viernes, 26 de marzo de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 6

 


Paula no sólo estaba herida en su amor propio… Lo peor de todo era que su camiseta había desaparecido por completo. Tuvo la tentación de aprovechar, la ocasión y acercarse para averiguar qué tal besaba. Probablemente no le importaría demasiado hacerlo, aun no siendo su tipo de mujer. ¡Los hombres tenían comportamientos tan predecibles!


Paula se golpeó suavemente la cabeza: el percance le había afectado seriamente al sentido común.


—¿Dónde está? —gritó Paula, por encima de uno de los hombros musculosos.


—La camiseta se ha quedado enganchada arriba, en lo que quedaba de tejado.


—¡Maldita sea! —exclamó Paula, estornudando en medio de la nube de polvo que se había organizado, tras el accidente.


—No te preocupes —replicó Pedro sonriendo y mostrando los blancos dientes—. Toma, ponte mi camisa.


Mientras se desnudaba y le ponía la prenda a Paula, ella comprendió que el tacto de sus dedos unos centímetros más arriba, habrían sido tremendamente significativos.


—¡Para, por favor! —exclamó la joven, dándole la espalda.


—¿Eso es gratitud?


—¡Desde luego, todos los hombres sois iguales! En cuanto podéis, os pierde el sexo…


—Ah… Está hablando la voz de la experiencia…


—¡No tiene gracia!


—No es muy corriente que una profesora trabaje de vaquera en un rancho. Sobre todo, con tan poca estatura como tú.


Evidentemente, Pedro estaba descalificándola, preguntándose, qué pintaba una mujer entre tantos vaqueros.


Paula lo miró con desprecio.


—Te pareces a mi abuelo. Cuando era pequeña, pasaba los veranos en su rancho. Un año, vio que ya me había hecho mayor y, rápidamente, me envió a trabajar en la cocina, en vez de dejarme seguir montando a caballo. Tuve que hacer verdaderos desastres culinarios para que me echaran de allí.


La camisa todavía conservaba el calor de su dueño. Paula se la ató con un nudo en la cintura.


Trato de alejar de su pensamiento el torso masculino desnudo. El vello que cubría su pecho le bajaba hasta la cintura… ¿Cómo estaría sin los téjanos?


De nuevo, la mente se le disparó.


Alfonso, dijo sonriendo:

—¿Odias a todos los hombres a los que les gustan las mujeres y que no tienen miedo de expresarlo?


Paula pestañeó y respiró, antes de contestar.


—No odio a los hombres. He conocido a unos cuantos canallas, pero aun así, todavía practico el sexo.


—¡Como yo!


La profesora lo fulminó con la mirada, tal y como solía hacerlo con los estudiantes desobedientes.




FARSANTES: CAPÍTULO 5

 


Del árbol se desprendieron trozos de corteza. Segundos después, Alfonso subió a la vieja casa instalada en el árbol, con una agilidad inesperada. Como Paula no se movía, él le preguntó:

—¿Qué pasa?


«¿Que qué me pasa? Pues de todo», respondió pensando la joven pelirroja.


La respiración de Paula se alteró al notar la presencia del hombre, cara a cara. No sólo era más guapo de cerca, sino mucho más simpático… Tenía cierto aire de cansancio y aburrimiento por la vida que llevaba, pero también grandes dosis de encanto, que le proporcionaban su sonrisa y su mirada.


Su hermana tenía razón, tenía que preocuparse por mejorar un poco su propio status…


—Eh… estoy bien, gracias —farfulló Paula.


—Súbete un poco más, para que te pueda sujetar mejor.


Obedeciendo abstraídamente, la joven giró para que Pedro la tomara por la espalda con sus fuertes y cálidas manos. El contacto con el cuerpo masculino, le produjo un gran impacto. Tuvo que cerrar los ojos, pero aun así, no pudo evitar notar su agradable aroma varonil.


