martes, 8 de septiembre de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 52

 


Sea como fuere, tenía que seguir el curso de acción que se había trazado. Era demasiado tarde para volverse atrás aunque quisiera, lo cual, y no dejaba de repetírselo, no era el caso.

—¡Pedro! ¡Paula! Esperad —gritó Pablo corriendo hacia ellos—. Quiero hablar con vosotros.

—¿Cómo te va? —preguntó Pedro.

—Bien. Realmente bien. ¿Has estado en las obras?

—Hace un par de días que no voy por allí.

—Yo he estado esta mañana. Es increíble lo que han avanzado.

Parece que vamos a liquidar muy pronto.

—¿Cuándo quieres que lo hagamos? —preguntó Pedro.

—Cuando tú quieras —respondió Pablo.

—¿Te parece bien el doce de noviembre?

—Perfecto.

—¿En serio va tan rápido? —preguntó ella.

—Como lo oyes.

—Estupendo —dijo Pedro—. Nos veremos en la liquidación.

—Claro. Sólo tengo que hacer correr la voz e inundar los periódicos de propaganda. ¿A que es emocionante, Paula?

—Sí, mucho.

Lo decía en serio. Una vez que Pedro y su consorcio pagara la primera unidad, no habría motivos para seguir dudando. Sería una prueba de que se había comprometido tanto como el banco.

—Parece que todo ha sucedido muy deprisa —comentó ella cuando su hermano se hubo ido.

—Todo depende del punto de vista con que lo mires.

Paula le miró perpleja. Él le puso el brazo sobre los hombros y la estrechó contra sí.

—Vamos a comer. Ese relámpago me ha abierto el apetito. Necesito comida de verdad.

El restaurante estaba muy concurrido y tuvieron que esperar para conseguir un reservado. Pedro trabó conversación con algunos viejos conocidos. Paula le observó mientras contaban historias de los viejos tiempos. Parecía sentirse a sus anchas, más en casa que nunca. Eso la convenció más que ninguna otra cosa. Cuando él le cogió la mano, Paula no intentó disimular. Le creía.

—Había olvidado todas esas historias —dijo Pedro cuando se sentaron.

—Eres el único. Nadie más las ha olvidado. Todo el mundo tiene algo que contar de ti.

Pedro sonrió mientras saludaba a un grupo que se iba.

—Son buena gente.

—Parece que te sorprende descubrirlo.

—Supongo que sí. No guardo muy buenos recuerdos de Lenape Bay. Creo que los he borrado deliberadamente.

—A veces es mejor olvidarse completamente del pasado.

Pedro la miró a los ojos. Sabía exactamente a lo que se refería. Paula quería hablar de lo que sucedió entre ellos, pero él aún no estaba preparado. Quizá no lo estuviera nunca. Ya habría tiempo cuando culminara su plan.

Sin embargo, no pudo evitar preguntarse lo que había sentido Paula por él en aquel entonces. Dudaba de que pudiera entenderlo si se lo explicaba. Por eso mismo debía mantenerse fiel a sus objetivos.

Se pusieron a comer. Paula se había dado cuenta de que se sentía incómodo hablando de sus sentimientos. Para ella, lo único que demostraba era que sentía unas emociones demasiado fuertes. Había esperado quince años, podía esperar un poco más.

Después de la comida, pasearon abrazados hasta la oficina. La gente, los tenderos, los saludaban sonriendo al pasar. No obstante, a Paula ya no le importaba lo que pudieran pensar.

Pedro se paró en la puerta del edificio.

—Voy a darme una vuelta por las obras. Salgamos a cenar fuera de aquí. Solos tú y yo.

—Me parece perfecto —dijo ella.

—Pásate por casa sobre las siete. He hecho algunas obras en el piso de arriba y me gustaría que me dieras tu opinión. Nos iremos después de enseñártelas.

—Bien.

Pedro le alzó la barbilla para estudiar su rostro. Su cuerpo reaccionó como una cerilla junto a una llama. Conscientes de dónde se hallaban, la empujó hasta el vestíbulo. La abrazó atrapándola contra la pared aprovechando que no había nadie. Ella le respondió echándole los brazos al cuello y amoldándose a su cuerpo. Pensó que faltaba demasiado para que se hiciera de noche. Aparentemente, el sentía lo mismo.

