viernes, 12 de junio de 2020
MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 51
Paula se dijo que no debía animarse demasiado por sus palabras, pero le costó seguir ese consejo en vista de su actitud tierna y atenta de aquella noche. Y fue aún más difícil los días y las noches que siguieron... Cada mañana Pedro se levantaba y le llevaba a la cama un vaso con zumo y una taza de descafeinado, y el hecho de que en cuanto lo complacía bebiéndose ambos, él a su vez la complacía ayudándola a ducharse, hizo que Paula llegara a la conclusión de que dejar la cafeína era más estimulante que consumirla.
Si alguien en Porter notó la costumbre que había adquirido Pedro de aparecer varias veces por el despacho de Paula, nadie lo comentó. Damian dio por hecho que habían aceptado su sugerencia de que Pedro debía quedarse en casa de Paula como precaución ante la inminente llegada de los Mulligan.
Paula sabía que su vida era tan perfecta como jamás podría llegar a serlo.
Siempre había sabido que Pedro no estaba a favor de un compromiso a largo plazo, y en esos días había descubierto que ella nunca se podría casar con otro. Al tener esos pensamientos deprimentes se tanteaba el vientre. No deseaba atrapar a Pedro en el matrimonio ni robarle su libertad, pero la idea de tener a su hijo la llenaba de un gozo sin igual.
Faltaban tres días para su período. Siempre había sido tan puntual que casi podía predecir la hora a la que llegaría... pero, ¿y si no lo hacía...? Si se ajustaba a las fechas, debería haber estado relativamente a salvo la noche en que un solitario preservativo se había salido.
—¿En qué piensas, Paula?
—¡Oh! Damian... hola —movió las carpetas que tenía sobre la mesa con la esperanza de parecer algo eficiente—. ¿En qué puedo ayudarte?
—He venido para hacerte saber que Ivan Carey ha regresado.
—Oh, cierto... —apenas exhibió un ligero interés—. Estaba de luna de miel.
—Bueno, eso también, pero... digamos que ha realizado una investigación secreta para mí en Illusion Island —«¿Damian sabía que Ivan había estado allí?», pensó Pau—. Como es nuestro arquitecto jefe, quería que echara un vistazo in situ, para que pudiéramos adelantar los cambios que vamos a llevar a cabo. Y ya que iba a faltar al trabajo por su luna de miel, decidí matar dos pájaros de un tiro; para él fue estupendo, porque la luna de miel le salió gratis.
—Y, eh... ¿Pedro sabía que Ivan iba a estar en el hotel?
—No. Sin embargo, le advertí a Carey de que no se mostrara sorprendido si veía a Pedro, aunque sí que lo evitara a toda costa...
«Fantástico, ellos habían sudado tinta para esquivarlo ¡y quien los había estado esquivando era él!»
—No podía correr el riesgo de que el viejo Mulligan se enterara de que Carey era un empleado de Porter y, así, adivinar lo interesado que estaba en el negocio —continuó
Damian, riendo—. Ha sido un inteligente caso de espionaje industrial. Bueno, en cualquier caso, quiero que en los próximos días vayas a cotejar información con Carey. Como jefa del departamento de promociones, y al conocer la isla en persona, deseo que me digas lo que debemos ofrecerle a nuestros huéspedes para mantenemos por delante de la competencia.
—Desde luego. Damian, tengo curiosidad... Tú siempre has estado en contra de las relaciones en la oficina; ¿cómo es que has trasladado a Kiara Dent ahora que Ivan y ella se han casado?
—Porque me da la impresión de que no son el tipo de personas que permiten que su relación personal impida su trabajo. Los dos son lo bastante ambiciosos como para no perder el tiempo besándose en los pasillos o hacer el amor en su despacho durante la hora para almorzar —repuso con franqueza—. Siempre me he enorgullecido de ser un hombre justo, Paula; si la gente tiene la ambición para mantener separadas sus vidas profesional y privada durante las horas de trabajo, entonces a mí no me molesta que tenga una relación personal en su tiempo libre. La eficacia se resiente cuando las emociones personales invaden la oficina y las prioridades de trabajo se alteran.
Pedro rió cuando Paula se lo contó mientras comían juntos en el despacho de ella.