Paula agitó la cabeza, pensando que sin duda debía de estar loca. Lorena había conocido a dos de sus antiguas novias: las dos eran sofisticadas, elegantes y con tanta personalidad como las mariposas evanescentes. Además, tenía una lista con las cualidades que tenían que reunir las mujeres de su gusto. La tenía pegada en el espejo del cuarto de baño.


Paula Chaves… Profesora de instituto en un pueblo grande… Estaba claro que no correspondía a su tipo ideal.


—Sí que estás atrapada… —comentó Pedro, sujetándola por la camiseta rota, para tirar más fácilmente de su cuerpo hacia abajo.


Paula trató de hacer como si no hubiese notado nada especial.


Sus pechos estaban rozando la ropa de algodón. Estaban relativamente cubiertos, excepto por los hemisferios inferiores. Los pequeños pezones estaban tan juntos que apenas podían separarse convenientemente. Además Alfonso parecía no ser consciente de lo próxima que estaba su desnudez. Eso le molestó tremendamente a la profesora. Puede ser que no fuera su tipo, pero tampoco estaba nada mal…


—Esta rama parece que no va a soportar más peso —murmuró Pedro—. Y si tiro de ti, acabaremos los dos en el suelo.


Paula miró disimuladamente la expresión tan concentrada de Alfonso, que sin darse cuenta le dio un pequeño golpe en una de sus caderas. Paula tuvo que morderse el labio inferior para acallar sus sensaciones.


—¿Tienes una navaja? —preguntó la joven, sintiéndose un poco agobiada.


Era la primera vez en su vida que sentía una atracción tan clara y tan cálida por un hombre. Paula se encontraba desorientada y torpe. ¡Por el amor de Dios, si era una mujer adulta que cumpliría pronto treinta años, aunque no le gustase recordarlo!


—No, no tengo ninguna navaja —contestó Pedro, frunciendo el ceño de pura concentración—. Quizá sería mejor que subieras un poco más, antes de que tire de ti. 


A continuación, Alfonso le dio otro golpe y Paula estuvo a punto de gritar.


Tenía que haber dejado que los niños llamaran a los bomberos. Habría sido mucho más práctico.


No entendía como su hermana se había pasado cuatro años de su vida limpiando la casa y cocinando para semejante pardillo.


—Así no puedo bajar… —dijo Paula

.

—Ya lo veo. Voy a darte un buen tirón, pero quiero que te agarres a esa rama fuertemente, por si te caes.


Paula se sujetó bien, intentando no pensar demasiado en la situación y, una vez más, Pedro le ayudó a conservar lo que le quedaba de camiseta.


El joven estaba preocupado por su póliza de seguro: no quería tener que dar parte a la compañía, en el caso de que hubiese un accidente grave. Eso encarecería mucho más las cuotas de pago…


Alfonso dio un tirón y, de pronto, se oyó un estruendo: la casa colgada del árbol se estaba desplomando. Pedro logró caer lejos de Paula, pero ella no pudo evitar aterrizar sobre su cuerpo, en ignominiosa postura.


—¡Aaah! —exclamó la chica, tratando de que penetrara de nuevo el aire en sus pulmones.


No estaba segura de que el suelo fuese más duro que el cuerpo de Alfonso. El joven estaba realmente en forma y no tenía ni un átomo de grasa.


—¿Estás bien? —le preguntó el joven a Paula, mientras ella tomaba con las manos los hombros masculinos.


—Más o menos…


—¿Te duele algo? —la interrogó Pedro.


—Mmh… Mi orgullo —dijo ella, intentando seguir respirando con regularidad.


—Me refiero a algún hueso roto o a alguna herida importante.


—¡Oh! No. Nada grave. En verano cuando voy al rancho de mi abuelo, trabajo de vaquera y las caídas son frecuentes. Hasta el jinete más experto suele caerse de vez en cuando.


—¿En esta misma posición? —preguntó Pedro, irónicamente.