Un ruido en las escaleras los avisó de que tenían compañía. Pedro se separó y fue hasta la entrada. Allí se detuvo para mirar por encima del hombro. Paula seguía apoyada en la pared, esperándole. Le apuntó con un dedo.

—¡Ah, pequeña! Guarda esos pensamientos para luego.




ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 51

 


Sin embargo, la tomó de la mano. Ella no se opuso. Optó por ignorar las miradas de curiosidad que les lanzaban a su paso. Cuando el desfile llegó a su fin, la multitud se dispersó. Paula y Pedro se entretuvieron curioseando en los puestos callejeros de la feria.

—¡Pedro! Ven aquí.

Era la señora Antonelli quien los llamaba. La mujer se inclinó y le puso a Pedro un relámpago de chocolate en la boca. Después le explicó a Paula con aire maternal.

—Le encantaban cuando era pequeño. Y también solía robarlos —añadió agitando un dedo frente a la cara de él.

Pedro se echó a reír mientras le cogía la mano que le amonestaba.

—Estaba loca por mí, señora Antonelli.

—Quita, quita —dijo ella sonriendo—. Mírale. Sigue siendo un diablillo.

—No estoy segura, señora Antonelli —respondió Paula.

—Lo había olvidado pero es cierto —dijo él—. Los robaba. La señora Antonelli salía corriendo y gritando detrás de mí y nunca me cogía.

—Naturalmente —dijo Paula.

—Era un bandido, ¿verdad?

—Lo sigues siendo.

—Anoche no te quejaste.

—Anoche era… diferente.

—¿Puedo saber por qué?

—Porque me pillaste por sorpresa.

—¿No me esperabas? —preguntó él.

—No, Pedro. No te esperaba. Forzaste la puerta para entrar en mi casa. ¿O también lo has olvidado?

—No puedo creerlo. Tumbada en el sofá, desnuda, la música suave, el fuego encendido. Me pareció que lo único que faltaba era yo.

—Eres imposible.

Pedro se echó a reír y la estrechó contra sí. Eran dos gestos que repetía muy a menudo en los últimos tiempos, reír y abrazar a Paula. Todo iba tan bien que a veces se preocupaba. Sin embargo, en sus planes no había entrado lo que estaba sintiendo por ella. Aquello era uno de los «imponderables» para los que se había considerado preparado. No lo estaba. No iba a negar que no se le había pasado por la mente seducirla. Con lo que no había contado era con ser seducido a su vez.

El problema consistía en que se lo estaba pasando condenadamente bien. No recordaba haber sido más feliz que aquella mañana, paseando por la calle principal del somnoliento pueblo costero con el amor de su juventud junto a él.

¿Qué podría ser más sencillo?

¿Qué podría ser mejor?

¿Qué podría ser más peligroso?

La noche anterior había sido el momento crucial. No se había tomado en serio a Paula y la realidad era que no había sentido el menor deseo de abandonarla al amanecer. De haber podido, la hubiera llevado a besos hasta una isla desierta donde nadie los molestara. Y en eso se incluía él mismo.

Ya casi había llegado el momento en que su «consorcio» tendría que aparecer con dinero en efectivo para la fase piloto. Puesto que tal consorcio no existía, el pago no se haría efectivo y el banco se quedaría con un agujero imposible de tapar. La culminación de sus sueños se hallaba al alcance de la mano.

Lo que no le alegraba tanto era el efecto que podía tener sobre Paula. Ella empezaba a sentir algo por Pedro. Aunque no había dicho nada, el lenguaje de su cuerpo era expresivo. Tendría que haberse sentido satisfecho por haber conseguido que se enamorara de él otra vez, pero aquella era una espada de doble filo. Se suponía que el enamoramiento no tenía que ser mutuo.

Lo era. Si la tarde en la cama de Claudio se había merecido un diez, la noche anterior se salía de las calificaciones. Pedro Alfonso se había perdido en Paula, había dejado de existir. Habían buscado algo y juntos lo habían encontrado. Era algo tan profundo, tan completo, que no recordaba haberse sentido alguna vez más deseado, más necesitado.

Bueno, sí. Hacía mucho tiempo en una cabaña en ruinas.

Entonces lo había llamado amor, ahora no quería pensarlo. De cualquier modo, el placer de su venganza se disipaba en lo que se refería a Paula y no estaba seguro de lo que quedaba en su lugar. Unas emociones con las que no había tenido que enfrentarse en mucho tiempo subían burbujeando a la superficie.

