miércoles, 9 de septiembre de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 53

 


Cuando Pedro se fue, Paula subió lentamente las escaleras hasta su oficina. Había veces en las que deseaba ser un poco menos consciente, el tipo de persona que podía despreocuparse. Tenía ganas de hacer novillos e irse a la cama. Sonrió para sí.

Jhoana estaba escribiendo a máquina cuando llegó arriba. Con un suspiro, se armó de valor para trabajar.

—¿Cómo ha ido? —preguntó la secretaria.

—¿El desfile? Bien.

—Ha durado más de lo que me figuraba —dijo Jhoana haciendo un gesto hacia el reloj de la pared.

Pedro y yo hemos ido a comer y luego hemos dado un paseo. ¿Hay algún mensaje?

—Unos cuantos, pero nada urgente.

Bien. No estoy de humor para urgencias. Los pies me están matando.

Paula se dejó caer en su sillón y se quitó los zapatos.

—¿Paula? —dijo Jhoana desde la puerta.

—Dime.

—¿Tienes un minuto para ver una cosa?

—Claro. ¿Es lo de antes?

—Sí. Son cartas —dijo Jhoana dudando—. Del archivo de Maiden Point.

Paula dejó de masajearse los pies y alzó la cabeza vivamente.

—¿Qué cartas?

—Toma. Paula las estudió un momento. Eran cartas comerciales de varias compañías del consorcio de Pedro confirmando la inversión. Todas llevaban membrete y estaban escritas de una manera clara, directa al grano.

—Yo no veo nada.

—Mira aquí —dijo Jhoana señalando el final de las cartas—. ¿No notas algo extraño en las firmas?

—No.

—Fíjate bien. Mira como está puntuada la «i».

—Sí, son círculos pequeños en vez de puntos.

—Son todos iguales, en todas las cartas. Siempre el mismo círculo sobre las íes. Y cada carta viene de una compañía diferente.

Paula notó que se le encogía el estómago.

—Luego, todas las cartas han sido firmadas por la misma persona.

—Parece lo más lógico.

Paula tomó dos cartas y las comparó. Una era de California, La otra de Arizona.

—¿Cómo dos compañías tan distantes pueden tener la misma persona firmándoles las cartas?

—Quizá no estén tan distantes.

—Déjamelas a mí —dijo Paula sintiéndose mareada.

—Pero…

—No, Jhoana. Esto es algo de lo que debo encargarme yo. Ya me has ayudado bastante. Es muy tarde. Vete a casa.

—Puedo echarte una mano.

—Por favor, Jhoana. Te he dicho que no. Cierra la puerta.

Jhoana hizo lo que le pedía, aunque de mala gana. Cuando la puerta se cerró, Paula se dobló sobre sí misma abrazándose el estómago. Sentía náuseas de puro miedo. Todos los buenos sentimientos se esfumaron reemplazados por las viejas dudas y sospechas. No podía ser lo que parecía, no después de lo que había pasado. Tenía que haber alguna explicación.

No supo el tiempo que pasó en aquella postura, pero cuando alzó la cabeza, era de noche y todo estaba en silencio excepto la llovizna que tamborileaba en la ventana.

Tenía que averiguar lo que significaba aquello. Volvió a revisar las cartas. No cabía la menor duda. La misma persona había firmado cuatro. No era algo fácil de descubrir. Comprendía que los empleados de Pablo no se hubieran dado cuenta, sobre todo si había más de uno, como era el caso, trabajando en el proyecto de Maiden Point.

Copió los distintos números de teléfono en el papel. Le temblaban las manos al escribir. Descubrió que dos de las cuatro compañías tenían el mismo número con extensiones diferentes. Los otros dos eran en definitiva el mismo teléfono, un número de California al que se podía llamar gratis y otro de dígitos alfabéticos que al traducirlo era igual que el anterior.

Tenía que asegurarse antes de hacer nada. Paula marcó el número de California. El de las llamadas gratis. Una mujer respondió en nombre de la compañía. Paula se excusó educadamente. Esperó un momento y llamó a la extensión postal. Le contestó la misma voz de mujer. Se sintió enferma. Buscó en su archivo el número de la empresa de Pedro en California. Lo miró mucho tiempo antes de decidirse a marcarlo.