FARSANTES: CAPÍTULO 4

 


En esos momentos, Paula detestaba a Pedro Alfonso. Odiaba tener que limpiar su casa impoluta, para hacerle un favor a su hermana. No le gustaba nada la forma que tenía de convertir una bella casa familiar, en un baldío símbolo de status. Y sobre todo, le odiaba a él.


«Ah, ¿sí?», le dijo la voz de la conciencia… Paula intentaba no hacer caso a su instinto femenino.


De acuerdo, tenía que admitir que Lorena no le había hecho ningún comentario acerca de lo altivo que era su jefe. Tampoco le había hablado de sus anchas espaldas ni de su voz prodigiosa. Para colmo, se parecía a una mezcla entre Clark Gable y Cary Grant…


Había muchos hombres que tenían cuerpos atractivos y voces interesantes. Eran hombres agradables, que no tenían nada que ver con Pedro. Para él, pasarlo bien significaba, exclusivamente, hacer dinero. Por lo que le había contado su hermana, Paula se había imaginado que se trataba de un aburrido y ambicioso fabricante de ganancias, con una expresión perpetua de hastío.


Había sido un error, puesto que para la joven pelirroja, Pedro era encantador… tan atractivo y divertido. En vez de tener un coche serio y formal, Alfonso conducía un pequeño Mercedes descapotable.


La gente de su ambiente, es decir los profesores y los vaqueros, no solían tener coches caros… Poseían automóviles económicos y prácticos, cuando no llevaban viejas camionetas destartaladas.


Lorena había querido convencerla de que se comprara un coche más elegante, pero ella no le daba valor a esas cosas.


—Paula, ¿qué te ocurre? ¿Estás bien?


«No, acabo de tener un ataque de furor uterino», pensó la joven, disgustada consigo misma. «Esto es vergonzosamente ridículo».


Pedro podía tener un aspecto en cierto modo neutro, pero, para una persona como ella, era puro veneno. Sin embargo, a Paula le gustaría tener a su lado, en un futuro, a un marido que disfrutara de la vida en el campo, con los animales y con los niños. Y no le interesaba tener como pareja a un hombre, cuya única aspiración en la vida fuese ganar mucho dinero, para retirarse a los cuarenta años, habiendo amasado una gran fortuna. Además, su hombre ideal no sería tan guapo. Sin duda, estaba siendo víctima de un espejismo.


—Ya bajo —dijo la joven—. Ten cuidado, Pedro… Allá voy.



jueves, 25 de marzo de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 3

 


La joven le explicó que, la parte más importante de su actividad como educadora estaba centrada en evitar los embarazos no deseados de las madres adolescentes.


—Oh, entiendo —farfulló Pedro.


Paula se peinaba el pelo distraídamente, con la ayuda de sus dedos.


—Doy clase a chicos y chicas jóvenes, que todavía son bastante ingenuos, pero los dos cursos superiores son terribles. Creo que los adolescentes son una especie aparte. ¿Tú qué opinas?


—Yo creo que deberías bajar de ese árbol, cuanto antes.


—¡Pero si llevo intentándolo desde hace una hora!


—Si tuvieras dos dedos de frente, les habrías dado un poco de dinero a los chicos, para que se compraran una cometa nueva. O simplemente, les habrías echado por las buenas.


—El dinero no lo es todo en la vida… Ellos mismos habían fabricado la cometa y estaban muy orgullosos de ella.


—En cualquier caso, ¿por qué no bajas del árbol?


—Estoy atrapada.


—¿Atrapada?


—Sí, no puedo salir de aquí. Me resbalé y mi camiseta se rasgó de arriba a abajo. Casi me caigo y me mato.


—Pues quítatela.


—Ni hablar.


A medida que los jirones de algodón se iban cayendo al suelo, Pedro pudo comprobar que Paula no llevaba sujetador.


—Más vale que no te muevas… Al fin y al cabo, hay muchos niños por aquí.


La joven hacía lo imposible para no caer desde esa altura al suelo. Se encontraba ridícula: ninguna mujer moderna e independiente se habría visto atrapada en esa situación.


