jueves, 11 de junio de 2020

MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 48




Así como la primera reacción de Damian al enterarse de la farsa había sido de incredulidad y diversión, no pensaba dejar que algo tan insignificante como la verdad absoluta le amargara un trato brillante; de modo que se acordó que la charada del matrimonio tendría que reactivarse durante la estancia de los Mulligan. Sin embargo, al tiempo que Damian estaba dispuesto a respaldar la historia, se lavó las manos de todos los detalles pequeños.


—No pienso mudarme a tu piso, Pedro —le informó Paula mientras cenaban la comida china con la que él había aparecido esa noche en la puerta de su casa.


—Pero es mucho más cómodo y más apropiado como hogar para un matrimonio de ejecutivos con éxito.


—No si piensa tener una familia. Y no olvides que fuiste tú quien me dejó embarazada... —se ruborizó—. Hmmm... eh... quiero decir, tú le contaste a Rebeca que podía estarlo, y...


—Y nos di mala suerte a los dos, según tú forma de exponerlo.


—Bueno... en cualquier caso, lo que... Pedro, deja de mirarme de esa manera.


—¿De qué manera?


—Como... como... como si intentaras ver en mi interior.


—Tengo curiosidad...


—¿Sobre qué?


—¿Cómo crees que sería un hijo nuestro?


Pedro... —parpadeó—... yo no...


—No paras de repetirlo. Pero sígueme la corriente, ¿quieres? Nunca antes había pensado en niños, y ahora no dejo de tener imágenes de cómo serían los nuestros —frunció el ceño—. ¿Sabes si hay algún caso de gemelos en tu familia?


—¡Gemelos! ¿Deseas que tenga gemelos?


—¡Por supuesto que no! Es que en un momento imagino a un niño rubio y regordete y al siguiente a una niña con rizos plateados. Por eso me preguntaba...


—Dudo que tuvieran el pelo rubio —no le costó imaginar a un niño con el pelo tan oscuro y brillante como Pedro.


—¿Por qué no? —sonrió—. Sé que el tuyo es natural.


—Y el tuyo tan negro como tu perverso sentido del humor —repuso sabiendo que se ruborizaba.


—Bueno, a pesar de conocer lo rápido que es tu ingenio, mi coeficiente intelectual es cuatro puntos más alto, así que probablemente mi intelecto sea el dominante.


—Pero sólo si se ve compensado por un código moral superior, así que descartaré esos cuatro puntos de «intelecto» que nos metieron en este embrollo. Aunque te estaría bien empleado tener una hija con la misma intensidad sexual que la tuya —la expresión de pánico que apareció en la cara de él hizo que riera—. ¡Seria maravilloso verte intentar controlar a una hija con una libido desbocada!


—No pasará —afirmó—. Porque a ninguna hija mía le permitiré que salga con chicos hasta cumplidos los treinta.


—¿Sí? Bueno, yo puedo asegurarte que ninguna hija mía soportará una existencia tan dominada, protegida y aburrida.


—No se aburrirá. Hay un montón de cosas que puedo encontrar para mantenerla ocupada... entre ellas aprender a cocinar. Claro que en esas circunstancias... —guiñó un ojo— ...sería de gran ayuda que nuestro hijo deseara ser bombero.


—¿No será mucho eso y aprender el negocio de los hoteles?


—¿Te gustaría tener un hijo en el negocio?


—Bueno, no... a menos que él lo deseara. Pero no es un secreto que Damian te ha elegido para que, llegado el momento, ocupes su puesto, y supuse que a ti te gustaría pasárselo a tu hijo.


—Nunca pensé en ello —calló unos momentos—. Aunque imagino que debe ser estupendo poder legarle a tu propio hijo algo tan único como Porter. Pero no soy chovinista, así que no me importaría que fuera un niño o una niña. Salvo que, como tú bien has dicho, debe desearlo. Y me gustaría pensar que lo apoyaría sin importar que quisiera seguir mis pasos o hacerse surfista profesional.


