Los chicos se alejaron de mala gana, excepto un muchacho rubio que se atrevió a sostenerle la mirada.
—Paula, gracias por haber recuperado nuestra cometa. ¿Seguro que no quieres que llamemos a los bomberos? Me encanta cuando aparece el camión, lleno de luces intermitentes…
—No gracias, no es necesario. Vete a jugar con los otros niños —dijo la joven, despidiéndose con la mano.
—Bueno, pero volveré más tarde para comprobar que estás bien —quiso asegurarse el niño, desconfiando de la eficacia del ogro para resolver el asunto.
—¿Qué pasa? —le preguntó Pedro a la joven—. ¿Por qué no puedes bajar?
—Mmh… —ella miró hacia abajo, dejando ver unos grandes ojos verdes y una melena de color canela—. Usted debe ser el señor Alfonso, si no me equivoco.
Él asintió.
—Hola, yo soy Paula Chaves, la hermana de Lorena.
Pedro no pudo evitar esbozar una sonrisa. Lorena era la joven que se ocupaba de la cena cuando tenía invitados en casa, y que hacía la limpieza tres días a la semana. No tenía nada que ver con aquella joven desaliñada, que estaba colgando del arce.
—Encantado de conocerla —dijo Pedro—. ¿Por qué está usted allí arriba, en vez de Lorena?
Paula, se irguió unos centímetros más, mientras el tejado de la pequeña casa crujía ligeramente.
—Lorena iba a casarse el mes siguiente, pero descubrió que su futuro marido tenía relaciones con otra mujer: no es una buena persona. Todos lo sabíamos excepto ella, que es un poco ingenua y siempre piensa bien de la gente.
Pedro pestañeó, diciendo:
—Ya entiendo…
—Yo le calé desde el primer momento —dijo Paula, con cierta complicidad—. Antes de haberse comprometido con ella, cuando estaban empezando a salir, ya se relacionaba con otras mujeres.
—¿Intentó probar suerte contigo?
—Sí, pero yo le pinché con un tenedor en la mano —Paula parecía muy satisfecha con su relato—. Creo que le di en una vena.
—¡Ah! —se estremeció Pedro, que no sabía si felicitarla o ir a buscar los papeles de su sociedad médica—. ¿Cómo se lo tomó Lorena?
—El muy canalla le dijo a mi hermana que todo había sido un malentendido, y que lo sentía mucho —contestó Paula, recogiéndose el pelo hacia atrás con la mano y arrugando la nariz—. Fingía tan bien, que resultaba repugnante.
—¿Y ella le creyó?
—Sí. Además, se lo llevó al hospital para que le pusieran la vacuna contra el Tétanos.
—Sabia decisión —comentó Alfonso, lacónicamente.
—El tenedor estaba limpio —protestó Paula—. Todavía no habíamos empezado a comer…
Pedro se frotó la frente porque le dolía la cabeza: había tenido una semana muy ajetreada y estaba deseando relajarse en casa. Pero, aquello, de momento, parecía tan inalcanzable como un sueño.
—¿Siempre le cuentas a los desconocidos tus asuntos personales? —preguntó Alfonso, asombrado.
—No somos desconocidos. Lo seríamos más si continuases siendo tan reservado.
—No soy tan solitario —protestó Pedro.
—Lo sé todo de ti. Lorena te invitó el día de Nochebuena a cenar a casa, pero tú rechazaste la propuesta, aun no teniendo planes familiares. Estaba preocupada pensando que estarías completamente solo, en una casa tan grande como la tuya. No tenía la intención de seducirte, sino de ser amable contigo.
—Yo nunca… Es absurdo —balbuceó Pedro, sin saber qué decir—. Jamás he pensado de ese modo.
—Es mejor así —le advirtió Paula—. Lorena no es tu tipo. Ella piensa tener un montón de hijos y un marido que se ocupe de la familia. No tiene ningún interés en un hombre que esté todo el día fuera de casa, ejerciendo de gurú financiero en Washington.
La conversación, cada vez era más ridícula. Pedro replicó:
—Hay mucha gente que no quiere tener hijos. Eso no quiere decir que sea la escoria de la sociedad, sino simplemente honesto. ¿Tú querrías estar rodeada constantemente de un puñado de mocosos, que te interrumpieran cada cinco segundos?
—Me encantan los niños —dijo Paula, arrugando la nariz—. Bueno, excepto a final de curso, soy profesora de instituto.
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