jueves, 10 de septiembre de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 56

 


Sus caras habían quedado a pocos centímetros. Pedro alzó la mano y le acarició el rostro con las yemas de los dedos.

—Puedo negarlo todo. Y tú me creerías, Paula. Lo sabes perfectamente.

Paula sintió que una sacudida le recorría el cuerpo. Incluso en aquellos momentos, sus caricias eran eléctricas. Su respuesta era inevitable. Estaba tan condicionada como el perro de Pavlov.

Le miró a los ojos y supo que tenía razón. Podía convencerla de que se había equivocado. Tenía el poder de hacerle dudar de lo que veía con sus propios ojos. Era patético, pero sabía que le creería.

Soportando el dolor, Paula se apartó de él.

—Sabes que puedo ir directamente a Pablo con esta información.

—Adelante. Ya no se puede hacer nada. El contrato se ha cerrado, todo ha acabado. Los contratistas querrán que les paguen. En el fondo es divertido.

—¿Por qué, Pedro? ¿Por qué me lo cuentas?

—Porque ya te habías imaginado casi todo. Y pensaba que mis motivos debían de ser más claros para ti que para nadie.

—Siempre has sentido lo mismo por mi familia —dijo ella—. Nos odias, nunca he comprendido la razón. Ya sé que no le gustabas a mi padre, pero él hizo lo que pudo por ayudar a los tuyos. Sé que es verdad.

—Claro que nos ayudó. Fue él quien provocó la bancarrota de la empresa de mi padre. Nos ayudó hipotecando nuestra casa y utilizando esa hipoteca como amenaza para echarme del pueblo.

—¡Mentira! —gimió ella—. Mi padre era un hombre honrado.

—Tu padre era un bastardo.

—¡No te atrevas…!

—Claro que me atrevo, pequeña. Claro que me atrevo. Lo único que siento es que papaíto no esté vivo para ver lo que ocurre con su precioso banco.

—No puedes hacerlo, Pedro.

—Ya está hecho.

—Pablo está metido hasta el cuello y ahora está acabado. Le fue fácil mientras sólo tuvo que ser el chico de los recados de papá. Pero ya no tiene a nadie. Le ha llegado la hora de pagar.

—Pablo nunca te hizo daño. Tu victoria está vacía.

Pedro se la quedó mirando un momento.

—Pablo tendrá que servirme.

—¿Qué pasará con la otra gente? ¿Los Antonelli y los demás de quienes decías que eran buena gente? Los aplastarás.

—Los inocentes salen heridos a veces.

—¡Inocentes! ¿Como tú? ¿Como tu madre? Siento todo lo que te hizo mi padre, Pedro. Si pudiera cambiar el pasado, no dudes de que lo cambiaría. Lo único que puedo hacer es intentar que no cometas el mismo error que él.

—Ya es demasiado tarde para cambiar nada, Paula.

—Nunca es demasiado tarde. No si tú quieres. Yo te ayudaré. Yo…

—¿Nunca se te ha ocurrido que quizá no quiera tu ayuda? ¿Que no quiero que cambie nada? ¿Que esto es lo que deseo?

Paula contuvo las lágrimas que amenazaban con impedirle hablar.

—Entonces, lo siento por ti —dijo en voz baja.

—Otra vez yo, ¿no? Siempre soy yo el culpable. Ni tú ni tu familia. Sólo yo. Pedro siempre ha sido el malo y siempre lo será. Pues deja que te diga algo, nena. No se trata de mí, se trata de hacer justicia.

—¿Por eso volviste? ¿Por un corrompido sentido de la justicia?

Pedro no podía creer que aquel despliegue de ingenuidad fuera genuino. La fragilidad de la que hacía gala no tenía ningún sentido para él. Soltó un taco y se apartó de ella.



miércoles, 9 de septiembre de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 55

 


La había atrapado, Paula podía sentir el pulso martilleándole las sienes. Levantó la barbilla en un gesto desafiante. No podía mostrar miedo ante él. Nunca.