—¡Es lo mismo que pienso yo! Se supone que los padres deben guiar y apoyar a sus hijos, no empujarlos y limitarlos.


—¿Crees que es lo que Damian hizo con nosotros?


—No intencionadamente. Afrontémoslo, Damian no tenía ni idea de qué hacer con nosotros hasta que terminamos la secundaria. De no haber sido por las excursiones y las vacaciones que le organizaba Flor para nosotros, es probable que, aparte de la escuela, sólo hubiéramos ido a la oficina.


—¿Estás diciendo que no fuiste feliz? —preguntó con cara preocupada.


—¡No, Pedro! ¡Claro que no! Quiero a Damian y me encantó tenerlo como tutor. Lo que pasa es que a veces me da la impresión de que se perdió muchas de las buenas cosas que deben disfrutar los padres.


—¿Y eso?


—Él jamás anticipó que sería padre, y cuando le caímos encima, asentar y dirigir Porter le había embotado todos los instintos paternales. A mi siempre me pareció que estaba obsesionado y preocupado por ser un tutor responsable, de modo que jamás se relajó lo suficiente como para disfrutar del gozo que puede representar el mero hecho de ser un buen padre. No digo que nosotros perdiéramos algo, sino que el padrino lo hizo, aunque él no lo sabe.


—Pau —dijo tras quedarse pensativo otro rato—, sé que no me consideras preparado para ser un buen padre, pero...


—¡Nunca dije eso!


—Quizá no con tantas palabras —se encogió de hombros—, pero has afirmado categóricamente que no quieres casarte conmigo.


—Sólo porque sé lo que piensas sobre el matrimonio. Pedro, el hecho de que dude de tu capacidad como marido no quiere decir que no te considere un buen padre para nuestro hijo.


—Pero acabas de mencionar que uno de los problemas a los que se enfrentó Damian es que jamás anticipó ser padre —le recordó—. Y esa también ha sido una de las cosas más alejadas de mi mente; por ende...


—Puede que en el pasado lo haya sido —cortó ella—. ¡Pero durante días no has hecho otra cosa que pensar en ello! Por el amor del cielo, si ya has empezado a supervisar mi dieta y a especular sobre el aspecto que tendrán nuestros hijos, y todavía ni siquiera sabemos si estoy embarazada.


—De modo que aunque consideras que sería el equivalente del Anticristo como marido, crees que sería un buen padre, ¿eh?


—Sí, creo que serías un buen padre —asintió con sinceridad—. Puede que seas un seductor empedernido —sonrió—, pero estoy convencida de que ese no es un rasgo genético, así que no hay motivo para que nuestro hijo salga a ti. Además, básicamente eres una buena persona.


—Y básicamente tú eres una malcriada, pero...


—No lo soy —mintió indignada—, y jamás lo he sido.


—Sí que lo eres —corrigió riendo—. En el pasado eras lo suficientemente bonita como para salirte con la tuya —alargó la mano sobre la mesa y le acarició la mejilla—. Ahora
eres más que bonita para salirte con la tuya —con el pulgar le rozó el labio, haciendo que a ella se le acelerara el corazón—. Dime una cosa... ¿los ojos almendrados y seductores predominan sobre los sosos ojos castaños o es al revés?


—Tus ojos no son sosos ni castaños —susurró ella—. Son negros como el carbón —sólo pudo ser el último vestigio de respeto por sí misma lo que impulsó a Paula a apartarse cuando su averiado cerebro giró su boca hacia la palma de la mano de él.


—Negros como el carbón, ¿eh? —musitó divertido—. Tendré que hacer que cambien mi
descripción en el pasaporte.


Sintiéndose como una tonta por lo que había dicho y hecho, se puso a recoger la mesa.


Él la ayudó. Su incomodidad aumentó cuando, sin alzar la vista, sintió su mirada intensa y su mente enferma comenzó a imaginar que podía sentir sus caricias sobre sus pechos. Cuando los pezones se endurecieron salió corriendo hacia la cocina.


