lunes, 7 de septiembre de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 47

 


La atrajo hacia su pecho para mecerla entre sus brazos. Al cabo de un momento, sintió que sus hombros se movían.

—¿Tienes frío?

Ella negó con un gesto de la cabeza.

—¿Paula?

Le hizo incorporarse para poder verle el rostro. Paula estaba llorando. Las lágrimas caían por sus mejillas y los músculos de su vientre se convulsionaban. Pedro sintió que le azotaban el pecho con un látigo de acero. Aquella visión le dejó sin defensas.

—¿Qué pasa?

—Nada.

—No me vengas con que no pasa nada. ¿Te he hecho daño?

Pedro, no…

Pedro, no, ¿qué? ¿Que no pregunte? —dijo él sentándose y llevándola consigo—. ¿Por qué demonios estás llorando?

—No lo sé. Tengo ganas de llorar.

Paula le miró a los ojos y las lágrimas volvieron a brotar.

Pedro le acarició la cara.

—¿Por qué, pequeña? Cuéntamelo.

—Ha sido muy hermoso.

Pedro supo que se refería a lo que acababan de compartir. Asintió.

—Sí, muy bonito.

Los sentimientos por tanto tiempo reprimidos se liberaron y alcanzaron la superficie. Intentó descartarlos pero, al contrario que en el pasado, no tuvo éxito. Acunándola entre sus brazos, se apoyó en el sofá y cerró los ojos.

—Siempre es así entre nosotros.

Se quedaron un momento quietos, abrazándose. Paula se secó los ojos y apoyó la cabeza sobre su hombro para contemplar el fuego moribundo. La chimenea había perdido su ferocidad inicial para transformarse en una mezcla de brasas y cenizas al rojo. Paula pensó que se parecían a ellos dos, ardientes y feroces al principio y toda confusión e inseguridad al final.

—Yo te amaba, Pedro —dijo suavemente en medio del silencio y la oscuridad—. Dime que me crees.

Pedro luchó contra las emociones que le embotaban la mente. No quería desenterrar aquellos viejos sentimientos. Ya era bastante malo que no pudiera resistirse a tocarla. No quería pensar en ella en términos de amor, no lo hubo entonces, no lo había ahora. Sin embargo, no podía negar el impacto que habían tenido sus palabras.

La música sonaba dulcemente. Era Yesterday de los Beatles. Muy a propósito. La abrazó con más fuerza.

—Te creo —dijo al fin.

Y lo peor era que lo decía de verdad.




domingo, 6 de septiembre de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 46

 


Se abrazaron, cayeron de rodillas debatiéndose por permanecer los más juntos posible. Pedro le sujetó la cabeza mientras recorría con los labios todos los rasgos de su cara. Después comenzó un beso lento, mordisqueándole el labio inferior, luego pasándole la lengua hasta que ella abrió la boca invitándole a entrar.

Cuando sus lenguas se tocaron, el control que habían mantenido hasta entonces saltó hecho pedazos. Sus besos se volvieron ardientes, violentos. Pedro oyó la voz del sentido común que le conminaba a no apresurarse, pero no podía detenerse. La dulzura de aquella boca le abrumaba, ahogando toda excusa, todo pensamiento.

Aquella era la verdadera razón que le había sacado de un sueño profundo, la razón por la que le hervía la sangre cada vez que pronunciaba su nombre, la razón que le había impulsado a ir a su casa y romper la puerta si hubiera sido preciso.

Sí, quería hablar con ella, pero también quería saborearla, sentirla, olería. Le tomó los senos y los apretó contra su pecho velludo.

—¡Ah, pequeña! Siénteme.

—Te siento —jadeó ella—. También quiero tocarte, Pedro. Quiero…

La cara de Pedro se suavizó al oírla. Su cuerpo se relajó gradualmente.

—¿Qué es lo que quieres? Dímelo.