—Viniendo de ti, lo tomaré como un cumplido.

—¿Por qué has entrado como una ladrona? Si querías algo sólo tenías que pedirlo.

—No creo que me hubieras enseñado estos archivos por las buenas.

—¿Qué archivos?

—Los de tu consorcio.

—Ya comprendo —dijo Pedro avanzando hacia ella—. ¿Has encontrado lo que buscabas?

—No estoy muy segura.

—¿Qué buscabas, concretamente?

—Pruebas, Pedro. Pruebas para hundirte.

Pedro se echó a reír. Hizo girar las llaves en su dedo y las guardó en el bolsillo con un tintineo.

—Muy dramático, pequeña. ¿Quieres que te ayude?

Paula pensó que era tan escurridizo como el hielo. Si se lo proponía podría patinar sobre él.

—No sé.

—Si me dices lo que buscas quizá pudiera facilitarte el trabajo.

Paula sostuvo un papel ante su cara. Pedro lo cogió y vio que era una lista de su supuesto consorcio. Una sonrisa ácida asomó a sus labios. Lo había averiguado. No sabía cómo se las había arreglado Paula y, en realidad, tampoco importaba. La miró. Su rostro era implacable, sin la menor traza de ensoñación. Sintió un dolor en el pecho. Muchas veces se había preguntado cómo reaccionaría ella si llegaba a averiguarlo.

Ya lo había averiguado.

—¿Qué es lo que quieres saber? —preguntó él devolviéndole la lista.

—Todas esas compañías que van a invertir en Maiden Point, ¿a quién pertenecen?

Pedro se sentó en una silla. Si Paula quería jugar al gato y al ratón con él era mejor que se pusiera cómodo.

—¿Por qué no me lo dices tú, pequeña? Ya pareces haber deducido muchas cosas. ¿A quién crees que pertenecen?

—Por lo que he podido investigar hasta ahora, al menos cuatro son tuyas. Son falsas, ¿me equivoco?

—No.

Paula sintió que el nudo que tenía en la garganta no la dejaba respirar. Había esperado que Pedro se defendiera, que intentara convencerla de su inocencia. Su confesión rotunda la había dejado sin fuerzas.

—¿Lo admites? ¿Admites que todas esas compañías son fachadas de Bienes Inmuebles Alfonso?

—Ya te he dicho que sí, Paula. ¿Qué más quieres de mí?

—Lo que siempre he querido, Pedro. Respuestas a mis preguntas, la verdad.

—Dispara cuando quieras.

Parecía tan despreocupado, tan impasible que Paula tuvo la impresión de que había planeado aquella escena desde el principio. Quizá fuera verdad, quizá todo formara parte de un plan retorcido para acabar con su familia y con todo el pueblo de un solo golpe. No le quedaba otra opción que jugar a su juego, donde todas las cartas estaban marcadas de antemano.

—De todas las compañías que forman el consorcio, ¿cuántas son tuyas?

—Todas.

—¿Todas? —repitió Paula temblando—. Pero, ¿qué pasará cuando haya que efectuar el pago?

—¿Qué pasará?

—¿Vas a presentarte con el dinero?

—No.

—¿No? ¿Sólo eso? Sin más explicaciones. Vas a dejar que el banco se hunda.

—Así de simple.

—¿Y cómo crees que vas a salir de esta, Pedro? No puedes decir que no sabemos dónde vives.

—Puedo irme de aquí en diez minutos. Cinco, si es necesario.

—No puedo creerlo.

Pedro se puso en pie.

—¿Qué es lo que no crees?

—No puedo creer que no intentes negarlo.

—¿Quieres que lo haga? Sabes que puedo.


ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 54

 


Pedro aparcó junto al bordillo. Main Street estaba desierta. El mal tiempo había pasado por agua las celebraciones. Hacía frío y una humedad que se metía hasta los huesos, característica de las zonas de costa. Se quedó un momento sentado, pensando que quizá el tiempo había contribuido a su estado de ánimo melancólico.