Se daba cuenta de que no había hecho planes para después de su desquite con Lenape Bay. El futuro era un gran interrogante. No tenía ni idea de lo que iba a hacer con Paula o con los sentimientos que ella había hecho renacer y estaba mortalmente asustado.




ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 50

 


La tribuna estaba enfrente de una iglesia al otro lado del pueblo. Al verlos llegar, Pablo les hizo señas frenéticas de que ocuparan los asientos que tenía reservados.

La multitud empezaba a impacientarse. Todas las fuerzas vivas de Lenape Bay los contemplaron mientras subían los escalones. Paula se preguntó lo que pensarían de ellos. ¿Sabían que eran amantes? Se riñó mentalmente. Tenía que dejar de sentirse avergonzada cada vez que pensaba en su relación con Pedro, porque mantenían una relación. Le gustara o no, no podían andar escondiéndose. De todas maneras, después del beso en Main Street toda la ciudad debía estar al cabo de la calle.

Paula se dirigió a los asistentes abandonando el discurso que tenía preparado y resumiendo los cambios que se habían producido en Lenape Bay durante el año anterior. Incluso se las arregló para mencionar el proyecto de Maiden Point cuando enumeró los atractivos y los logros del pueblo.

Su actitud había cambiado. Estaba empezando a aplicar el «si no puedes con tu enemigo, únete a él». Había un sentimiento de entusiasmo general hacia la nueva urbanización. Tenía que reconocer que la ciudad había revivido desde que Pedro había vuelto. Quizá su hermano tuviera razón y fuera cierto que había cambiado. Tenía que olvidar su hostilidad y el pasado. Al fin y al cabo todo el mundo cometía errores, pero tenía derecho a rehacer su vida.

Quince años era mucho tiempo para que no cambiara una persona. Pedro ya no era un chiquillo impulsivo y su madurez se demostraba en la manera en que se vestía y hablaba con la gente. Tenía un aire de dominio del que había carecido de adolescente. Pero seguía siendo un enigma. Se preguntó si sería capaz de hacer el amor con ella durante toda la noche y mentirle durante el día. ¿Tan buen actor era?

Cuando le llegó a Pedro el turno de hablar, sus miradas se cruzaron. Paula sintió que se le detenía el corazón, tantos sentimientos había en aquella mirada.

Pedro hizo un discurso lleno de promesas y optimismo de cara al futuro. Renovó su compromiso con el pueblo, pero Paula sentía que se estaba dirigiendo a ella en particular. Las emociones le contrajeron el estómago viéndole encandilar a los asistentes. Se le formó un nudo en la garganta y los ojos se le llenaron de lágrimas.

Le amaba. Que Dios la ayudara pero era la verdad.

Quizá nunca había dejado de amarle. Quizá todos aquellos años no fueran más que un disfraz, una mentira para convencerse a sí misma de que estaba satisfecha con su vida. Sacó un pañuelo y se secó los ojos. No era el momento de rumiar el pasado. Era el comienzo de una nueva vida y ella estaba más que preparada para darle la bienvenida con los brazos abiertos.

El aplauso que siguió a la intervención de Pedro fue demoledor. Debido al entusiasmo de la multitud, los organizadores suprimieron el resto de los discursos y, sin más dilaciones, dio comienzo el desfile. Paula y Pedro se pusieron a la cabeza y comenzaron a andar hacia el centro del pueblo. Pedro parecía pasárselo en grande. Paula se lo comentó y aprovechó para felicitarle por su discurso.

—¿Nunca te has planteado meterte en política?

—¿No me digas que estás preocupada por tu empleo?

—Puede que tenga que preocuparme si te quedas.

—¿Todavía no estás convencida?

Paula, tras dudarlo un momento, hizo un gesto negativo. Pedro se inclinó para susurrarle al oído.

—Si después de lo que pasó anoche no…

Pedro… —le advirtió ella.

—De acuerdo —dijo riéndose—. No te pondré en evidencia delante de tus conciudadanos, alcaldesa Wallace.




lunes, 7 de septiembre de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 49

 


Aquella mañana se sentía como un niño haciendo novillos. Se había metido en la ducha sonriendo al recordar las escenas que acababa de vivir. Tenía que acabar con aquello, tenía que librarse de las redes de Paula antes de que fuera demasiado tarde y le resultara imposible vivir sin ella.

