martes, 30 de marzo de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 19

 


Los dos varones se miraron unos segundos a la cara, y Samuel Harding extendió su brazo con una sonrisa y le dio un buen apretón de manos a Alfonso.


—Bienvenido al rancho —dijo el abuelo de Paula, sonriendo.


—La verdad es que es magnífico. Sinceramente, no me esperaba una propiedad con tantas prestaciones.


—Bueno, por lo menos llegamos a fin de mes… —comentó Samuel, sonriendo modestamente, pero con un brillo en los ojos que transmitía un gran orgullo.


—¡Paula! —llamó desde el porche de la casa una señora, no mucho más grande que la joven. Se puso a caminar a toda prisa, para reunirse con su nieta en un enorme abrazo—. ¡Qué alegría tenerte entre nosotros de nuevo!


—¡Oh, abuela, cuantas ganas tenía de veros!


—¿A nosotros, o al rancho? —preguntó el abuelo.


—A todos por igual —comentó la dinámica joven, sonriendo abiertamente.


Su abuelo le había puesto las cosas difíciles, sin embargo era su mentor en la vida. En efecto, era demasiado cerrado como para permitir que una mujer llevara las riendas de su propiedad con destreza.


Desde un punto de vista práctico, Paula conocía mejor que nadie el negocio y las personas que colaboraban en él. Tenía la intención de hacer llegar las nuevas tecnologías a la finca e informatizar la gestión del rancho. De ese modo, los clientes podrían informarse y hacer reservas con más facilidad. Ella quería dar a conocer las prestaciones del negocio. Si no, ¿para qué servía tener un rancho tan floreciente, si no lo hacías llegar al gran público?


—¿Quién es este señor? —preguntó la abuela, apuntando hacia Pedro.


—El señor Alfonso… el hombre del que te hablé por teléfono. Pedro, te presento a Eva Harding. Es la mejor cocinera de Montana, de hecho, no se le ha quemado un bizcocho en la vida.


—¿Cómo está, señora? —dijo Pedro con la mejor de sus sonrisas, lo que hizo que la abuela de Paula se derritiera en el acto.


—Muy bien, gracias. He oído hablar mucho de usted a mis dos nietas. Es un auténtico placer tenerlo entre nosotros. Subamos al porche y disfrutemos de una limonada, antes de mostrarle su aposento.


—El señor Alfonso viene a pasar las vacaciones —dijo Paula, apresuradamente, porque no le apetecía alojarlo dentro de la casa—. Tiene la intención de ser tratado como los otros turistas, ¿no es cierto, Pedro?


—Claro —respondió el hombre, con un atisbo de duda.


—Había pensado que Octavio, Claudio o Sebastián podían ser sus guías. ¿Qué os parece? —preguntó Paula.


—Bueno… —balbuceó el abuelo, calando el asunto que se traían entre manos los dos jóvenes.


—Querida, me prometiste que serías mi acompañante —protestó Pedro, rodeando con el brazo sus hombros—. Si eres mi monitora personal, me sentiré mucho más seguro.


Paula iba a contestar, cuando descubrió un guiño de complicidad entre el abuelo y Alfonso.


¡Estos hombres eran todos unos necios! La causa era sin duda, el estúpido cromosoma Y…


—Parece lo más razonable —corroboró Samuel—. Enséñale entonces cuál es la tienda que le corresponde, Paula. Ya hablaremos más tarde.




FARSANTES: CAPÍTULO 18

 

Pedro fue consciente de que Paula no le había hablado de los rasgos físicos con los que tendría que contar su futuro marido.


Claudio tenía tanta fuerza en los brazos, que el apretón de manos que se habían dado, estuvo a punto de poner en peligro la integridad física de Alfonso.


—Claudio, ya está bien… —dijo Paula, molesta por la actitud agresiva del joven vaquero.


—No te preocupes, pelirroja.


—Te recuerdo que no me gusta que te portes como el típico hermano mayor. Evidentemente, ya no tengo dieciséis años. Venga, ayúdame a llevar el equipaje.


Alfonso se quedó sorprendido de cómo trataba Claudio a su hermana: su comportamiento no era muy apropiado, sobre todo ese beso tan cariñoso que le había dado el primogénito de la familia. Además, tampoco era normal llevar preservativos en el sombrero a todas horas.


Los dos hombres se observaron mutuamente y Pedro aceleró el paso, para ser el primero en llevar el equipaje al viejo camión. No quería que el vaquero le tratase como a un memo, adelantándose y demostrando lo fuerte que era.


Colocó las maletas en la parte trasera del vehículo y se sentó entre un montón de heno. Por primera vez, pudo respirar relajadamente. Por lo que había visto hasta ese momento, había sitios mucho peores donde pasar las vacaciones.


Claudio arrancó y condujo el camión hacia el centro neurálgico del rancho, no muy lejos del aeropuerto privado. Allí, Alfonso pudo ver que el ganado estaba bien guardado entre vallas inmaculadamente blancas, y que los establos y el resto de los edificios se encontraban en óptimas condiciones. Todo aquello le causó muy buena impresión al agente de bolsa.


En la ladera de una colina, se encontraba una casa que dominaba la perspectiva de la finca. Se trataba de una agradable residencia, propia de un rancho donde prosperaba la abundancia. Lo que parecía empañar esa imagen de armonía era la zona donde estaban plantadas una serie de tiendas de campaña, que no eran especialmente bonitas, sino simplemente prácticas.


De pronto, Paula se puso a saludar a un hombre alto, que se encontraba en el centro del patio. Paula saltó del camión cuando todavía estaba en marcha y empezó a correr hacia él.


«Verdaderamente, esta mujer es imposible, no tiene la mínima noción de los que es el dominio de uno mismo», pensó Pedro, ligeramente molesto.


—¡Abuelo! —gritó Paula.


El gigante de pelo blanco dio media vuelta y la estrechó entre sus brazos.


—¿Qué tal estás? —dijo la nieta, tratando de sobrevivir al achuchón del ranchero.


—Muy bien… ¡Oh! Éste debe ser Pedro Alfonso, ¿no es cierto? —preguntó el hombre maduro, mirando con interés al acompañante de Paula.


—Sí. Pedro, te presento a Samuel Harding, mi abuelo.


—Encantado de conocerlo, señor.


Pedro había percibido la autoridad que inspiraba aquel ranchero tan alto y tan atractivo, a pesar de tener el pelo completamente blanco. En su rostro, llamaba la atención la forma de las mandíbulas, que mostraban tenacidad y que le recordaban a la voluntad de hierro que caracterizaba a su nieta.



lunes, 29 de marzo de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 17

 


La propia Paula colocó los topes en las ruedas de la avioneta, teniendo en cuenta que Claudio seguía durmiendo tranquilamente. La joven vaquera le mostró a su acompañante los edificios que formaban parte del aeropuerto privado. Estaba un poco nerviosa, pero Pedro lo comprendió.


Había sido un poco agobiante con el tema de la virginidad. La verdad es que para otros hombres habría sido un fastidio. Pero él lo encontraba curioso. Además, Paula estaba lo suficientemente segura de sí misma como para no tomárselo como un lastre.


De pronto, Claudio, que ya se había despertado, saludó a Paula desde dentro del camión remolcador. Cuando se bajó del vehículo le dio a la vaquera un gran abrazo de oso y un leve beso en los labios. Todo ello sin desplazar ni un milímetro su sombrero. Pedro observó la escena con detenimiento.


—¡Encantado de volver a verte! El jefe me dijo que te recogiera. ¿Quién es tu acompañante?


—Te presento a Pedro Alfonso —dijo Paula, mientras los dos hombres se daban la mano.


Ambos tenían la misma altura y aproximadamente la misma edad. Sin embargo, se veía que Claudio tenía la piel curtida por el contacto continuo con la naturaleza.


De inmediato, Pedro advirtió las marcas de los preservativos bajo la cinta del sombrero. Estaba claro que necesitaba tenerlos siempre a mano…


A Alfonso no le gustó pararse a pensar en el beso que le había dado Claudio a Paula. No es que estuviera celoso, pero no podía dejar de pensar que, probablemente, el vaquero cumpliría los requisitos para ser el marido ideal de Paula.


Pedro intentó recordar lo que ella realmente deseaba encontrar en un futuro cónyuge. No quería que su esposo muriese prematuramente, víctima de un ataque de hipertensión. Tampoco quería casarse con un hombre que sólo pensase en el dinero, porque compartir cama con una cuenta bancaria no le atraía demasiado. Alfonso se quedó pensando que, tener relaciones sexuales con alguien tan atractivo como Paula y tener una buena suma de dinero en el banco, podían ser dos cosas perfectamente compatibles. Y luego estaba el rancho…


La vaquera quería tener a su lado a un hombre que amase la naturaleza de Montana, para acompañarla hasta el final de sus días.


Con toda seguridad, Claudio era el tipo ideal. Era un vaquero en toda la regla, con el sombrero, las botas, etc…




FARSANTES: CAPÍTULO 16

 


Olvidando su mal humor, la vaquera le comentó que el conductor del camión remolcador siempre llevaba preservativos bajo la cinta del sombrero, y que por esa razón, tenía esas marcas tan curiosas en la banda de piel.


Pedro no sabía si Paula le estaba tomando el pelo, con esa historia tan típica del viejo Oeste americano.


—Sí, realmente se trata de una historia curiosa; espero que los vaqueros se quiten el sombrero para meterse en la cama…


Paula sonrió enigmáticamente.


—Te puedo asegurar que los vaqueros no se lo quitan, en ningún momento.


A Alfonso no le gustó esa sonrisa.


—Sí, por lo que dices, ese Claudio parece ser muy protector, pero no tiene aspecto muy ingenuo que digamos.


—Olvídate de él… Estamos en Montana, aquí puede pasar de todo, porque es la tierra de la individualidad.


—De acuerdo —dijo Pedro, abriendo su puerta de par en par—. Cambiemos de tema. ¿Por qué elegiste la docencia como carrera profesional? Ser profesora y vaquera a la vez no parece algo muy compatible.


—Es perfecto —comentó Paula, mientras bajaba de la avioneta—. En el rancho estamos completamente aislados de la vida civilizada, o sea que aquí puedo aprender un montón de cosas para cuando tenga que educar a mis propios niños. ¿Ves cómo no es tan incompatible?


En cierto modo, la vaquera tenía razón. Sin embargo, era obvio que ella apenas había tenido tiempo para entablar relaciones de pareja, por mucho que lo negara.


Alfonso suspiró plácidamente. Se le habían estropeado las vacaciones, pero el hecho de estar en el rancho, resultaba prometedor. Incluso, no estaba tan mal como había pensado en un principio.




FARSANTES: CAPÍTULO 15

 


Cuando las ruedas tocaron el suelo, Pedro pudo ver cómo era el aeropuerto privado. A primera vista, todo estaba cuidado y en orden y abundaban los carteles con el nombre del rancho. Un vaquero con el sombrero calado hasta las cejas fue a recibirlos.


Ante la vista del paisaje con los últimos rayos del atardecer, Pedro pudo observar que además de ser un chovinista, el abuelo poseía un buen olfato para vender su producto.


—Apenas has hablado —dijo Paula, desabrochándose el cinturón de seguridad.


Pedro se volvió para mirarla y le dijo:

—He estado conteniendo la respiración porque eres como un torbellino. En las últimas veinticuatro horas, no he podido disfrutar de un momento de calma.


—No estabas obligado a venir —comentó Paula, irritadamente.


Pedro intentó disimular que estaba encantado, habiéndose dejado llevar por el impulso del torbellino. Parecía como si nadie pudiese librarse de tanto entusiasmo, por una parte estaban sus alumnos, los clientes del rancho y el mundo en general. ¡Paula era verdaderamente irresistible!


Alfonso cayó en la cuenta de lo que estaba pasando. Irresistible no era un buen calificativo para una mujer. Aun menos para Paula. Ese concepto implicaba aprobación y compromiso. En el caso remoto de querer contraer matrimonio, nunca se casaría con una persona tan intensa. Por el momento, se limitaría a conocerla un poco más.


