lunes, 31 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 57

 


Paula dio un salto en su silla, recorrida por una mezcla de emociones; orgullo por la capacidad de Pedro de sobreponerse a sus prejuicios y gratitud por su apoyo frente a su hermano… además de amor, un completo amor por ese hombre que era realmente su compañero, su amigo, su marido.


Sus miradas se encontraron, comunicándose el millón de cosas que no se podían decir en voz alta, diciéndose lo único que nunca antes se habían dicho: «Te amo».


—Así que estoy en minoría ¿no? —dijo Eduardo mientras el color le volvía a su tono normal—. ¡No me lo puedo creer! ¡Mi propia sangre en contra mía junto a un hombre que fue el instrumento de la muerte de nuestro padre, un hombre que nos ha espiado, robado…


—Él no ha hecho nada de eso —dijo Paula.


—Paula, no me digas lo que ha hecho o dejado de hacer. Tú no estabas aquí para saberlo, para ver…


—Y no tenía por qué estar aquí para saber la verdad —dijo ella volviéndose hacia Pedro—. ¿Te acuerdas de lo que pasó entre Mateo y yo? ¿Cómo yo no le conté la verdad acerca de nuestro estado económico y los desastrosos resultados que tuvo?


Pedro asintió, sin ver qué tenía que ver una cosa con la otra.


—¿Te acuerdas de cómo me sentí cuando tu interviniste a mis espaldas, tratando de ayudarme? ¿Y de lo que hablamos luego? Decidimos que estaba mal actuar a espaldas de alguien a quien se ama, estaba mal pensar por él, incluso si era por su propio bien —ella respiró profundamente y los miró a cada uno por turno—, bueno, pues eso es lo que ha pasado aquí.


—Sé lo que estás haciendo pero ¿qué tiene que ver con lo que pasa entre Carmichael y nosotros? —le preguntó Pedro.


Paula sacó entonces un sobre. El mismo que le había dado Dario la noche de la fiesta. Su seguro. Ya que Pedro había aceptado el plan, ella sabía que la batalla estaba ganada, pero estaba segura de que Darío no se iba a enfadar si ella les enseñaba ahora la carta que contenía.


—¿Qué es eso, Paula? —le preguntó Pedro.


Ella le pasó el sobre y se lo quedó mirando mientras él leía la corta nota, escrita a mano. Su rostro pareció reflejar el aturdimiento que lo embargó, también aceptación y un poco de remordimientos.


—¿Por qué Darío no nos ha enseñado esto antes?


—Le había dado su palabra a vuestro padre. Era importante para él mantener esa promesa.


—¿Qué es eso? —preguntó Brian—. ¿Qué dice?


Pedro suspiró.


—Es una carta de papá.


Eduardo dio un salto en su silla.


—¿Qué? ¡No puede ser!


—Lo es, Edu. Reconozco su letra. Voy a leerla.


Dario:

Ya casi está todo. Lo has hecho muy bien con la oferta, exactamente como te dije. Tan pronto como se haya hecho ya todo el papeleo tendremos la pelota en movimiento para el plan B, fusionar las dos compañías. Los chicos no lo saben, por supuesto, pero es mejor así… menos problemas y todo eso. Pronto, chico, estaremos todos juntos. Estate seguro de que eso es lo que siempre he querido. Hablaremos la semana que viene.


—Está firmada —dijo Pedro pasándole la nota a Eduardo—. Lleva la fecha de dos días antes de que muriera.




EL TRATO: CAPÍTULO 56

 


Observó a su hermano mayor. Paula lo estaba haciendo muy bien. Tenía a Eduardo haciéndosele la boca agua ante la perspectiva que le estaba presentando. El hecho de verse como presidente de una compañía gigante de la industria era demasiado tentador, incluso para Eduardo con su fuerte sentimiento de que la compañía era sólo para la familia como para resistirlo. De todas formas, era sólo cuestión de tiempo el que se mencionara el nombre de Carmichael y entonces, lo sabía, Eduardo podía explotar.


—Así que ya ves, Eduardo. Ésta es una oportunidad entre un millón, una que no va a volver a presentarse, estoy segura. ¿Qué me decís?


Eduardo levantó la mirada de los papeles que tenía delante.


—Tendría que ser un idiota para decir que no estoy interesado, Paula. Incluso mi padre, que nunca quiso extraños en la compañía, podría ver seriamente esta oferta. Pero todavía no tengo muy clara la fusión. Los datos están todos aquí, pero ¿de qué compañía estamos hablando? No veo que se mencione su nombre por ninguna parte.


