Horrorizada por lo que había revelado, lo miró fijamente. Él estaba tan inmóvil como una estatua y la observaba atentamente.
–¿Qué has dicho? –preguntó él.
Estaba enfadado con ella. No era de extrañar.
–¿Qué has dicho? –repitió.
Presa del pánico, Pau dio un paso atrás
–No he dicho nada –mintió.
–Claro que lo has dicho –afirmó él acercándose a ella–. Has dicho que me amabas.
Pau ya había tenido más que suficiente. Su autocontrol estaba a punto de estallar y estaba segura de que ya se le había roto el corazón. ¿Qué importaba ya el orgullo cuando había perdido tanto?
Levantó la cabeza y le dijo a Pedro:
–Está bien, sí. Te amo. Los hijos que quiero tener, los hijos que quiero que conozcan este país, son los tuyos, Pedro. No me culpes si no quieres sabes nada de esto, si no lo quieres oír. Tú me has obligado a que te lo dijera.
–¿Que no quiero oír? ¿Que no quiero oír las palabras que llevo queriendo escuchar desde que tú tenías dieciséis años?
–¿Cómo? No lo dices en serio...
–Jamás he estado tan seguro de nada en toda mi vida –le aseguró Pedro–. La verdad es que me enamoré de ti cuando tenías dieciséis años, pero, por supuesto, eras demasiado joven para el amor de un hombre. Habría sido poco honorable por mi parte haberte transmitido mis sentimientos en ese momento. Me dije que esperaría hasta que tú fueras mayor, hasta que fueras lo suficientemente madura como para cortejarte adecuadamente como mujer.
–Pedro...
–Es cierto. Por eso cometí ese error al juzgarte. Estaba celoso. Celoso de que otro hombre se hubiera quedado contigo. Hice una cosa terrible, Pau. No te merezco.
–Claro que me mereces –replicó ella–. Si hubiera sabido lo que sentías de verdad por mí, sospecho que habría hecho todo lo que hubiera estado en mi mano para persuadirte de que cambiaras de opinión.
–Era eso lo que me temía –admitió Pedro–. Habría estado mal para ambos, pero en especial para ti.
Cuando Pau comenzó a protestar, Pedro se lo impidió.
–Eras demasiado joven. Habría estado mal, pero al oír a ese muchacho presumir del modo en el que lo hacía me volví loco. Me dije que la chica a la que amaba no existía, que yo la había creado en mi imaginación. Me dije que debería alegrarme de que no fueras la muchacha inocente que yo había creído porque, si lo hubieras sido, mi autocontrol podría haberme traicionado y, por amor a ti, podría haber roto la confianza que tu madre tenía en mí.
–¿Dejaste de amarme?
–Traté de decirme a mí mismo que así era, pero la realidad fue que te deseaba cada vez más. Sólo mi orgullo me mantenía lejos de ti, en especial cuando tu madre murió. Tú turbabas mis sueños y hacías que fuera imposible poner a ninguna otra mujer en tu lugar. Me resigné a vivir sin amor y, entonces, tú volviste a entrar en mi vida. En ese momento, supe que todo lo que mi orgullo me había dicho sobre la imposibilidad de amarte era una mentira. Yo te amaba pasara lo que pasara. De eso me di cuenta la primera vez que nos acostamos, antes de que me diera cuenta de que te había juzgado mal. Quería decirte lo mucho que te amaba, pero sentí que estaría mal cargarte con mi amor. Quería que tuvieras libertad para tomar tus decisiones sin cargas del pasado.
–Tú eres mi elección, Pedro. Eres mi amor y siempre lo serás.
–¿Estás segura de que soy lo que deseas?
–Sí –respondió ella muy emocionada.
–Soy tu primer amante.
–El único que deseo –replicó ella con fiereza–. El único que siempre he querido y que siempre querré.
–Espero que lo digas en serio porque no soy lo suficientemente generoso como para darte una segunda oportunidad de alejarte de mí –dijo. Cuando vio el modo en el que ella lo estaba mirando, su voz se llenó de pasión–. No me mires así...
–¿Por qué no? –le preguntó ella con fingida inocencia.
–Porque si lo haces, yo tendré que hacer esto...
La besó apasionadamente, tanto que Pau sintió que el deseo que él estaba despertando en ella la derretía por completo por dentro.
–Los dos nos esforzamos tanto por no amarnos, pero, evidentemente, era una lucha que estábamos destinados a perder –susurró ella cuando él dejó de besarla.
–Se trata de una lucha en la que, habiendo perdido, sé que he ganado algo mucho más valioso. A ti, cariño mío –respondió Pedro antes de volver a besarla.
¡Qué alegría sentía al saber que podía responderle de todo corazón y con todo su amor, sabiendo que él ya le había dado el suyo! Pedro siguió besándola mientras la llevaba a la cama.
–Te amo –le dijo Pedro mientras la colocaba sobre el colchón–. Te amo y siempre te amaré. Aquí empieza nuestro amor, Paula. Nuestro amor y nuestro futuro juntos. ¿Es eso lo que quieres?
Paula lo abrazó y le susurró:
–Tú eres lo que quiero, Pedro. Siempre lo serás.
–Quiero casarme contigo –le dijo él–. Muy pronto. Tan pronto como podamos.
–Sí –afirmó Fliss–. En cuanto podamos, pero, en estos momentos, quiero que me hagas el amor, Vidal.
–¿Quieres decir así? –le preguntó él suavemente mientras comenzaba a desnudarla.
–Sí –suspiró ella, feliz–. Exactamente así.