—Bienes Inmuebles Alfonso, diga. ¿Oiga? ¿Quién es?

Era la misma voz.

Lentamente, como si caminara en sueños, fue al baño y abrió el grifo del agua fría. Tenía vértigo y se sentía mareada, débil. Dejó que el agua le refrescara las muñecas antes de lavarse la cara.

Sólo había una cosa que hacer. Tenía que enfrentarse a Pedro, tenía que oír los detalles desagradables de la trampa de sus propios labios. Los mismos labios que…

Paula se contempló en el espejo. La expresión ensoñadora había desaparecido. En su lugar había desesperanza y determinación.

—Ya te lo dije.

Había tenido razón desde el principio, había intuido la verdad. Sintió ganas de ir a echárselo en cara, pero necesitaba más pruebas. Necesitaba algo tangible que enseñarle al concejo para que no pensaran que había vuelto las andadas.

¡Su oficina!

En el piso de abajo estaban los archivos de Pedro, su oficina. Si servía de fachada para cuatro compañías tenía que haber algo allí que lo corroborara.

Bajó rápidamente las escaleras y comprobó la puerta. Estaba cerrada. Era natural. Pedro no quería que nadie husmeara en sus secretos.

Tras volver sobre sus pasos para recoger el bolso, Paula se enfrentó a la cerradura armada de una horquilla. No le gustaba lo que estaba haciendo, pero no había más remedio.

—Todos sabemos jugar a este juego, Pedro.

Para su sorpresa, hubo un clic y el pomo giró con facilidad en su mano. Echó un vistazo por si venía alguien y entró de puntillas en la oficina.



martes, 8 de septiembre de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 52

 


Sea como fuere, tenía que seguir el curso de acción que se había trazado. Era demasiado tarde para volverse atrás aunque quisiera, lo cual, y no dejaba de repetírselo, no era el caso.

—¡Pedro! ¡Paula! Esperad —gritó Pablo corriendo hacia ellos—. Quiero hablar con vosotros.

—¿Cómo te va? —preguntó Pedro.

—Bien. Realmente bien. ¿Has estado en las obras?

—Hace un par de días que no voy por allí.

—Yo he estado esta mañana. Es increíble lo que han avanzado.

Parece que vamos a liquidar muy pronto.

—¿Cuándo quieres que lo hagamos? —preguntó Pedro.

—Cuando tú quieras —respondió Pablo.

—¿Te parece bien el doce de noviembre?

—Perfecto.

—¿En serio va tan rápido? —preguntó ella.

—Como lo oyes.

—Estupendo —dijo Pedro—. Nos veremos en la liquidación.

—Claro. Sólo tengo que hacer correr la voz e inundar los periódicos de propaganda. ¿A que es emocionante, Paula?

—Sí, mucho.

Lo decía en serio. Una vez que Pedro y su consorcio pagara la primera unidad, no habría motivos para seguir dudando. Sería una prueba de que se había comprometido tanto como el banco.

—Parece que todo ha sucedido muy deprisa —comentó ella cuando su hermano se hubo ido.

—Todo depende del punto de vista con que lo mires.

Paula le miró perpleja. Él le puso el brazo sobre los hombros y la estrechó contra sí.

—Vamos a comer. Ese relámpago me ha abierto el apetito. Necesito comida de verdad.

El restaurante estaba muy concurrido y tuvieron que esperar para conseguir un reservado. Pedro trabó conversación con algunos viejos conocidos. Paula le observó mientras contaban historias de los viejos tiempos. Parecía sentirse a sus anchas, más en casa que nunca. Eso la convenció más que ninguna otra cosa. Cuando él le cogió la mano, Paula no intentó disimular. Le creía.

—Había olvidado todas esas historias —dijo Pedro cuando se sentaron.

—Eres el único. Nadie más las ha olvidado. Todo el mundo tiene algo que contar de ti.

Pedro sonrió mientras saludaba a un grupo que se iba.

—Son buena gente.

—Parece que te sorprende descubrirlo.

—Supongo que sí. No guardo muy buenos recuerdos de Lenape Bay. Creo que los he borrado deliberadamente.

—A veces es mejor olvidarse completamente del pasado.