Aunque no era dado a creer en fenómenos paranormales, algo le había sucedido mientras se arreglaba para esperar a Paula. Una sensación indescriptible, una especie de premonición de que las cosas no marchaban como era debido. Había acabado haciéndose tan fuerte, tan urgente que le había obligado a actuar.

No le había sorprendido encontrar la casa de Paula vacía. Sabía que lo que ocurría no tenía nada que ver con lo que pasaba entre ellos, era algo más general. Su instinto le había llevado hasta el pueblo. El coche de ella era el único que quedaba en el aparcamiento. ¿Cómo seguía en su despacho cuando hacía más de una hora que tenían que haberse encontrado?

Salió del coche y paseó por la acera con las llaves en la mano tratando de decidir lo que debía hacer. Entró en el edificio. El vestíbulo estaba a oscuras y encendió la luz. Iba a subir las escaleras cuando oyó el ruido de un archivador metálico al cerrarse. El sonido venía de su oficina.

Todo su cuerpo se puso tenso. Se acercó a la puerta, estaba abierta. Comprobó la cerradura. Unos cuantos arañazos pero nada grave. Un trabajo bastante limpio. Cuando encendió la luz Paula se sobresaltó.

—Has podido con una buena cerradura, alcaldesa Wallace.



ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 53

 


Cuando Pedro se fue, Paula subió lentamente las escaleras hasta su oficina. Había veces en las que deseaba ser un poco menos consciente, el tipo de persona que podía despreocuparse. Tenía ganas de hacer novillos e irse a la cama. Sonrió para sí.

Jhoana estaba escribiendo a máquina cuando llegó arriba. Con un suspiro, se armó de valor para trabajar.

—¿Cómo ha ido? —preguntó la secretaria.

—¿El desfile? Bien.

—Ha durado más de lo que me figuraba —dijo Jhoana haciendo un gesto hacia el reloj de la pared.

Pedro y yo hemos ido a comer y luego hemos dado un paseo. ¿Hay algún mensaje?

—Unos cuantos, pero nada urgente.

Bien. No estoy de humor para urgencias. Los pies me están matando.

Paula se dejó caer en su sillón y se quitó los zapatos.

—¿Paula? —dijo Jhoana desde la puerta.

—Dime.

—¿Tienes un minuto para ver una cosa?

—Claro. ¿Es lo de antes?

—Sí. Son cartas —dijo Jhoana dudando—. Del archivo de Maiden Point.

Paula dejó de masajearse los pies y alzó la cabeza vivamente.

—¿Qué cartas?

—Toma. Paula las estudió un momento. Eran cartas comerciales de varias compañías del consorcio de Pedro confirmando la inversión. Todas llevaban membrete y estaban escritas de una manera clara, directa al grano.

—Yo no veo nada.

—Mira aquí —dijo Jhoana señalando el final de las cartas—. ¿No notas algo extraño en las firmas?

—No.

—Fíjate bien. Mira como está puntuada la «i».

—Sí, son círculos pequeños en vez de puntos.

—Son todos iguales, en todas las cartas. Siempre el mismo círculo sobre las íes. Y cada carta viene de una compañía diferente.

Paula notó que se le encogía el estómago.

—Luego, todas las cartas han sido firmadas por la misma persona.

—Parece lo más lógico.

Paula tomó dos cartas y las comparó. Una era de California, La otra de Arizona.

—¿Cómo dos compañías tan distantes pueden tener la misma persona firmándoles las cartas?

—Quizá no estén tan distantes.

—Déjamelas a mí —dijo Paula sintiéndose mareada.

—Pero…

—No, Jhoana. Esto es algo de lo que debo encargarme yo. Ya me has ayudado bastante. Es muy tarde. Vete a casa.

—Puedo echarte una mano.

—Por favor, Jhoana. Te he dicho que no. Cierra la puerta.

