La cena había sido servida en la mesa redonda de la terraza. En el centro ardía una vela junto a un florero de hibiscos rojos. Una música suave y romántica flotaba en el aire, perfumado por las exóticas flores de la isla. La luna llena dejaba su rastro de plata sobre el oscuro mar.
Paula nunca había sido dada a las fantasías, pero sentía que aquella noche tenía un matiz casi mágico.
Pedro y ella habían terminado de cenar y Liana había recogido la mesa. Cuando les preguntó si querían algo más, Paula pidió una copa de champán y Pedro un coñac.
Tras servirles las bebidas, Liana les dio las buenas noches. Pedro había explicado a Paula que Liana y su familia vivían en una zona privada de la isla en la que tenían su propia playa.
Lo que significaba que ella y Pedro estaban completamente solos.
Paula se apoyó contra el respaldo de su asiento y dio otro sorbo a su copa de champán, consciente de que estaba experimentando otra nueva sensación: satisfacción. No duraría, por supuesto, pero pensaba disfrutarla mientras pudiera.
—Si tú y Darío lograrais embotellar de alguna manera noches como estas y venderlas, haríais una fortuna. O tal vez debería decir «otra» fortuna.
El hoyuelo de Pedro apareció cuando sonrió.
—Sé a qué te refieres. Estas noches son uno de los motivos por los que he llegado a encariñarme tanto con estas islas.
—Lo comprendo perfectamente. Me encantan los amaneceres, pero con noches como esta, casi podría cambiar de opinión.
—Ah, pero aún no has visto nuestros amaneceres.
Paula asintió.
—Tengo planeado levantarme a primera hora de la mañana para verlo. Y estoy deseando que vayamos a bucear.
—Me alegra saberlo. El lugar que he elegido es una maravilla. El arrecife se sumerge hasta diez metros en esa zona, y podrás admirarlo todo.
—¿Cómo vamos a llegar hasta allí?
—En barca.
—Estoy deseando que llegue mañana.
Pedro sonrió irónicamente.
—¿A pesar de que aún no has llegado a dominar el arte de vaciar el tubo de buceo?
Paula movió la cabeza.
—Aún no comprendo cómo esperas que haga eso. Cuando el tubo se llena de agua, ¿Qué sentido tiene soplar tres veces en rápida sucesión?
—Así es como lo vacías de agua.
—No si el agua entra a la vez que expeles el aire y tienes los pulmones vacíos.
Pedro rió.
—Por eso quería que practicaras hoy en la piscina. Al menos ahora sabrás qué esperar cuando estemos en el mar.
Paula sonrió.
—Es una pena que no tengas un barco con el fondo transparente.
Pedro ladeó la cabeza y la miró con expresión divertida.
—Oh, vamos. No vas a dejar que un poco de agua en el tubo te asuste, ¿verdad?
—Claro que no.
—Esa es mi chica. Todo lo que necesitas es un poco de práctica; lo demás vendrá rodado. Ya verás.
El pulso de Paula se aceleró. Pedro la había llamado «mi chica». Por supuesto, solo era una de esas frases que las personas utilizaban despreocupadamente en alguna ocasión. Ni siquiera estaba segura de que Pedro supiera que la había dicho. Pero ella sí.
Si alguien le hubiera dicho cuatro días atrás que iba a estar deseando salir a bucear, habría replicado que estaba loco. Y si un hombre la hubiera llamado «mi chica», le habría pegado un buen corte. Pero ahora…
—No estoy demasiado preocupada. Si entra agua en el tubo, o si olvido respirar a través de la boca en lugar de por la nariz, me limitaré a sacar la cabeza del agua.
—Y yo estaré a tu lado por si tienes cualquier problema.
Paula asintió.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario