domingo, 31 de enero de 2021

UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 45

 


Una vez más, Paula acercó la boca al oído de Pedro.


—Estoy poniendo en práctica lo que me enseñaste. La lección número uno consistía en vestir de forma más atrevida, enseñando más carne. Creo que esta noche lo he logrado, ¿no crees?


Casi involuntariamente, Pedro deslizó una mano hasta la parte baja del escote trasero del vestido e introdujo los dedos bajo la tela para acariciarle una nalga. Apartó la mano como si se hubiera quemado.


—¡Maldita sea, Paula! ¡No llevas ropa interior!


—Habría estropeado el diseño del vestido poniéndomela. Tú me enseñaste eso, ¿recuerdas?


Pedro soltó entre dientes una retahíla de maldiciones.


Si él estaba sufriendo, ella también, pensó Paula. Estar de nuevo entre sus brazos, oliendo su aroma, sintiendo sus manos en ella, estaba reavivando el recuerdo de la última noche que pasaron juntos en la isla. Un intenso calor se estaba acumulando entre sus piernas, pero no pensaba detenerse.


—La lección número dos era permitir que mi acompañante me ayudara a salir y a entrar en el coche, aunque esta noche no he podido practicarla. Y…


—Déjalo ya.


El vestido y la falta de braguitas impidieron a Paula separar las piernas y dejar que Pedro colocará una de las suyas en medio, como lo hizo la noche que bailaron en el club. Pero la romántica melodía y su letra, unida al sensual ritmo, la impulsaron a mover la pelvis contra la de él.


Pedro apoyó ambas manos sobre sus hombros, con intención de apartarla.


—No hagas eso.


—¿Por qué? —preguntó ella, sin dejar de hacerlo. Necesitaba el contacto. Necesitaba sentir la dura protuberancia del sexo de Pedro contra ella. Necesitaba que algo interrumpiera el deseo casi insoportable que estaba floreciendo en su interior—. Es lo que hicimos en el club.


—Eso fue diferente.


—¿En qué sentido?


—Maldita sea, Paula —Pedro aumentó la presión sobre sus hombros y la apartó de su lado— Basta.


Paula miró a su alrededor, pero nadie parecía estar prestándoles atención, aunque solo el cielo sabía cómo era posible que no se dieran cuenta de lo que estaba pasando. Ella apenas podía controlar su respiración. Y no sabía si iba a poder controlarse un segundo más si no conseguía algún alivio para lo que estaba sintiendo. Pero se obligó a recordar por qué estaba haciendo aquello.


—¿Qué sucede, Pedro? ¿Acaso eres incapaz de practicar lo que enseñas?


Él agitó la cabeza, como tratando de aclarar su mente. De pronto, tomó a Paula por una muñeca, haciendo que el chal se deslizara de su brazo, y tiró de ella hacia la salida. Una vez fuera del salón, entró en un pasillo lateral que se encontraba desierto, la arrinconó contra la pared y le sujetó ambas muñecas a los lados de la cabeza.


—¿Por qué estás practicando conmigo las lecciones que te di, cuando es a Darío al que quieres? —preguntó, con voz áspera y ronca.


Paula retorció las muñecas hasta liberarlas. Luego apoyó ambas manos contra el pecho de Pedro y le dio un empujón.


—En primer lugar, no quiero a Darío. Ya no. Y en segundo lugar, pretendía averiguar si lo que me enseñaste sirve para lograr que un hombre olvide a la mujer de la que está enamorado hace tiempo.


Pedro se quedó atónito al oírla.


—¿Pretendías…?


—¿Y bien, Pedro? ¿Es posible? ¿Puedo hacer que olvides a la mujer de la que estás enamorado utilizando tus lecciones?


Pedro frunció el ceño.


—¿De qué estás hablando?


—De la mujer de la que estás enamorado. De la mujer que te rompió el corazón. De la mujer que no te corresponde. De la mujer de la que me hablaste en el club de blues —dijo Paula, preguntándose por qué daba la impresión de que Pedro no entendía lo que le decía—. Me preguntaste si alguna vez había amado a un hombre del modo que Billie Holiday reflejaba en la letra de su canción, y yo te hice la misma pregunta.


Pedro asintió lentamente.


—Sí, lo recuerdo. Y también recuerdo que te dije que tal vez. Dije «tal vez», Paula. No dije que sí.


—Pero tenía sentido. Llevo dos años viendo cómo mantienes las distancias con todas las mujeres que se arrojan a tus pies. Cuando dijiste «tal vez», decidí que el motivo de ese distanciamiento era que ya estabas enamorado de una mujer que te había roto el corazón.


—¿Dedujiste todo eso de un simple «tal vez»? Y ahora, por algún motivo que se me escapa, has decidido comprobar si podías lograr que la olvidara, ¿no?


Paula asintió y observó a Pedro atentamente. Aún parecía atónito, aunque su enfado se estaba esfumando.


—¿Por qué, Paula? ¿Cómo un experimento? ¿Para comprobar si mis lecciones funcionaban realmente?


—No —contestó Paula, despacio, sabiendo que estaba a punto de saltar de un precipicio sin saber si había una red debajo. La antigua Paula ni siquiera se habría planteado dar aquel salto. Pero la nueva Paula, con el corazón henchido de amor, sí—. Porque estando en casa de Teresa comprendí que estaba perdidamente enamorada de ti.


Por unos segundos, dio la impresión de que Pedro había dejado de respirar. Finalmente, tomó aire y lo exhaló muy despacio.


—De acuerdo, voy a responder a tu pregunta. No puedes hacerme olvidar a la mujer de la he estado enamorado estos dos últimos años. Nadie puede —alzó una mano para tomar a Paula por la barbilla y le dedicó una sonrisa cargada de ternura—. Porque esa mujer eres tú, Paula. Estoy total y perdidamente enamorado de ti.


Paula lo miró, incrédula. Entonces, Pedro acercó su boca a la de ella y la besó con la misma ferocidad que en la isla, y mientras sus lenguas se fundían, deslizó las manos por su espalda desnuda hasta introducirlas bajo el vestido para abarcar con ellas su firme y redondeado trasero. Aferrada a Pedro, Paula se perdió en el tiempo, en el espacio… pero sobre todo en él.





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