martes, 16 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 50

 


El viernes, la boda salió fenomenal. Solo faltaba una hora para que terminase y Paula pudiese volver a casa, donde se derrumbaría, como había hecho durante toda la semana.


Sabía que había ofendido a Pedro, que le había herido en su orgullo, y que necesitaban hablar de lo que iban a hacer. Había vuelto al hotel el día después de la discusión, pero ya no estaba allí. Había intentado localizarlo varias veces en su teléfono móvil, pero no respondía. Y había pensado en ir al rancho a disculparse, pero le daba miedo que la rechazase. Lo echaba mucho de menos.


Se sentía sola y perdida y le dolía el corazón.


Se arrepentía de haber rechazado su propuesta por un motivo tan trivial como el dinero. Lo único que importaba era estar juntos. Ser una familia.


Sentirse segura. Y ser… feliz. Y cuando estaba con Pedro era feliz. Más feliz de lo que lo había sido en toda su vida.


Si hubiese podido retroceder en el tiempo, le habría dicho que se casaría con él sin dudarlo, pero ya daba igual. Tal y como Pedro le había dicho, no la quería. Solo quería casarse con ella por el bien del bebé.


Notó que se le llenaban los ojos de lágrimas y tuvo que hacer un esfuerzo por contenerlas.


–¿Señorita Chaves?


Paula se giró y vio a Emma Larson, que estaba embarazada, a sus espaldas. Tenía en la mano un platito con canapés, y Paula sintió náuseas al verlos.


Pero no podía vomitar delante de los invitados.


Tragó saliva y se obligó a sonreír.


–Hola, señora Larson. Me alegro de verla de nuevo.


–Solo quería decirle que la recepción ha sido maravillosa. Si la gala de mañana por la noche sale la mitad de bien, va a ser todo un éxito.


–Gracias.


–La próxima vez que organice una fiesta la llamaré la primera. Y tiene que darme el número de teléfono del catering. La cena ha sido fantástica –comentó Emma, comiéndose un canapé.


Paula no pudo seguir controlando las náuseas.


–Discúlpeme –dijo, corriendo hacia el cuarto de baño que, por suerte, estaba cerca.


Cuando terminó de vomitar, se limpió la boca, tiró de la cadena y se incorporó. Abrió la puerta del baño y se dio cuenta, horrorizada, de que no estaba sola. Además de varias invitadas a la boda, también estaban la novia, Margaret Tanner, Emma, que debía de haberla seguido, Gillian Preston, que era periodista, y Ana Rodríguez.


–¿Estás bien? –le preguntó la novia–. No me digas que ha sido la comida.


–Estoy bien, y no te preocupes por la comida.


–Se te pasará –comentó Emma–. Yo tuve náuseas hasta el tercer mes y luego se me pasó.


–Yo lo pasé fatal en mi primer embarazo –intervino Gillian.


–A no ser que tenga gripe –intervino Ana, mirando a Emma–. En ese caso, estará mejor en un par de días.


Paula supo que todas esperaban que les diese una explicación, y ella no vio por qué no iba a decir la verdad.


–No es gripe –admitió.


–Entonces, ¡enhorabuena! –exclamó Emma.


–¿De cuánto estás? –preguntó Gillian.


–De poco. Me enteré el lunes y, como la gala es mañana, todavía no he tenido tiempo de ir al médico.


Aunque había hecho cálculos y sabía que el bebé nacería alrededor del veintidós de enero. Qué coincidencia, el mismo día que Pedro y ella. Tenía que ser una señal, ¿no?


Pero ella no creía en esas cosas, o eso le había dicho a Pedro.


–Debéis de estar muy contentos –comentó Margaret.


–Bueno, la verdad es que no nos lo esperábamos y… es un poco complicado.


Emma le tocó el brazo.


–Bienvenida al club. Todas lo hemos pasado mal, pero ya nos ves, tan contentas.


–Guille y yo empezamos fingiendo que estábamos prometidos, sin saber que acabaríamos enamorándonos, y aquí estamos, casados y felices.


–Y yo estuve meses intentando acabar con el jefe de Max –dijo Gillian–. Y más o menos me hizo chantaje para que me casase con él. Pero supongo que, cuando quieres a alguien, es fácil olvidarse de las cosas malas.


Emma le apretó el brazo a Paula de manera cariñosa.


–Todo irá bien. Ya verás.


–Bueno, tengo que volver con mi marido, antes de que piense que me he desmayado –bromeó Margaret.


–Y yo voy a llamar a la canguro –dijo Gillian, sacando el teléfono móvil–. Elias está resfriado.


