jueves, 27 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 42

 


El restaurante era pequeño, oscuro e íntimo. Una música suave surgía de los altavoces. Paula se sentía contenta, tanto por el vino como por la compañía.


—¿Cómo te ha ido el día? —le preguntó Pedro—. Tengo que disculparme por no haber podido ir a verte, pero los primeros días en la oficina después de un viaje suelen ser agotadores.


—Me ha ido bien, Brian me cuidó muy bien. Debo de admitir que nunca llegué a sospechar lo absorbentes que eran vuestros negocios. Nos hemos pasado horas solamente con el manual. Creo que nunca lograré aprendérmelo.


—Y no tienes que hacerlo. Lo que necesitas es saber lo que es necesario y llevarlo a los libros. El personal conoce muy bien su trabajo y ya se ocupan ellos de toda la parte técnica. A ti te necesitamos para supervisarlo todo, mantenerlo en orden y asegurarte de que todo el mundo está contento.


—Brian se ha pasado el día oyendo problemas personales. Me sorprende que la gente pueda confiar así en su empresario.


—Es un negocio familiar, Paula. Algunas de esas personas han estado con nosotros casi treinta años. Tratamos de hacerles sentirse una parte de la familia, tanto como es posible.


—Has tenido mucha suerte por haber crecido con todo eso.


—Ya lo sé. Es algo así como un sistema de apoyo.


Ella apoyó entonces los codos sobre la mesa.


—Háblame de ello.


Pedro la miró a la cara. Le encantaría abrirse, hablarle de su vida, sus esperanzas, sus sueños. Se preguntó si realmente querría oírlo.


—Nos criamos bajo unas reglas específicas. Mis padres nos enseñaron a depender unos de otros y nos quedó muy claro que los lazos familiares son los únicos que no se deben de romper nunca.


Paula vio cómo se le nublaba la mirada.


—Parece que lo crees en serio.


—Y lo hago. Es algo que me ha resultado evidente una y otra vez. La demás gente viene y va. Tu familia es la única constante en tu vida. Por lo menos en la mía.


—¿Y tu primera mujer?


Pedro se rió en voz alta.


—¿Marcia? No, «constante» no es la palabra más acertada para ella. A no ser que te refieras a quejarse constantemente. Nunca tuvo suficiente.


—Pareces amargado.


—¿Sí? No era mi intención. Ella me enseñó algo muy importante, lo suficientemente temprano como para que me hiciera un buen efecto. Casarme con ella fue un acto impulsivo. Y me salió el tiro por la culata. Tuve que pagar por ello, tanto económica como emocionalmente. Pero eso pasó hace ya más de doce años, Paula. Y casi nunca pienso en esa etapa de mi vida.


—¿Y desde entonces no ha habido nadie más? —le preguntó ella, sorprendiéndose por lo interesada que estaba en su respuesta.


—¿Quieres decir de una forma romántica?


—Sí, ya sabes. Novias.


Pedro agitó la cabeza.


—He tenido muchas amigas. Algunas más íntimas que las otras, pero, para contestar a tu pregunta, no, no he tenido más relaciones serias.


«Hasta que llegaste tú», le hubiera gustado añadir.


—Oh.


Él sonrió.


—¿Oh? ¿Sólo oh? ¿Sin comentarios?


—Supongo que encuentro curioso que un hombre como tú no haya tenido una mujer en su vida durante todos esos años.


—Yo no he dicho que no las haya habido. Lo que he dicho es que ninguna de esas relaciones fueron serias. Hay una diferencia, Paula.


—Ya veo. Tu relación con tu familia es lo suficientemente satisfactoria emocionalmente. No necesitas ninguna otra ¿no es así?


Ese comentario le sorprendió. Nunca lo había pensado de esa manera, pero quizás ella tenía razón. ¿Es que su familia le satisfacía todas las necesidades, salvo las sexuales? No estaba seguro de que le gustara esa imagen de sí mismo.


—Yo no he dicho eso. Nadie es tan autosuficiente. Ni siquiera yo.


—El tener una familia es una cosa y el compartir tu vida con una persona es otra completamente distinta —le dijo él acariciándole el rostro.


«Comparte la tuya conmigo», se dijo para sí mismo.


Ella leyó más en su mirada que en sus palabras. Quería creer lo que le estaban diciendo esos ojos, pero temía equivocarse, sufrir. Que la apartaran de nuevo después de todos esos años podría ser devastador para sus emociones.


La confianza era algo muy difícil de alcanzar, en cierto sentido, mucho más difícil que el amor.


—¿Crees que te gustará estar con nosotros? —le preguntó Pedro apartándose.


Paula suspiró.


—Me encanta el trabajo. Me resulta algo muy distinto y, definitivamente, es un reto, pero en realidad no lo sé, Pedro. Sólo llevo un día y, para decirte la verdad, me parece que me supera un poco. He hecho un pacto con la universidad de que volveré por lo menos el próximo semestre, y no puedo quedar mal con ellos…


—¿Y?


—Y ninguno de los dos sabemos cuánto tiempo me quedaré aquí.


Él la miró. Su instinto le decía que ella no estaba lista todavía para que ese matrimonio se transformara en algo real. Le resultaba más fácil pretender que no estaba pasando nada. No podía empujarla; no era su sentido. Había otras formas de hacerlo más sutilmente, hasta que se vieran, quizás, tan juntos que a ella ya ni se le ocurriría marcharse.


—No te apresures con tu decisión —le dijo él—. Date un poco de tiempo y mira a ver cómo te va.



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