Pedro se retiró, pero Paula se había quedado tan lánguida que tuvo que sujetarla para evitar que cayera al suelo. Su rostro tenía una expresión soñadora, satisfecha, la misma que tenía siempre que acababan de hacer el amor. Una oleada de placer atravesó como una daga su corazón dejándole temblando para sus adentros.

«Ya es demasiado tarde, muchacho. Demasiado tarde».

La gente se paraba a mirar. Pedro se dio cuenta aunque ella no podía. Parecía en trance. Él conocía aquella sensación. Siempre que la tocaba el mundo se convertía en una sombra pálida. Comenzó a andar arrastrándola consigo.

—Vamos. Ya hablaremos de esto más tarde —dijo cuidando de no definir lo que era «esto».

—Siempre estamos a punto de hablar de «esto» —dijo ella sonriendo—. Y siempre acaba pasando algo que nos lo impide.

Pedro se echó a reír y la abrazó.

—Tienes respuesta para todo, alcaldesa Wallace. Y buenas, además.

Se sonrieron. Pedro era incorregible y adorable. Con sólo mirar aquellos ojos azules, el corazón se le convertía en gelatina. Para cualquiera que mirara parecían dos enamorados.

Paula sintió un hueco en el estómago al darse cuenta de lo que estaba pensando. No podía seguir engañándose, uno de ellos lo estaba. Se había dado cuenta alrededor de las cuatro de la madrugada cuando habían hecho el amor en la silla de la cocina. Al amanecer, no había querido que se fuera. Aquel recuerdo le dio fuerzas para sobreponerse.

—Llegamos muy tarde. No pueden empezar el desfile sin nosotros.

—¿Crees que les importará si nos presentamos así. de lado? Como si bailáramos un tango por toda Main Street.

Paula se libró de su abrazo venciendo la tentación de quedarse allí todo el día. Tenía la profunda sensación de que era correcto. ¿De verdad no lo era?

—Me parece que sí les molestaría.



ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 48

 


Paula contempló Main Street desde la ventana de su despacho. Hacía un día espléndido para un desfile. Puestos a pensarlo, no había habido un día tan bueno en toda la creación. El cielo era más azul y el sol más brillante. ¿O sólo se lo parecían a ella después de una noche de locura erótica sublime? Una noche erótica que parecía haber durado una eternidad. De lo único que estaba segura era de que no se había sentido tan viva en toda su vida.

Había llegado temprano y despejada a la oficina, sobre todo porque casi no había pegado ojo. La noche anterior le parecía vivida e irreal al mismo tiempo. El amor era algo que se hacía una vez, quizá dos, ¿pero toda la noche? Se cubrió la cara con las manos. Después de haber satisfecho su fantasía personal, Pedro había realizado unas cuantas de su propia cosecha. Habían ido moviéndose por toda la casa para acabar en el dormitorio cuando amanecía.

Paula se desperezó. Estaba un poco entumecida por la falta de sueño y escocida en algunos lugares nuevos e interesantes. Sonrió con la picardía del gato de Alicia al recordar cómo se había ganado aquellas escoceduras. Ya nunca podría ver sus muebles con los mismos ojos.

Se había producido un cambio en ella, no sólo físico, sino mental también. Su actitud hacia Pedro había dado un giro decidido hacia la ambivalencia. Nada podría disipar las dudas que tenía acerca de él, pero se engañaría a sí misma de no admitir que lo sucedido había alterado drásticamente su visión de las cosas. Ayer buscaba pruebas con las que acusarle, hoy se preguntaba si su hermano no tendría razón. ¿No se estaba portando de un modo irracional? ¿Estaba el pasado ensombreciendo el presente, saboteando el futuro?

Aquella mañana dudaba de todo. No era de extrañar. Ninguna mujer puede pasarse la noche haciendo el amor y pretender que seguía siendo la misma. Al menos no una mujer como ella.

Bostezó mientras consultaba el reloj. Llegaba tarde. Salió de su oficina en el momento en que Jhoana llegaba a trabajar.

—¡Ah, Jhoana! Me alegro de que hayas llegado. He firmado las cartas, están sobre mi mesa. Puedes darles salida hoy. No sé cuánto va a durar el desfile, pero intentaré llamar después.

—¿Tienes un minuto antes de salir corriendo?

—Pero sólo uno. Se suponía que ya debía estar en la tribuna.