–Pues yo voy a buscar a mi marido antes de que alguna jovencita me lo robe –bromeó Ana–. También tuvimos unos inicios complicados y ahora no podemos ser más felices. No obstante, siempre es una aventura estar con una estrella del rock.


–Todo irá bien, estoy segura –mintió Paula.


Emma entrelazó el brazo con el suyo.


–¿Por qué no vamos a sentarnos y charlamos un rato?


Paula se miró el reloj.


–Tengo que prepararlo todo para que la novia lance el ramo.


–El ramo puede esperar.


Paula asintió y fue con Emma hacia un rincón donde había varias mesas vacías. Margaret y Guillermo estaban charlando con sus invitados y Gillian y Max, bailando. Todos parecían felices.


Paula casi no conocía a Emma y no solía abrir su corazón a cualquiera, pero al enterarse de que ella también se había quedado embarazada de un hombre al que casi no conocía tuvo la esperanza de que todo saliese bien.


Aunque no pudiesen estar juntos tenía que asegurarse de que Pedro sabía cuánto lo respetaba y que pensaba que iba a ser un buen padre.


No le iba a dar tiempo a hablar con él antes de la gala, pero lo haría después. La quisiese escuchar o no.




lunes, 15 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 49

 


Tenía que haberse dado cuenta. La verdad le dolió más de lo que había imaginado. Había empezado a confiar en ella, a sentir por ella, y había salido escaldado otra vez.


Si Paula hubiese accedido a casarse con él, ¿también se la habría encontrado un día en el establo con alguno de sus hombres?


–Tienes razón. Casarme con alguien como tú sería un error garrafal.


Pedro


–Olvídalo. No sé en qué estaba pensando. ¿Por qué iba a casarme con una mujer a la que ni siquiera quiero?


Ella puso gesto de dolor al oír aquello y Pedro se sintió fatal por haber repetido las palabras que le había dicho Alicia el día que se había marchado.


–Que sepas que no necesito tu ayuda económica. Puedo criar al niño sola si hace falta.


Aquello le sentó a Pedro como una patada en el estómago.


–¿De verdad piensas que voy a renunciar a mis derechos? ¿Crees que voy a continuar con mi vida y me voy a olvidar de que soy responsable de haber traído a un niño al mundo? Eres mucho más egoísta y narcisista de lo que había imaginado.


–No quería… –dijo ella, negando con la cabeza.


–Vamos a dejar algo claro, guapa. También es mi hijo y no voy a quedarme fuera de su vida solo porque tú pienses que no valgo lo suficiente. Te guste o no, tendrás que aguantarme durante los próximos dieciocho años y nueve meses.


–Por supuesto –le dijo ella con los ojos llenos de lágrimas–. No pretendía ofenderte.


–No ofende quien quiere, sino quien puede. Y a mí no me puedes hacer daño –dijo Pedro, sabiendo que no era verdad. Se sentía traicionado.


–Deberíamos seguir hablado en otro momento, cuando ambos hayamos tenido tiempo de pensar.


Pedro no tenía nada más que decir.


Cuando Paula pasó por su lado, con las mejillas llenas de lágrimas, tuvo que hacer un esfuerzo para no abrazarla.


No era mejor que Alicia y las demás. Y pensar que había estado a punto de contarle la verdad.


Menos mal que había mantenido la boca cerrada.


Recogió sus cosas, pagó la habitación y volvió al rancho, que era donde tenía que estar.




APARIENCIAS: CAPÍTULO 48

 


A Paula le pasaba algo.


No había sido la misma desde que habían vuelto del rancho.


Él estaba deseando que pasase la gala. No podía seguir ocultándole la verdad. Cinco días más y se lo contaría todo.


Y, lo quisiese admitir ella o no, estaban muy bien juntos. Después de haberla llevado al rancho, había decidido que quería tenerla en su vida de manera permanente.


Llamaron a la puerta de la habitación y miró el reloj. No eran ni las cuatro.


Demasiado pronto para que fuese Paula, que no solía salir de trabajar hasta las siete. Cerró el ordenador y lo metió debajo de la cama. Abrió la puerta y la vio allí, y supo que le pasaba algo.


Estaba completamente blanca.


–¿Qué ocurre? Le preguntó.


–¿Tan mala cara tengo?


Él le hizo un gesto para que entrase y Paula entró y fue directa a sentarse en la cama.


–Tenemos que hablar.


–De acuerdo –dijo él, tomando una silla–. Hablemos.


–No sé cómo decírtelo, así que voy a decírtelo sin más. Estoy embarazada.