Pedro la miró a los ojos. Sabía exactamente a lo que se refería. Paula quería hablar de lo que sucedió entre ellos, pero él aún no estaba preparado. Quizá no lo estuviera nunca. Ya habría tiempo cuando culminara su plan.

Sin embargo, no pudo evitar preguntarse lo que había sentido Paula por él en aquel entonces. Dudaba de que pudiera entenderlo si se lo explicaba. Por eso mismo debía mantenerse fiel a sus objetivos.

Se pusieron a comer. Paula se había dado cuenta de que se sentía incómodo hablando de sus sentimientos. Para ella, lo único que demostraba era que sentía unas emociones demasiado fuertes. Había esperado quince años, podía esperar un poco más.

Después de la comida, pasearon abrazados hasta la oficina. La gente, los tenderos, los saludaban sonriendo al pasar. No obstante, a Paula ya no le importaba lo que pudieran pensar.

Pedro se paró en la puerta del edificio.

—Voy a darme una vuelta por las obras. Salgamos a cenar fuera de aquí. Solos tú y yo.

—Me parece perfecto —dijo ella.

—Pásate por casa sobre las siete. He hecho algunas obras en el piso de arriba y me gustaría que me dieras tu opinión. Nos iremos después de enseñártelas.

—Bien.

Pedro le alzó la barbilla para estudiar su rostro. Su cuerpo reaccionó como una cerilla junto a una llama. Conscientes de dónde se hallaban, la empujó hasta el vestíbulo. La abrazó atrapándola contra la pared aprovechando que no había nadie. Ella le respondió echándole los brazos al cuello y amoldándose a su cuerpo. Pensó que faltaba demasiado para que se hiciera de noche. Aparentemente, el sentía lo mismo.

Un ruido en las escaleras los avisó de que tenían compañía. Pedro se separó y fue hasta la entrada. Allí se detuvo para mirar por encima del hombro. Paula seguía apoyada en la pared, esperándole. Le apuntó con un dedo.

—¡Ah, pequeña! Guarda esos pensamientos para luego.




ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 51

 


Sin embargo, la tomó de la mano. Ella no se opuso. Optó por ignorar las miradas de curiosidad que les lanzaban a su paso. Cuando el desfile llegó a su fin, la multitud se dispersó. Paula y Pedro se entretuvieron curioseando en los puestos callejeros de la feria.

—¡Pedro! Ven aquí.

Era la señora Antonelli quien los llamaba. La mujer se inclinó y le puso a Pedro un relámpago de chocolate en la boca. Después le explicó a Paula con aire maternal.

—Le encantaban cuando era pequeño. Y también solía robarlos —añadió agitando un dedo frente a la cara de él.

Pedro se echó a reír mientras le cogía la mano que le amonestaba.

—Estaba loca por mí, señora Antonelli.

—Quita, quita —dijo ella sonriendo—. Mírale. Sigue siendo un diablillo.

—No estoy segura, señora Antonelli —respondió Paula.

—Lo había olvidado pero es cierto —dijo él—. Los robaba. La señora Antonelli salía corriendo y gritando detrás de mí y nunca me cogía.

—Naturalmente —dijo Paula.

—Era un bandido, ¿verdad?

—Lo sigues siendo.

—Anoche no te quejaste.

—Anoche era… diferente.

—¿Puedo saber por qué?

—Porque me pillaste por sorpresa.

—¿No me esperabas? —preguntó él.

—No, Pedro. No te esperaba. Forzaste la puerta para entrar en mi casa. ¿O también lo has olvidado?

—No puedo creerlo. Tumbada en el sofá, desnuda, la música suave, el fuego encendido. Me pareció que lo único que faltaba era yo.

—Eres imposible.

Pedro se echó a reír y la estrechó contra sí. Eran dos gestos que repetía muy a menudo en los últimos tiempos, reír y abrazar a Paula. Todo iba tan bien que a veces se preocupaba. Sin embargo, en sus planes no había entrado lo que estaba sintiendo por ella. Aquello era uno de los «imponderables» para los que se había considerado preparado. No lo estaba. No iba a negar que no se le había pasado por la mente seducirla. Con lo que no había contado era con ser seducido a su vez.

El problema consistía en que se lo estaba pasando condenadamente bien. No recordaba haber sido más feliz que aquella mañana, paseando por la calle principal del somnoliento pueblo costero con el amor de su juventud junto a él.