—¿Qué es lo que domina? —insistió Pedro, siguiéndola—. ¿El gris azulado o el negro? —ella giró sorprendida por la descripción que hizo de los suyos. Nadie, a excepción de Flor, había notado jamás que tendían a cambiar de color, según su estado de ánimo—. Ahora mismo son azules —indicó él, leyéndole la mente—. Pero apuesto que soy capaz de cambiarlos a grises.


—Yo... no lo aconsejaría —musitó, depositando los platos que tenía en la mano en el fregadero.


—¿Por qué?


—Porque después del lío en que nos has metido con los Mulligan —repuso en un intento por ser sarcástica—, enfuréceme ahora y existen serias posibilidades de que sea la única que quede viva en la habitación.


—¿Qué te hace pensar que quiero enfurecerte? —preguntó, pegando sus muslos enfundados en vaqueros contra la parte posterior de los de ella. De repente el aliento de Pedro en su nuca pareció más devastador que el contacto de su cuerpo.


—Porque... hmmm... Flor dice que cuando me enfado mis ojos se vuelven grises.


—Sí, bueno. Flor no lo conoce todo... —finalmente su boca estableció contacto con la
piel del cuello, provocándole escalofríos de placer. Unas manos grandes y masculinas
se posaron sobre las de ella, pegadas al borde de la pila—. También el deseo y la pasión
los vuelven de un hermoso gris suave... Pau —susurró cuando ella sintió la extensión
de su cuerpo ponerse rígida—. Di no y me detendré ahora mismo.


—Entonces, sí —rió con ironía—. Sí. Sí. Sí. Sí.


La hizo girar y la aprisionó entre la dureza sólida y segura de la pila y la peligrosa dureza de su masculinidad.


—Eres espléndida, ¿lo sabías? —subió las manos hasta sus hombros, luego al cuello y las dejó quietas en su nuca, al tiempo que con los pulgares le acariciaba las orejas.


Luego bajó lentamente la cabeza y le rozó los labios una, dos y tres veces.


Cuando posó las manos en sus glúteos y la pegó a él, Paula sintió como si el corazón estuviera en una nube, y no quiso aceptar la opción de no rodearlo con las piernas. Lo que deseaba era aprovechar la oportunidad de volver a ser la amante de Pedro, sin importar la brevedad de ese papel. Levantó los dedos y comenzó a seguir el fascinante contorno de su cara.


—Dime —pidió ella con voz ronca por la pasión—, ¿vamos a experimentar otro revolcón de una noche o has cambiado de parecer sobre tener una aventura?


—Oh, cariño —dijo con expresión tan reverente que Paula se sintió como si fuera la mujer más hermosa del mundo—. He cambiado de parecer en tantas cosas...





MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 47




Cuando entraron en el despacho de Damian, éste los saludó con abierto entusiasmo.


—¡Bien hecho! ¡Bien hecho! —estrechó la mano de Pedro con fuerza en las dos suyas.


Luego se volvió hacia Paula y la abrazó con la efusividad reservada sólo para los cumpleaños y las navidades, plantándole un beso en cada mejilla.


Pedro jamás había dudado del cariño que sentía Damian por ellos dos, pero las demostraciones habían sido pocas y espaciadas. Lo cual sólo podía significar que su tutor, igual que él, jamás había comprendido el placer que le brindaba a Pau las muestras tangibles de afecto. Pero Pedro lo vio en ese momento en los ojos y en la sonrisa de ella, que le iluminó todo el rostro de un modo que le llegó al alma. En ese instante estaba más hermosa que ninguna mujer que hubiera visto jamás. Se sintió extasiado ante la idea de que pudiera llevar a su hijo en su interior.


El hijo de ambos. Una personita que los dos habían creado...


