–No puedes decirlo en serio –murmuró Paula, nerviosa.
–Deja de preocuparte, no va a pasar nada –dijo Pedro, montado en un caballo enorme llamado Trueno.
¿Cómo había dejado que la convenciese?
Cuando alargó los brazos para tomar a Maite, Paula estuvo a punto de salir corriendo.
–Venga, dámela, no le va a pasar nada.
–¿Estás seguro?
No quería discutir con él delante de los niños, el tercer grupo en tres semanas. Todos ellos se enamoraban de Maite y estaban encantados al ver al bebé sobre el enorme caballo.
–Pues claro que estoy seguro. Vamos, dámela.
–¿No se caerá?
–¿Pretendes insultarme, cariño?
–No, claro que no.
–Llevo montando desde los tres años. Sé montar mejor que caminar, te lo aseguro. ¿A que sí, Julián? –Pedro miró al capataz, que estaba ayudando a una niña de ocho años a subir a un caballo.
–Desde luego que sí. Maite está a salvo con él –afirmó Julián.
–¿Lo ves? Voy a llevarla en la mochila y sabes que es muy resistente. Además, tú irás a mi lado.
Paula sabía que Pedro era un jinete experto, pero la niña era tan pequeña…
–Muy bien, de acuerdo –dijo por fin, entregándole a Maite en su mochila.
La niña sonrió de inmediato. Cada día estaban más encariñados el uno con el otro y Paula no había podido evitarlo. Pasaban mucho tiempo con Pedro y estaba claro que él disfrutaba estando con Maite.
Durante el día, ella preparaba la gala mientras Pedro se dedicaba a sus asuntos, pero se encontraban por las tardes en Penny's Song, donde Paula se encargaba de la tienda y él de los niños. Y por las noches terminaban en la cama, haciendo el amor.
Paula sabía que era una simple aventura, algo temporal. Sin embargo, aquellas tres semanas habían sido maravillosas.
Aún quedaban unos días hasta la celebración de la gala, pero dos días más tarde volvería a Nashville y tendría que retomar su vida.
–Será mejor que le pongas el gorrito –dijo Paula, mientras subía a su yegua para tomar la senda que rodeaba la propiedad.
Maite movía las piernecitas, emocionada, balbuceando cosas incoherentes. Estaba claro que era feliz.
–Le encanta –dijo él.
Demasiado, pensó Paula. Porque poco después la niña no tendría a Pedro hablándole en voz baja o leyéndole un cuento por la noche…
Maite estaba encariñándose con él y eso era lo último que Paula deseaba, pero sus miedos se vieron multiplicados al pensar que no era la única. Si miraba en su corazón, debía reconocer que a ella le pasaba lo mismo.
Pero en lugar de pensar en eso, respiró profundamente e intentó disfrutar del paisaje.
Me encanta que se estén disfrutando Pau y Pedro. Esa Susy no me gusta nada, es una arpía.
ResponderBorrarOjalá Pau se de cuenta lo equivocada que está!! Y esa Susy es una mosquita muerta !
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