—No nos llevará mucho tiempo. Quiero que veas algo interesante que descubrí…

—¿Paula? —llamó Pedro desde abajo.

—Estoy aquí arriba —contestó ella.

Pedro subió la escalera y saludó a Jhoana con un gesto de la cabeza. Después se quedó inmóvil mirando a Paula intensamente. Ella sintió que se sonrojaba mientras la razón de que llegara tarde, por no hablar de sus escoceduras, la confrontaba.

Estaba muy atractivo vestido con un traje gris, el epítome de un hombre de negocios de éxito. Pero la imagen que tenía de él era la de un hombre moviéndose sobre ella a la luz del amanecer.

—Hola —dijo ella con voz débil.

—Hola —dijo él levantándole el cabello y besándola en el oído—. ¿Cómo estás esta mañana?

Paula sintió que se moría de vergüenza. No se atrevía a mirar a Jhoana. Sabía que su amiga debía estar observándolos como si fueran dos extraterrestres con tentáculos de colores.

—Bien —respondió apartándose ligeramente de él—. ¿Y tú?

—Muy bien —dijo sonriendo—. ¿Has pasado una buena noche?

—Muy buena.

«Como si tú no lo supieras».

—He venido para acompañarte a la tribuna —dijo él.

—Nos vemos abajo —dijo Paula con la esperanza de librarse de él y tener tiempo para reponerse.

—De acuerdo. Pero date prisa. Ya sabes que la gente murmura cuando llegamos tarde.

Paula movió la cabeza con desaprobación. Él bajó las escaleras riendo, sin importarle la incomodidad de Paula ni el asombro de Jhoana. Ella suspiró antes de volverse a su secretaria.

—¿Sí? ¿Qué decías?

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Jhoana completamente aturdida.

—Nada.

—A mí no me ha parecido que fuera «nada».

—Es la verdad, Jhoana. Pedro sólo trataba de mostrarse cariñoso. Tanto si me gusta como si no, tengo que tratar con él.

Jhoana alzó una ceja escéptica.

—¿Cariñoso? Yo creo que ha sido un poco más…

—¿No tenías que enseñarme algo?

Jhoana se mordió el labio y sacudió la cabeza lentamente.

—Olvídalo.

—Lo veremos más tarde, ¿de acuerdo? —dijo Paula bajando las escaleras.

—Sí, puede que más tarde.

Paula corrió hacia la calle y a punto estuvo de arrollar a Pedro en sus prisas. Echaron a andar por Main Street hacia donde estaba instalada la tribuna.

—¿Por qué has tenido que hacerlo? —preguntó ella.

—¿Qué he hecho ahora?

—Ponerme en evidencia delante de Jhoana.

—¿En evidencia? Pensaba que había sido un beso para desearte buen día. Creía que después de anoche podía hacerlo sin pedirte permiso.

—Pero no en público.

—¡Ah, vaya! En privado podemos retozar desnudos por el suelo y hacer el amor como locos, pero en público tengo que mantener las distancias, ¿correcto? Intenta ser clara porque no quiero volver a ponerte en evidencia.

Paula se detuvo y le tiró del brazo para conseguir que la mirara.

—Si no te conociera mejor, Pedro Alfonso, diría que te sientes herido.

—Quizá.

—Para salir herido, a uno ha de importarle la otra persona.

—¿Y quién dice que no?

—Tú lo dijiste.

—Puede que mintiera.

Paula echó a andar. Pedro le dio un tirón y la abrazó besándola. Un beso duro, a plena luz del día en Main Street. Fue un acto impulsivo, como los de toda su vida. Había creído que lo tenía superado, había creído controlarlo, pero no era verdad. Al menos en lo que se refería a Paula.

Pedro combatía en aquel beso, luchaba por su vida. El beso se profundizó evocando una mezcla de emociones. Había dolor allí, e ira, deseo, y algo más que no le era totalmente desconocido. En algún momento de la noche anterior se había colado a hurtadillas en su alma. Y le tenía mortalmente asustado.




ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 47

 


La atrajo hacia su pecho para mecerla entre sus brazos. Al cabo de un momento, sintió que sus hombros se movían.

—¿Tienes frío?

Ella negó con un gesto de la cabeza.

—¿Paula?