Paula apartó la mirada de aquellos ojos penetrantes. Se sentía avergonzada, lo que bien pensado era bastante ridículo.

—No sé qué quieres que te diga.

Pedro le puso las manos en las caderas e hizo que se recostara sobre la alfombra.

—Háblame de tus fantasías. Tendrás alguna, supongo.

—Como todo el mundo.

—Pues eso.

Pedro se tumbó de espaldas con las manos en la nuca. El fuego arrancaba reflejos dorados de su cuerpo. Contemplándole, ciertos pensamientos secretos pasaron chispeando por su mente. Paula se sonrojó. Pedro sonrió. Casi podía ver lo que estaba pensando.

—Ánimo, pequeña. Soy todo tuyo.

Los ojos de Paula se oscurecieron aún más. Se inclinó sobre su cuerpo y le acarició con los labios. Él no se movió. Le besó las mejillas, los labios, el hoyuelo de la barbilla y Pedro siguió sin moverse.

—¿Vas a quedarte quieto?

—Si es lo que quieres…

—¿Me lo prometes?

—Tienes mi palabra.

Paula sonrió. Ebria de aquel poder que tenía sobre él, le puso ambas manos en el pecho y lo montó a horcajadas. Pedro sonrió pero no dijo nada. Ella pensó que parecía pasárselo bien. Era justo, porque a ella le ocurría lo mismo.

Con caricias lentas y juguetonas, se rozó ligeramente, sintiendo la textura de su piel bajo el vello dorado. Bajó hacia el vientre. Pedro tensó los músculos del estómago pero se mantuvo fiel a su promesa y no se movió.

Paula se inclinó para besarle, para hacer que sus labios siguieran el camino que habían trazado sus manos, cubriéndole de besos húmedos que bajaban por su cuerpo. Tenía la piel caliente, tensa y suave. Le excitaba acariciarle con las mejillas antes de pasar al punto siguiente.

Detuvo los besos justo al lado de su sexo y fue a apoyar la cabeza sobre su muslo. No le tocó. Se limitó a calentarle con su aliento, observando cómo se excitaba más con cada bocanada cálida. Le complacía sentir cómo se contraían sus músculos intentando controlarse. Continuó su ataque aéreo hasta que Pedro alzó una rodilla.

—Creía que no ibas a moverte —bromeó ella.

—Lo siento —dijo él bajando la pierna.

Paula cedió a la tentación de coger el miembro entre sus dedos. Le acarició por todos lados. Pedro era como terciopelo, su carne dura y ardiente entre sus manos. Paula lo sabía porque podía sentir la tensión de su cuerpo. También ella estaba excitada. El placer que le proporcionaba le era devuelto multiplicado por diez. Las respuestas a sus caricias eran tan evidentes que el pulso se le aceleró mientras su necesidad se convertía en urgencia.

De repente ya no tuvo bastante con tocarle. Los labios reemplazaron a las manos y Paula disfrutó con su capacidad para dejar a un lado las inhibiciones y gozar de él como siempre había soñado.

El cuerpo de Pedro comenzó a temblar. Hacía tiempo que había quitado las manos de la nuca para clavar las uñas en la alfombra en un vano intento de controlarse y no penetrarla a la fuerza. Al principio había parecido una buena idea prometerle que no la iba a tocar, pero se estaba volviendo loco. Y su boca… Se ordenó no pensar en lo que Paula estaba haciendo. Ya lo pensaría al día siguiente. Tenía que pensar en el banco, en su plan…

Lanzó una gruesa maldición. Buscó sus pantalones para sacar un paquete antes de sentar a Paula sobre él. La sujetó por los cabellos y buscó su boca para demostrarle cómo besaba un hombre desesperado. Temblaba de deseo sin poder hacer nada por evitarlo. Tampoco le importaba. Estaba a salvo, estaba con Paula.

La alzó cogiéndola de la cintura y la hizo sentarse directamente encima de él. Con un poderoso empuje de nalgas entró en ella. Paula estaba tan caliente, tan húmeda, tan lista para recibirle que tuvo que cerrar con fuerza los párpados y quedarse inmóvil para recuperar el poco control que le quedaba antes de perderse por completo.

Paula le puso las manos a ambos lados de la cabeza y le miró fijamente a los ojos. Su pelo desordenado era una visión de pura gloria. Se le habían hinchado los labios y la expresión de su rostro era la de una mujer preparada para la pasión.

—Has roto tu promesa —susurró.

—Demándame.

La besó al mismo tiempo que empujaba. Paula gimió su aceptación y se acopló a su ritmo. Él la acarició en todos los lugares al alcance de sus manos. Cuando jugueteó con sus pezones, sus entrañas reaccionaron. Era excesivo. Paula aceleró el ritmo esforzándose por que entrara más en su cuerpo. Estaba cerca, muy cerca…

Pedro llevó su mano entre sus cuerpos y la acarició con la yema del pulgar trazando círculos íntimos. Paula empezó a sacudirse y Pedro sintió que sus espasmos la impulsaban al abismo… Pedro se dejó arrastrar con ella. Aunque intentó resistir hasta el último minuto y prolongar el placer, no pudo. La estrella era Paula, había llevado las riendas desde el principio hasta el final.

Y él había gozado cada segundo de su estrellato.


ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 45

 


Pedro fue depositando una hilera de besos ardientes que iba desde su cuello a las cumbres de sus pechos donde se detuvo a chupar y saborear hasta que se alzaron henchidos y orgullosos. Le abrió la bata.

Paula estaba desnuda y sus ojos azules relampaguearon al contemplarla. Le acarició el vientre y se detuvo justo encima de aquel punto que ardía necesitado de cuidados.

—Eres tan hermosa. Tan suave y hermosa.

Pedro

—¿Hum?

—No deberíamos.

—No, no deberíamos.

Le acarició los rizos castaños con los nudillos de una mano.

—Deberías irte —dijo ella mientras separaba las piernas.

Pedro no contestó y la acarició íntimamente. Sus dedos buscaron más profundamente y Paula jadeó acusando su entrada. Todo su cuerpo se cerró en torno a aquellos dedos. Pedro movió la mano con un ritmo lento y firme que dio paso a un calor líquido. Con cada movimiento, ella se dilataba y se retorcía de deseo.

Pedro observaba su rostro mientras ella se agitaba bajo sus caricias. Sus ojos tenían un poder azul e hipnótico.

—Dime que me vaya.

Paula tragó saliva. Sus manos dejaron de acariciarle el pecho para atraerle hacia sí.

—Vete —susurró.

Sin perder un segundo, él se desabrochó los pantalones.

—Dilo como si fuera verdad.

Paula le acarició el vientre hasta llegar a la cremallera. Se la bajó y le tocó. Estaba dolorosamente preparado y ardiente. Volvió a tragar saliva.

—Vete de… aquí.

Sus dedos se cerraron en torno su virilidad y todo el cuerpo de Pedro se puso tenso. Incapaz de seguir soportando el impedimento de las ropas, se levantó y se deshizo de los pantalones. Se quedó de pie, desnudo frente a ella, un perfecto espécimen de varón excitado en toda su gloria y magnificencia.

Le tendió la mano y ella aceptó que la levantara del sofá. La bata cayó de sus hombros y quedó sujeta de sus brazos.

—¿Me voy o me quedo, Paula? Dime lo que prefieres.

Paula se sorprendió, no tenía sentido. Desde el momento en que había abierto los ojos y le había visto la decisión estaba tomada.

—Quédate —musitó mientras dejaba que la bata cayera al suelo—. Te deseo, Pedro. Entero.



ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 44

 


Pedro llamó con los nudillos a la puerta trasera. No hubo respuesta, pero alcanzaba a ver el resplandor vacilante del fuego en la chimenea. Llamó otra vez antes de decidirse a entrar. La puerta estaba cerrada, pero como todas aquellas viejas puertas correderas, no hacía falta ser un profesional para hacer saltar el pestillo.

La encontró dormida en el sofá a la luz de un fuego que se apagaba y con la radio puesta. Se quedó mucho tiempo mirándola mientras trataba de decidir si lo mejor sería marcharse. Pero parecía dormir tan profundamente que terminó acercándose. Su piel brillaba a la luz de los rescoldos. Su aroma dulce y limpio le embargó y su cuerpo respondió con una erección.

No debería estar allí. Sin embargo le había estado evitando sin tapujos, mostrándose abiertamente hostil delante de todo el mundo. Al día siguiente era la maldita fiesta. Necesitaba una demostración de apoyo y no una de confrontación. Por ese motivo había ido a verla. Al menos, era la razón que se había dado a sí mismo por visitarla a aquellas horas de la noche.

Pedro había pasado el día fuera, pensando más en Paula que en el negocio que se llevaba entre manos. Todo el viaje de regreso a la costa lo había dedicado a analizar uno a uno los pasos que había dado desde su vuelta.

No le habían satisfecho los resultados. Tenía que admitir que no la había tratado demasiado bien. La culpaba por despertar su deseo y eso no le agradaba a su sentido de la justicia. A pesar de lo que le había hecho en el pasado, era evidente que los unía un vínculo primordial que nada tenía que ver con su familia o la sed de venganza de Pedro.

Había algo intangible entre ellos que transcendía todos los problemas y les hacía volver a lo básico cuando se encontraban a solas. Podía tratarse de química, de lujuria, no sabía cómo llamarlo. Todo lo que sabía era que la tenía incrustada en el alma como una fuerza lo bastante poderosa como para despertarle en mitad de la noche y hacerle ir a su casa.

Hacía frío, Pedro puso otro leño al fuego. Restalló y varias chispas cayeron en la alfombra. Pedro las aplastó con el tacón de sus zapatos. Cuando se dio la vuelta vio que ella le estaba observando. Le mantuvo la mirada preguntándose si estaba despierta o soñando.

—¿Quién está…?

—Soy yo.

No cabía duda de que estaba despierta.

—¿Cómo has entrado?

—He forzado la cerradura. Quería hablar contigo.

—¡Qué! —exclamó ella viendo que eran las dos de la madrugada—. ¿A estas horas?

Paula tenía envuelto el pelo en una toalla. Pedro extendió una mano y se la quitó. Estaba húmeda. La hizo una pelota y la tiró a un rincón para sentarse junto a ella en el borde del sofá.

—No podía dormir —dijo con suavidad.

La bata se abrió mostrando la curva suave de su pecho. Sin pensarlo dos veces, Pedro metió la mano y se lo acarició. Ella le agarró de la muñeca para detenerlo, tenía que hacerlo. No estaba del todo despierta y se sentía débil. No estaba preparada para digerir la alegría de abrir los ojos y verle, por no mencionar que su caricia había acelerado los latidos de su corazón.

—¿De qué querías hablar?

Pedro retiró la mano, pero enredó los dedos en su cabello húmedo.

—De mañana.

Empezó a masajearle la nuca. Paula cerró los ojos y se dejó llevar por la sensación.

—¿Qué… qué pasa mañana?

Pedro empleó las dos manos. Como una gatita afectuosa, ella movió la cabeza al ritmo del masaje.

—El desfile. Tenemos que hablar.

Oyó sus palabras y asintió para sus adentros. No tenía nada que hablar. Paula alzó una mano para apartarle, pero cuando tocó los duros músculos de su pecho y sintió los latidos de su corazón, no pudo completar el gesto. Al contrario, su mano empezó a moverse en círculos lentos y sensuales.