Pedro se quedó sin palabras. Aquello era lo último que había imaginado.


Paula iba a tener un hijo suyo. Iba a ser padre.


–Estás enfadado –le dijo ella, al ver que no respondía.


–Estoy sorprendido, no enfadado –contestó Pedro.


¿Por qué iba a estar enfadado? No era culpa de nadie. De hecho, poco a poco lo cierto era que se sentía más bien… feliz. Emocionado, incluso.


Iba a tener un bebé con Paula. ¿Por qué no?


–¿Estás segura? –le preguntó.


–Me he hecho un test de embarazo. Tengo entendido que son bastante fiables. Tengo un retraso. Y no sé si te has dado cuenta, pero últimamente he estado un poco… sensible.


Sí, se había dado cuenta.


–Entonces, estás segura.


–Sí, estoy segura.


Él respiró hondo, expiró.


–Qué noticia.


–Bueno –dijo ella nerviosa–, ¿qué piensas que debemos hacer?


Buena pregunta, para la que Pedro enseguida tuvo la respuesta.


–Pienso que deberías casarte conmigo.


Al parecer, aquello era lo último que Paula había esperado, porque se quedó boquiabierta.


–¿Casarme contigo?


–Y venirte a vivir al rancho. Ambos sabemos cómo es un hogar roto, y no queremos eso para nuestro hijo.


–Pero…


–Sé que es pronto, pero pienso que el bebé tiene derecho a tener una familia. Al menos, debemos intentarlo.


–¿Y dónde trabajaré yo? No creo que en Wild Ridge necesiten una asesora de imagen ni una organizadora de eventos. ¿Cómo voy a ganarme la vida?


–No te hará falta. Yo me ocuparé de eso. Me ocuparé de ti y del bebé.


Pedro supo que tenía que contarle la verdad, fuesen cuales fuesen las consecuencias. No podía seguir mintiéndole.


–Paula, tengo que contarte algo…


–No puedo, Pedro. No puedo vivir allí. He trabajado mucho para montar mi empresa. No puedo dejarlo todo.


–Ya no se trata de lo que tú y yo queremos, sino de lo que sea mejor para el bebé. Además, yo puedo darte todo lo que necesites.


–¿Estabilidad económica? ¿Puedes darme eso?


–¿Estás sugiriendo que no gano suficiente dinero? –inquirió él en tono frío.


–Es más complicado que eso. ¿Dónde vamos a vivir? Y, si yo no trabajo, ¿cómo vamos a vivir bien?


–¿Qué quieres decir, que lo que gano ahora no es suficiente para ti?


–No quiero decir eso. Ya sabes cómo fue mi niñez. No puedo volver a pasar por ello, ni hacer que mi hijo lo sufra.


–¿También piensas que no voy a ser un buen padre?


–¡No! Yo no he dicho eso, pero he trabajado muy duro para ser autosuficiente. No puedes pedirme que renuncie a ello.


–Entonces, ¿si yo dejase el rancho para trabajar en un despacho y llevar a casa un buen sueldo, y te pidiese que te casases conmigo, me dirías que sí?


Pedro


–¿Me dirías que sí?


–Yo jamás te pediría que dejases el rancho. Es el lugar al que perteneces. Allí eres feliz.


–Pero no es lo suficientemente bueno para ti, ¿verdad?


Y él que había pensado que Paula era diferente. En realidad, no lo consideraba suficientemente bueno para ella. Solo había estado fingiendo.



APARIENCIAS: CAPÍTULO 47

 


Cerró los ojos, respiró hondo e intentó mantener la calma. ¿Cómo podía haberle pasado algo así? No formaba parte del plan. Siempre había imaginado que tendría hijos algún día, pero cuando encontrase al hombre adecuado. Y cuando su negocio estuviese establecido. No era un buen momento.


¿Y qué pensaría Pedro? Teniendo en cuenta su situación económica y laboral, no le iba a hacer gracia la idea de formar una familia. En especial, con una mujer que nunca había pretendido tener una relación seria con él.


Tal vez se sintiese aliviado cuando le dijese que no esperaba nada de él.


Ella se apretaría el cinturón un par de años y, con un poco de suerte, saldría adelante.


Pero lo primero era saber si realmente estaba embarazada. Todavía cabía la posibilidad de que fuese otra cosa.


Oyó la puerta y a Camila gritar:

–¡Ya estoy aquí!


Y se le aceleró el corazón.


–¿Estás preparada? –le preguntó Camila, asomándose por la puerta con una bolsa en la mano.


No lo estaba, pero no tenía elección.