Le hizo incorporarse para poder verle el rostro. Paula estaba llorando. Las lágrimas caían por sus mejillas y los músculos de su vientre se convulsionaban. Pedro sintió que le azotaban el pecho con un látigo de acero. Aquella visión le dejó sin defensas.

—¿Qué pasa?

—Nada.

—No me vengas con que no pasa nada. ¿Te he hecho daño?

Pedro, no…

Pedro, no, ¿qué? ¿Que no pregunte? —dijo él sentándose y llevándola consigo—. ¿Por qué demonios estás llorando?

—No lo sé. Tengo ganas de llorar.

Paula le miró a los ojos y las lágrimas volvieron a brotar.

Pedro le acarició la cara.

—¿Por qué, pequeña? Cuéntamelo.

—Ha sido muy hermoso.

Pedro supo que se refería a lo que acababan de compartir. Asintió.

—Sí, muy bonito.

Los sentimientos por tanto tiempo reprimidos se liberaron y alcanzaron la superficie. Intentó descartarlos pero, al contrario que en el pasado, no tuvo éxito. Acunándola entre sus brazos, se apoyó en el sofá y cerró los ojos.

—Siempre es así entre nosotros.

Se quedaron un momento quietos, abrazándose. Paula se secó los ojos y apoyó la cabeza sobre su hombro para contemplar el fuego moribundo. La chimenea había perdido su ferocidad inicial para transformarse en una mezcla de brasas y cenizas al rojo. Paula pensó que se parecían a ellos dos, ardientes y feroces al principio y toda confusión e inseguridad al final.

—Yo te amaba, Pedro —dijo suavemente en medio del silencio y la oscuridad—. Dime que me crees.

Pedro luchó contra las emociones que le embotaban la mente. No quería desenterrar aquellos viejos sentimientos. Ya era bastante malo que no pudiera resistirse a tocarla. No quería pensar en ella en términos de amor, no lo hubo entonces, no lo había ahora. Sin embargo, no podía negar el impacto que habían tenido sus palabras.

La música sonaba dulcemente. Era Yesterday de los Beatles. Muy a propósito. La abrazó con más fuerza.

—Te creo —dijo al fin.

Y lo peor era que lo decía de verdad.




domingo, 6 de septiembre de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 46

 


Se abrazaron, cayeron de rodillas debatiéndose por permanecer los más juntos posible. Pedro le sujetó la cabeza mientras recorría con los labios todos los rasgos de su cara. Después comenzó un beso lento, mordisqueándole el labio inferior, luego pasándole la lengua hasta que ella abrió la boca invitándole a entrar.

Cuando sus lenguas se tocaron, el control que habían mantenido hasta entonces saltó hecho pedazos. Sus besos se volvieron ardientes, violentos. Pedro oyó la voz del sentido común que le conminaba a no apresurarse, pero no podía detenerse. La dulzura de aquella boca le abrumaba, ahogando toda excusa, todo pensamiento.

Aquella era la verdadera razón que le había sacado de un sueño profundo, la razón por la que le hervía la sangre cada vez que pronunciaba su nombre, la razón que le había impulsado a ir a su casa y romper la puerta si hubiera sido preciso.

Sí, quería hablar con ella, pero también quería saborearla, sentirla, olería. Le tomó los senos y los apretó contra su pecho velludo.

—¡Ah, pequeña! Siénteme.

—Te siento —jadeó ella—. También quiero tocarte, Pedro. Quiero…

La cara de Pedro se suavizó al oírla. Su cuerpo se relajó gradualmente.

—¿Qué es lo que quieres? Dímelo.

Paula apartó la mirada de aquellos ojos penetrantes. Se sentía avergonzada, lo que bien pensado era bastante ridículo.

—No sé qué quieres que te diga.

Pedro le puso las manos en las caderas e hizo que se recostara sobre la alfombra.

—Háblame de tus fantasías. Tendrás alguna, supongo.

—Como todo el mundo.

—Pues eso.

Pedro se tumbó de espaldas con las manos en la nuca. El fuego arrancaba reflejos dorados de su cuerpo. Contemplándole, ciertos pensamientos secretos pasaron chispeando por su mente. Paula se sonrojó. Pedro sonrió. Casi podía ver lo que estaba pensando.

—Ánimo, pequeña. Soy todo tuyo.

Los ojos de Paula se oscurecieron aún más. Se inclinó sobre su cuerpo y le acarició con los labios. Él no se movió. Le besó las mejillas, los labios, el hoyuelo de la barbilla y Pedro siguió sin moverse.