Paula sintió cómo el sudor le corría por el escote. La hora de la verdad había llegado. Miró a Brian y se dio cuenta del leve gesto de asentimiento que le hizo con la cabeza. Tomó el siguiente montón de folios y los fue pasando a todos.


—Esto responderá a todas tus preguntas, Eduardo.


Eduardo se puso a leer la primera página y todo el mundo contuvo la respiración cuando su redondo rostro se puso blanco, luego de un rojo brillante desde el cuello hasta el cabello. De repente el cuello de su camisa pareció quedarle más pequeño. Paula se quedó helada cuando él empezó a despotricar.


—¿Br… Bradford Ltd? ¡Dios! ¡Dario Carmichael! ¡No me puedo creer que hayas hecho esto! ¿Tienes idea de lo que este hombre nos ha podido hacer?


—Tráigale un vaso de agua a Edu, por favor —le dijo Pedro a la secretaria.


La mujer salió rápidamente de la habitación mientras Edu los apuntaba a todos con un dedo acusador.


—¿Todos vosotros lo sabíais? —dijo dándole un puñetazo a la mesa—. ¿No es así?


—Cálmate —le dijo Brian—. No dejes que tus emociones se sobrepongan a tu buen sentido. Mira los hechos. Hace dos minutos, estabas diciendo que era un buen trato y estabas a punto de morder el anzuelo. Pues bien, el trato no ha cambiado.


—¡Oh, sí, sí lo ha hecho! —rugió Eduardo—. Supongo que te has olvidado de lo que él ha hecho ahora que estás tan deseoso de hacer negocios con él. ¿No es así, Brian? ¡Estás con ella en esto! ¡Bueno, pues yo no! ¡No quiero hacer negocios con un ladrón y un truhán!


—Dario Carmichael no es nada de eso —dijo Paula.


—¡Tú no sabes nada de esto, jovencita! ¡Todo lo que has hecho ha sido causarme problemas a mí y a mi familia! ¿Cómo te atreves a defender a ese hombre?


—Tómatelo con calma, Eduardo —le dijo Pedro indicándole el vaso de agua que tenía delante—. Bebe un poco, antes de que te dé algo.


Eduardo le hizo caso y le dio un trago al agua, mirando a sus hermanos y a Paula por encima del borde del vaso.


—¿Y de qué lado estás tú, Pedro?


Todas las miradas se volvieron hacia Pedro. Él sintió más que ninguna la de Paula. Respiró profundamente y rezó porque lo que iba a hacer estuviera bien.


—Es un buen trato, Edu. Necesitamos el dinero. Y, tenías razón, hasta papá estaría de acuerdo en esto. Creo que deberíamos aceptarlo.



EL TRATO: CAPÍTULO 55

 


El lunes llegó demasiado pronto, por lo menos para Paula. Miró el reloj. Era casi la hora de empezar la reunión. Juntó todas las notas que había tomado y se las puso delante. Pedro se había ido a trabajar muy temprano por la mañana para una reunión especial con Eduardo, de modo que ella se fue a la oficina con Brian. Agradecía ese descanso, ya que con los nervios que tenía, no hubiera podido enfrentarse ni por un momento con Pedro. Había practicado con Brian la presentación de la propuesta y él le había ayudado extraordinariamente coordinando la reunión y revisando la propuesta. Todo estaba listo… tan listo como era posible.


Paula respiró profundamente y se puso de pie cuando Brian asomó la cabeza por la puerta.


—¿Todo listo? —le preguntó.


—Sí —le contestó ella—. ¿Pedro y Eduardo están de acuerdo?


—No hay problema. Les he dicho que tenemos que hacer una reunión imprevista para que tú presentes algo. Probablemente pensarán que es algo referente al personal de la oficina.


Paula hizo girar los ojos en sus órbitas.


—¡No voy a poder hacerlo!


—Deja de preocuparte. Lo harás bien. Estás bien preparada. Como te dije antes, el truco consiste en convencer a Eduardo «antes» de que menciones a Bradford. No se trata sólo de dinero; Edu va más por el prestigio. Si nos ganamos a Edu, no importará lo que haga Pedro. Ellos dos controlan la mayoría de las acciones, pero si no los podemos convencer, ya nos podemos ir buscando un refugio.


—Ya lo sé.


Ella tomó sus papeles y salió del despacho con Brian a su lado. Se detuvo en la puerta de la sala de juntas y le puso una mano en el brazo.


—Es un buen trato ¿no es así, Brian?


—Lo es. Me gustas, Paula, pero no estaría a tu lado si esto no fuera bueno para la compañía —le dijo él apretándole el brazo.