—¿Por qué no le mencionaste a Damian que vimos a Ivan en un hotel rival? —preguntó
Pau mientras bebía el batido de chocolate que le había llevado Pedro, aduciendo que debía tomar más leche.
—Pensaba encarar a Carey en persona. Bueno, ¿dijo Damian si había tenido noticias de Mulligan?
—No, gracias al cielo —suspiró—. ¿Sabes? Una cosa era llevar la farsa en un momento de crisis en la relativa seguridad de Illusion, pero me siento rara manteniéndola en el mundo real.
—Te sentías cómoda cuando sólo se trataba de ti y de mí, pero todo parece fuera de control cuando se involucran otras personas... incluso Damian.
—En especial Damian —aseveró ella—. Sé que la confesión sería buena para mi alma, pero también sé que revelarlo ahora no sólo estropearía la compra de la isla, sino que tiraría abajo el nombre de Porter Corporation. De cualquiera de las dos maneras, le haríamos daño a Damian.
—Lo superaremos, Pau—prometió. Pasó los dedos por su pelo plateado y añadió—: Puede que no represente un gran consuelo para ti, pero estar casados ahora me parece menos falso que en la isla.
La acercó todo lo que pudo, en posición vertical y plenamente vestidos, y la besó en un intento por asimilar toda la magia que ella podía transmitirle. Loco por tocar su piel, levantó la parte de atrás de su blusa, pero la gratificación instantánea que recibió de su ardiente suavidad fue breve, porque con lengua ansiosa y dientes juguetones ella respondió a su desesperación con una pasión que hizo más intensa esa gratificación.
Necesitó hasta el último vestigio de autodisciplina para separarse de ella.
—Cariño... —ambos tenían la respiración entrecortada—, si no me voy de aquí ahora, seguro que quebrantaré la política de la empresa y te tomaré en el escritorio.
—Si no te vas de aquí ahora, lo más probable es que te tome antes de llegar a la mesa.
—Me voy, me voy —gimió—. Aunque sólo Dios sabe cómo conseguiré concéntrame en algo el resto de la tarde...
MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 50
La cabeza mojada de ella descansaba en el hueco del brazo también sudoroso de él; tenían las piernas entrelazadas y en la habitación débilmente iluminada ambos respiraban de forma entrecortada.
—Pedro...
—Hmm
—Es probable que esto te suene trivial e ingenuo... —nerviosa, pasó los dedos por su pecho—. Pero... bueno, quiero que sepas que hacer el amor contigo es mejor que lo que nunca ha sido con otro. Mejor que lo que imaginaba.
Sintió que se ponía rígida ante el sonido de su risa; antes de que el pudor o la indignación la hicieran saltar de la cama, la abrazó con más fuerza.
—No me río de ti, cariño. Tienes razón; fue muy bueno.
—Vaya —dijo ella—. Imagino que tendré que inclinarme ante tu conocimiento y experiencia superiores sobre lo que está bien en el dormitorio, pero, cielos, si esto es sólo bueno... ¡necesito salir más!
—¡Claro que no! —la inmovilizó debajo de él—. Creo que debo advertirte de que espero que la madre de mi hijo siga ciertas normas.
—¿Oh? —la diversión en sus ojos se desvaneció—. Bueno, aún falta ese veredicto.
—De todos modos, ni se te ocurra creer que podrás irte de esta cama pronto, y menos aún «salir más». Reconozco que al decir que había sido bueno quizá subestimé las cosas un poco... —sonrió—. Pero como tengo el resto de la noche libre, si estás interesada tal vez podríamos repetir el ejercicio y así podré actualizar mi anterior evaluación.
—¿El resto de la noche? ¿No vas a ir a casa?
—No pensaba... —frunció el ceño—. ¿Por qué? ¿Quieres que me vaya?
—No, claro que no —se apresuró a decir—. Lo que pasa es que siempre has dejado claro que tu regla era no pasar la noche jamás con una amante, aunque la estuvieras viendo a menudo.
—Te lo dije antes, Pau; estoy cambiando de parecer en muchas cosas...
jueves, 11 de junio de 2020
MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 49
Con manos ansiosas se quitaron la ropa, al tiempo que realizaban apreciaciones de sus respectivos cuerpos y se daban besos apasionados y codiciosos. Pero cayeron sobre la cama de Paula como una sola persona, y la urgencia de su deseo dio paso al placer sensual de la exploración lánguida y pausada.
