Esa tarde, en la piscina, Pedro la había instruido sin tocarla innecesariamente ni una sola vez. Y si el corazón de Paula había latido con más fuerza en alguna ocasión al creer percibir un destello de deseo en su mirada, se debía exclusivamente a que su cuerpo no se había puesto aún al nivel de su nueva línea de razonamiento.
—¿Te he dicho ya lo guapa que estás esta noche?
Los latidos del corazón de Paula se aceleraron al instante.
—Gracias.
Había elegido un vestido largo y fresco en tonos azules y verdes. Unas pequeñas tiras lo sujetaban a los hombros y luego cruzaban la espalda hasta la cintura.
Ya que estaba forrado, no había sentido la necesidad de ponerse sujetador. Y ese era otro indicio de cambio en ella. El día que acudió con Pedro al club de blues fue la primera vez en su vida que había salido de casa sin sujetador. Entonces se sintió desnuda. Sin embargo, esa noche no se lo había pensado dos veces.
Todo estaba sucediendo tan rápido que no era de extrañar que le estuviera costando pensar con coherencia.
—¿Te ha dicho alguien alguna vez que tienes un instinto maravilloso para la ropa de mujer?
Los ojos de Pedro empezaron a brillar, y Paula sintió un inquietante cosquilleo en el estómago.
—No, y viniendo de ti es todo un cumplido. Como ya te dije, opino que tienes un gusto impecable.
Paula miró su copa de champán, la tomó y volvió a dejarla en la mesa.
—¿Has invitado aquí alguna vez a otra mujer?
—No.
—¿Y has hecho alguna vez algo… parecido con otra mujer? Me refiero a las lecciones que me estás dando.
—No.
Aquellas dos respuestas hicieron sonreír a Paula.
—¿Ni siquiera has tratado nunca de conseguir que alguna mujer suavice su aspecto y actitud?
Pedro rió.
—Y no olvides lo de enseñar más piel.
—Te aseguro que no podría olvidarlo.
Pedro movió la cabeza.
—No creo que puedas decir que nada de lo que te he comprado caiga en la categoría de atrevido. Sexy, tal vez, pero no atrevido.
Paula no había pensado nunca en sí misma como sexy hasta que Pedro había decidido prestarle toda su atención. Con sus lecciones, con la ropa que había elegido para ella y, sobre todo, con su forma de tratarla y mirarla, la había hecho consciente de ser una mujer en todo el sentido de la palabra.
Parecía algo sencillo y natural, pero no para ella. Nunca había pensado en sí misma como en una mujer con una sexualidad propia, ni con la capacidad de sentirse al menos parcialmente cómoda con ella. Era como si Pedro hubiera apartado de su camino un obstáculo, dándole una nueva visión de sí misma.
Bebió un sorbo de champán.
—En retrospectiva, pienso que no debe haberte resultado especialmente fácil darme las clases. Por un lado, los hábitos que has tratado de cambiar en mí estaban muy arraigados. Y tenías razón respecto a mi forma de acercarme a los hombres. Era demasiado… profesional.
—Debes sentirte muy sosegada y afable esta noche para admitir todo eso.
Paula rió.
—Supongo. Creo que es una mezcla de la maravillosa noche que hace y del champán.
—En ese caso, bastará con que encargue más noches como esta y varias cajas de champán.
Me gusta cómo Pau se va ablandando.
ResponderBorrar