—Aquí la tienes —dijo Jhoana.
Paula miró la caja llena de documentos, ficheros y carpetas.
—¿Eso es todo?
—Todo lo que Pablo tenía que ofrecer.
Paula suspiró y consultó su reloj. Eran más de las cuatro de la tarde y ya había trabajado bastante.
—¿Tenemos que empezar ahora?
—Por mí, de acuerdo. Wally va a jugar a los bolos esta noche. No tengo que preparar la cena. Si necesitas que me quede hasta tarde, estoy a tu disposición.
—Eres un tesoro. Trato hecho.
Las dos mujeres se subieron las mangas y cogieron un grueso informe cada una. Paula hojeó la primera página y fue pasando las demás hasta que encontró un apartado que merecía una segunda ojeada. Una carta de propuestas de uno de los inversores de Pedro.
Al cabo de una hora el montón de papeles había alcanzado un tamaño considerable. Paula se recostó contra el respaldo y se masajeó el cuello. Había oscurecido y se estaba levantando viento. La mayoría de las tiendas de Main Street habían cerrado y había menos luz en la calle.
—¿Cómo va eso? —le preguntó a su secretaria, que estaba en la antesala.
—Lento —respondió Jhoana desde la otra habitación.
Paula se levantó y fue a su mesa.
—¿Has encontrado algo interesante?
—La verdad es que no. Todo parece bastante limpio. Claro que también me ayudaría saber lo que estoy buscando.
—Ojalá lo supiera —suspiró Paula—. Sólo es una corazonada. No sé lo que hay en esos documentos pero presiento que es algo que deberíamos saber sobre Maiden Point. Sin embargo, te apuesto lo que quieras a que se trata de dinero.
Volvió a su despacho y reemprendió la tarea luchando contra los bostezos. Había hablado con su hermano, al día siguiente de la fiesta, para que le dejara la documentación del proyecto. Se había enfadado, naturalmente, acusándola de poner en cuestión su capacidad para investigarlo. Después de mucho repetirle que no se trataba de eso, había conseguido su propósito. Pero Pablo había tardado dos semanas en recopilar toda la información.
Durante aquellas dos semanas, Pedro y ella casi no se habían hablado. Sobre todo ella, que se sentía furiosa y herida. Sus palabras no dejaban de acudirle a la mente. Haberla acusado de utilizarle era un insulto demasiado grande, aunque le sorprendía que su conciencia se lo permitiera después de haberla abandonado.
Hacer el amor con él había sido un error gigantesco. Cada caricia, cada beso, habían preparado el camino para dejarla inerme ante cualquier argucia que Pedro hubiera querido utilizar en su contra. Era un maestro en aprovecharse de las debilidades de los demás, y ella había caído en la trampa como una incauta.
Sabía que era la única responsable. Después de todo, ¿qué había esperado? ¿Corazones y florecitas? ¿De Pedro? ¡Qué locura!
Para ser justos, había intentado hablar con ella, pero Paula le había evitado como a la peste. Una medida de autoprotección, no sólo inteligente, sino necesaria. Pedro no había tardado en captar el mensaje, pero sabía que no se había dado por vencido. Aquello no iba con Pedro. Sólo se había atrincherado, esperando la ocasión propicia para pillarla en otro momento de debilidad.
Paula había cometido un error. Los había cometido antes y no dudaba de que los cometería en el futuro. Siempre había pagado el precio y esa vez no tenía por qué ser diferente. Tenía que mostrarse distante y segura con Pedro, y eso significaba que no podía permitirse estar a solas con él… porque sólo Dios sabía qué podía suceder.
Se conocían demasiado bien. Ni siquiera el tierno interludio en la cama había servido para disipar la profunda desconfianza que le inspiraba.
Tampoco había contado con que su hermano se mostrara tan terco a la hora de ayudarla. Habían perdido un tiempo precioso y seguía sin saber qué estaba buscando. Las obras avanzaban a un ritmo vertiginoso. Parecía que ya estaba acabada la infraestructura y que el apartamento piloto estaba a punto de estrenarse. Pablo se moría de impaciencia por exhibirlo ante el público con la esperanza de despertar el suficiente interés en la temporada baja como para que las ventas se dispararan en verano.
—¿Qué te parece si tomamos café? —dijo Jhoana asomando la cabeza.
—No, gracias. He bebido demasiado por hoy.
—¿Por qué no te vas a casa? Pareces muy cansada y mañana será un día duro. Lo mejor sería que te dieras un baño y durmieras lo suficiente.
Paula le sonrió. Jhoana era su colega y su amiga.
—Sí, mamá. Parece una buena idea. Pero para las dos. ¿Por qué no recoges y nos vamos?
—Dentro de un rato. Déjame que revise tus documentos y después me marcharé.
Paula recogió su bolso y le dejó a Jhoana un taco de papeles que había seleccionado para estudiarlos detenidamente.
—Aquí los tienes. Dudo que encuentres algo. En fin, no te quedes hasta muy tarde.
—No lo haré. Mañana tengo que madrugar.
—Como todos los días.
Las fiestas de octubre comenzaban al día siguiente pero Paula no las esperaba con ilusión. Lenape Bay las había instituido hacía bastantes años con vistas a incrementar el negocio para tiendas y restaurantes en la temporada baja. Como alcaldesa, su obligación era declararlas inauguradas con un discurso breve. Era el primer año en que se incluía un desfile. A ella la idea le había parecido pretenciosa pero había tenido que plegarse ante la opinión de la mayoría.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario