La fiesta había sido muy productiva. Había logrado llevar a Hernán Mathis al punto al que pretendía. Una visita más y lo convencería para que le vendiera los tres edificios del centro de Dallas que tanto tiempo llevaba intentando conseguir. También había logrado que Teo Forster se interesara en reformarlos para convertirlos en un próspero negocio de apartamentos.
Su negocio florecía. Debería sentirse más que satisfecha con todo lo que estaba logrando. Y así sería si no fuera porque sentía que le faltaba algo.
Durante toda su vida había alcanzado las metas que se había propuesto. Aquel era el año en el que, según el testamento de su padre, si lograba alcanzar el nivel financiero establecido por él, heredaría un sexto de la empresa familiar. Pero ya hacía unos años que había alcanzado aquella meta y su negocio marchaba mejor que nunca. De manera que, ¿qué podía faltarle?
Se detuvo en seco. Dario. Por supuesto. ¡Dario!
Hasta el momento, la única meta que no había alcanzado era conseguir que su primo segundo aceptara casarse con ella.
—¿Qué sucede? ¿No has podido encontrar una copa?
Paula se volvió, sorprendida, y al hacerlo estuvo a punto de perder el equilibrio.
—Pedro.
Pedro Alfonso sonrió perezosamente y alargó una mano para tomar la botella de champán.
—Si vas a beber de la botella, así es como debes hacerlo —echó la cabeza atrás y terminó el resto del champán en cuestión de segundos.
—No necesito lecciones sobre cómo beber champán —replicó Paula, y le quitó la botella de las manos de un tirón.
—No, no las necesitas, y por eso resulta tan interesante verte beber de la botella. Nunca te había visto hacerlo hasta ahora. Y tampoco te había visto nunca descalza. Lo cierto es que esas uñas de color rosa pálido no resultan especialmente atrevidas, Paula.
Paula pensó que Pedro estaba hablando demasiado alto. Era casi como si estuviera escuchando sus palabras en sonido cuadrafónico.
—No pretendía que lo fueran cuando me las he pintado.
—Eso está bien, porque con ese color no lo habrías conseguido —Pedro se encogió de hombros en un gesto que indicaba claramente que no se consideraba responsable de su mal gusto, aguijoneándola como solía hacerlo, presionándola hasta hacerla responder.
—Hay muchas cosas que no me has visto hacer nunca, pero eso no significa que alguna de ellas sea interesante, ni que alguna vez vayas a verme hacerlas, Pedro.
—Ah, pero en eso es en lo que te equivocas.
—¿Me equivoco? —Paula apoyó dos dedos en un punto situado por encima de su sien derecha. Pedro la estaba confundiendo. De todos sus conocidos, ¿por qué tenía que ser él el que había vuelto? Se movían en los mismos círculos sociales y benéficos pero, últimamente, aquel círculo parecía estar reduciéndose más y más, y no dejaba de verlo en todas partes. Pero esa noche ella era la única culpable, pues lo había incluido en la lista de invitados a la fiesta.
—Todo lo que haces me interesa, Paula. ¿Dónde están tus zapatos?
Paula seguía sin entender de qué estaba hablando. Pero, ya que lo había mencionado, ¿dónde estaban sus zapatos? ¿Y qué más le daba a Pedro que los llevara puestos o no?
—¿Qué haces? Creía que ya te habías ido —por su mente pasó el recuerdo de Pedro escoltando a una atractiva joven hacia la salida. También recordó que había pensado que el cabello pelirrojo de la chica chocaba violentamente con el desafortunado vestido naranja que había decidido ponerse—. Te he visto salir con Corina.
—La he llevado a su casa y luego he vuelto a esperar a que los demás invitados se fueran.
Paula frunció el ceño.
—¿Y por qué has decidido volver?
—Para ver cómo estabas.
—¿Para ver…? —Paula se quedó anonadada mientras el suelo empezaba a moverse de nuevo bajo sus pies.
Cerró los ojos, rogando que se detuviera. Aquello no estaba sucediendo. No podía ser. No estaba dispuesta a permitirlo, sobre todo delante de él. Cuando el suelo se estabilizó bajo sus pies, abrió los ojos y vio una expresión de preocupación en su rostro que la puso muy nerviosa.
Pero Pedro siempre la ponía nerviosa. Como de costumbre, tenía un aspecto molestamente atractivo y confiado. El tono dorado de su piel siempre hacía pensar que acababa de volver de unas vacaciones en algún lugar exótico, y su pelo castaño claro nunca estaba completamente peinado. Cada vez que lo miraba tenía que luchar contra el impulso de alisárselo con la mano.
Y además estaba el hoyuelo de su mejilla izquierda. Incluso una media sonrisa podía hacerlo surgir. Paula había visto a más de una mujer quedarse totalmente hipnotizada por aquel hoyuelo, hasta el punto de que olvidaban lo que estaban diciendo o dónde estaban.
En cuanto a sus ojos marrones con destellos dorados… Lo había visto flirtear descaradamente con ellos, hasta conseguir que la mujer objeto de su atención pareciera dispuesta a cualquier cosa que fuera a proponerle. Era totalmente repugnante.
Pero lo peor de todo era cómo la trataba a ella. Nadie se burlaba de ella. Nadie excepto Pedro, por supuesto. A menudo, en medio de una fiesta o reunión, se volvía y lo encontraba mirándola con una sonrisa de evidente diversión, como si le acabaran de contar un chiste del que ella no había sido partícipe. En otras ocasiones tenía la desagradable sensación de que sabía exactamente lo que estaba pensando y por qué.
Pero, en aquellos momentos, la mirada de Pedro era totalmente solemne y firme. Paula trató de recordar lo que estaba a punto de decir, pero no lo logró.
—¿Qué has dicho?
—Que he vuelto para ver cómo te encontrabas.
—Eso es. Ya lo sabía —Paula respiró profundamente—. Lo que quería preguntarte era por qué… —volvió a llevarse una mano a la frente— por qué lo has hecho.
—Hacia el final de la fiesta me ha parecido que te pasaba algo, o que te preocupaba algo. He decidido volver para ver si podía ayudarte.
Temiendo que el suelo empezara a moverse de nuevo si se agachaba, Paula dejó caer la botella. Era como si estuviera bebida, aunque ella sabía que no era así. Tal vez se debía simplemente a que estaba un poco baja de azúcar en la sangre. Debería haber comido más en la fiesta.
—Podías haberte ahorrado la molestia, Pedro. Ni me sucedía ni me sucede nada malo.
—¿No?
—No, claro que no.