¿Qué podría ser más sencillo?

¿Qué podría ser mejor?

¿Qué podría ser más peligroso?

La noche anterior había sido el momento crucial. No se había tomado en serio a Paula y la realidad era que no había sentido el menor deseo de abandonarla al amanecer. De haber podido, la hubiera llevado a besos hasta una isla desierta donde nadie los molestara. Y en eso se incluía él mismo.

Ya casi había llegado el momento en que su «consorcio» tendría que aparecer con dinero en efectivo para la fase piloto. Puesto que tal consorcio no existía, el pago no se haría efectivo y el banco se quedaría con un agujero imposible de tapar. La culminación de sus sueños se hallaba al alcance de la mano.

Lo que no le alegraba tanto era el efecto que podía tener sobre Paula. Ella empezaba a sentir algo por Pedro. Aunque no había dicho nada, el lenguaje de su cuerpo era expresivo. Tendría que haberse sentido satisfecho por haber conseguido que se enamorara de él otra vez, pero aquella era una espada de doble filo. Se suponía que el enamoramiento no tenía que ser mutuo.

Lo era. Si la tarde en la cama de Claudio se había merecido un diez, la noche anterior se salía de las calificaciones. Pedro Alfonso se había perdido en Paula, había dejado de existir. Habían buscado algo y juntos lo habían encontrado. Era algo tan profundo, tan completo, que no recordaba haberse sentido alguna vez más deseado, más necesitado.

Bueno, sí. Hacía mucho tiempo en una cabaña en ruinas.

Entonces lo había llamado amor, ahora no quería pensarlo. De cualquier modo, el placer de su venganza se disipaba en lo que se refería a Paula y no estaba seguro de lo que quedaba en su lugar. Unas emociones con las que no había tenido que enfrentarse en mucho tiempo subían burbujeando a la superficie.

Se daba cuenta de que no había hecho planes para después de su desquite con Lenape Bay. El futuro era un gran interrogante. No tenía ni idea de lo que iba a hacer con Paula o con los sentimientos que ella había hecho renacer y estaba mortalmente asustado.




ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 50

 


La tribuna estaba enfrente de una iglesia al otro lado del pueblo. Al verlos llegar, Pablo les hizo señas frenéticas de que ocuparan los asientos que tenía reservados.

La multitud empezaba a impacientarse. Todas las fuerzas vivas de Lenape Bay los contemplaron mientras subían los escalones. Paula se preguntó lo que pensarían de ellos. ¿Sabían que eran amantes? Se riñó mentalmente. Tenía que dejar de sentirse avergonzada cada vez que pensaba en su relación con Pedro, porque mantenían una relación. Le gustara o no, no podían andar escondiéndose. De todas maneras, después del beso en Main Street toda la ciudad debía estar al cabo de la calle.

Paula se dirigió a los asistentes abandonando el discurso que tenía preparado y resumiendo los cambios que se habían producido en Lenape Bay durante el año anterior. Incluso se las arregló para mencionar el proyecto de Maiden Point cuando enumeró los atractivos y los logros del pueblo.

Su actitud había cambiado. Estaba empezando a aplicar el «si no puedes con tu enemigo, únete a él». Había un sentimiento de entusiasmo general hacia la nueva urbanización. Tenía que reconocer que la ciudad había revivido desde que Pedro había vuelto. Quizá su hermano tuviera razón y fuera cierto que había cambiado. Tenía que olvidar su hostilidad y el pasado. Al fin y al cabo todo el mundo cometía errores, pero tenía derecho a rehacer su vida.

Quince años era mucho tiempo para que no cambiara una persona. Pedro ya no era un chiquillo impulsivo y su madurez se demostraba en la manera en que se vestía y hablaba con la gente. Tenía un aire de dominio del que había carecido de adolescente. Pero seguía siendo un enigma. Se preguntó si sería capaz de hacer el amor con ella durante toda la noche y mentirle durante el día. ¿Tan buen actor era?

Cuando le llegó a Pedro el turno de hablar, sus miradas se cruzaron. Paula sintió que se le detenía el corazón, tantos sentimientos había en aquella mirada.

Pedro hizo un discurso lleno de promesas y optimismo de cara al futuro. Renovó su compromiso con el pueblo, pero Paula sentía que se estaba dirigiendo a ella en particular. Las emociones le contrajeron el estómago viéndole encandilar a los asistentes. Se le formó un nudo en la garganta y los ojos se le llenaron de lágrimas.

Le amaba. Que Dios la ayudara pero era la verdad.

Quizá nunca había dejado de amarle. Quizá todos aquellos años no fueran más que un disfraz, una mentira para convencerse a sí misma de que estaba satisfecha con su vida. Sacó un pañuelo y se secó los ojos. No era el momento de rumiar el pasado. Era el comienzo de una nueva vida y ella estaba más que preparada para darle la bienvenida con los brazos abiertos.

El aplauso que siguió a la intervención de Pedro fue demoledor. Debido al entusiasmo de la multitud, los organizadores suprimieron el resto de los discursos y, sin más dilaciones, dio comienzo el desfile. Paula y Pedro se pusieron a la cabeza y comenzaron a andar hacia el centro del pueblo. Pedro parecía pasárselo en grande. Paula se lo comentó y aprovechó para felicitarle por su discurso.

—¿Nunca te has planteado meterte en política?

—¿No me digas que estás preocupada por tu empleo?

—Puede que tenga que preocuparme si te quedas.

—¿Todavía no estás convencida?

Paula, tras dudarlo un momento, hizo un gesto negativo. Pedro se inclinó para susurrarle al oído.

—Si después de lo que pasó anoche no…

Pedro… —le advirtió ella.

—De acuerdo —dijo riéndose—. No te pondré en evidencia delante de tus conciudadanos, alcaldesa Wallace.




lunes, 7 de septiembre de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 49

 


Aquella mañana se sentía como un niño haciendo novillos. Se había metido en la ducha sonriendo al recordar las escenas que acababa de vivir. Tenía que acabar con aquello, tenía que librarse de las redes de Paula antes de que fuera demasiado tarde y le resultara imposible vivir sin ella.

Pedro se retiró, pero Paula se había quedado tan lánguida que tuvo que sujetarla para evitar que cayera al suelo. Su rostro tenía una expresión soñadora, satisfecha, la misma que tenía siempre que acababan de hacer el amor. Una oleada de placer atravesó como una daga su corazón dejándole temblando para sus adentros.

«Ya es demasiado tarde, muchacho. Demasiado tarde».

La gente se paraba a mirar. Pedro se dio cuenta aunque ella no podía. Parecía en trance. Él conocía aquella sensación. Siempre que la tocaba el mundo se convertía en una sombra pálida. Comenzó a andar arrastrándola consigo.

—Vamos. Ya hablaremos de esto más tarde —dijo cuidando de no definir lo que era «esto».

—Siempre estamos a punto de hablar de «esto» —dijo ella sonriendo—. Y siempre acaba pasando algo que nos lo impide.

Pedro se echó a reír y la abrazó.

—Tienes respuesta para todo, alcaldesa Wallace. Y buenas, además.

Se sonrieron. Pedro era incorregible y adorable. Con sólo mirar aquellos ojos azules, el corazón se le convertía en gelatina. Para cualquiera que mirara parecían dos enamorados.

Paula sintió un hueco en el estómago al darse cuenta de lo que estaba pensando. No podía seguir engañándose, uno de ellos lo estaba. Se había dado cuenta alrededor de las cuatro de la madrugada cuando habían hecho el amor en la silla de la cocina. Al amanecer, no había querido que se fuera. Aquel recuerdo le dio fuerzas para sobreponerse.

—Llegamos muy tarde. No pueden empezar el desfile sin nosotros.

—¿Crees que les importará si nos presentamos así. de lado? Como si bailáramos un tango por toda Main Street.

Paula se libró de su abrazo venciendo la tentación de quedarse allí todo el día. Tenía la profunda sensación de que era correcto. ¿De verdad no lo era?

—Me parece que sí les molestaría.



ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 48

 


Paula contempló Main Street desde la ventana de su despacho. Hacía un día espléndido para un desfile. Puestos a pensarlo, no había habido un día tan bueno en toda la creación. El cielo era más azul y el sol más brillante. ¿O sólo se lo parecían a ella después de una noche de locura erótica sublime? Una noche erótica que parecía haber durado una eternidad. De lo único que estaba segura era de que no se había sentido tan viva en toda su vida.