—Habla —dijo ella, o lo intentó porque se le quebró la voz traicionando sus pensamientos.

Con un solo movimiento rápido, Pedro se quitó la sudadera que llevaba. Le tomó la mano a Paula y se la colocó en el pecho.

—No te pares.

Paula utilizó las dos manos para acariciarle. Encontró su pezón y jugueteó con él. Pedro jadeó y ella se le quedó mirando.

—Creí que querías hablar —dijo ella con dulzura.

—Luego.

La besó y ella se lo permitió. Cuando le rozó los labios con la lengua, Paula abrió la boca. Al principio él sabía a algo frío que pronto se convirtió en caliente, suavemente mentolado y dulce. Paula comenzó a temblar.



sábado, 5 de septiembre de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 43

 


Cuando conducía de camino a su casa le dio un vuelco el corazón. Pedro también estaría en la tribuna, a su lado, pues era el invitado de honor y gran maestro de ceremonias. Paula había optado por no protestar, por guardarse sus sospechas. Pedro era la admiración de todo el mundo, ella la arpía, la mujer burlada que no podía superar el pasado.

Al día siguiente, Pedro Alfonso y Paula Wallace estarían hombro con hombro, sonriendo y saludando. Sacudió la cabeza ante lo absurdo de aquella situación. Guardarían la apariencia de ser dos viejos amigos, mientras que, en su interior, se consumían de resentimiento, de hechos si aclarar.

Al pasar por su casa se dio cuenta de que el Jaguar estaba aparcado en la puerta. Las luces del salón estaban encendidas pero no se veía movimiento dentro. Aceleró sin querer echar otro vistazo. Suspiró al llegar a su casa y sin más preámbulos, se cambió de ropa y abrió los grifos del baño. Mientras la bañera se llenaba, encendió la chimenea.

El frío había llegado al día siguiente de la fiesta en casa de Pablo. La mayoría de las tardes, Pablo encendía fuego en la chimenea. Le daba una sensación de calor natural que no podía igualar la calefacción.

Se quedó en la bañera hasta casi caer dormida. Después se hizo un té de hierbas y se sentó frente al fuego con las luces apagadas. Era demasiado temprano para meterse en la cama. Puso la radio, una emisora de rock and roll. Se tumbó en el sofá y a los pocos momentos estaba dormida.



ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 42

 

—Aquí la tienes —dijo Jhoana.

Paula miró la caja llena de documentos, ficheros y carpetas.

—¿Eso es todo?

—Todo lo que Pablo tenía que ofrecer.

Paula suspiró y consultó su reloj. Eran más de las cuatro de la tarde y ya había trabajado bastante.

—¿Tenemos que empezar ahora?

—Por mí, de acuerdo. Wally va a jugar a los bolos esta noche. No tengo que preparar la cena. Si necesitas que me quede hasta tarde, estoy a tu disposición.

—Eres un tesoro. Trato hecho.

Las dos mujeres se subieron las mangas y cogieron un grueso informe cada una. Paula hojeó la primera página y fue pasando las demás hasta que encontró un apartado que merecía una segunda ojeada. Una carta de propuestas de uno de los inversores de Pedro.

Al cabo de una hora el montón de papeles había alcanzado un tamaño considerable. Paula se recostó contra el respaldo y se masajeó el cuello. Había oscurecido y se estaba levantando viento. La mayoría de las tiendas de Main Street habían cerrado y había menos luz en la calle.

—¿Cómo va eso? —le preguntó a su secretaria, que estaba en la antesala.

—Lento —respondió Jhoana desde la otra habitación.

Paula se levantó y fue a su mesa.

—¿Has encontrado algo interesante?

—La verdad es que no. Todo parece bastante limpio. Claro que también me ayudaría saber lo que estoy buscando.