—Márchate, por favor —le pidió Paula a Pedro.


—Estoy en mi casa y tú estás en mi árbol. Creo que necesitas ayuda.


—Estoy bien, no necesito tu ayuda —mintió la joven, luchando por mantener el equilibrio.


—¿Qué vas a hacer? ¿Quedarte allí hasta que anochezca, deseando que a los niños no se les ocurra volver con linternas? De todas maneras, podrían aprovechar la ocasión para disfrutar de una buena lección de anatomía…



FARSANTES: CAPÍTULO 2

 


Los chicos se alejaron de mala gana, excepto un muchacho rubio que se atrevió a sostenerle la mirada.


—Paula, gracias por haber recuperado nuestra cometa. ¿Seguro que no quieres que llamemos a los bomberos? Me encanta cuando aparece el camión, lleno de luces intermitentes…


—No gracias, no es necesario. Vete a jugar con los otros niños —dijo la joven, despidiéndose con la mano.


—Bueno, pero volveré más tarde para comprobar que estás bien —quiso asegurarse el niño, desconfiando de la eficacia del ogro para resolver el asunto.


—¿Qué pasa? —le preguntó Pedro a la joven—. ¿Por qué no puedes bajar?


—Mmh… —ella miró hacia abajo, dejando ver unos grandes ojos verdes y una melena de color canela—. Usted debe ser el señor Alfonso, si no me equivoco.


Él asintió.


—Hola, yo soy Paula Chaves, la hermana de Lorena.


Pedro no pudo evitar esbozar una sonrisa. Lorena era la joven que se ocupaba de la cena cuando tenía invitados en casa, y que hacía la limpieza tres días a la semana. No tenía nada que ver con aquella joven desaliñada, que estaba colgando del arce.


—Encantado de conocerla —dijo Pedro—. ¿Por qué está usted allí arriba, en vez de Lorena?


Paula, se irguió unos centímetros más, mientras el tejado de la pequeña casa crujía ligeramente.


—Lorena iba a casarse el mes siguiente, pero descubrió que su futuro marido tenía relaciones con otra mujer: no es una buena persona. Todos lo sabíamos excepto ella, que es un poco ingenua y siempre piensa bien de la gente.


Pedro pestañeó, diciendo:

—Ya entiendo…


—Yo le calé desde el primer momento —dijo Paula, con cierta complicidad—. Antes de haberse comprometido con ella, cuando estaban empezando a salir, ya se relacionaba con otras mujeres.


—¿Intentó probar suerte contigo?


—Sí, pero yo le pinché con un tenedor en la mano —Paula parecía muy satisfecha con su relato—. Creo que le di en una vena.


—¡Ah! —se estremeció Pedro, que no sabía si felicitarla o ir a buscar los papeles de su sociedad médica—. ¿Cómo se lo tomó Lorena?


—El muy canalla le dijo a mi hermana que todo había sido un malentendido, y que lo sentía mucho —contestó Paula, recogiéndose el pelo hacia atrás con la mano y arrugando la nariz—. Fingía tan bien, que resultaba repugnante.


—¿Y ella le creyó?


—Sí. Además, se lo llevó al hospital para que le pusieran la vacuna contra el Tétanos.


—Sabia decisión —comentó Alfonso, lacónicamente.


—El tenedor estaba limpio —protestó Paula—. Todavía no habíamos empezado a comer…


Pedro se frotó la frente porque le dolía la cabeza: había tenido una semana muy ajetreada y estaba deseando relajarse en casa. Pero, aquello, de momento, parecía tan inalcanzable como un sueño.


—¿Siempre le cuentas a los desconocidos tus asuntos personales? —preguntó Alfonso, asombrado.


—No somos desconocidos. Lo seríamos más si continuases siendo tan reservado.


—No soy tan solitario —protestó Pedro.


