Aquel hombre tenía los ojos más azules que Paula Chaves había visto en toda su vida.
Por no hablar de sus fuertes bíceps, sus anchos hombros y ese aire de tipo duro que tenían los estadounidenses que hacía derretirse a cualquier mujer. Ella incluida. Y aunque normalmente no le gustasen los hombres sin afeitar, a aquel le quedaba muy bien la perilla. De hecho, había tenido la sensación de que la temperatura de su despacho había subido diez grados cuando su secretaria, Camila, lo había hecho entrar.
–Paula, este es Pedro Dilson –anunció Camila–. Viene de parte de Ana Rodríguez.
Paula cerró el ordenador portátil, se alisó la parte delantera de la chaqueta y echó un vistazo a su reflejo en el portalápices de cromo que tenía encima del escritorio para confirmar que no se le había deshecho el moño. Estaba orgullosa de su aspecto. Como asesora de imagen siempre tenía que estar perfecta.
Se levantó del sillón, esbozó una sonrisa profesional y cálida al mismo tiempo y alargó la mano.
–Encantada de conocerlo, señor Dilson.
Este le envolvió la mano con firmeza y cuando sus ojos azules se posaron en los de ella y sus sensuales labios le sonrieron, haciendo que le saliesen unos hoyuelos en las mejillas, Paula estuvo a punto de olvidarse de su propio nombre.
¿Cómo podían gustarle tanto los hoyuelos?
Dilson tenía además el pelo rubio y ondulado, un poco enmarañado y lo suficientemente largo como para llegarle al cuello de la camisa. Era el tipo de pelo en el que una mujer soñaba con enterrar los dedos. Vestía pantalones vaqueros desgastados, una camisa azul cobalto y botas de cowboy. Y era irresistible.
–El placer es mío, señora.
Cuando Ana, la directora de la fundación para la alfabetización La Esperanza de Hanna la había llamado para decirle que iba a mandarle a su mejor alumno para que lo asesorase, lo último que había esperado Paula era que le mandase a semejante hombre.
Detrás de él, Camila se mordió el labio y se abanicó discretamente el rostro, y Paula supo lo que estaba pensando: «¿Quién es este tipo y dónde puedo encontrar otro igual?».
–¿Quiere tomar algo, señor Dilson? –le preguntó la secretaria–. ¿Café, té, agua mineral?
Él se giró y le sonrió.
–No, gracias, señora.
También era educado. Qué bien.
Paula le hizo un gesto para que se sentase en el sillón que había delante de su escritorio.
–Por favor, siéntese.
Y él se sentó y cruzó las piernas. Parecía muy cómodo. Si le avergonzaba no tener estudios, no permitía que se le notase. Parecía muy seguro de sí mismo.
–Es el escritorio más ordenado que he visto en toda mi vida comentó, apoyando los codos en los brazos del sillón y entrelazando los dedos.
–Me gusta que todo esté ordenado –le respondió ella.
Con ese tema rayaba en la obsesión. Y estaba casi segura de que, si algún día iba al psicólogo, este le diría que eso se debía a la caótica adolescencia que había tenido. Pero eso formaba parte del pasado.
–Ya lo veo –comentó él.
Tenía una manera de mirarla que hizo que Paula se encogiese en su sillón.
–Tengo entendido que va a recibir un premio en la gala que organiza la fundación este mismo mes. Enhorabuena.
–Teniendo en cuenta que los niños de primaria ya saben lo que he aprendido yo, no creo que me lo merezca, pero han insistido.
Era guapo, educado y humilde. Tres cualidades estupendas. No había nada que Paula detestase más que un hombre arrogante. Y había conocido a muchos.
–¿Le ha explicado Ana qué hago yo para la fundación?
–No exactamente.
–Me encargo de la organización de eventos y soy asesora de imagen.
Él arqueó una ceja.
–¿Asesora de imagen?
–Ayudo a que las personas se sientan bien con su imagen.
–Bueno, pues no se ofenda, pero yo estoy muy contento como estoy.
Y tenía motivos, pero Paula sabía por experiencia que todo se podía mejorar.
–¿Ha sido alguna vez el centro de la atención pública, señor Dilson? ¿Ha dado algún discurso en un escenario?
–No, señora –respondió él, sacudiendo la cabeza.
–Entonces, mi trabajo será darle una idea de lo que ocurrirá cuando vayan a darle el premio y prepararlo para el ambiente formal de la gala, que, además, estoy organizando yo misma.
–En otras palabras, que va a ocuparse de que no haga el ridículo en la gala ni ponga en ridículo a la fundación.
Paula no pensaba que aquello fuese a ser un problema. Teniendo en cuenta lo guapo que era, tendría muy buena presencia sobre el escenario.
Ya entendía por qué Ana lo había elegido como alumno modelo.
–Voy a ocuparme de que se sienta cómodo.
–La verdad es que no se me dan bien las multitudes, prefiero el cara a cara. No sé si sabe lo que quiero decir –comentó él, guiñándole un ojo.
Si estaba intentando ponerla nerviosa, lo estaba consiguiendo.