Paula abrió la puerta y entró en la habitación. Eduardo, Pedro y una secretaria ya estaban allí, sentados alrededor de una mesa rectangular. Brian se sentó delante de Paula y le hizo una señal de ánimo. Eduardo presidía la mesa con la secretaria preparada para tomar notas a su derecha. Pedro estaba sentado al otro extremo, con un cuaderno y un lápiz delante suyo; parecía abstraído dibujando figuritas. Levantó la mirada rápidamente y se encontró con la mirada de Paula. Ella le sonrió dudosamente, pero él le devolvió sólo una mueca.


Pedro se levantó de la mesa y se acercó a ella. Se inclinó y ella levantó el rostro. Por un momento, ella pensó que iba a besarla, antes de darse cuenta de lo fuera de lugar que estaría eso en el sitio donde se hallaban. En vez de eso, le susurró al oído:

—¿De qué se trata todo esto?


—Me… me han hecho una propuesta de negocios. Creí que era adecuado convocar una reunión.


—¿Quién te la ha hecho? —le preguntó él.


No tuvo tiempo de contestar porque Eduardo los llamó al orden. Pedro la miró confundido y se volvió a su asiento de mala gana. Eduardo hizo algunas puntualizaciones que consideraba necesarias y, poco después, le preguntó a Paula.


—Ahora ¿a qué demonios se debe todo esto, Paula? ¿Para qué ha tenido que ser convocada la reunión del consejo de administración?


—Quería hablaros a todos juntos acerca de una propuesta que me han presentado para la «Alfonso Corporation».


—¿Y no podríamos hablar de esto en casa, a la hora de cenar?


—No. Necesitaba algo más oficial y, dentro de un momento veréis la razón —les dijo, respirando profundamente y poniéndose de pie—. Caballeros, tengo una proposición de un tercero que desea hacer una inversión muy sustancial en «Alfonso Corporation».


Eduardo miró a Pedro.


—Esto puede tener algo que ver con esos rumores que oí en la fiesta el sábado pasado. Tal vez ahora podamos llegar al fondo de la cuestión.


Pedro sólo asintió como respuesta, mirando con curiosidad a Paula, mirada que ella procuró no ver mientras continuaba:

—Aquí tenéis copias de la propuesta escrita, que me gustaría fuerais leyendo mientras yo voy a los puntos más importantes —les dijo pasándoles unos folios.


—Somos una compañía familiar, Paula. Ya sabes eso. No tenemos interés en terceros inversores. De todas formas ¿quién es esa persona?—le preguntó Eduardo.


Paula le pasó unos folios e ignoró su pregunta.


—Como podéis ver los números que se expresan, estamos hablando de una gran cantidad de capital —dijo ella, dándose cuenta de la mirada de Brian y cambiando de táctica—. Aceptar esta oferta puede significar que, virtualmente, se doblen los activos de Alfonso, transformándola en una de las mayores compañías de la industria.


Eduardo estudió la primera página.


—Muy impresionante —dijo mientras leía su contenido—. Es una oferta muy interesante y lucrativa. De todas formas, siento curiosidad de saber por qué no se han puesto en contacto conmigo, Pedro o Brian. ¿Por qué han ido a ti, Paula?


—Era la más accesible.


Pedro sonrió, dejando caer la cara sobre el pecho, de forma que nadie lo pudiera ver. Desde el primer momento en que vio la propuesta, se había dado cuenta de quién estaba detrás. La mano de Darío Carmichael le resultaba tan familiar como la suya propia. Había sentido cómo la ira le borboteaba bajo la superficie y estaba a punto de explotar y decírselo, cuando se contuvo y se lo pensó mejor. Quería saber cómo intentaba ella seguir con eso.


Eso sí, tenía que concedérselo, la propuesta era profesional, detallada y muy ajustada a la situación real de la empresa. Se estremeció al pensar en cómo ella o Dario podían estar tan bien informados de sus finanzas.


Paula estaba jugando con su hermano hábilmente. No podía evitar que parte de él estuviera orgulloso de ella. Tenía que admitir que tenía agallas suficientes como para enfrentarse con todos ellos en esto. Su hermano era un duro e inteligente hombre de negocios, pero ella estaba haciendo con él lo que quería. Sus datos eran claros, concisos y puntuales.


También se dio cuenta de algo más, mientras escuchaba atentamente cómo ella le vendía el producto a Eduardo. Tenía razón. Era una oferta sólida y podía ser buena para la compañía. Se obligó a sí mismo a leer los folios que tenía delante. Eso tenía sentido. Podría resolver muchos de sus problemas tanto a corto como a largo plazo. Aún más, se parecía extraordinariamente al plan original de su padre. La entrada de dinero podría permitirles llevar a cabo programas que llevaban años siendo sólo teorías. Estarían locos de no aceptar aquello.


