–¿Se encuentra bien señora Alfonso? –le preguntó Pablo, mirándola con cara de susto.
Y cuando Paula bajó la mirada se quedó horrorizada al ver la sangre que corría por su mano.
–Se me ha caído la jarra de cristal…
–Espere un momento, voy a buscar una toalla –Pablo se metió detrás del mostrador para buscar algo, pero al no encontrar nada se quitó la camiseta e hizo una venda con ella. –¿Le duele?
–No, ahora mismo no. Debe ser por el susto –respondió Paula. –Ha debido saltar un trozo de cristal.
–Pues ha tenido suerte de no cortarse la muñeca. Parece un corte limpio, pero podrían tener que darle algún punto. Venga, vamos a la enfermería.
–Pero Maite…
La niña estaba en el cochecito, mirando en dirección contraria.
–Está bien –dijo el chico. –Los cristales no han llegado hasta ahí.
–Gracias a Dios.
–Ponga el brazo hacia arriba para que no sangre tanto, yo empujaré el cochecito. No estará mareada, ¿verdad?
Paula negó con la cabeza.
–Pero me siento como una tonta.
–Ha sido un accidente –dijo Pablo.
–Se te dan bien las emergencias –bromeó ella.
–He hecho un curso de primeros auxilios.
–Deberías ser médico.
El chico sonrió.
–La verdad es que quiero estudiar Medicina.
Era lógico. Los voluntarios eran personas que se preocupaban por los demás, por eso Penny's Song era tan bueno para ellos como para los niños que iban allí.
–Pues seguro que algún día serás un gran médico.
Cuando llegaron a la enfermería y vio a Susy con una bata blanca Paula suspiró, en silencio. Sabía que en algún momento tendría que lidiar con la joven, pero no había esperado que fuese durante una emergencia.
–¿Qué ha pasado?
–Se ha cortado con un cristal –respondió Pablo.
–Siéntate –dijo Susy. –Vamos a ver ese corte.
Paula se sentó, poniendo el brazo sobre la mesa.
–¿Te importa ir a buscar un zumo de naranja para la señora Alfonso?
Pablo dejó el cochecito y Maite sonrió, sin entender lo que pasaba.
–Vuelvo enseguida.
–Has perdido mucha sangre –dijo Susy mientras se ponía unos guantes quirúrgicos. –El zumo te animará un poco.
–La verdad es que estoy un poco mareada.
–Afortunadamente, es un corte limpio.
–Tendré que comprarle una camiseta a Pablo. Menos mal que estaba en la tienda… ha reaccionado enseguida.
–Sí, es verdad –Susy asintió, concentrada en su tarea, y Paula aprovechó para observarla.
Llevaba el pelo largo, sujeto en una coleta aquella mañana, su complexión de alabastro a juego con unos ojos de color ámbar. Tenía un rostro expresivo que no podía esconder las emociones, por eso se delataba cuando miraba a Pedro. Paula odiaba ver eso cuando nadie más se daba cuenta.
Maite lanzó un grito desde el cochecito y ella intentó calmarla:
–No pasa nada, cariño. Estoy bien.
La niña se movió, incómoda.
–Terminaremos en seguida –dijo Susy.
–Espero que pueda aguantar. Lleva un rato en el cochecito y seguramente estará harta.
–Deberías ir al médico –le aconsejó Susy cuando terminó de vendarle la herida. –No necesitas puntos, pero deberías pasar por la consulta, por si acaso.
–Muy bien, lo haré –Paula movió los dedos. La herida estaba en la muñeca derecha, bajo el pulgar, pero la venda le permitía cierta movilidad.
–Es preciosa –murmuró Susy, mirando a Maite. –He oído que el otro día dejaste que Elena cuidase de ella.
–Sí, claro –murmuró Paula, sorprendida. –¿Cómo lo sabes?
–Pedro me lo contó anoche.
¿Anoche? ¿Pedro había estado con Susy por la noche? Eso la enfureció. Maldita fuera… Pedro y ella seguían casados.
–Y seguro que le hiciste un pastel de cerezas –le espetó, airada.
Susy parpadeó, sorprendida.
–No te gusta que Pedro y yo seamos amigos, ¿verdad?
–Y a ti no te gusta que siga casado conmigo.
La joven se ruborizó, pero seguramente también ella lo estaba.
–Y vuestro matrimonio no funcionó.
Ese comentario hizo que Paula se levantase de golpe.
–Qué amable por tu parte recordármelo.
Susy se levantó también.
–Lo siento –dijo por fin, mirándola a los ojos. –No debía haber dicho eso.
Paula estaba de acuerdo.
–Yo pasé por un divorcio muy difícil y Pedro me ayudó mucho. Siempre hemos sido amigos, tenemos raíces aquí en Red Ridge. Nos parecemos mucho y la verdad es que llevo mucho tiempo esperándolo. Tú tuviste tu oportunidad y te marchaste.
–Tenía razones para hacerlo.
–Sé que no es asunto mío, pero vas a divorciarte de Pedro y te marcharás de aquí. Y entonces Pedro será libre.
Paula sabía que era cierto.
–Pero aún no lo es.
–Ya lo sé y Pedro también. Y yo no soy la razón por la que rompisteis.
No, pero sí había sido el catalizador y la gota que colmó el vaso, pensó Paula, intentando contener su furia. Sin embargo, en los ojos de color ámbar veía que estaba diciendo la verdad: Pedro no la había traicionado con ella. De ser así, Susy se lo habría dado a entender o se lo habría dicho directamente.
–Será mejor que me marche –murmuró, volviéndose hacia el cochecito. –Gracias por curarme la herida.
–Es mi trabajo –Susy se encogió de hombros. –Eres muy afortunada de tener a esa niña.
–Lo sé.
–Te hará la vida feliz.
El anhelo que había en la voz de Susy hizo que Paula se sintiera incómoda. Aquello no era un intercambio: tú te quedas con Maite y yo con Pedro, pero eso era lo que la joven parecía querer decir.
–Yo podría hacer feliz a Pedro. Cuando te marches.
Paula parpadeó. ¿Estaba pidiéndole permiso o aprobación? No, imposible. No estaba dispuesta a hacerlo.
Además, no estaba segura de que Susy pudiese hacer feliz a Pedro. Ya no estaba segura de nada, pero sabía que había hecho feliz a su marido una vez y estaba decidida a demostrárselo.
Durante el tiempo que estuviera en Red Ridge.