—¿Vas a quedarte quieto?

—Si es lo que quieres…

—¿Me lo prometes?

—Tienes mi palabra.

Paula sonrió. Ebria de aquel poder que tenía sobre él, le puso ambas manos en el pecho y lo montó a horcajadas. Pedro sonrió pero no dijo nada. Ella pensó que parecía pasárselo bien. Era justo, porque a ella le ocurría lo mismo.

Con caricias lentas y juguetonas, se rozó ligeramente, sintiendo la textura de su piel bajo el vello dorado. Bajó hacia el vientre. Pedro tensó los músculos del estómago pero se mantuvo fiel a su promesa y no se movió.

Paula se inclinó para besarle, para hacer que sus labios siguieran el camino que habían trazado sus manos, cubriéndole de besos húmedos que bajaban por su cuerpo. Tenía la piel caliente, tensa y suave. Le excitaba acariciarle con las mejillas antes de pasar al punto siguiente.

Detuvo los besos justo al lado de su sexo y fue a apoyar la cabeza sobre su muslo. No le tocó. Se limitó a calentarle con su aliento, observando cómo se excitaba más con cada bocanada cálida. Le complacía sentir cómo se contraían sus músculos intentando controlarse. Continuó su ataque aéreo hasta que Pedro alzó una rodilla.

—Creía que no ibas a moverte —bromeó ella.

—Lo siento —dijo él bajando la pierna.

Paula cedió a la tentación de coger el miembro entre sus dedos. Le acarició por todos lados. Pedro era como terciopelo, su carne dura y ardiente entre sus manos. Paula lo sabía porque podía sentir la tensión de su cuerpo. También ella estaba excitada. El placer que le proporcionaba le era devuelto multiplicado por diez. Las respuestas a sus caricias eran tan evidentes que el pulso se le aceleró mientras su necesidad se convertía en urgencia.

De repente ya no tuvo bastante con tocarle. Los labios reemplazaron a las manos y Paula disfrutó con su capacidad para dejar a un lado las inhibiciones y gozar de él como siempre había soñado.

El cuerpo de Pedro comenzó a temblar. Hacía tiempo que había quitado las manos de la nuca para clavar las uñas en la alfombra en un vano intento de controlarse y no penetrarla a la fuerza. Al principio había parecido una buena idea prometerle que no la iba a tocar, pero se estaba volviendo loco. Y su boca… Se ordenó no pensar en lo que Paula estaba haciendo. Ya lo pensaría al día siguiente. Tenía que pensar en el banco, en su plan…

Lanzó una gruesa maldición. Buscó sus pantalones para sacar un paquete antes de sentar a Paula sobre él. La sujetó por los cabellos y buscó su boca para demostrarle cómo besaba un hombre desesperado. Temblaba de deseo sin poder hacer nada por evitarlo. Tampoco le importaba. Estaba a salvo, estaba con Paula.

La alzó cogiéndola de la cintura y la hizo sentarse directamente encima de él. Con un poderoso empuje de nalgas entró en ella. Paula estaba tan caliente, tan húmeda, tan lista para recibirle que tuvo que cerrar con fuerza los párpados y quedarse inmóvil para recuperar el poco control que le quedaba antes de perderse por completo.

Paula le puso las manos a ambos lados de la cabeza y le miró fijamente a los ojos. Su pelo desordenado era una visión de pura gloria. Se le habían hinchado los labios y la expresión de su rostro era la de una mujer preparada para la pasión.

—Has roto tu promesa —susurró.

—Demándame.

La besó al mismo tiempo que empujaba. Paula gimió su aceptación y se acopló a su ritmo. Él la acarició en todos los lugares al alcance de sus manos. Cuando jugueteó con sus pezones, sus entrañas reaccionaron. Era excesivo. Paula aceleró el ritmo esforzándose por que entrara más en su cuerpo. Estaba cerca, muy cerca…

Pedro llevó su mano entre sus cuerpos y la acarició con la yema del pulgar trazando círculos íntimos. Paula empezó a sacudirse y Pedro sintió que sus espasmos la impulsaban al abismo… Pedro se dejó arrastrar con ella. Aunque intentó resistir hasta el último minuto y prolongar el placer, no pudo. La estrella era Paula, había llevado las riendas desde el principio hasta el final.

Y él había gozado cada segundo de su estrellato.