Para Paula fue la experiencia más excitante y espiritual de su vida, y poder acariciar el cuerpo desnudo y musculoso de Pedro de pronto se convirtió en el placer más erótico que podía imaginar. Sentir los besos que le daba en las pantorrillas y los pies creó sensaciones emocional y físicamente tan estimulantes que flotó entre las lágrimas de gozo y la realización del clímax. ¿Cómo podía un hombre capaz de semejante ternura no creer en el amor?
—Tu piel es como satén líquido —jadeó él mientras con los labios abría un sendero por sus muslos y su ingle hasta llegar al estómago—. Quiero tocar... y probar cada milímetro... —detuvo el tormento de sus besos ardientes y húmedos para alzar la cabeza y mirarla a través de ojos nublados por el deseo—. Dime qué quieres... qué te gusta.
—Hasta ahora pareces leer cada uno de mis pensamientos antes incluso de que los tenga.
—Dímelo de todos modos —instó—. Quiero saber qué te gusta que te haga —sin quitarle la vista de la cara pasó la lengua por su ombligo mientras con los dedos jugueteaba con sus pezones.
—Todo... —musitó, retorciéndose por el calor que surgía en su interior al tiempo que contenía las palabras de amor que no se atrevía a pronunciar. Jamás habría un hombre que pudiera satisfacerla como Pedro, y ese conocimiento resultaba consolador y doloroso. Pero con su boca y manos la elevaba más y más hacia lo que imaginaba el cielo, y le era muy difícil mantener la declaración de amor en su cabeza.
De repente todos sus pensamientos frágiles quedaron desterrados y su cuerpo se dobló en éxtasis cuando sus dedos atravesaron los rizos íntimos y el pulgar comenzó una caricia interior.
Durante un indeterminado tiempo delicioso la felicidad hacia la que la empujaba fue todo lo que anheló... pero al instante dejó de serlo.
—¡Pedro! —exclamó—. ¡Detente! ¡Detente ahora!
La urgencia que notó en su voz le detuvo el corazón y la mano incluso antes de que ella le aferrara la muñeca. Sintió un nudo de pánico en la garganta y una contracción de miedo y remordimiento en las entrañas.
—Cariño, ¿qué pasa? ¿Te he hecho daño...?
Ella sacudió la cabeza con energía y lo subió hasta poder tomar posesión de su boca.
El fervor de sus besos breves y hambrientos eliminó cualquier ansiedad que pudiera haber creado la idea de que le había hecho daño; también lo enloqueció.
—Ah, Pau... Cielos, cariño, no me asustes de esa manera. Pensé que te había hecho daño o algo que no te gustaba.
—Pedro... Amo todo lo que me haces. Pero en esta ocasión quiero que llegues conmigo. En mí. Ahora.
La emotividad de sus palabras y la sensación de su mano cerrándose en torno a él lo empujaron al borde del abismo; de hecho, su último pensamiento semiconsciente, mientras Pau le colocaba con destreza un preservativo, fue cómo demonios podía ella mantener el sentido común en un momento como ese. Lo único que su mente o su cuerpo podían procesar era la devastadora necesidad de poseerla.
MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 48
Así como la primera reacción de Damian al enterarse de la farsa había sido de incredulidad y diversión, no pensaba dejar que algo tan insignificante como la verdad absoluta le amargara un trato brillante; de modo que se acordó que la charada del matrimonio tendría que reactivarse durante la estancia de los Mulligan. Sin embargo, al tiempo que Damian estaba dispuesto a respaldar la historia, se lavó las manos de todos los detalles pequeños.
—No pienso mudarme a tu piso, Pedro —le informó Paula mientras cenaban la comida china con la que él había aparecido esa noche en la puerta de su casa.
—Pero es mucho más cómodo y más apropiado como hogar para un matrimonio de ejecutivos con éxito.
—No si piensa tener una familia. Y no olvides que fuiste tú quien me dejó embarazada... —se ruborizó—. Hmmm... eh... quiero decir, tú le contaste a Rebeca que podía estarlo, y...
—Y nos di mala suerte a los dos, según tú forma de exponerlo.
—Bueno... en cualquier caso, lo que... Pedro, deja de mirarme de esa manera.
—¿De qué manera?
—Como... como... como si intentaras ver en mi interior.
—Tengo curiosidad...