—Ojalá lo supiera —suspiró Paula—. Sólo es una corazonada. No sé lo que hay en esos documentos pero presiento que es algo que deberíamos saber sobre Maiden Point. Sin embargo, te apuesto lo que quieras a que se trata de dinero.

Volvió a su despacho y reemprendió la tarea luchando contra los bostezos. Había hablado con su hermano, al día siguiente de la fiesta, para que le dejara la documentación del proyecto. Se había enfadado, naturalmente, acusándola de poner en cuestión su capacidad para investigarlo. Después de mucho repetirle que no se trataba de eso, había conseguido su propósito. Pero Pablo había tardado dos semanas en recopilar toda la información.

Durante aquellas dos semanas, Pedro y ella casi no se habían hablado. Sobre todo ella, que se sentía furiosa y herida. Sus palabras no dejaban de acudirle a la mente. Haberla acusado de utilizarle era un insulto demasiado grande, aunque le sorprendía que su conciencia se lo permitiera después de haberla abandonado.

Hacer el amor con él había sido un error gigantesco. Cada caricia, cada beso, habían preparado el camino para dejarla inerme ante cualquier argucia que Pedro hubiera querido utilizar en su contra. Era un maestro en aprovecharse de las debilidades de los demás, y ella había caído en la trampa como una incauta.

Sabía que era la única responsable. Después de todo, ¿qué había esperado? ¿Corazones y florecitas? ¿De Pedro? ¡Qué locura!

Para ser justos, había intentado hablar con ella, pero Paula le había evitado como a la peste. Una medida de autoprotección, no sólo inteligente, sino necesaria. Pedro no había tardado en captar el mensaje, pero sabía que no se había dado por vencido. Aquello no iba con Pedro. Sólo se había atrincherado, esperando la ocasión propicia para pillarla en otro momento de debilidad.

Paula había cometido un error. Los había cometido antes y no dudaba de que los cometería en el futuro. Siempre había pagado el precio y esa vez no tenía por qué ser diferente. Tenía que mostrarse distante y segura con Pedro, y eso significaba que no podía permitirse estar a solas con él… porque sólo Dios sabía qué podía suceder.

Se conocían demasiado bien. Ni siquiera el tierno interludio en la cama había servido para disipar la profunda desconfianza que le inspiraba.

Tampoco había contado con que su hermano se mostrara tan terco a la hora de ayudarla. Habían perdido un tiempo precioso y seguía sin saber qué estaba buscando. Las obras avanzaban a un ritmo vertiginoso. Parecía que ya estaba acabada la infraestructura y que el apartamento piloto estaba a punto de estrenarse. Pablo se moría de impaciencia por exhibirlo ante el público con la esperanza de despertar el suficiente interés en la temporada baja como para que las ventas se dispararan en verano.

—¿Qué te parece si tomamos café? —dijo Jhoana asomando la cabeza.

—No, gracias. He bebido demasiado por hoy.

—¿Por qué no te vas a casa? Pareces muy cansada y mañana será un día duro. Lo mejor sería que te dieras un baño y durmieras lo suficiente.

Paula le sonrió. Jhoana era su colega y su amiga.

—Sí, mamá. Parece una buena idea. Pero para las dos. ¿Por qué no recoges y nos vamos?

—Dentro de un rato. Déjame que revise tus documentos y después me marcharé.

Paula recogió su bolso y le dejó a Jhoana un taco de papeles que había seleccionado para estudiarlos detenidamente.

—Aquí los tienes. Dudo que encuentres algo. En fin, no te quedes hasta muy tarde.

—No lo haré. Mañana tengo que madrugar.

—Como todos los días.

Las fiestas de octubre comenzaban al día siguiente pero Paula no las esperaba con ilusión. Lenape Bay las había instituido hacía bastantes años con vistas a incrementar el negocio para tiendas y restaurantes en la temporada baja. Como alcaldesa, su obligación era declararlas inauguradas con un discurso breve. Era el primer año en que se incluía un desfile. A ella la idea le había parecido pretenciosa pero había tenido que plegarse ante la opinión de la mayoría.



ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 41

 


Después de un rosario interminable de despedidas y apretones de manos, consiguieron salir de la casa y llegar al Jaguar. Mientras subía al coche, Paula oyó que su hermano le murmuraba algo al oído a Pedro. Hicieron el trayecto sumidos en un silencio tenso, amenazante. Cuando llegaron, Paula le siguió al interior de la casa y, sin pérdida de tiempo, recogió sus llaves. Pedro estaba tan absorto en sus pensamientos que se sorprendió de que la acompañara a su coche.

—¿Qué te ha dicho Pablo? —dijo ella, rompiendo el silencio.

—Que se alegraba de vernos tan amigos.

—¿Nada más?

Pedro se encogió de hombros.

—Que te derrites por mí. Son sus palabras, no las mías.

—¿Y tú qué crees?

—Que no.

—¿No piensas que siento algo por ti?

—No.

—Entonces, ¿cómo llamas a lo que ha pasado esta tarde?

—No tengo ni idea, Paula. ¿Qué demonios ha pasado esta tarde?

—Hemos hecho el amor.

—No me digas.

—A mí me parece que sí.

—Contéstame a una cosa —dijo él—. ¿Por qué?

—¿Por qué hemos hecho el amor?

—No. ¿Por qué has hecho el amor conmigo?

Paula sintió que la sangre se agolpaba en su rostro.

—Porque… me ha apetecido.

—¿Nada más? ¿No había otro motivo?

—¿Qué otro motivo podría tener?

Pedro soltó una carcajada sarcástica.

—Puede que el mismo que tenías la primera vez.

—Mira, Pedro. No sé dónde quieres ir a parar, pero si tienes algo que decir, te agradecería que lo dijeras de una vez por todas.

Pedro la contempló ceñudo. Sus ojos brillaban como diamantes azules en la noche.

—De acuerdo. Ya una vez utilizaste el sexo para librarte de mí. No puedes culparme por pensar que eres capaz de repetirlo.

Paula le miró incrédula. No podía creer lo que estaba oyendo. ¿Intentaba decir que no la había abandonado, que había sido ella la que le había despachado hacía quince años?

—Has perdido la cabeza —dijo Paula—. Jamás he «utilizado el sexo» contigo. Te amaba, Pedro.

—No tenías ni idea de lo que significaba el amor, pequeña.

Así que se trataba de eso. Lo que había comenzado como una pequeña ola se estaba convirtiendo en un maremoto de ira.

—¿Y tú?

Se sentía asqueada. No estaba dispuesta a soportarlo, y menos viniendo de Pedro. Abrió la puerta del coche e intentó meterse tan deprisa que la correa del bolso se enganchó con la manija. La rabia y la humillación batallaban en su interior por imponerse. Ganó la rabia.

—Dices que no sabía lo que significa el amor. Pues bien, Pedro Alfonso. Si eso es cierto, soy bastante mejor que tú. Porque tú eras, y sigues siendo incapaz de amar. No has amado a nada ni a nadie en toda tu vida. En especial, no me has amado a mí —le espetó tragándose las lágrimas—. ¡Amor! Y todavía tienes el valor de usar esa palabra delante de mí.

Paula le tiró la chaqueta a la cara, cerró la puerta y salió de allí a toda velocidad. Pedro subió los escalones que conducían a su casa. Se dio la vuelta para ver las luces de posición de su coche perderse en la oscuridad. Cerró los ojos y respiró profundamente. Con lentitud, se golpeó la cabeza contra el quicio.

—Pues sí que lo has hecho bien —dijo en voz alta.

Entonces recordó las palabras ce Paula. Sacudió la cabeza.

—Estás muy equivocada conmigo, pequeña —le dijo a la noche—. Yo sí sabía lo que significaba amar. Sobre todo, amarte a ti.