Si no estuviera mezclado Dario Carmichael…


Necesitaba pensar seriamente en eso. ¿Y qué pasaría si realmente Darío no hubiera tenido nada que ver con la muerte de su padre? ¿Era él el que estaba actuando mal al no perdonarlo? ¿Es que simplemente era un cabezota? Deseaba con toda su alma que nunca se hubiera producido esa confrontación.


Pero eso ya no tenía sentido. Pedro necesitaba aclararse la mente y, rápidamente, para ver si le daba a Darío el beneficio de la duda y apoyar en esto a Paula. No importaba lo buena que fuera su presentación, ya que sabía que, una vez que Eduardo supiera que el autor de la propuesta era Darío, se acabaría el juego. Ella lo necesitaba a su lado o se caería con todo el equipo





domingo, 30 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 54

 


Eduardo se marchó y Pedro se volvió hacia Paula, llevándola de nuevo a la pista de baile.


—Me pregunto a qué viene esto. Aunque sería como un don de Dios si fuera cierto.


Paula se encogió de hombros y dejó de bailar.


—¿Qué has dicho?


Él la miró fijamente.


—Entre tú y yo, querida —susurró—. Necesitamos ese dinero.


Paula sonrió ampliamente.


—¿Crees que es divertido? —le preguntó Pedro sorprendido por su reacción.


—¡No! ¡Por supuesto que no! —le contestó ella con demasiada solemnidad.


La música dejó de sonar y ellos salieron de la pista de baile. Paula estaba sorprendida por la reacción de Pedro ante el rumor. Su plan estaba funcionando. Eduardo correteaba de grupo en grupo, buscando información. Vio cómo le brillaban los ojos de interés y sabía que se lo había metido en el bolsillo. Tal vez tuviera realmente una oportunidad.


Dario Carmichael entró en el local. Paula sintió cómo Pedro se ponía tenso y lo miró. Luego siguió su mirada hasta el hombre que se les acercaba. Pedro se dio media vuelta y se alejó en la otra dirección.


Pedro, por favor… —le dijo Paula tratando de detenerlo—. Esto es algo infantil. ¿Es que no podemos ni siquiera ser civilizados con él?


—Adelante, Paula, sé lo civilizada que quieras. De todas formas, estoy seguro de que lo vas a ser —le dijo él marchándose.


Paula suspiró y dejó caer los hombros. Por algunos minutos, pensó que Pedro debería de haberse quedado con ella…


—Hola.


Paula se dio la vuelta y miró a Darío con aire de preocupación.


—Hola, Dario.


—No deje que eso la preocupe —le dijo él señalándole a Pedro.


—¡No sé cómo puede usted soportarlo!


Dario se rió.


—¡Oh! Estoy acostumbrado. Pero tengo fe en usted. Usted va a cambiar todo esto.


—No se fíe tanto de mí. ¡No tengo ni la más remota idea de lo que estoy haciendo!


—De momento, ya ha tomado una decisión.


Paula arqueó las cejas.


—Ya he oído el rumor —le dijo él sonriendo—. ¡Está muy bien! ¿A quién se lo ha comentado?


—A Sara Wooley.


—¡Ja! ¡Eso es mejor que decirlo por los altavoces! ¡Buena chica!


—Supongo que ya estoy demasiado metida en esto como para salirme ahora.


Dario la tomó de la mano.


—Convoque la reunión el lunes, antes de que cambie de opinión. Si necesita alguna ayuda, esté en contacto conmigo mañana. Y aquí tiene —le dijo, pasándole un sobre—. Léalo mañana, después de que piense cómo va a hacer la presentación de la oferta. Le recomiendo que no lo utilice a no ser que esté con la espada en la pared. Deje que el trato los convenza por sí solo. Si eso no funciona… —le dijo agitando el sobre—. Úselo.


Ella lo tomó y se lo metió en el bolso.


—¿Qué es?


—Mañana.


Ella asintió y se dio la vuelta, viendo cómo Pedro se les acercaba con cara de enfado. Se dirigió hacia él para evitar cualquier confrontación.


—Y, Paula…


Ella volvió a mirar a Dario.


—Gracias.


Paula le sonrió y le hizo una seña de ánimo levantando el pulgar. Para bien o para mal, estaba metida en el lío.