Jhoana hizo lo que le pedía, aunque de mala gana. Cuando la puerta se cerró, Paula se dobló sobre sí misma abrazándose el estómago. Sentía náuseas de puro miedo. Todos los buenos sentimientos se esfumaron reemplazados por las viejas dudas y sospechas. No podía ser lo que parecía, no después de lo que había pasado. Tenía que haber alguna explicación.

No supo el tiempo que pasó en aquella postura, pero cuando alzó la cabeza, era de noche y todo estaba en silencio excepto la llovizna que tamborileaba en la ventana.

Tenía que averiguar lo que significaba aquello. Volvió a revisar las cartas. No cabía la menor duda. La misma persona había firmado cuatro. No era algo fácil de descubrir. Comprendía que los empleados de Pablo no se hubieran dado cuenta, sobre todo si había más de uno, como era el caso, trabajando en el proyecto de Maiden Point.

Copió los distintos números de teléfono en el papel. Le temblaban las manos al escribir. Descubrió que dos de las cuatro compañías tenían el mismo número con extensiones diferentes. Los otros dos eran en definitiva el mismo teléfono, un número de California al que se podía llamar gratis y otro de dígitos alfabéticos que al traducirlo era igual que el anterior.

Tenía que asegurarse antes de hacer nada. Paula marcó el número de California. El de las llamadas gratis. Una mujer respondió en nombre de la compañía. Paula se excusó educadamente. Esperó un momento y llamó a la extensión postal. Le contestó la misma voz de mujer. Se sintió enferma. Buscó en su archivo el número de la empresa de Pedro en California. Lo miró mucho tiempo antes de decidirse a marcarlo.

—Bienes Inmuebles Alfonso, diga. ¿Oiga? ¿Quién es?

Era la misma voz.

Lentamente, como si caminara en sueños, fue al baño y abrió el grifo del agua fría. Tenía vértigo y se sentía mareada, débil. Dejó que el agua le refrescara las muñecas antes de lavarse la cara.

Sólo había una cosa que hacer. Tenía que enfrentarse a Pedro, tenía que oír los detalles desagradables de la trampa de sus propios labios. Los mismos labios que…

Paula se contempló en el espejo. La expresión ensoñadora había desaparecido. En su lugar había desesperanza y determinación.

—Ya te lo dije.

Había tenido razón desde el principio, había intuido la verdad. Sintió ganas de ir a echárselo en cara, pero necesitaba más pruebas. Necesitaba algo tangible que enseñarle al concejo para que no pensaran que había vuelto las andadas.

¡Su oficina!

En el piso de abajo estaban los archivos de Pedro, su oficina. Si servía de fachada para cuatro compañías tenía que haber algo allí que lo corroborara.

Bajó rápidamente las escaleras y comprobó la puerta. Estaba cerrada. Era natural. Pedro no quería que nadie husmeara en sus secretos.

Tras volver sobre sus pasos para recoger el bolso, Paula se enfrentó a la cerradura armada de una horquilla. No le gustaba lo que estaba haciendo, pero no había más remedio.

—Todos sabemos jugar a este juego, Pedro.

Para su sorpresa, hubo un clic y el pomo giró con facilidad en su mano. Echó un vistazo por si venía alguien y entró de puntillas en la oficina.



martes, 8 de septiembre de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 52

 


Sea como fuere, tenía que seguir el curso de acción que se había trazado. Era demasiado tarde para volverse atrás aunque quisiera, lo cual, y no dejaba de repetírselo, no era el caso.

—¡Pedro! ¡Paula! Esperad —gritó Pablo corriendo hacia ellos—. Quiero hablar con vosotros.

—¿Cómo te va? —preguntó Pedro.

—Bien. Realmente bien. ¿Has estado en las obras?

—Hace un par de días que no voy por allí.

—Yo he estado esta mañana. Es increíble lo que han avanzado.

Parece que vamos a liquidar muy pronto.

—¿Cuándo quieres que lo hagamos? —preguntó Pedro.

—Cuando tú quieras —respondió Pablo.

—¿Te parece bien el doce de noviembre?

—Perfecto.

—¿En serio va tan rápido? —preguntó ella.

—Como lo oyes.

—Estupendo —dijo Pedro—. Nos veremos en la liquidación.

—Claro. Sólo tengo que hacer correr la voz e inundar los periódicos de propaganda. ¿A que es emocionante, Paula?

—Sí, mucho.

Lo decía en serio. Una vez que Pedro y su consorcio pagara la primera unidad, no habría motivos para seguir dudando. Sería una prueba de que se había comprometido tanto como el banco.

—Parece que todo ha sucedido muy deprisa —comentó ella cuando su hermano se hubo ido.

—Todo depende del punto de vista con que lo mires.

Paula le miró perpleja. Él le puso el brazo sobre los hombros y la estrechó contra sí.

—Vamos a comer. Ese relámpago me ha abierto el apetito. Necesito comida de verdad.

El restaurante estaba muy concurrido y tuvieron que esperar para conseguir un reservado. Pedro trabó conversación con algunos viejos conocidos. Paula le observó mientras contaban historias de los viejos tiempos. Parecía sentirse a sus anchas, más en casa que nunca. Eso la convenció más que ninguna otra cosa. Cuando él le cogió la mano, Paula no intentó disimular. Le creía.

—Había olvidado todas esas historias —dijo Pedro cuando se sentaron.

—Eres el único. Nadie más las ha olvidado. Todo el mundo tiene algo que contar de ti.

Pedro sonrió mientras saludaba a un grupo que se iba.

—Son buena gente.

—Parece que te sorprende descubrirlo.

—Supongo que sí. No guardo muy buenos recuerdos de Lenape Bay. Creo que los he borrado deliberadamente.

—A veces es mejor olvidarse completamente del pasado.

Pedro la miró a los ojos. Sabía exactamente a lo que se refería. Paula quería hablar de lo que sucedió entre ellos, pero él aún no estaba preparado. Quizá no lo estuviera nunca. Ya habría tiempo cuando culminara su plan.

Sin embargo, no pudo evitar preguntarse lo que había sentido Paula por él en aquel entonces. Dudaba de que pudiera entenderlo si se lo explicaba. Por eso mismo debía mantenerse fiel a sus objetivos.

Se pusieron a comer. Paula se había dado cuenta de que se sentía incómodo hablando de sus sentimientos. Para ella, lo único que demostraba era que sentía unas emociones demasiado fuertes. Había esperado quince años, podía esperar un poco más.

Después de la comida, pasearon abrazados hasta la oficina. La gente, los tenderos, los saludaban sonriendo al pasar. No obstante, a Paula ya no le importaba lo que pudieran pensar.

Pedro se paró en la puerta del edificio.

—Voy a darme una vuelta por las obras. Salgamos a cenar fuera de aquí. Solos tú y yo.

—Me parece perfecto —dijo ella.

—Pásate por casa sobre las siete. He hecho algunas obras en el piso de arriba y me gustaría que me dieras tu opinión. Nos iremos después de enseñártelas.

—Bien.

Pedro le alzó la barbilla para estudiar su rostro. Su cuerpo reaccionó como una cerilla junto a una llama. Conscientes de dónde se hallaban, la empujó hasta el vestíbulo. La abrazó atrapándola contra la pared aprovechando que no había nadie. Ella le respondió echándole los brazos al cuello y amoldándose a su cuerpo. Pensó que faltaba demasiado para que se hiciera de noche. Aparentemente, el sentía lo mismo.

Un ruido en las escaleras los avisó de que tenían compañía. Pedro se separó y fue hasta la entrada. Allí se detuvo para mirar por encima del hombro. Paula seguía apoyada en la pared, esperándole. Le apuntó con un dedo.

—¡Ah, pequeña! Guarda esos pensamientos para luego.




ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 51

 


Sin embargo, la tomó de la mano. Ella no se opuso. Optó por ignorar las miradas de curiosidad que les lanzaban a su paso. Cuando el desfile llegó a su fin, la multitud se dispersó. Paula y Pedro se entretuvieron curioseando en los puestos callejeros de la feria.