Los sentimientos que el concepto produjo en él, tanto mental como físicamente, estaban más allá de toda descripción. Lo único que sabía era que Paula podía discutir todo lo que quisiera sobre que un matrimonio de verdad sólo podía existir si se basaba en el amor, y que ella jamás se casaría de otra manera... de nada le serviría.


Si llevaba a su hijo, también iba a llevar su anillo.


Si quería abrazar la fantasiosa ideología del amor, perfecto. Pedro nunca había creído en eso y no pensaba cambiar de parecer, aunque no podía negar que la idea de compartir su cama y abrazarla cada noche durante el resto de su vida empezaba a socavar su aversión por el matrimonio.


—De acuerdo, adelante, Pedro —instó el hombre mayor, sacándolo de sus sueños eróticos—. Siéntense y pongámonos a hablar de nuestra última adquisición —ordenó—.
¿Sabes, Pedro? Eres un excelente negociador. Como bien saben, ser propietario de una isla siempre ha sido mi mayor objetivo. Pero me es imposible contarles lo que significa para mí tener el complejo de Illusion Island.


—No hace falta —indicó Pedro—. Tu sonrisa lo dice todo. Pero, como te expuse anoche por teléfono, no lo habría podido conseguir sin Pau.


—Exagera, Damian, yo... —comenzó a ruborizarse.


—No por lo que Mulligan me contó —intervino Damian.


—¿Has hablado con Mulligan? —preguntó Pedro tras intercambiar una mirada alarmada con Paula. Esperaba que sólo fuera una alucinación.


—Sí, me llamó ayer a última hora, poco después de hacerlo tú. Parecía un poco alegre, aunque se rumorea que le gusta la bebida tanto como las mujeres. Bueno —continuó—, al parecer va a venir a Sydney en unos días y quiere que nos reunamos de modo informal —la expresión desesperada en la cara de Paula reflejó la de Pedro—. Naturalmente acepté... —Damian calló al observar con desconcierto a Pedro y a una Paula pálida—. ¿Qué sucede? —inquirió con tono cauto y ojos penetrantes—. ¿Hay
algún problema o inconveniente con el trato que no va a gustarme?


—Inconveniente es una palabra adecuada, ¿no crees Pau?—comentó Pedro.


—Vamos, dejen esas miradas furtivas y respondan —insistió Damian—. Es evidente que
algo sucede y que yo desconozco. ¿De qué se trata?


—Probablemente te refieres a nuestro matrimonio —dijo Pedro.



miércoles, 10 de junio de 2020

MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 46





Los últimos jirones de sueño que le quedaban de lo poco que había dormido, se desvanecieron cuando lo vio ante su puerta.


—¿Qué haces aquí?


—¿Siempre abres en pijama sin preguntar quién es? —gruñó Pedro.


—A esta hora —intentó no pensar en el hecho de que estaba mejor en carne y hueso que en sus fantasías— me pareció seguro asumir que las únicas personas que podían estar aporreando mi puerta serían los bomberos, que venían a evacuarme por las llamas que devoraban mi casa.


—Espero que eso no signifique que ya habías empezado a preparar el desayuno —dijo, logrando de algún modo pasar junto a ella para avanzar por el pasillo—. Porque de camino he traído algunos bollos.


—¿Por qué lo has hecho?


—Para ahorrarte tiempo. Ya sabes lo quisquilloso que es Damian con la puntualidad.


Sintiéndose como en un sueño, Paula cerró los ojos y volvió a abrirlos. Todo seguía igual.


—¿Qué pasa? Se suponía que debíamos reunirnos con Damian a las siete y media en la oficina.


—Y así es. Pero decidí que lo mejor era pasar a recogerte.


Debía estar bromeando. Vivía en la otra punta de la ciudad y a sólo veinte minutos de la oficina; desde la casa de Paula se tardaban cuarenta y cinco minutos en llegar, siempre que no hubiera atasco en Harbour Bridge.


—Pedro, ¿estás...?


—¿Dónde tienes la radio, Pau? Me gustaría escuchar las noticias mientras desayuno.