EL TRATO: CAPÍTULO 53

 


Se dirigieron a una zona con poca gente y se sentaron. Paula le contó los puntos principales de la propuesta de Darío, incluyendo la oferta de Bradford. Brian no apartaba los ojos de ella y Paula se dio cuenta de que no era un hombre que sólo se preocupara de divertirse y jugar. Como los otros hermanos Alfonso, era bastante inteligente.


—Así que ya ves —concluyó—. Eso resolvería muchos problemas de la compañía. Incluso doblará su tamaño y bienes de un golpe.


—Lo que dices tiene sentido, Paula, tengo que admitirlo. Podría incluso estar de acuerdo contigo en que necesitamos algo como esto, pero el nombre de Carmichael se vende muy mal entre nosotros.


—Entonces va a haber que vender la mercancía antes que el nombre.


—¿Quieres decir, no contarles a Eduardo y a Pedro quién está detrás de esto?


Paula asintió.


—Lo primero es lo primero. ¿Me ayudarás?


Brian hizo una mueca.


—¿Y a ti qué te va en esto?


—Tal vez un matrimonio.


Brian la tomó de la mano y se la apretó.


—En ese caso, tienes mi apoyo. En la vida hay más cosas que el rencor. Haré lo que pueda.


Paula lo abrazó.


—¡Eres un gran tipo!


Se pusieron de pie y ya estaban a punto de marcharse en direcciones diferentes, cuando Brian la tomó por el brazo.


—Y tú también Paula. Pedro ha tenido mucha suerte —le dijo dándole un beso en la mejilla.


Paula sonrió y se fue a buscar a Pedro. Le dio un toque en el hombro para hacerle saber que estaba de vuelta. Instintivamente, él le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia sí. Ella le apoyó la cabeza en el hombro y Pedro apartó su atención de la discusión el tiempo suficiente como para ver la expresión soñadora que había en su rostro. Lo que quería más que nada Pedro era derretir ese muro de hielo que había entre ellos.


—¿Bailamos? —le preguntó.


Ella asintió y se disculparon de los demás, dirigiéndose a continuación a la pista de baile. Bailaron en silencio, mirándose a los ojos mientras la orquesta tocaba una balada. Ese fuego abrasador que estaba siempre tan cerca de la superficie se desató entre ellos.


—Vámonos a casa —le dijo él.


—¡Pero si acabamos de llegar!


—Ya lo sé; pero no me importa. Vámonos.


Él la apretó aún más contra su cuerpo y los dos empezaron a moverse al unísono con el ritmo de la música.


—No nos podemos ir ahora —le dijo ella—, y tú lo sabes.


—Me estás haciendo perder la cabeza.


—Si dijiste que no te gustaba mi vestido.


—No es que no me guste, me encanta. Lo que pasa es que me pone nervioso el saber que esta cosita —le dijo jugueteando con la cremallera de la espalda del vestido—, es lo único que hay entre tú y la desnudez total.


Ella le dio en el hombro de broma, feliz porque volviera a estar de buen humor.


—Déjala. Es completamente segura y no va a bajarse.


—De momento —le contestó él sonriendo ampliamente.


Como siempre, esa transformación hizo que se le derritiera el corazón. Ella agitó la cabeza, como liberándose de sus preocupaciones y le devolvió la sonrisa. En respuesta, él la apretó con más fuerza.


Pedro —dijo Eduardo dándole un golpecito en el hombro—. Ven un momento, tengo que hablar contigo.


—Ahora no, Eduardo. ¿No ves que estoy bailando?


—Ya bailarás luego. Tengo que hablar contigo ya, te digo.


Eduardo lo agarró del brazo y los sacó de la pista de baile. Se dirigieron los tres a la mesa.


—Francisco Marshall acaba de acorralarme un poco. No tiene mucho sentido lo que me dijo, pero parece ser que anda circulando por ahí el rumor de que estamos metidos en una gran fusión de empresas. ¿Tienes alguna idea de lo que me ha hablado?


Pedro se quedó mirando un momento a su hermano.


—¿Fusión? ¿Qué fusión?


—Algo acerca de un nuevo socio, enormes montones de dinero. No lo sé.


—¿Dónde lo ha oído él?


—No me lo pudo decir. ¿Así que tú tampoco sabes nada? —le dijo Eduardo y, cuando Pedro asintió, continuó—. Creo que voy a hablar con Leonardo a ver si llego al fondo de esto.