—¿Sobre qué?
—¿Cómo crees que sería un hijo nuestro?
—Pedro... —parpadeó—... yo no...
—No paras de repetirlo. Pero sígueme la corriente, ¿quieres? Nunca antes había pensado en niños, y ahora no dejo de tener imágenes de cómo serían los nuestros —frunció el ceño—. ¿Sabes si hay algún caso de gemelos en tu familia?
—¡Gemelos! ¿Deseas que tenga gemelos?
—¡Por supuesto que no! Es que en un momento imagino a un niño rubio y regordete y al siguiente a una niña con rizos plateados. Por eso me preguntaba...
—Dudo que tuvieran el pelo rubio —no le costó imaginar a un niño con el pelo tan oscuro y brillante como Pedro.
—¿Por qué no? —sonrió—. Sé que el tuyo es natural.
—Y el tuyo tan negro como tu perverso sentido del humor —repuso sabiendo que se ruborizaba.
—Bueno, a pesar de conocer lo rápido que es tu ingenio, mi coeficiente intelectual es cuatro puntos más alto, así que probablemente mi intelecto sea el dominante.
—Pero sólo si se ve compensado por un código moral superior, así que descartaré esos cuatro puntos de «intelecto» que nos metieron en este embrollo. Aunque te estaría bien empleado tener una hija con la misma intensidad sexual que la tuya —la expresión de pánico que apareció en la cara de él hizo que riera—. ¡Seria maravilloso verte intentar controlar a una hija con una libido desbocada!
—No pasará —afirmó—. Porque a ninguna hija mía le permitiré que salga con chicos hasta cumplidos los treinta.
—¿Sí? Bueno, yo puedo asegurarte que ninguna hija mía soportará una existencia tan dominada, protegida y aburrida.
—No se aburrirá. Hay un montón de cosas que puedo encontrar para mantenerla ocupada... entre ellas aprender a cocinar. Claro que en esas circunstancias... —guiñó un ojo— ...sería de gran ayuda que nuestro hijo deseara ser bombero.
—¿No será mucho eso y aprender el negocio de los hoteles?
—¿Te gustaría tener un hijo en el negocio?
—Bueno, no... a menos que él lo deseara. Pero no es un secreto que Damian te ha elegido para que, llegado el momento, ocupes su puesto, y supuse que a ti te gustaría pasárselo a tu hijo.
—Nunca pensé en ello —calló unos momentos—. Aunque imagino que debe ser estupendo poder legarle a tu propio hijo algo tan único como Porter. Pero no soy chovinista, así que no me importaría que fuera un niño o una niña. Salvo que, como tú bien has dicho, debe desearlo. Y me gustaría pensar que lo apoyaría sin importar que quisiera seguir mis pasos o hacerse surfista profesional.
—¡Es lo mismo que pienso yo! Se supone que los padres deben guiar y apoyar a sus hijos, no empujarlos y limitarlos.
—¿Crees que es lo que Damian hizo con nosotros?
—No intencionadamente. Afrontémoslo, Damian no tenía ni idea de qué hacer con nosotros hasta que terminamos la secundaria. De no haber sido por las excursiones y las vacaciones que le organizaba Flor para nosotros, es probable que, aparte de la escuela, sólo hubiéramos ido a la oficina.
—¿Estás diciendo que no fuiste feliz? —preguntó con cara preocupada.
—¡No, Pedro! ¡Claro que no! Quiero a Damian y me encantó tenerlo como tutor. Lo que pasa es que a veces me da la impresión de que se perdió muchas de las buenas cosas que deben disfrutar los padres.
—¿Y eso?
—Él jamás anticipó que sería padre, y cuando le caímos encima, asentar y dirigir Porter le había embotado todos los instintos paternales. A mi siempre me pareció que estaba obsesionado y preocupado por ser un tutor responsable, de modo que jamás se relajó lo suficiente como para disfrutar del gozo que puede representar el mero hecho de ser un buen padre. No digo que nosotros perdiéramos algo, sino que el padrino lo hizo, aunque él no lo sabe.
—Pau —dijo tras quedarse pensativo otro rato—, sé que no me consideras preparado para ser un buen padre, pero...
—¡Nunca dije eso!
—Quizá no con tantas palabras —se encogió de hombros—, pero has afirmado categóricamente que no quieres casarte conmigo.
