Lo había estropeado todo.
Pedro acunó la cabeza de Paula sobre su hombro. Con gran ternura, apartó un húmedo mechón de pelo de su frente. Tenía los ojos cerrados y estaba quieta y lacia como una muñeca de trapo.
En cuanto a él, aún tenía que recuperar el ritmo normal de los latidos de su corazón.
¿Qué iba a hacer?
El plan consistía en apartar a Paula de las presiones de su vida cotidiana, de manera que, allí en la isla, con su apacible ritmo de vida, tuviera tiempo de centrarse en él. Esperaba que en aquel entorno se relajara y pudiera llegar a conocerlo como persona, y no como a alguien a quien ignorar o invitar a sus fiestas, según le resultara más conveniente. Y, sin duda, había conseguido que Paula llegara a conocerlo, pensó con tristeza. El problema era que los acontecimientos no se habían desarrollado en el orden previsto.
Su primer objetivo, de hecho, su único objetivo, consistía en conseguir que se enamorara de él.
No esperaba que sucediera durante aquellos pocos días, pero sí que al menos sirvieran para que le hiciera un hueco en su corazón, de manera que a partir de ahí pudieran desarrollar una relación profunda y duradera.
La quería. Lo sabía desde el día que comprendió por qué lo atrajo tanto desde el principio. Ella lo desconocía, pero sus cicatrices y las de él eran las mismas. Y sus necesidades también eran las mismas.
Paula nunca había tenido una familia, al menos en el auténtico sentido de la palabra, y aunque tal vez nunca había considerado aquello una pérdida, al menos de forma consciente, la noche pasada él había reconocido en ella las cicatrices. Y había visto algo más. Muy en el fondo, en una parte de su alma que Paula había hecho lo posible por sellar tiempo atrás, cuando perdió a su madre y su padre tuvo que ocuparse de criarla, deseó intensamente tener otra familia.
Por su parte, él tuvo una familia magnífica, pero la perdió. Y desde entonces quería tener otra nueva, originada a partir de él. Pero hasta esa noche, cuando, por un instante, había podido ver en el interior del alma de Paula, no había sabido con quién quería tener aquella familia.
Y debido a lo que acababa de suceder entre ellos, ambos podían estar condenados a no tenerla, al menos, no la clase de familia que los dos querían. Porque estaba convencido de que solo podían tenerla el uno con el otro. Pero, por una vez en su vida, no había sido paciente. Durante los días pasados, a pesar de sus mejores intenciones, había presionado y abrumado a Paula.
Ella se movió en ese momento y, adormecida, deslizó una mano por el pecho de Pedro. Él cerró los ojos y apretó los dientes. Podía tomarla de nuevo, en aquel mismo instante, pero hacerle el amor una segunda vez solo agravaría su error.
Pretendía que aquella hubiera sido una noche romántica, incluyendo el baile. Pero las cosas se habían desarrollado de tal modo que cuando Paula lo tomó de la mano y lo condujo hasta el dormitorio, su cerebro dejó de funcionar. Decir «no» habría sido imposible. Ni siquiera sabía de dónde había sacado la fuerza para preguntarle si estaba segura de que aquello era lo que quería. Pero cuando ella dijo que sí, habría hecho falta que llegara el fin del mundo para que no la tomara.
A pesar de todo, había sido demasiado áspero, demasiado rápido. Su primera vez debería haber sido diferente, pero, pensando en ello en retrospectiva, no sabía cómo habría podido lograr que lo fuera, porque estaba hambriento de Paula.