Tomó la bolsa con mano temblorosa, fue al cuarto de baño y cerró la puerta con cerrojo.


Abrió la caja, sacó el aparato y leyó las instrucciones. Solo tardó un par de segundos en hacerse la prueba. Luego esperó.


Treinta segundos después tenía la respuesta.


Estaba embarazada.


Se quedó allí sentada un par de minutos más, esperando a ver si cambiaba el resultado.


Luego oyó que llamaban a la puerta.


–¿Estás bien, cielo?


No. No estaba bien. Abrió la puerta y le enseñó el resultado a Camila.


Esta suspiró.


–Vaya.


–Sí.


¿Qué le iba a decir a Pedro? Porque tenía que contárselo. Sintió pánico.


–¿Qué vas a hacer? –le preguntó Camila.


–Voy a tener un bebé –fue lo único que pudo responder ella.




domingo, 14 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 46

 


Desde que la había dejado en su casa el domingo, Paula no había parado de llorar. Y eso que ella nunca lloraba. Había roto con chicos con los que había estado meses saliendo y no se había sentido nunca tan mal. ¡Y eso que todavía no había roto con él!


Había estado preparándose durante todo el viaje, pero, al despedirse, no había tenido valor para decirle lo que le tenía que decir.


Y había pasado tres días intentando reunir el coraje necesario para hacerlo, evitando sus llamadas para no venirse abajo al oír su voz.


El miércoles por fin había decidido ir a su hotel para decirle que lo suyo se había terminado, pero cuando Pedro le había abierto la puerta y lo había visto tan contento, solo había podido besarlo y ponerse otra vez a llorar.


Pedro la había mirado confundido al ver sus lágrimas, pero no le había hecho preguntas. Sólo se las había secado a besos y le había hecho el amor con tanta dulzura, con tanta pasión, que Paula se había dado cuenta que no podía romper con él. Todavía no.


De eso habían pasado cinco días y habían pasado juntos casi todas las noches. Faltaban otros cinco días para la gala, para que aquello se terminase de verdad, pero cada vez que Paula lo pensaba, se le hacía un nudo en el estómago y le costaba respirar.


Se echó a llorar por enésima vez aquel día y Camila se acercó a consolarla.


–No sé qué me pasa –le dijo ella–. Me conoces. Sabes que yo no lloro nunca. Y mira cómo estoy.


–Tal vez sean las hormonas. O que vas a tener el periodo.


Eso era posible. Aunque no solían entrarle ganas de llorar.


–Quizás sea eso.


–¿Cuándo te toca?


–Pronto, creo.


Había estado tan ocupada que no se había parado a pensarlo. Abrió el calendario que tenía en el ordenador y contó los días, volvió a contarlos, segura de que lo había hecho mal. Y los contó una tercera vez.


–No puede ser.


–¿Qué pasa? –le preguntó Camila con el ceño fruncido.


–Que han pasado treinta y un días desde mi último periodo.


–¿Y eso es mucho para ti?


–Siempre lo tengo cada veintiocho días, soy como un reloj –le contestó, con el corazón en la garganta–. Camila, tengo un retraso.


Paula maldijo al preservativo que se había roto mientras Camila iba a la farmacia a por un test de embarazo.




APARIENCIAS: CAPÍTULO 45

 



Pedro le tomó de la mano y le enseñó los dos establo. Y ella se quedó impresionada con la limpieza y las instalaciones.


Luego fueron al granero y Paula se fijó en un edificio alargado que había en la parte de atrás.


–¿Es ahí donde duermen los hombres?


–Sí.


–¿Puedo verlo?


Él se encogió de hombros.


–Claro. No creo que haya nadie a estas horas.


Si Paula necesitaba una dosis de realidad, el barracón le hizo bajar de las nubes. El edificio estaba formado por una cocina con dos mesas largas, un salón con sofás, sillones y una vieja televisión, y el dormitorio. Al final de este había varias puertas, que debían de ser los baños.


Se parecía demasiado a la casa de acogida en la que había estado con su madre, y solo de verlo se puso nerviosa, le trajo malos recuerdos.


No se podía imaginar volviendo a vivir en un lugar así. Solo la idea le dio miedo.


–¿Y has dicho que el capataz tiene su propio alojamiento?


–Está detrás. Si quieres, puedo enseñártelo, aunque ahora lo está utilizando Claudio. Se parece a tu apartamento, pero todo en una habitación. Y con la mitad de tamaño.


Eso significaba que la vivienda era como su salón. Y era suficiente para un hombre solo, pero ¿y si el capataz decidía casarse?


