Todo el mundo se mostró contento. Todo el mundo menos Eduardo. La miró con el ceño fruncido y una especie de temor la recorrió. ¿En qué estaría pensando ella? Tenía que recordar quién era y lo que estaba haciendo allí. Lo que todos querían de ella todavía eran sus acciones. Y en esos «todos» estaba incluido Pedro. Sería algo inteligente el tener eso muy claro. Porque, a pesar de lo mucho que se habían esforzado tanto Pedro como Brian y los demás en hacer que se sintiera bienvenida, era todavía esencialmente una extraña. Eduardo lo sabía y lo aceptaba. ¿Por qué no podía hacerlo ella?
Cuando surgiera el conflicto, y ella sabía que algún día se produciría, ¿de qué lado se pondría Pedro? ¿Del suyo? ¿O del de Eduardo?
Eso le hizo darse cuenta de lo sola que estaba en esa… esa situación. ¿Debería ir a la oficina al día siguiente y aprender todo lo que pudiera? El conocimiento era poder y tenía la sensación de que podría llegar a necesitar todo el poder que pudiera conseguir.
Paula se paseó por la habitación. Había dejado abajo a Pedro, hablando con Brian y sabía que en cualquier momento subiría. Era necesario que hablaran. Cuanto más se acordaba de la reacción que había tenido Eduardo, más convencida estaba de que, quizás, se estaban precipitando.
Eduardo había dejado muy claro que él no quería que se metiera en la oficina. No importaba la cantidad de veces que ella y Pedro hubieran hecho el amor, eso no cambiaba el hecho de que él también quería las acciones. La cuestión era: ¿Las quería más que a ella?
Pedro entró en la habitación sin llamar y se la encontró sentada en el sofá en actitud pensativa.
—Hola —le dijo.
Paula lo miró. Parecía casi como si él, no, no podía ser. Sólo se estaba imaginando lo que necesitaba tan desesperadamente ver, estaba leyendo emociones en su mirada que no existían realmente. Tenía que detener esa obsesión que tenía con él y volver a los negocios. Se puso de pie, si no para colocarse a su mismo nivel, sí por lo menos para disminuir la diferencia.
—Hola —le contestó sin mirarlo.
Pedro estaba confundido. Ella estaba realmente enfadada por algo. Prácticamente había subido corriendo las escaleras, ansioso por abrazarla, besarla, hacer el amor con ella. Era en lo único que había pensado y lo que había esperado todo el día. Le había parecido tan receptiva anteriormente… ¿Qué podría haberla hecho cambiar desde la cena?
—¿Va algo mal? —le preguntó.
—Dímelo tú.
—¿Ya estamos otra vez con los juegos de palabras, Paula? Creía que ya nos habíamos olvidado de ellos.
—No más juegos, Pedro, ni de palabras ni de ninguna otra clase. Dime. ¿Qué hay detrás de esa oferta para que trabaje en vuestra compañía?
—No hay nada. Brian te lo contó todo; necesitamos un nuevo administrador. ¿Y eso qué tiene que ver con tu actitud hacia mí? ¿Qué demonios ha pasado desde la cena? Por Dios, mírame cuando te hablo.
Paula lo miró enfadada y decidida.
—Mi actitud es la misma contigo que con el resto de tu familia. ¿No lo entiendes? Yo soy la extraña. ¡Soy una persona a la que todo el mundo ve como el signo del dólar! Mi actitud es resultado directo de la tuya, ni más ni menos. Eduardo me odia —le dijo ella levantando la mano cuando él trató de interrumpirla—. No me digas que no. Lo noto. Y, vamos a afrontarlo, lo único que todos vosotros queréis de mí son mis acciones.
Le dio la espalda, negándose a mirarlo a los ojos. Él la tocó levemente en un hombro y la hizo volverse de nuevo. Estaba tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo. Mantuvo la cabeza baja, pero fue incapaz de apartarse.
—Esas acciones no son lo único que yo quiero de ti, Paula, y lo sabes —le dijo él levantándole la barbilla con una mano—. Mírame, mírame a los ojos. Dime si crees que todo lo que quiero de ti son unas acciones. Dime lo que ves, Paula.
Ella lo miró a los ojos profundamente y lo que vio la dejó helada. No, él no podía sentir eso por ella, no tan pronto. La razón empezó a gritarle advertencias, pero su corazón se puso a latir al doble de su velocidad ante los pensamientos y sentimientos que esos ojos le hacían evocar.
—Dime… —le dijo él atrayéndola hasta que sus cuerpos se tocaron.
Todo en su interior se estremeció ante ese contacto. ¿Sería posible desear tanto físicamente a alguien? ¿El ser una adicta de él como si fuera una droga? Se estaba derritiendo de ansia y deseo. Y eso que él sólo la estaba mirando. ¿Qué sucedería si la besaba…?
—Sabes lo que siento —susurró él con la boca a solo unos centímetros de la de ella—. Tú también lo sientes. No luches con ello, Paula. No lo arrojes de ti… por favor.
Los labios de Pedro la rozaron. Ella abrió la boca y él aprovechó la oportunidad. Paula se colgó de sus hombros, hundiéndole las uñas en la chaqueta, agarrándole los músculos que había debajo, notando su poder, tan intoxicante como su sabor.
Él apartó la boca y continuó besándola por el cuello, las orejas.
Los escalofríos le llegaron en oleadas, hasta que apenas pudo seguir de pie. Lo deseaba tanto que casi le dolían las entrañas. Tenía que parar en ese momento, antes de que fuera demasiado tarde, antes de que dejaran de pensar del todo.