Paula entró en las habitaciones que compartía con Pedro y se dio cuenta de que él no había pasado por allí. Supuso entonces que había pensado pasar la noche en las de Brian. Se apoyó contra la puerta y cerró fuertemente los ojos, luchando contra su frustración. Sabía que habría podido llevar mejor las cosas, pero ese pensamiento no la consoló.
Había que hacer algo. Todos los pensamientos que había tenido a lo largo del día acerca de cómo iban a pasar la noche se le pasaron por la cabeza. Cuando Pedro la besó en la oficina, la promesa de que habría más que eso cobró vida y se había acrecentado durante la cena. Él había dicho que los negocios no tenían nada que ver con sus sentimientos personales y ahora estaba olvidándose de sus deseos y dejando que le dominaran los negocios. Le quemaba las entrañas el ardor de las promesas incumplidas.
Lo deseaba. Y tenía que tenerlo.
Paula se apartó de la puerta y, decididamente, entró en el dormitorio. Abrió el armario y rebuscó entre la ropa hasta que encontró lo que buscaba. Sonrió y dejó el breve camisón sobre la cama, desnudándose a continuación. La sedosa tela le acarició el cuerpo cuando se la pasó por la cabeza. El color melocotón pálido hacía juego con el de su cabello y Paula se quitó las horquillas, dejándolo suelto. Se lo cepilló hasta que brilló a la luz de la lámpara. Luego se maquilló un poco y estuvo lista.
Se examinó en el espejo grande. El cabello la enmarcaba el rostro como si fuera una cascada. El camisón parecía prácticamente transparente, ya que la tela tenía casi el mismo tono que la piel.
Llevaba ya tiempo planeando algo así.
Antes de llegar a la puerta dudó, preguntándose si no debería ponerse una bata. De repente, se decidió a ir así mismo y abrió la puerta. La casa estaba desierta y ella suspiró aliviada. Recorrió el largo corredor con los pies descalzos, dirigiéndose a lo que esperaba que fuera la puerta de las habitaciones de Brian. Cuando llego, se quedó como muerta. El corazón le latía mucho más rápido de lo normal y pensó que nunca podría hacerlo. Tenía las manos empapadas de sudor y le ardía el rostro. Se secó las manos con el camisón, cerró los ojos y respiró profundamente antes de llamar a la puerta.
—¡Hola! ¡Hola! Mira a quién tenemos aquí.
Era Brian. Ella no estaba preparada en absoluto para tratar con él. Abrió mucho la boca y trató de ver lo que había en la habitación por detrás de él.
—¿Buscas a alguien, Paula? —le preguntó él bromeando—. Déjame ver. ¿A Eleonora? Entonces ¿a Eduardo? ¿No? Bueno, me pregunto a quién.
—Brian, por favor ¿está Pedro aquí?
Brian le guiñó un ojo malévolamente, pero pareció dudar.
—Ven. Está en la ducha. Lo llamaré.
Paula entró en la habitación; no le gustaba verse sorprendida de esa manera por Brian. ¿Por qué demonios estaría tan pronto en casa, precisamente esa noche? Estaba en medio de una discusión consigo misma cuando apareció Pedro, todavía chorreando agua por debajo del albornoz.
—Paula —le dijo mientras empezaba a secarse el cabello con una toalla—. ¿Qué pasa?
Parecía como si estuviera todavía enfadado y se estuviera conteniendo por estar presente su hermano.
—No, no pasa nada. Sólo que quería… bueno, ya sabes…
En ese momento, Pedro se dio cuenta de una vez de lo que Paula llevaba puesto. Ella se dio cuenta de que primero se puso blanco y luego, rápidamente, rojo. Luego miró a Brian, que estaba apoyado contra el sofá, evidentemente disfrutando de lo que estaba viendo. Pedro se volvió de nuevo hacia ella con los ojos echándole chispas.
—¿Qué Paula? ¿Qué quieres?
—Hablar. Quiero hablar contigo.
—Creo que ya has dicho suficientes cosas esta noche ¿no?
—Yo…
Ambos miraron entonces a Brian.
—No os preocupéis por mí —les dijo Brian inocentemente.
Pedro la agarró de un brazo y la llevó hasta la puerta, haciendo lo que pudo para ignorar la mirada de broma de Brian mientras se dirigía a su apartamento. Una vez dentro, cerró la puerta y se apoyó contra ella.
—¿De qué se trata, Paula?
Ella se apartó de él, poniéndose al otro lado del sofá.
—Ya te lo he dicho.
—¡Oh, sí! Querías hablar. Así que es por eso por lo que has desfilado semidesnuda por toda la casa y delante de mi hermano, sólo para hablar conmigo.
—¡Yo no he desfilado por ninguna parte! ¡Y tampoco semidesnuda!
—¿Ah, no? Entonces ¿cómo describirías ese… ese…?
—Pedro, por favor, no hagas esto, no estropees…
Él se le acercó, luego se detuvo, un poco menos amenazante que antes.
—¿Qué no estropee qué? —le preguntó suavemente.
Ella lo miró, poniendo todo su corazón en la mirada.
—Todo.
Pedro recorrió los pocos pasos que los separaban y la abrazó, besándola a continuación. Sus labios eran suaves, cálidos y su cuerpo tan seductor. La agarró del trasero, haciendo que se amoldara a él, mientras que su lengua y labios continuaban su asalto.
De repente se apartó, su cuerpo estaba listo y la mente era un torbellino. Ella le había dicho «temporalmente». ¿Es que le había querido decir que lo deseaba físicamente, sin ningún otro compromiso?
—Mujer —le dijo al oído—. ¿Qué es lo que quieres de mí?
Paula le pasó los dedos por la barbilla, por el cuello, luego le metió las manos un poco por debajo del albornoz y le acarició la espesa mata de vello de su pecho. Eso era lo que quería; pero no sólo eso; más, todo lo que él le pudiera dar.
Le acarició la oreja con la lengua mientras le susurraba la respuesta a su pregunta.
—El postre.
Pedro se quedó quieto. Cuando la miró por fin, su mirada era algo salvaje.