EL TRATO: CAPÍTULO 52

 


Durante todo el camino hacia el lugar de la fiesta guardaron un enojoso silencio. De alguna manera, Pedro sabía que estaba siendo deliberadamente difícil, pero no lo podía evitar. El vestido, a pesar de que no le gustara nada verla vestida así en público, era una cortina de humo para lo que llevaba desarrollándose en su interior durante toda la semana. Todavía estaba resentido con ella por su hiriente comentario. Pero, más que eso, se sentía absolutamente impotente con ella. La amaba, pero estaba acostumbrado a tener lo que quisiera cuando lo quisiera. Con Paula las cosas nunca parecían ir tan suavemente. Lo desafiaba y, mientras la admiraba por eso, no podía dejar de fastidiarle la falta de control que tenía sobre ella. Su actitud hacia Carmichael era un buen ejemplo. No se lo había vuelto a mencionar, pero él sabía que la cuestión no estaba zanjada. Dario estaría allí esa noche. ¿La vería? Y si era así ¿se mostraría Paula receptiva?


Paula se mordía los labios pensativa. Tenía que encontrar a Brian tan pronto como llegara. Él, por lo menos, podría ser razonable. Se volvió hacia Pedro y observó detenidamente su perfil. «Te quiero», le dijo con el pensamiento. Suspiró y miró por la ventanilla.


La pista central del Club de Campo estaba llena de mujeres vestidas con la elegancia y opulencia de su clase. Los hombres, igual. Era realmente toda una gala. Paula sonrió abiertamente ante el ambiente festivo y se dio cuenta de que, hasta la adusta expresión de Pedro se suavizaba cuando la gente les daba la enhorabuena mientras se abrían camino por la pista de baile, hacia la mesa de los Alfonso.


Un enorme árbol de Navidad, adornado tradicionalmente dominaba la sala. La orquesta tocaba los villancicos típicos y algunas parejas mayores aprovechaban cuando tocaban canciones antiguas para salir a bailar. Paula fue presentada a varias personas que no conocía y se volvió a encontrar con otras que le habían sido presentadas el día de su boda.


—Paula —le dijo Pedro—. Me gustaría presentarte a Leonardo y a Sara Wooley. Leonardo es nuestro nuevo banquero.


—Hola —dijo Paula—. Encantada de conocerlos.


Los Wooley le devolvieron el saludo y, después de un pequeño rato de charla intrascendente, los hombres se pusieron a hablar de negocios. Paula asentía educadamente mientras Sara empezaba con un auténtico chorro de cotilleos acerca de todo el mundo, pero ella trató de buscar con la mirada a Brian o a Dario, o a cualquiera que la pudiera rescatar de ese torrente de palabras.


—Y, probablemente, no conozcas todavía a Lorena Marshall, su marido trabaja en seguros, ya sabes, pero ella me dijo que Laura Hutchins le había dicho que…


En medio de todo eso, una luz se le encendió en lo más profundo de su mente. «Cotilleos». ¿Por qué no lo había pensado antes? ¿No le había dicho Darío que era un arma poderosa? Bueno, también podía ser una herramienta poderosa.


—Señora Wooley —la interrumpió Paula—. ¿Su marido es uno de los banqueros con los que mi familia tiene negocios, no?


—Bueno, ah, sí. Como estaba diciendo…


—Entonces debe de ser uno de los que está llevando nuestra nueva adquisición —continuó Paula.


—¿Adquisición?


—Sí, la nueva compañía de la que se está haciendo cargo Alfonso. La que trae el nuevo socio. Usted debe de haber oído hablar de eso a su marido. La cantidad de dinero que va a proporcionar es tan grande que el banco debe de estar muy ocupado haciéndose cargo de todos los detalles.


—Bueno, por supuesto, estoy segura de que lo están. ¿Has dicho «socio»? No sé nada acerca de un nuevo socio. Yo creía que Alfonso siempre había sido un negocio enteramente familiar.


—Sí, así fue en el pasado, pero esta nueva propuesta es algo innovador y excitante. No han podido dejarla pasar. Era algo que no podían rehusar.


—¡No tenía ni idea! —le dijo la señora Wooley con los ojos como platos—. ¡Mira que Leonardo no decirme nada!


—¡Oh, querida! —le dijo Paula cubriéndose la boca con las manos, como si se arrepintiera de haber hablado—. ¡Espero no haber levantado la liebre! ¡Pedro me mataría! ¡Yo pensé que lo sabía ya todo el mundo! ¡Por favor, no le diga nada a nadie!


La señora Wooley le dio unos golpecitos en la mano y le sonrió.


—No te preocupes de nada, querida. Mis labios están sellados. No he oído nada de lo que me has dicho.


—Es usted muy amable —le contestó ella sonriendo a su vez.


