viernes, 28 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 44

 


El ambiente estaba lleno de un pesado silencio mientras llegaban a su casa. Ambos estaban perdidos en sus pensamientos. Todo había ido tan bien que ella no comprendía cómo se podía haber ido al traste en cuestión de minutos. ¿Qué pasaba con Darío que a Pedro le hacía ponerse así? Pedro decía que estaba tras las acciones, a pesar de que Darío no se lo había dicho nunca. ¿Es que esas acciones eran tan importantes para Pedro como para que les diera más importancia que a otras cosas en la vida? ¿Incluso que a ella? Se preguntó en qué consistiría la «proposición» de Darío.


—¿Qué pasa entre vosotros dos? —le preguntó a Pedro.


Pedro no contestó enseguida y ella se dio cuenta de que tenía la mandíbula apretada. Fuera lo que fuese era algo que le afectaba mucho. Cuando ya creía que no le iba a contestar, Pedro empezó a hablar.


—Lo de Darío y yo viene de lejos. Fuimos juntos a la universidad. Y, a pesar de que tengo que admitir que fui yo el primero en meter la pata, nos hemos intentado degollar el uno al otro durante años.


—¿Y qué fue lo que empezó todo?


Pedro le contó todo el episodio de la cafetería del club de campo.


—Desde ese día todo ha ido a peor, parece siempre que uno de nosotros está agazapado esperando al otro.


—Me parece bastante infantil.


—Estoy de acuerdo. Lo era… hasta hace cinco años.


—¿Cuando murió tu padre?


—Sí; papá llevaba meses trabajando para comprar una compañía llamada Bradford Ltd. Quería que nos expandiéramos y Bradford entraba de lleno en sus planes. Era la culminación de todo por lo que él había trabajado.


—¿Y qué tenía que ver Darío con eso?


—Todo. Nos fastidió el negocio. Se hizo con la compañía por tan poca cantidad de dinero de diferencia que nos convencimos de que tenía un espía en nuestra organización. Tenía que tenerlo. No podía haberse acercado tanto sin tener información interna. Mi padre no se recuperó nunca de eso y murió dos semanas después de perder la compra.


—Y tú le echas la culpa de eso a Darío.


—Sí. Todos nosotros. No nos fastidió tanto el hecho de que nos pisara la compra como la forma en que lo hizo. Nunca pudimos probar nada, así que lo tuvimos que dejar. Lo peor fue que mi padre fue el que le proporcionó ayuda en sus comienzos. Sin Roberto Alfonso, Dario estaría ahora trabajando en cualquier fábrica y probablemente acabaría borracho como una cuba, como su padre —le dijo Pedro mientras detenía el coche delante de la casa—. Ése fue el agradecimiento que recibió mi padre. ¿Comprendes ahora la razón por la que mi familia no puede, y no quiere hacer negocios con Dario Carmichael?


—Sí, comprendo cómo te sientes. Pero ya han pasado cinco años. ¿No crees que, por lo menos, deberíais darle una oportunidad de explicarse?


—¿De que explique qué? ¿Cómo lo hizo? No, gracias. No quiero oír ninguna de sus mentiras. Y tampoco debes hacerlo tú. Mantente apartada de él, Paula. No estoy dispuesto a negociar esto.


A Paula le fastidió su tono autoritario.


—Bueno, lo pensaré —le dijo mientras salía del coche.


Pedro cerró de un portazo el coche y se le acercó.


—No me discutas esto, Paula. Aquí no hay un camino intermedio. Se trata de él o yo.


—Y tú no me amenaces. Nada de esto tiene que ver conmigo.


—Eres mi esposa.


—Temporalmente.


Pedro se quedó helado por su respuesta. A Paula le hubiera gustado morderse los labios nada más pronunciar esas palabras, pero ya era demasiado tarde. Él le dio la espalda y subió las escaleras, abrió la puerta de la casa y desapareció en su interior





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