—Lo sé todo de ti. Lorena te invitó el día de Nochebuena a cenar a casa, pero tú rechazaste la propuesta, aun no teniendo planes familiares. Estaba preocupada pensando que estarías completamente solo, en una casa tan grande como la tuya. No tenía la intención de seducirte, sino de ser amable contigo.


—Yo nunca… Es absurdo —balbuceó Pedro, sin saber qué decir—. Jamás he pensado de ese modo.


—Es mejor así —le advirtió Paula—. Lorena no es tu tipo. Ella piensa tener un montón de hijos y un marido que se ocupe de la familia. No tiene ningún interés en un hombre que esté todo el día fuera de casa, ejerciendo de gurú financiero en Washington.


La conversación, cada vez era más ridícula. Pedro replicó:

—Hay mucha gente que no quiere tener hijos. Eso no quiere decir que sea la escoria de la sociedad, sino simplemente honesto. ¿Tú querrías estar rodeada constantemente de un puñado de mocosos, que te interrumpieran cada cinco segundos?


—Me encantan los niños —dijo Paula, arrugando la nariz—. Bueno, excepto a final de curso, soy profesora de instituto.





FARSANTES: CAPÍTULO 1

 


—¿Y ahora qué pasará? —murmuró Pedro Alfonso, aparcando el coche en la entrada de su casa.


Un grupo de niños estaba amontonado alrededor de uno de los arces del jardín, mirando insistentemente hacia arriba.


—¿Ocurre algo? —preguntó el propietario de la casa.


—La cometa se nos ha quedado enganchada en el árbol —dijo uno de los chiquillos—, Paula la ha desenredado, pero ahora no puede bajar.


—¿Quién es Paula? —interrogó Pedro.


—¡Pues, Paula…! —contestó el niño con impaciencia.


Pedro se acercó al grupo y miró hacia arriba, esperando encontrarse con una adolescente marimacho. Lo que vio en lo alto del arce fue algo muy diferente. Se trataba de una mujer en pantalón corto y una sugerente camiseta de algodón, que se había quedado atrapada en la cabaña, construida años atrás, en la copa del árbol. El hombre se fijó en sus largas piernas y en la armoniosa línea de su pecho mientras intentaba bajar del viejo arce. Estaba claro que no se trataba de un marimacho… Habitualmente, las mujeres que le gustaban eran rubias, con piernas largas y un aspecto impecable. Sin embargo, Paula era más bien atractiva. De ella emanaba una sexualidad saludable que le hacía recordar las cálidas sensaciones del fuego y el vino.


«Para de pensar en esa mujer», se autocensura Pedro, intentando pasar por alto su instinto masculino. «Ni es el momento ni el lugar apropiado para fijarse en ella».


Sobre todo, teniendo en cuenta que, en aquellos días, se había visto obligado a enfrentarse a la mujer que lo había estado acosando sin el mínimo respeto. Se trataba de la hija del jefe, y estaba empeñada en casarse con él. Al recordarlo, Pedro notó como un escalofrío le recorrió toda la espalda.


—Chicos, no os preocupéis. Ya me ocupo yo de esto —dijo Alfonso a los niños, mandándolos a casa.


Tenía fama de ogro porque no le gustaban mucho los crios. No debía haberse comprado una casa en esa zona tan familiar. Sin embargo, lo había hecho porque aquel ambiente representaba todo lo que no había disfrutado en su hogar.




FARSANTES: SINOPSIS

 


Parecía como si todas las mujeres del mundo desearan casarse con el guapo y adinerado Pedro Alfonso. Todas, excepto Paula Chaves, su novia fingida. Se trataba de un juego por parte de Pedro, y de una vía de escape a tanta presión amorosa, teniendo en cuenta que el matrimonio era lo último que le preocupaba. O, al menos, eso era lo que él decía.


Sin embargo, el hecho de compartir con Paula y los suyos unas agradables vacaciones en el rancho familiar de Montana le había colmado de satisfacción. En un descuido, olvidando su condición de soltero empedernido, la deliciosa ranchera pelirroja le arrebató el corazón...