—No pienses más en ello —le dijo la señora Wooley mirando por encima de su hombro—. Hablando del rey de Roma, ahí está Lorena Marshall. Si me perdonas…


—Por supuesto —dijo Paula tratando de aguantarse la risa. Bueno, si eso no echaba la bola a rodar, no sabía qué iba a poder hacerlo.


En ese momento vio a Brian, le hizo una seña y se le acercó, dejando a Pedro charlando con varios hombres.


—Hola, Paula —le dijo Brian cuando ella lo tomó del brazo—. ¡Vaya vestido!


—¡No empieces tú también!


—¿Que empiece con qué? Está muy bien. ¿Es que no le gusta a Pedro?


—Sí, le gusta, pero sólo en el dormitorio.


Brian se rió.


—Se está volviendo celoso.


Paula agitó la cabeza.


—Tengo que hablar contigo.


—¿Acerca de qué?


Ella dudó, sin saber exactamente cómo empezar.


—Alguien me ha hecho una propuesta muy lucrativa para la «Alfonso Corporation». Puede significar una enorme suma de dinero para la compañía, así como una nueva adquisición. ¿Te interesa?


—¿Es que te parezco idiota? ¿Quién te ha hecho la oferta?


Paula dejó de andar y le miró directamente a los ojos.


—Dario Carmichael.


—Paula… ¡Olvídalo! ¡Ya sabes lo que pensamos de Carmichael!


—Brian, por favor, mantén abierta la mente. Deja que te explique su oferta, lo que tiene que decir. Estoy segura de que estarás de acuerdo en que ya es hora de dejar atrás las rencillas. Se trata de los negocios. Y yo creo que se trata de algo que tu padre habría querido.


—Pareces saber mucho de nosotros en muy poco tiempo, Paula.


—Estoy aprendiendo. ¿Me vas a dar la oportunidad?


—Vamos a buscar una mesa.




sábado, 29 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 51

 


A Paula le temblaban las manos. No podía ponerse los pendientes por más que lo intentara tan lenta y delicadamente como podía. Inclinó la cabeza delante del espejo para verse mejor, pero todavía no podía ver lo que estaba haciendo. Estaban empezando a sudarle las manos y tenía los nervios ya casi deshechos.


Desde que comió con Dario Carmichael, había repasado mentalmente todo lo que él le había dicho y las dudas que la asaltaban. ¿Debería meterse en eso? No era asunto suyo, a pesar de que se sintiera inexplicablemente arrastrada a una tempestad. ¿Podría salir algo bueno de todo ello? Dario parecía creer que sí. A ella le gustaría poder estar tan segura.


De vez en cuando se sorprendía a sí misma pensando en cómo podría presentar la propuesta en una reunión. La oferta era tan directa y clara como le había dicho Dario. Era una buena y sólida oferta y tenía sentido. Incluso teniendo en cuenta su limitada experiencia en los negocios, lo podía ver. Lo que tenía que hacer era despertar un poco el interés de los Alfonso antes de llamarlos a una reunión. Se daba cuenta de que, intentar una aproximación con Pedro o con Eduardo estaba fuera de lugar. Eso dejaba a Brian como su única esperanza, racionalmente hablando. Él había estado fuera durante toda la semana. Tenía que acorralarle esa tarde en la fiesta para lograr su apoyo.


Ése era su plan. No era el mejor, pero hasta que le llegara la inspiración, era todo lo que tenía.


Observó el reflejo de Pedro en el espejo cuando se puso detrás suyo. Ya estaba casi vestido. Estaba claro que él no tenía problemas en hacerlo rápidamente. Iba de esmoquin y le sentaba tan bien como todo lo demás. Lo único que le faltaba era ponerse la chaqueta.


Paula dejó los pendientes y se puso a empolvarse la nariz. Estaba tan guapo vestido así; el esmoquin le quedaba perfecto con su estatura y su cabello oscuro. De repente le apeteció tanto tocarlo que casi no pudo contenerse.


También quisiera que, aunque fuera, le gritara ¡esa educada indiferencia la estaba matando! Lo amaba, pero decírselo ahora podría sonar poco sincero, hasta a sus propios oídos.


Él se dio la vuelta y sus miradas se encontraron en el espejo.


—¿Te falta mucho? —le preguntó Pedro.


Paula se dio la vuelta y la bata azul pálido que llevaba dejó ver una buena porción de pierna, pero no trató de taparse. Pedro la miró durante un momento y luego apartó la vista.


Paula suspiró.


—No. Sólo tengo que ponerme el vestido —y continuó, volviéndose de nuevo hacia el espejo—, ¡y ponerme estos malditos pendientes en las orejas!