A ella le daba igual porque, a pesar de lo que sentía por Pedro, después de ver aquella parte de su vida supo que su relación no iría más allá.


Pedro debió de darse cuenta de que estaba incómoda, porque le puso la mano en el hombro y le dio un cariñoso apretón.


–¿Estás bien?


Ella se obligó a sonreír.


–Sí. Solo un poco cansada.


–Bueno, pues vamos. Puedes dormir en el viaje si quieres.


–Sí.


Recogieron sus cosas, las metieron en la camioneta y se fueron antes de las diez. Paula cerró los ojos, pero no podía dormir. Tampoco podía hablar, así que se quedó inmóvil, para que Pedro pensase que estaba dormida y lo escuchó cantar con la radio. ¿Sabría que cantaba muy bien? Era un hombre perfecto en todos los aspectos. En todos, menos en el que más le importaba a ella.


Y lo irónico de la situación era que, aunque hubiese podido cambiarlo, no lo habría hecho. El problema era suyo, no de él. No se lo merecía, así que, aunque aquella semana hubiese sido maravillosa, tenía que terminar con aquello lo antes posible.



 

APARIENCIAS: CAPÍTULO 44

 


Cuando volvieron al rancho eran más de las doce. Paula estaba un poco mareada por la cerveza y agotada, así que se metió en la cama y esperó a que Pedro saliese del baño.


Cuando volvió a abrir los ojos ya era de día.


–Buenos días, bella durmiente.


Paula se sentó y se frotó los ojos. Pedro estaba al lado del armario, vistiéndose. Tenía el pelo mojado y había una toalla a los pies de la cama.


–¿Qué hora es?


–Poco más de las ocho y media. Anoche, cuando me metí en la cama, ya estabas frita.


–Pues haberme despertado.


Él se encogió de hombros antes de ponerse una camiseta.


–Creo que ambos necesitábamos descansar.


–Pero era mi última noche aquí.


Pedro se acercó y se sentó en el borde de la cama.


–No tiene por qué ser así.


–Sabes que tengo que volver a trabajar.


Él le acarició la mejilla y le metió un mechón de pelo detrás de la oreja.


–Podrías volver después de la gala.


Paula contuvo la respiración un instante.


–¿Te gustaría? Pensé que habíamos dicho que lo nuestro se terminaría después de la gala.


–¿Es eso lo que quieres?


No era lo que quería, pero sabía que no tenían futuro. Sus vidas eran demasiado diferentes.


–Será mejor que no hagamos planes a largo plazo –le dijo–. Ya veremos cómo van las cosas.


–Me parece bien –le dijo Pedro.


Y su respuesta la decepcionó.


Lo vio ponerse los calcetines y las botas. Entonces, levantó la cabeza y la miró.


–¿Estás bien?


Debía de notársele en la cara que estaba confundida.


Se obligó a sonreír.


–Supongo que todavía medio dormida.


–Bueno, pues levántate. Tenemos que ponernos en marcha –le dijo él, dándole un rápido beso–. He estado tan ocupado que no te he enseñado los establos. ¿Quieres verlos antes de que nos marchemos?


–Sí.


–Te esperaré fuera.


–No tardaré.


Paula se levantó, se aseó, se vistió e hizo la maleta. Le hubiese gustado quedarse unos días más, pero tenía que volver a su vida real. Bajó la maleta y la dejó al lado de la puerta, y luego fue a la cocina a despedirse de Elisa y darle las gracias por su hospitalidad, pero no la encontró.


De hecho, debía de ser porque era domingo, pero no había nadie por ninguna parte. Fue hacia los establos y encontró a Pedro en lo que debía de ser el despacho, sentado delante del ordenador, concentrado en la pantalla y escribiendo a una velocidad increíble para alguien que acababa de aprender a leer.


–Eres muy rápido –comentó.


Pedro se sobresaltó al oír su voz.


–Me has asustado. No te he oído entrar.


Le dio a un par de teclas más y cerró el ordenador.


–¿Cómo has aprendido a escribir así?


Él se levantó del sillón.


–Con un programa de ordenador de la biblioteca. Practico en mi tiempo libre.


Parecía nervioso, así que Paula prefirió dejar el tema.


–¿Has visto a Elisa? –le preguntó–. Quería despedirme de ella.


–Está en la iglesia. Como casi todos los hombres. Los obliga a ir. Dice que eso hace que sean buenas personas.


Paula se preguntó si también lo obligaría a ir a él. No se lo imaginaba.


–Supongo que por eso está todo tan tranquilo.


–Los domingos son así. ¿Damos ese paseo?


–Sí.