—Bueno, pues ya hemos llegado. Espero disfrutar de la estancia. Por cierto, ¿cómo se abre la puerta?


—Apretando esta palanca —dijo Paula, acercándose hacia la pieza en cuestión.


En ese momento, Pedro la tomó por las caderas, pillándola por sorpresa.


—¡Bonita vista! —la elogió Alfonso, fijándose en el generoso escote de la blusa que llevaba.


Paula se había desabrochado varios botones justo antes de llegar a Montana, para aclimatarse mejor a las altas temperaturas del rancho. El descarado agente de bolsa habría estado mucho más satisfecho, si se hubiera quitado la prenda por completo…


—¡Las manos quietas! —exclamó la vaquera, incorporándose de nuevo en su asiento.


—Deberías ser más amable con los turistas de pago…


—Escúchame bien, Pedro. ¡Puedo ser una anfitriona para ti… pero eso no quiere decir que esté disponible, para tus fantasías eróticas!


—Por supuesto que no. Eres muy suspicaz con el sexo. ¿Acaso eres virgen? —preguntó Alfonso, de modo impertinente.


Paula se puso colorada.


—¡Esto es realmente ridículo!


Pedro había querido tomarla el pelo, sin embargo, el tono de voz femenino le sugirió la siguiente pregunta.


—Por cierto, ¿cuántos años tienes?


—No creo que eso sea de tu incumbencia.


Paula parecía más una estudiante sexy y dinámica, que una consolidada profesional de la enseñanza. En realidad, debía ser mayor, y si además era virgen… Pedro se encontró de repente intranquilo, pero sobre todo hambriento.


—Está bien. Tengo veintinueve años y voy a cumplir los treinta la semana que viene —dijo Paula, con cierta tristeza.


—Yo tengo treinta y seis. Lo bueno de la treintena es que la gente ya no te trata como a un crío.


—Eso puedes decirlo tú, porque eres un hombre —le contestó Paula.


Pedro recordó lo que habían estado comentando en Washington…


—¿No crees que te estás agobiando, planteándote cuestiones propias de los cuarenta años?


—Quizá tengas razón, pero para ti el éxito no pasa por tener un montón de niños y lograr así el reconocimiento social.


Alfonso se quedó pensativo. Si él no podía comprender como los hombres se casaban y tenían descendencia, ¿cómo iba a hacerlo en el caso de una mujer?


—Realmente, no tengo ningún interés en tener hijos, o sea que no me planteo ese tipo de problemas.


Alfonso miró con simpatía a Paula, acariciándole un mechón de pelo color canela: ambos tenían grandes proyectos para el futuro.


—Tengo un plan… —comenzó a decir la joven vaquera.


—A ver si lo adivino. Quieres comprar el rancho familiar, rodearte de niños y previamente, encontrar a tu marido ideal. Pero, eres virgen.


—No sé por qué dices eso —dijo la vaquera, enfurruñada.


—Vas a necesitar a alguien que te ayude a dar todos esos pasos hacia el éxito personal —comentó Pedro, acariciándole la nuca suavemente.


—Gracias, pero no pienso contar contigo —respondió Paula, intentando deshacerse de la mano de Alfonso—. Si necesitas practicar el sexo, siempre hay un par de turistas solteras, deseosas de entablar una relación pasajera.


—No estoy desesperado. Y además, ¿cómo sabes que no estoy hablando de algo más profundo?


—Por la simple razón de que los hombres sólo piensan en el sexo.


Mientras Paula hablaba, estaba pendiente del pequeño remolcador que tenía que llevarlos hasta el hangar, para poder bajar de la avioneta. Pero el conductor se había quedado dormido al sol.


—De momento no podemos salir de aquí —dijo Pedro, sonriendo.


—Pues voy a gritar —dijo Paula indignada—. Claudio es muy protector conmigo…




domingo, 28 de marzo de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 14

 


—¿Pilotas avionetas con mucha frecuencia? Paula dirigió una mirada hacia Pedro Alfonso, que estaba sentado a su lado, en la pequeña Cessna. Se había pasado todo el vuelo mirando hacia adelante, con la mandíbula rígida y las manos sudorosas. ¡Habría sido imposible no tener miedo, sobre todo con aquella mujer al mando del pequeño avión!


De camino a Rapid City, Pedro le había dado todo tipo de razones para no seguir volando hasta el rancho.


—¿A qué te refieres? —preguntó Paula, ajustando un dial y ocupándose de las luces de la avioneta.


El aparato pertenecía al abuelo, pero ella era la única de la familia que tenía licencia para pilotarla. Por lo tanto, la nave estaba totalmente a su disposición.


—A volar… —murmuró Alfonso, mientras observaba la vista por la ventanilla.


Paula agitó los alerones de las alas, y Pedro la asesinó con la mirada. Pero no tuvo otro remedio que tratar de relajarse.


—De vez en cuando —dijo Paula, resultando poco convincente a propósito—. Se trata de un hobby caro y como estoy ahorrando…


—Sí, claro… para comprar el rancho. Una profesora no debe ganar mucho dinero y si además quieres ahorrar, tiene que ser difícil.


El comentario sorprendió a Paula. Pedro estaba interesándose por las circunstancias de su vida privada.


—Trabajo en el colegio en el turno de noche. No pago alquiler, porque vivo en un apartamento situado en la parte de arriba del garaje de mis padres. Y en verano, me voy al rancho con el resto de los vaqueros. Espero que mi abuelo acepte mi dinero y me venda la propiedad.


Alfonso volvió a sentirse inquieto.


—¿Por qué aprendiste a volar?


Paula frunció el ceño.


—Fue idea del abuelo. Pensó que si me dedicaba a pilotar la avioneta, olvidaría mi interés por el rancho. No tiene ni idea de como son las mujeres, pero sí entiende de negocios. Muchos turistas que pasan sus vacaciones en la propiedad no quieren ir a Montana en coche. Ir volando es una propuesta tentadora para muchos de ellos. Y no hay que olvidar que el pequeño aparato es muy útil cuando hay alguna emergencia.


De nuevo, Alfonso se agitó incómodamente. Paula sonrió, el Cessna no había sido concebido para un copiloto tan alto.


—¿Lo que me cuentas ocurrió antes o después de tu paso por la cocina?


—Después. El fin que perseguía el abuelo falló. Sin embargo, aprendí a volar porque estaba claro que podía serme muy útil en mi vida de ranchera.


La radio sonó como con un crujido y Paula intercambió varias palabras con el operador. A continuación, comprobó que se encontraban en las inmediaciones del rancho y se preparó para aterrizar.


—No tengas miedo. Incluso el abuelo se siente seguro cuando vuela conmigo.


—No lo dudo…


—¿Quieres que sobrevolemos la propiedad para que tengas una vista de conjunto, o prefieres aterrizar?


—No, gracias. Me gustaría bajar… digo tomar tierra.


—Muy bien —dijo Paula, concentrándose en la maniobra.




FARSANTES: CAPÍTULO 13

 


Alfonso estuvo mirando a Paula un buen rato, dándose cuenta de que su mente estaba confusa. Ella le inspiraba consternación, diversión y deseo… Y esos sentimientos podían tener un efecto tan devastador como la anarquía, en su propia persona. Gabriela Scott era un engorro, pero Paula Chaves podía ser tremendamente dañina para su equilibrio personal.


Ella tenía razón: Gabriela era pura tenacidad. Nadie le iba a obligar a casarse con ella, pero las cosas podían ir mal en la empresa por su culpa. Además, realmente necesitaba unas buenas vacaciones.


Había estado últimamente distraído, aburrido e incluso harto de sus clientes que, ávidos de ganancias, no seguían sus indicaciones. Marcharse lejos era una buena idea y ya era muy tarde para hacer cualquier reserva en una agencia de viajes.


—Entonces, ¿qué es lo que más te convence: el ramo de boda o los caballos…?


Pedro miró a Paula alegremente y finalmente, tomó la decisión.


—¡Me quedo con los caballos! Voy volando a hacer el equipaje.