jueves, 28 de enero de 2021

UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 34

 


Paula había escuchado el relato de Pedro totalmente fascinada.


—Es una historia increíble.


—Mis padres eran personas increíbles.


—Desde luego. Me habría gustado conocerlos.


—¿Por qué?


—Porque te hicieron el hombre que eres hoy en día.


Pedro miró a Paula a los ojos. Entonces, lentamente, una sonrisa curvó sus labios.


—Cuidado. Estás muy cerca de hacerme un cumplido.


Paula sonrió.


—No necesitas mis cumplidos. Nunca he conocido a una persona más segura de sí misma, y ahora sé de dónde procede esa confianza. Viste cómo tus padres superaban la peor de las situaciones y eso te enseñó que tú también podías hacerlo.


—Sí, aunque perder cosas materiales no es lo peor que puede pasarle a uno. Lo peor es perder a alguien a quien se ama.


La respuesta de Pedro aturdió momentáneamente a Paula, porque no la esperaba.


—Por supuesto —dijo, tan rápidamente como pudo—. Ahora también sé por qué eres un hombre tan paciente. Como tu padre, estás dispuesto a esperar y trabajar para conseguir lo que quieres.


—Así que ahora ya sabes todo lo que hay que saber sobre mí.


«Ni mucho menos», pensó Paula. Había averiguado algunas cosas sobre su pasado, pero estaba claro que Pedro aún ocultaba muchas otras cosas en su interior, como ella.


—Tengo otra pregunta. Dados tus humildes orígenes, ¿Cómo llegaste a convertirte en el hombre que eres hoy en día, con suficiente dinero como para comprar cualquier cosa?


—Con dignidad y orgullo, espero. En cuanto tuve edad suficiente me busqué un empleo, pero mi padre nunca me dejó trabajar tanto como para llegar a descuidar mis estudios. No quería que llegara a sucederme lo mismo que a él. Me dijo que él se ocuparía de mi madre, de mí y de recuperar la tienda. Mi trabajo consistía en concentrarme en mis estudios. Gracias a esa concentración gané una beca. Creo que nunca vi más orgullosos a mis padres que el día que me gradué en la universidad.


—Lo imagino —dijo Paula, sinceramente—. ¿Y qué hiciste después de graduarte? ¿Ir a Dallas?


—Sí. Viví allí ocho años seguidos. Me puse a trabajar y a establecer contactos. Pronto, un trato llevó a otro, y mi primer millón fue seguido de otros cuantos.


—Ocho años es muy poco tiempo para hacer tanto dinero. Haces que parezca fácil, pero yo sé que no lo es.


—No, pero no olvides que aprendí muy pronto todo lo relacionado con el trabajo y la paciencia. Y por cierto, también conocí a Darío el primer año que estuve en Dallas —Pedro hizo una pausa—. Siempre he estado agradecido por esos ocho años.


—¿Por qué?


—Porque todo lo que logré durante ese tiempo me dio la oportunidad de conseguir para mis padres cosas que nunca habían podido tener: una buena casa, muebles, un buen coche… En su vida habían ido de vacaciones, y no lo habrían hecho a menos que me los hubiera llevado casi a la fuerza conmigo.


Paula rió.


—Más o menos como has hecho conmigo.


Pedro sonrió.


—Sí. En cuanto estuvo construida esta casa los traje a la isla. Les encantó. También pude organizar las finanzas de mi padre para que no tuviera que volver a trabajar si no quería, aunque siguió haciéndolo. También tuve la oportunidad de decirles lo orgulloso que estaba de ellos y de darles las gracias por todo lo que habían hecho por mí —tras una pausa, añadió—: Eso es lo que más agradezco.


Paula sintió que se le hacía un nudo en la garganta. No tenía referencias para entender la gratitud que Pedro sentía por haber podido hacer todo aquello por sus padres.


—Pero entonces mi madre murió inesperadamente —continuó él—. Mi padre quedó destrozado y yo decidí volver a casa. Seguí trabajando desde allí con un ordenador, módem y fax. Cuando sentía que mi padre estaba mejor hacía algún viaje rápido a Dallas. Pero su salud también empezó a deteriorarse, y cuando se puso realmente mal me convertí en su enfermero permanente.


—¿Por qué? —Preguntó Paula—. Tenías dinero suficiente para contratar a un profesional que se ocupara de él.


Pedro la miró un momento antes de contestar.


—Cuidar de él no supuso nunca una obligación para mí. Me sentía privilegiado por poder hacerlo, aunque también usé mi dinero para conseguir que tuviera todas las comodidades posibles —tomó la copa de coñac y le dio un sorbo—. Y esa es la historia que explica por qué no aparecí en la escena social de Dallas hasta hace un par de años. Antes tenía otras prioridades.


Paula permaneció un rato en silencio, tratando de asimilar todo lo que le había contado Pedro.


—Puede que tengas paciencia, además de todas las otras cosas que aprendiste de tu padre para conseguir lo que tienes en la actualidad, pero también eres especialmente brillante.


Pedro negó con la cabeza.


—Tanto como brillante, no.


—Sí que lo eres. Desde que te conozco he visto la evidencia de tu trabajo. Y siempre has sido lo suficientemente listo como para elegir el negocio adecuado. Como inversor, siempre has sabido utilizar el dinero de los demás para ganar el tuyo.


—Pero ningún cliente mío ha perdido nunca ni un centavo.


Paula sonrió.


—Lo sé muy bien. En algunos círculos, tu nombre se menciona con auténtica veneración.


—Es curioso. Yo también he oído mencionar tu nombre a menudo con veneración.


Paula rió.


—Sí, claro.


—Deberías hacer eso más a menudo.


—¿Qué?


—Reír —Pedro se levantó, tomó a Paula de la mano y la hizo ponerse de pie—. Ya hemos hablado suficiente del pasado. Ahora, concentrémonos en el presente.


—¿Cómo?


—Bailando.




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