Pedro la llevó por un largo pasillo alfombrado.
–¿El personal de servicio siempre es tan alegre? –le preguntó.
–¿No le basta con que vayan a estar pendientes de todos sus caprichos? –respondió Pedro sin mirarla–. ¿Además tienen que hacerlo con alegría?
Giraron a la derecha al final del pasillo, donde él abrió la primera puerta de la izquierda. Gabriel le había dicho que ocuparía la habitación de invitados más grande, pero Paula no había imaginado que tuviera semejantes dimensiones. La suite presidencial del hotel en el que trabajaba parecía un agujero en comparación con aquella estancia. La habitación principal era un espacio amplio de techos altos y grandes ventanales, decorado en distintos tonos de amarillo y verde. Había una zona de estar con sillones colocados frente a una enorme chimenea. También había una zona de comedor y otra de trabajo, con un escritorio y unas estanterías abarrotadas de libros.
–Qué bonito –dijo–. El amarillo es mi color preferido.
–El dormitorio está por allí –Pedro le señalo la puerta que había al fondo.
Apenas abrió dicha puerta, Paula se quedó asombrada. La habitación era puro lujo, con una enorme cama con dosel, otra chimenea y una televisión gigantesca. Lo que no vio fue la cuna que le había prometido Gabriel.
Empezaban a dolerle los brazos de cargar con el peso de Mia, por lo que la dejó en el centro de la cama, rodeada de almohadones por todas partes, por si se daba la vuelta. La pequeña ni se inmutó con el cambio. De vuelta a la sala de estar, Paula vio un vestidor en el que habrían cabido cuatro armarios como el que ella tenía en casa; y el baño, con bañera y ducha, tenía todas las comodidades que una pudiera desear.
Encontró a Pedro de pie junto a la puerta, cruzado de brazos y mirando el reloj con impaciencia.
–Gabriel me dijo que habría una cuna para Mia, pero no la he visto. Se mueve mucho mientras duerme, así que no puede dormir en una cama, y menos en una tan alta como esa.
–La habitación infantil está al final del pasillo –se limitó a decirle como si fuera algo obvio.
–Entonces espero que haya un intercomunicador para que pueda oírla si se despierta por la noche.
–De eso se encarga la niñera –dijo, perplejo.
–¿Y dónde duerme la niñera? –preguntó de todos modos.
–En la habitación que está al lado de la infantil –seguía respondiendo en un tono que daba a entender que sus preguntas eran absurdas.
Seguramente en su mundo era perfectamente normal que los niños quedaran al cuidado del personal de servicio, pero ella no vivía en ese mundo. Ni mucho menos. Y él debía de saberlo.
Tendría que pensar si quería que la niñera se hiciese cargo de Mia por las noches. No quería poner dificultades, ni ofender a Karina, que seguramente fuera toda una profesional, pero Paula no corría el menor riesgo cuando se trataba de Mia. Si era necesario, le pediría a Pedro que trasladaran la cuna a su dormitorio y, si ponía algún impedimento, dormiría en la habitación infantil hasta que regresara Gabriel.
–Si no necesita nada más –le dijo Pedro, dándose ya media vuelta.
Pero Paula no iba a dejarlo libre todavía.
–¿Y si necesito algo? –le preguntó–. ¿Cómo hago para encontrar a alguien?
–En el escritorio encontrará un teléfono y un listado con las extensiones.
–¿Y cómo sé a quién llamar?
–Si quiere comer o beber algo, tiene que llamar a la cocina. Si necesita toallas o sábanas limpias, llame a la lavandería… ya sabe.
–Y si necesito hablar con usted. ¿Su teléfono también está en la lista?
–No, y si lo estuviera, tampoco estaría disponible.
–¿Nunca?
Vio cómo apretaba la mandíbula.
–Cuando mi padre no está, debo estar al servicio de mi país.
–Pedro –le dijo en un tono de voz que esperaba transmitiera sinceridad–, sé cómo se siente, pero…
–Usted no tiene la menor idea de lo que siento –la interrumpió en un tono tan duro que hizo que Paula diera un paso atrás–. Mi padre me pidió que la ayudara a instalarse y eso es lo que he hecho. Ahora, si no quiere nada más.
Entonces se oyó carraspear a alguien y ambos miraron a la puerta. Allí estaba la niñera.
–Las dejo para que puedan hablar –dijo Pedro antes de escapar a toda prisa.
Y se llevó consigo cualquier esperanza que Paula hubiera podido albergar de llevarse bien con él.
–Pasa –le dijo a Karina.
La muchacha entró con gesto nervioso.
–¿Quiere que me lleve a Mia para que pueda descansar?
Lo cierto era que estaba agotada y le costaría más descansar teniendo a Mia en la cama, pues no podría dejar de pensar en que la niña podía caerse de la cama mientras ella dormía. Y lo que menos necesitaba en esos momentos era que Pedro pensara que, además de ser una cazafortunas, también era mala madre.
–La verdad es que me vendría bien echarme una siesta –reconoció–. Pero me gustaría que me la trajeras si se despierta llorando. Se va a sentir muy desorientada cuando despierte en un lugar totalmente nuevo y vea a alguien que no conoce.
–Muy bien, señora.
–Llámame Paula, por favor.
Karina asintió, pero era evidente que le incomodaba la idea.
–Mia está dormida en la cama. ¿Qué te parece si la llevo yo y así veo dónde está la habitación?
La niñera volvió a asentir.
Tampoco ella parecía muy habladora.
Dejó a Mia en la cuna y la tapó con una manta. La niña estaba tan cansada que ni se movió.
Ya en su suite, miró el teléfono móvil para ver si tenía alguna llamada, pero no había ninguna. Llamó al móvil de Gabriel y le dejó un mensaje en el buzón de voz.
Dejó el teléfono en la mesilla de noche, se tumbó y cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos, estaba todo oscuro.