Había llegado temprano y despejada a la oficina, sobre todo porque casi no había pegado ojo. La noche anterior le parecía vivida e irreal al mismo tiempo. El amor era algo que se hacía una vez, quizá dos, ¿pero toda la noche? Se cubrió la cara con las manos. Después de haber satisfecho su fantasía personal, Pedro había realizado unas cuantas de su propia cosecha. Habían ido moviéndose por toda la casa para acabar en el dormitorio cuando amanecía.

Paula se desperezó. Estaba un poco entumecida por la falta de sueño y escocida en algunos lugares nuevos e interesantes. Sonrió con la picardía del gato de Alicia al recordar cómo se había ganado aquellas escoceduras. Ya nunca podría ver sus muebles con los mismos ojos.

Se había producido un cambio en ella, no sólo físico, sino mental también. Su actitud hacia Pedro había dado un giro decidido hacia la ambivalencia. Nada podría disipar las dudas que tenía acerca de él, pero se engañaría a sí misma de no admitir que lo sucedido había alterado drásticamente su visión de las cosas. Ayer buscaba pruebas con las que acusarle, hoy se preguntaba si su hermano no tendría razón. ¿No se estaba portando de un modo irracional? ¿Estaba el pasado ensombreciendo el presente, saboteando el futuro?

Aquella mañana dudaba de todo. No era de extrañar. Ninguna mujer puede pasarse la noche haciendo el amor y pretender que seguía siendo la misma. Al menos no una mujer como ella.

Bostezó mientras consultaba el reloj. Llegaba tarde. Salió de su oficina en el momento en que Jhoana llegaba a trabajar.

—¡Ah, Jhoana! Me alegro de que hayas llegado. He firmado las cartas, están sobre mi mesa. Puedes darles salida hoy. No sé cuánto va a durar el desfile, pero intentaré llamar después.

—¿Tienes un minuto antes de salir corriendo?

—Pero sólo uno. Se suponía que ya debía estar en la tribuna.

—No nos llevará mucho tiempo. Quiero que veas algo interesante que descubrí…

—¿Paula? —llamó Pedro desde abajo.

—Estoy aquí arriba —contestó ella.

Pedro subió la escalera y saludó a Jhoana con un gesto de la cabeza. Después se quedó inmóvil mirando a Paula intensamente. Ella sintió que se sonrojaba mientras la razón de que llegara tarde, por no hablar de sus escoceduras, la confrontaba.

Estaba muy atractivo vestido con un traje gris, el epítome de un hombre de negocios de éxito. Pero la imagen que tenía de él era la de un hombre moviéndose sobre ella a la luz del amanecer.

—Hola —dijo ella con voz débil.

—Hola —dijo él levantándole el cabello y besándola en el oído—. ¿Cómo estás esta mañana?

Paula sintió que se moría de vergüenza. No se atrevía a mirar a Jhoana. Sabía que su amiga debía estar observándolos como si fueran dos extraterrestres con tentáculos de colores.

—Bien —respondió apartándose ligeramente de él—. ¿Y tú?

—Muy bien —dijo sonriendo—. ¿Has pasado una buena noche?

—Muy buena.

«Como si tú no lo supieras».

—He venido para acompañarte a la tribuna —dijo él.

—Nos vemos abajo —dijo Paula con la esperanza de librarse de él y tener tiempo para reponerse.

—De acuerdo. Pero date prisa. Ya sabes que la gente murmura cuando llegamos tarde.

Paula movió la cabeza con desaprobación. Él bajó las escaleras riendo, sin importarle la incomodidad de Paula ni el asombro de Jhoana. Ella suspiró antes de volverse a su secretaria.

—¿Sí? ¿Qué decías?

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Jhoana completamente aturdida.

—Nada.

—A mí no me ha parecido que fuera «nada».

—Es la verdad, Jhoana. Pedro sólo trataba de mostrarse cariñoso. Tanto si me gusta como si no, tengo que tratar con él.

Jhoana alzó una ceja escéptica.

—¿Cariñoso? Yo creo que ha sido un poco más…

—¿No tenías que enseñarme algo?

Jhoana se mordió el labio y sacudió la cabeza lentamente.

