo que a él no le entraba en la cabeza.
No, si el amor existía, era una emoción destructiva. Él deseaba a Paula, pero no se hacía ilusiones. Sabía que su dinero y su poder eran un afrodisíaco para ella como lo había sido para incontables mujeres en el pasado.
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