—Sólo porque sé lo que piensas sobre el matrimonio. Pedro, el hecho de que dude de tu capacidad como marido no quiere decir que no te considere un buen padre para nuestro hijo.
—Pero acabas de mencionar que uno de los problemas a los que se enfrentó Damian es que jamás anticipó ser padre —le recordó—. Y esa también ha sido una de las cosas más alejadas de mi mente; por ende...
—Puede que en el pasado lo haya sido —cortó ella—. ¡Pero durante días no has hecho otra cosa que pensar en ello! Por el amor del cielo, si ya has empezado a supervisar mi dieta y a especular sobre el aspecto que tendrán nuestros hijos, y todavía ni siquiera sabemos si estoy embarazada.
—De modo que aunque consideras que sería el equivalente del Anticristo como marido, crees que sería un buen padre, ¿eh?
—Sí, creo que serías un buen padre —asintió con sinceridad—. Puede que seas un seductor empedernido —sonrió—, pero estoy convencida de que ese no es un rasgo genético, así que no hay motivo para que nuestro hijo salga a ti. Además, básicamente eres una buena persona.
—Y básicamente tú eres una malcriada, pero...
—No lo soy —mintió indignada—, y jamás lo he sido.
—Sí que lo eres —corrigió riendo—. En el pasado eras lo suficientemente bonita como para salirte con la tuya —alargó la mano sobre la mesa y le acarició la mejilla—. Ahora
eres más que bonita para salirte con la tuya —con el pulgar le rozó el labio, haciendo que a ella se le acelerara el corazón—. Dime una cosa... ¿los ojos almendrados y seductores predominan sobre los sosos ojos castaños o es al revés?
—Tus ojos no son sosos ni castaños —susurró ella—. Son negros como el carbón —sólo pudo ser el último vestigio de respeto por sí misma lo que impulsó a Paula a apartarse cuando su averiado cerebro giró su boca hacia la palma de la mano de él.
—Negros como el carbón, ¿eh? —musitó divertido—. Tendré que hacer que cambien mi
descripción en el pasaporte.
Sintiéndose como una tonta por lo que había dicho y hecho, se puso a recoger la mesa.
Él la ayudó. Su incomodidad aumentó cuando, sin alzar la vista, sintió su mirada intensa y su mente enferma comenzó a imaginar que podía sentir sus caricias sobre sus pechos. Cuando los pezones se endurecieron salió corriendo hacia la cocina.
—¿Qué es lo que domina? —insistió Pedro, siguiéndola—. ¿El gris azulado o el negro? —ella giró sorprendida por la descripción que hizo de los suyos. Nadie, a excepción de Flor, había notado jamás que tendían a cambiar de color, según su estado de ánimo—. Ahora mismo son azules —indicó él, leyéndole la mente—. Pero apuesto que soy capaz de cambiarlos a grises.
—Yo... no lo aconsejaría —musitó, depositando los platos que tenía en la mano en el fregadero.
—¿Por qué?
—Porque después del lío en que nos has metido con los Mulligan —repuso en un intento por ser sarcástica—, enfuréceme ahora y existen serias posibilidades de que sea la única que quede viva en la habitación.
—¿Qué te hace pensar que quiero enfurecerte? —preguntó, pegando sus muslos enfundados en vaqueros contra la parte posterior de los de ella. De repente el aliento de Pedro en su nuca pareció más devastador que el contacto de su cuerpo.
—Porque... hmmm... Flor dice que cuando me enfado mis ojos se vuelven grises.
—Sí, bueno. Flor no lo conoce todo... —finalmente su boca estableció contacto con la
piel del cuello, provocándole escalofríos de placer. Unas manos grandes y masculinas
se posaron sobre las de ella, pegadas al borde de la pila—. También el deseo y la pasión
los vuelven de un hermoso gris suave... Pau —susurró cuando ella sintió la extensión
de su cuerpo ponerse rígida—. Di no y me detendré ahora mismo.
—Entonces, sí —rió con ironía—. Sí. Sí. Sí. Sí.
La hizo girar y la aprisionó entre la dureza sólida y segura de la pila y la peligrosa dureza de su masculinidad.
—Eres espléndida, ¿lo sabías? —subió las manos hasta sus hombros, luego al cuello y las dejó quietas en su nuca, al tiempo que con los pulgares le acariciaba las orejas.