—¡Pedro! Ven aquí.

Era la señora Antonelli quien los llamaba. La mujer se inclinó y le puso a Pedro un relámpago de chocolate en la boca. Después le explicó a Paula con aire maternal.

—Le encantaban cuando era pequeño. Y también solía robarlos —añadió agitando un dedo frente a la cara de él.

Pedro se echó a reír mientras le cogía la mano que le amonestaba.

—Estaba loca por mí, señora Antonelli.

—Quita, quita —dijo ella sonriendo—. Mírale. Sigue siendo un diablillo.

—No estoy segura, señora Antonelli —respondió Paula.

—Lo había olvidado pero es cierto —dijo él—. Los robaba. La señora Antonelli salía corriendo y gritando detrás de mí y nunca me cogía.

—Naturalmente —dijo Paula.

—Era un bandido, ¿verdad?

—Lo sigues siendo.

—Anoche no te quejaste.

—Anoche era… diferente.

—¿Puedo saber por qué?

—Porque me pillaste por sorpresa.

—¿No me esperabas? —preguntó él.

—No, Pedro. No te esperaba. Forzaste la puerta para entrar en mi casa. ¿O también lo has olvidado?

—No puedo creerlo. Tumbada en el sofá, desnuda, la música suave, el fuego encendido. Me pareció que lo único que faltaba era yo.

—Eres imposible.

Pedro se echó a reír y la estrechó contra sí. Eran dos gestos que repetía muy a menudo en los últimos tiempos, reír y abrazar a Paula. Todo iba tan bien que a veces se preocupaba. Sin embargo, en sus planes no había entrado lo que estaba sintiendo por ella. Aquello era uno de los «imponderables» para los que se había considerado preparado. No lo estaba. No iba a negar que no se le había pasado por la mente seducirla. Con lo que no había contado era con ser seducido a su vez.

El problema consistía en que se lo estaba pasando condenadamente bien. No recordaba haber sido más feliz que aquella mañana, paseando por la calle principal del somnoliento pueblo costero con el amor de su juventud junto a él.

¿Qué podría ser más sencillo?

¿Qué podría ser mejor?

¿Qué podría ser más peligroso?

La noche anterior había sido el momento crucial. No se había tomado en serio a Paula y la realidad era que no había sentido el menor deseo de abandonarla al amanecer. De haber podido, la hubiera llevado a besos hasta una isla desierta donde nadie los molestara. Y en eso se incluía él mismo.

Ya casi había llegado el momento en que su «consorcio» tendría que aparecer con dinero en efectivo para la fase piloto. Puesto que tal consorcio no existía, el pago no se haría efectivo y el banco se quedaría con un agujero imposible de tapar. La culminación de sus sueños se hallaba al alcance de la mano.

Lo que no le alegraba tanto era el efecto que podía tener sobre Paula. Ella empezaba a sentir algo por Pedro. Aunque no había dicho nada, el lenguaje de su cuerpo era expresivo. Tendría que haberse sentido satisfecho por haber conseguido que se enamorara de él otra vez, pero aquella era una espada de doble filo. Se suponía que el enamoramiento no tenía que ser mutuo.

Lo era. Si la tarde en la cama de Claudio se había merecido un diez, la noche anterior se salía de las calificaciones. Pedro Alfonso se había perdido en Paula, había dejado de existir. Habían buscado algo y juntos lo habían encontrado. Era algo tan profundo, tan completo, que no recordaba haberse sentido alguna vez más deseado, más necesitado.

Bueno, sí. Hacía mucho tiempo en una cabaña en ruinas.

Entonces lo había llamado amor, ahora no quería pensarlo. De cualquier modo, el placer de su venganza se disipaba en lo que se refería a Paula y no estaba seguro de lo que quedaba en su lugar. Unas emociones con las que no había tenido que enfrentarse en mucho tiempo subían burbujeando a la superficie.

Se daba cuenta de que no había hecho planes para después de su desquite con Lenape Bay. El futuro era un gran interrogante. No tenía ni idea de lo que iba a hacer con Paula o con los sentimientos que ella había hecho renacer y estaba mortalmente asustado.




ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 50

 


La tribuna estaba enfrente de una iglesia al otro lado del pueblo. Al verlos llegar, Pablo les hizo señas frenéticas de que ocuparan los asientos que tenía reservados.

La multitud empezaba a impacientarse. Todas las fuerzas vivas de Lenape Bay los contemplaron mientras subían los escalones. Paula se preguntó lo que pensarían de ellos. ¿Sabían que eran amantes? Se riñó mentalmente. Tenía que dejar de sentirse avergonzada cada vez que pensaba en su relación con Pedro, porque mantenían una relación. Le gustara o no, no podían andar escondiéndose. De todas maneras, después del beso en Main Street toda la ciudad debía estar al cabo de la calle.

Paula se dirigió a los asistentes abandonando el discurso que tenía preparado y resumiendo los cambios que se habían producido en Lenape Bay durante el año anterior. Incluso se las arregló para mencionar el proyecto de Maiden Point cuando enumeró los atractivos y los logros del pueblo.

Su actitud había cambiado. Estaba empezando a aplicar el «si no puedes con tu enemigo, únete a él». Había un sentimiento de entusiasmo general hacia la nueva urbanización. Tenía que reconocer que la ciudad había revivido desde que Pedro había vuelto. Quizá su hermano tuviera razón y fuera cierto que había cambiado. Tenía que olvidar su hostilidad y el pasado. Al fin y al cabo todo el mundo cometía errores, pero tenía derecho a rehacer su vida.

Quince años era mucho tiempo para que no cambiara una persona. Pedro ya no era un chiquillo impulsivo y su madurez se demostraba en la manera en que se vestía y hablaba con la gente. Tenía un aire de dominio del que había carecido de adolescente. Pero seguía siendo un enigma. Se preguntó si sería capaz de hacer el amor con ella durante toda la noche y mentirle durante el día. ¿Tan buen actor era?

Cuando le llegó a Pedro el turno de hablar, sus miradas se cruzaron. Paula sintió que se le detenía el corazón, tantos sentimientos había en aquella mirada.

Pedro hizo un discurso lleno de promesas y optimismo de cara al futuro. Renovó su compromiso con el pueblo, pero Paula sentía que se estaba dirigiendo a ella en particular. Las emociones le contrajeron el estómago viéndole encandilar a los asistentes. Se le formó un nudo en la garganta y los ojos se le llenaron de lágrimas.

Le amaba. Que Dios la ayudara pero era la verdad.

Quizá nunca había dejado de amarle. Quizá todos aquellos años no fueran más que un disfraz, una mentira para convencerse a sí misma de que estaba satisfecha con su vida. Sacó un pañuelo y se secó los ojos. No era el momento de rumiar el pasado. Era el comienzo de una nueva vida y ella estaba más que preparada para darle la bienvenida con los brazos abiertos.

El aplauso que siguió a la intervención de Pedro fue demoledor. Debido al entusiasmo de la multitud, los organizadores suprimieron el resto de los discursos y, sin más dilaciones, dio comienzo el desfile. Paula y Pedro se pusieron a la cabeza y comenzaron a andar hacia el centro del pueblo. Pedro parecía pasárselo en grande. Paula se lo comentó y aprovechó para felicitarle por su discurso.

—¿Nunca te has planteado meterte en política?

—¿No me digas que estás preocupada por tu empleo?

—Puede que tenga que preocuparme si te quedas.

—¿Todavía no estás convencida?

Paula, tras dudarlo un momento, hizo un gesto negativo. Pedro se inclinó para susurrarle al oído.

—Si después de lo que pasó anoche no…

Pedro… —le advirtió ella.

—De acuerdo —dijo riéndose—. No te pondré en evidencia delante de tus conciudadanos, alcaldesa Wallace.