Mauro dio un puñetazo a la pared y los dos hombres se quedaron mirándose el uno al otro en un sombrío silencio.
—Si no te importa, podrías invitarme a algo de beber. Contestaré todas las preguntas que quieras hacerme. Y puedes estar seguro de que no pretendo hacerle ningún daño a Paula.
—Mejor para ti —abrió la puerta de la cabaña, lo condujo a la cocina y le tendió una botella de agua fría, impaciente por conseguir toda la información que Mauro pudiera darle—. Cuéntamelo todo —lo urgió—. Y rápido.
—Sólo he visto a Paula en un par de ocasiones. Una vez en el aeropuerto, cuando me encontré con Gaston, y otra en una comida al aire libre en Point.
—¿El Point?
—Sí, en Florida. Gaston y yo nos criamos allí.
Pedro lo miró con el ceño fruncido.
—¿Conoces a Gastón desde la infancia?
—Sí, era mi vecino. Todavía soy vecino de su madre. El caso es que Gastón siempre se ha comportado como un loco en lo referente a las mujeres. Ya sabes, tiene ese tipo de fijación por... las vírgenes.
—¿A qué te refieres exactamente?
—Le vuelve loco la idea de ser el único. Insistía siempre en que se casaría con una virgen. Por supuesto, yo no sé si Paula lo es o no, pero teniendo en cuenta lo que Gastón pensaba al respecto, asumo que sí.
Pedro no tenía nada que asumir. Lo sabía.
—¿Y Gaston te habló alguna vez de esto?
—Sacaba el tema de vez en cuando, cuando éramos amigos. Pero eso fue antes de que yo me diera cuenta de lo loco que estaba —una mirada sombría oscureció el rostro de Mauro—. Antes de que se casara con mi hermana.
—¡Tu hermana!
—Convirtió su vida en un infierno. Necesitó años de terapia para volver a ser la que era. Cuando se separaron, Gastón se casó con otra mujer, y también se divorció. Después conoció a Paula.
Pedro apretó los puños. La idea de que Paula pudiera estar con un hombre de esas características le revolvía las entrañas.
—¿Y por qué las mujeres no se dan cuenta de cómo es?
—Oh, es un hombre muy educado, culto... Pertenece a una familia adinerada —sonrió con amargura—. Inversores, políticos... Gastón ha conseguido engañar a todo el mundo. Y cuando desea a una mujer, emplea todos sus recursos para conseguirla. Alquila aviones, yates, escribe poemas. Planifica citas en cualquier lugar del mundo. Cuando empezó a salir con Paula, se compró hasta un cachorrillo para impresionarla.
Pedro estaba comenzando a sentirse enfermo.
—Hay que reconocer que es todo un experto en los noviazgos. Pero cuando se casa... Es entonces cuando se produce el cambio. Trata a las mujeres como si le pertenecieran. Cuando me enteré de que Paula se iba a casar con él, quise advertirla. No quería que nadie pasara por el infierno que había pasado mi hermana. Y Paula y yo congeniamos, ¿sabes?
—¿Congeniáis? —repitió Pedro en un tono ominoso, y no particularmente complacido por la sonrisa de Mauro.
Mauro arqueó una ceja, como si lo sorprendiera aquella reacción.
—Como amigos, quiero decir —se inclinó hacia adelante y miró a Pedro con renovado interés—. Si no te importa que te lo pregunte, ¿qué tipo de relación tenías con ella?
—Me importa que me lo preguntes.
Mauro se echó hacia atrás y sonrió. Pedro apretó los labios con enfado.
—¿Le advertiste que Tierney estaba loco o no?
—Lo intenté. Y como no sabía cómo ponerme en contacto con ella, me presenté en su boda.
—Pero ya era demasiado tarde —supuso Pedro.
—Demasiado tarde para hablar con ella, sí. Cuando llegué, la ceremonia ya había comenzado. Pero sucedió algo extraño. Justo en el momento en el que Gastón acababa de ponerle la alianza en el dedo y el sacerdote estaba a punto de declararlos marido y mujer, Paula levantó la mano y exclamó que no estaba preparada para aquello.
Pedro se quedó mirándolo fijamente.
—¿Quieres decir que Paula interrumpió la ceremonia?
—Le pidió disculpas a Gastón, le devolvió el anillo y se fue.
—¿Entonces no se casó con él?
—Entonces no. Aunque no sé si puede haberse casado más tarde.
—¿No sabes si está o no casada con él? —gritó Pedro, agarrándolo con fuerza.
—¡Si me sueltas un momento, podré contarte lo que ocurrió! —gritó Mauro.
Pedro lo miraba atentamente mientras una renovada esperanza se abría paso en medio de su confusión. Pero Paula le había dicho que estaba casada y que amaba a su marido. Eso sólo podía significar que al final se había casado con Tierney.
Mauro bebió agua y se secó los labios con el dorso de la mano.
—Gaston la siguió hasta una habitación que había en la iglesia. Al verlo, yo reconocí inmediatamente su expresión. Sabía que anunciaba problemas, así que lo seguí. No quería que le hiciera ningún daño. Él intentó presionarla para que siguiera adelante con la ceremonia. Yo ya empezaba a temer que sucediera algo grave; probablemente debería haber esperado a que Gastón se tranquilizara un poco, pero no quería perder la que podía ser mi única oportunidad de advertir a Paula. Le pregunté delante de ella si le había hablado ya de sus dos primeras mujeres. Pero no lo había hecho. Paula ni siquiera sabía que había estado casado.
—¿Y cómo se tomó Paula la noticia?
—No parecía muy contenta. Gaston se enfadó muchísimo. Paula me pidió que la llevara a su casa. Gastón se puso frenético. Me acusó de estar intentando alejarla de él, se acercó a mí y sacó una pistola.
—¿Llevaba una pistola encima el día de su boda?
—Siempre lleva pistola. Debido a su trabajo, tiene serios enemigos. El caso es que me disparó. El primer disparo me dio en la cara, el segundo en el hombro. Supongo que entonces perdí el conocimiento. Lo único que recuerdo es que Gastón salió corriendo detrás de Paula, gritando que esa mujer le pertenecía.
—Dios mío —las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar—. No me extraña que tuviera pesadillas.
—Alguien llamó a la policía. Agarraron a Gastón en la calle. Paula debió escapar. Y supongo que fue entonces cuando la atropelló Ana Tompkins. Más tarde me enteré de que habíamos estado los dos en el mismo hospital.
Pedro comprendió entonces por qué Paula no llevaba encima un bolso, ni ningún documento que la identificase. El accidente se había producido el día de su boda.
—¿Pero no iba vestida de novia?
—No. Si no recuerdo mal, llevaba un traje claro.
Pedro llegó a una conclusión estremecedora: si no se había casado con Gastón ese día, jamás había podido casarse con él. Ana la había llevado directamente del hospital a Sugar Falls.
—Mientras me recuperaba, estuve esperando en todo momento una llamada de Paula —señaló Mauro—. Pero nunca me llamó. Imaginé que quizá hubiera vuelto con Gaston y temía llamarme, o que quizá se había escondido, huyendo de él.
—¿Y por qué Gaston no intentó buscarla, ni denunció su desaparición?
—Paula no es la primera mujer que huye de él. Además, hasta hace unos cuantos días ha estado en la cárcel.
Lo que ratificaba que Paula no había podido casarse con él. Aquella certeza crecía por segundos. Intentando comprender completamente la situación, Pedro preguntó:—¿Y tú cuándo empezaste a buscarla?
—La tía de Paula llamó a la madre de Gastón, que es vecina mía. Ella fue la que me comentó que la tía de Paula no había tenido noticias de ella desde el día de la boda. En cuanto lo supe, comencé a buscarla.
—Pero le dijiste a Ana que podría llamarse Paula Chaves Tierney. Si había interrumpido la boda, ¿por qué iba a llevar el nombre de su marido?
—Por lo que yo sabía, podía haber cambiado de opinión y haberse casado con Tierney mientras estaba en la cárcel. Antes me has dicho que ha vuelto con él, ¿no?
—Hoy mismo, hace unas horas —enfadado consigo mismo por no haberla detenido, Pedro se maldijo en voz alta—. Me dijo que estaba casada con él, pero por lo que tú me has contado es imposible. Desde que salió del hospital, Paula ha estado en Sugar Falls.
Y no se había acordado de la existencia de Tierney hasta la noche anterior. Aun así, le había dicho que lo amaba. ¿Habría vuelto con Tierney con intención de casarse con él?
—¿Por qué diablos habrá vuelto con ese tipo? —exclamó frustrado.
—Ya sé que es difícil aceptarlo, pero hay mujeres que no abandonan jamás una relación, por terrible que sea.
Pero Pedro no podía creer algo así de Paula. Ella tenía demasiado carácter para soportar que alguien la dominara; era una mujer demasiado vital, demasiado fuerte para conformarse con una situación como aquélla.
Mauro sacudió la cabeza con pesar.
—Mi hermana necesitó dos años de infierno para tomar una decisión. Y seguía insistiendo en que lo amaba.
Pedro cerró los ojos. Cuando se lo había preguntado a Paula, ella también había dicho que amaba a su marido. Pero, maldita fuera, no la había creído. No podía creerla porque había visto demasiadas veces el amor en sus ojos, un amor que él le inspiraba.
Pero entonces, ¿por qué había vuelto con un hombre del que había salido huyendo aterrorizada?