Luego bajó lentamente la cabeza y le rozó los labios una, dos y tres veces.
Cuando posó las manos en sus glúteos y la pegó a él, Paula sintió como si el corazón estuviera en una nube, y no quiso aceptar la opción de no rodearlo con las piernas. Lo que deseaba era aprovechar la oportunidad de volver a ser la amante de Pedro, sin importar la brevedad de ese papel. Levantó los dedos y comenzó a seguir el fascinante contorno de su cara.
—Dime —pidió ella con voz ronca por la pasión—, ¿vamos a experimentar otro revolcón de una noche o has cambiado de parecer sobre tener una aventura?
—Oh, cariño —dijo con expresión tan reverente que Paula se sintió como si fuera la mujer más hermosa del mundo—. He cambiado de parecer en tantas cosas...
MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 47
Cuando entraron en el despacho de Damian, éste los saludó con abierto entusiasmo.
—¡Bien hecho! ¡Bien hecho! —estrechó la mano de Pedro con fuerza en las dos suyas.
Luego se volvió hacia Paula y la abrazó con la efusividad reservada sólo para los cumpleaños y las navidades, plantándole un beso en cada mejilla.
Pedro jamás había dudado del cariño que sentía Damian por ellos dos, pero las demostraciones habían sido pocas y espaciadas. Lo cual sólo podía significar que su tutor, igual que él, jamás había comprendido el placer que le brindaba a Pau las muestras tangibles de afecto. Pero Pedro lo vio en ese momento en los ojos y en la sonrisa de ella, que le iluminó todo el rostro de un modo que le llegó al alma. En ese instante estaba más hermosa que ninguna mujer que hubiera visto jamás. Se sintió extasiado ante la idea de que pudiera llevar a su hijo en su interior.
El hijo de ambos. Una personita que los dos habían creado...
Los sentimientos que el concepto produjo en él, tanto mental como físicamente, estaban más allá de toda descripción. Lo único que sabía era que Paula podía discutir todo lo que quisiera sobre que un matrimonio de verdad sólo podía existir si se basaba en el amor, y que ella jamás se casaría de otra manera... de nada le serviría.
Si llevaba a su hijo, también iba a llevar su anillo.
Si quería abrazar la fantasiosa ideología del amor, perfecto. Pedro nunca había creído en eso y no pensaba cambiar de parecer, aunque no podía negar que la idea de compartir su cama y abrazarla cada noche durante el resto de su vida empezaba a socavar su aversión por el matrimonio.
—De acuerdo, adelante, Pedro —instó el hombre mayor, sacándolo de sus sueños eróticos—. Siéntense y pongámonos a hablar de nuestra última adquisición —ordenó—.
¿Sabes, Pedro? Eres un excelente negociador. Como bien saben, ser propietario de una isla siempre ha sido mi mayor objetivo. Pero me es imposible contarles lo que significa para mí tener el complejo de Illusion Island.
—No hace falta —indicó Pedro—. Tu sonrisa lo dice todo. Pero, como te expuse anoche por teléfono, no lo habría podido conseguir sin Pau.
—Exagera, Damian, yo... —comenzó a ruborizarse.
—No por lo que Mulligan me contó —intervino Damian.
—¿Has hablado con Mulligan? —preguntó Pedro tras intercambiar una mirada alarmada con Paula. Esperaba que sólo fuera una alucinación.
—Sí, me llamó ayer a última hora, poco después de hacerlo tú. Parecía un poco alegre, aunque se rumorea que le gusta la bebida tanto como las mujeres. Bueno —continuó—, al parecer va a venir a Sydney en unos días y quiere que nos reunamos de modo informal —la expresión desesperada en la cara de Paula reflejó la de Pedro—. Naturalmente acepté... —Damian calló al observar con desconcierto a Pedro y a una Paula pálida—. ¿Qué sucede? —inquirió con tono cauto y ojos penetrantes—. ¿Hay
algún problema o inconveniente con el trato que no va a gustarme?
—Inconveniente es una palabra adecuada, ¿no crees Pau?—comentó Pedro.
—Vamos, dejen esas miradas furtivas y respondan —insistió Damian—. Es evidente que
algo sucede y que yo desconozco. ¿De qué se trata?
—Probablemente te refieres a nuestro matrimonio —dijo Pedro.
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