—Olvídalo.

—Lo veremos más tarde, ¿de acuerdo? —dijo Paula bajando las escaleras.

—Sí, puede que más tarde.

Paula corrió hacia la calle y a punto estuvo de arrollar a Pedro en sus prisas. Echaron a andar por Main Street hacia donde estaba instalada la tribuna.

—¿Por qué has tenido que hacerlo? —preguntó ella.

—¿Qué he hecho ahora?

—Ponerme en evidencia delante de Jhoana.

—¿En evidencia? Pensaba que había sido un beso para desearte buen día. Creía que después de anoche podía hacerlo sin pedirte permiso.

—Pero no en público.

—¡Ah, vaya! En privado podemos retozar desnudos por el suelo y hacer el amor como locos, pero en público tengo que mantener las distancias, ¿correcto? Intenta ser clara porque no quiero volver a ponerte en evidencia.

Paula se detuvo y le tiró del brazo para conseguir que la mirara.

—Si no te conociera mejor, Pedro Alfonso, diría que te sientes herido.

—Quizá.

—Para salir herido, a uno ha de importarle la otra persona.

—¿Y quién dice que no?

—Tú lo dijiste.

—Puede que mintiera.

Paula echó a andar. Pedro le dio un tirón y la abrazó besándola. Un beso duro, a plena luz del día en Main Street. Fue un acto impulsivo, como los de toda su vida. Había creído que lo tenía superado, había creído controlarlo, pero no era verdad. Al menos en lo que se refería a Paula.

Pedro combatía en aquel beso, luchaba por su vida. El beso se profundizó evocando una mezcla de emociones. Había dolor allí, e ira, deseo, y algo más que no le era totalmente desconocido. En algún momento de la noche anterior se había colado a hurtadillas en su alma. Y le tenía mortalmente asustado.




ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 47

 


La atrajo hacia su pecho para mecerla entre sus brazos. Al cabo de un momento, sintió que sus hombros se movían.

—¿Tienes frío?

Ella negó con un gesto de la cabeza.

—¿Paula?

Le hizo incorporarse para poder verle el rostro. Paula estaba llorando. Las lágrimas caían por sus mejillas y los músculos de su vientre se convulsionaban. Pedro sintió que le azotaban el pecho con un látigo de acero. Aquella visión le dejó sin defensas.

—¿Qué pasa?

—Nada.

—No me vengas con que no pasa nada. ¿Te he hecho daño?

Pedro, no…

Pedro, no, ¿qué? ¿Que no pregunte? —dijo él sentándose y llevándola consigo—. ¿Por qué demonios estás llorando?

—No lo sé. Tengo ganas de llorar.

Paula le miró a los ojos y las lágrimas volvieron a brotar.

Pedro le acarició la cara.

—¿Por qué, pequeña? Cuéntamelo.

—Ha sido muy hermoso.

Pedro supo que se refería a lo que acababan de compartir. Asintió.

—Sí, muy bonito.

Los sentimientos por tanto tiempo reprimidos se liberaron y alcanzaron la superficie. Intentó descartarlos pero, al contrario que en el pasado, no tuvo éxito. Acunándola entre sus brazos, se apoyó en el sofá y cerró los ojos.

—Siempre es así entre nosotros.

Se quedaron un momento quietos, abrazándose. Paula se secó los ojos y apoyó la cabeza sobre su hombro para contemplar el fuego moribundo. La chimenea había perdido su ferocidad inicial para transformarse en una mezcla de brasas y cenizas al rojo. Paula pensó que se parecían a ellos dos, ardientes y feroces al principio y toda confusión e inseguridad al final.

—Yo te amaba, Pedro —dijo suavemente en medio del silencio y la oscuridad—. Dime que me crees.

Pedro luchó contra las emociones que le embotaban la mente. No quería desenterrar aquellos viejos sentimientos. Ya era bastante malo que no pudiera resistirse a tocarla. No quería pensar en ella en términos de amor, no lo hubo entonces, no lo había ahora. Sin embargo, no podía negar el impacto que habían tenido sus palabras.

La música sonaba dulcemente. Era Yesterday de los Beatles. Muy a propósito. La abrazó con más fuerza.

—Te creo —dijo al fin.

Y lo peor era que lo decía de verdad.