Él se le acercó entonces tan silenciosamente que ella no se dio cuenta de que estaba detrás suyo hasta que su reflejo llenó el espejo.


—¿Puedo ayudarte?


Ella lo miró con los ojos llenos de deseo.


—Por favor…


Pedro puso la mano y ella le dio los pendientes. Él se los quedó mirando un momento y se arrodilló a su lado.


—Vuelve la cabeza.


Entonces se puso a colocárselos. Estaba tan cerca de ella que su respiración le rozaba el cabello. Si antes sentía un cierto calor, no era nada en comparación con el que se estaba produciendo entre ellos en ese momento. Sólo habían pasado unos pocos días desde la última vez que hicieron el amor, pero parecían años. Su cuerpo tenía hambre de él y se le aceleró el pulso. Los dedos que él tenía puestos en su oreja y cuello parecían quemar.


—Ya está —le dijo él.


Ella volvió la cabeza y sus miradas se encontraron. Ella se dio cuenta de que él quería besarla. Pedro se le acercó a la mejilla y ella abrió los labios como anticipándose. Pero en vez de un beso, él le volvió la cabeza en la otra dirección.


—¿Dónde está el otro? —le preguntó.


Un poco defraudada, Paula se lo dio.


Luego él terminó rápidamente y se levantó.


—Terminé. Te espero en la otra habitación.


—Gracias —le dijo ella mientras él se marchaba.


Paula se miró al espejo. ¡Estaba loca! Él no iba a caer a sus pies sólo porque ella lo quisiera así. Pero ya se había pasado el tiempo de las discusiones tontas, tanto con ella como con Dario Carmichael, pensó. Iba a convencerlo de que lo amaba.


Se dirigió al armario y sacó el vestido de cóctel que se había comprado cuando estuvo en la Quinta Avenida. Le sentaba perfectamente. Se examinó, ya vestida, en el espejo de cuerpo entero del armario. El cuerpo de terciopelo negro hacía destacar delicadamente su figura y, la falda de tafetán azul le llegaba casi a las pantorrillas, haciendo juego con unas sandalias de tacón que la hacían más alta. Llevaba un peinado que le había costado varias horas de trabajo a la peluquera, sujeto expertamente por una banda de terciopelo.


Paula se puso uno de los largos guantes en la mano izquierda y, luego, un fino brazalete de diamantes en la muñeca. Luego se puso el otro guante. Un vistazo final y estuvo lista. Tomó su chaqueta de piel y, echándosela al brazo, se dirigió a la otra habitación para reunirse con Pedro.


—Estoy lista —le dijo cuando entró.


Pedro se dio la vuelta y, por un momento, pareció como si se le fueran a salir los ojos de las órbitas.


—Tú no vas a ir a ninguna parte con ese vestido.


—¿Y qué le pasa a este vestido?


—Al vestido no le pasa nada… en esta habitación. Pero no vas a salir con él. ¿Qué demonios lo está sujetando? —le preguntó señalando la falta de cualquier tipo de tirantes.


—Yo.


—Eso era lo que me temía. Te esperaré mientras te cambias.


—No voy a cambiarme.


—Pues conmigo no vienes vestida así.


—Bueno, entonces iré sola.


Paula se dirigió hacia la puerta.


—Paula…


Ella se detuvo.


—Debes de tener algo más para vestir en tu armario.


Paula se puso una mano en la cadera con aire desafiante, los ojos le echaban chispas. Él se quedó maravillado por la forma en que ella podía cambiar tanto y tan rápidamente de dulce e inocente a tener todo el aspecto de un gato salvaje. Nunca antes le había parecido tan guapa como ahora. La sangre le corría rápidamente y, lo que más querría hacer en ese momento era bajarle el escote a ese vestido y ponerle las manos en los pechos desnudos. ¿Por qué sería que, cuánto más lo enfadaba, más la deseaba?


—Sí, tengo algunas cosas más en mi armario, pero no me las voy a poner. Voy a llevar este vestido. Es algo completamente respetable, está muy bien diseñado y me costó una pequeña fortuna. Todo el mundo lleva vestidos sin tirantes y no veo la razón por la que yo no pueda hacerlo.


—Tú eres mi esposa.


Paula respiró profundamente y luchó por evitar que se le escaparan las lágrimas que esas simples palabras le producían.


—¿Lo soy?


Esa era una pregunta que, por el momento, él no estaba preparado para responder. Se quedó mirándola durante lo que pareció una eternidad, pero ella no apartó la mirada. Pedro sabía lo que era una causa perdida nada más verla y la tomó del brazo.


—Vámonos.