—Ponte cómodo —señaló el equipo de música, incapaz de manejar la situación hasta no haberse duchado—, pero no te molestes en prepararme nada. Sólo tomaré café.


—Debes comer, Pau.


—No, si no quiero.


—¿Dónde guardas el descafeinado? —puso dos servicios en la mesa, como si no la hubiera escuchado.


—No tengo.


—Oh... bueno, en ese caso imagino que tomaré té. Luego puedes comprar descafeinado.


—No lo haré —replicó, irritada por el modo en que se había adueñado de su cocina—. Odio el descafeinado. Ni siquiera empiezo a respirar hasta no haber tomado una taza y media de buen café negro.


—Bueno —se encogió de hombros—, a partir de ahora tendrás que practicar respirar desde el momento en que te despiertes. Pero no te preocupes, ya que no conozco a nadie que haya muerto por dejar el café.


—¿Sí? Pues la gente que ha muerto a manos de alguien desesperado por su dosis de cafeína corre el peligro inmediato de aumentar en uno —él le sonrió con expresión condescendiente al tiempo que servía unos bollos en los platos—. ¡Pedro! Te he dicho que no quiero desayunar.


—Lo sé. Pero, como decía siempre Flor, el desayuno es la comida más importante del
día. Y apuesto que un mordisco a este croissant te hará cambiar de idea. ¿Cómo quieres el té? ¿Hojitas o tienes bolsitas?


—¡Pedro! —lo agarró del brazo para llamar su atención—. ¡No quiero té, ni descafeinado, ni bollos que te alteran la mente! Sólo quiero café. C-A-F-É. ¿Vale?


—No, Pau...


—¿Qué?


—La cafeína no es buena para el bebé, así...


—¿Qué no es bue...? ¡Oh, por el amor del cielo! ¡No estoy embarazada! —rugió.


—No lo sabemos con seguridad —respondió con calma—. Y hasta entonces, lo mejor es
no correr ningún riesgo. Anoche pensé mucho en ello, y así como ambos esperamos lo
mejor, debemos estar preparados para lo peor. El hecho de que no lo planeáramos no elimina nuestras responsabilidades; razón por la que, si estás embarazada, nos casaremos de inmediato. A propósito —continuó, mientras vertía agua caliente en la tetera—, también hablé con un abogado amigo mío, y al parecer hay un período de espera entre la solicitud de una licencia y casarse. La buena noticia es que se puede evitar en ciertas condiciones, y estoy seguro de que Damian conocerá a alguien que nos acelere el proceso.


Pedro... ¿estás tomando alguna medicina?


—No, ¿por qué? —frunció el ceño—. Oh, ya entiendo. Quieres saber si existe la posibilidad de que afecte a mi esperma. Relájate, aunque si de verdad te preocupa puedo someterme a algún análisis.


No había querido volverlo loco, pero, como continuara de esa manera, quien terminaría encerrada en una celda acolchada sería ella.




MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 45




Si Pedro ofreció alguna respuesta a su «Nos vemos», Paula no la oyó por encima del caos emocional que reinaba en su interior; pero sintió sus ojos en ella todo el trayecto hasta la salida.


—¿Qué pasa? —preguntó Eugenia.


—Nada.


—Entonces, ¿qué prisa tienes y por qué me aprietas con tanta fuerza el codo, como si quisieras cortarme la circulación?


—Lo siento —la soltó.


—De acuerdo... ¿qué pasa entre Pedro y tú?


—Nada.


—Vamos, Paula. Estás hablando conmigo. Sé cuando te sientes molesta. Y la tensión que había entre ustedes dos no me la he imaginado.


—Muy bien —sonrió al tiempo que soltaba un suspiro resignado—. Tienes razón, estoy molesta... Ivan Carey estuvo alojado en la isla.


—¡Santo cielo! —Eugenia quedó boquiabierta—. Bromeas, ¿verdad?


—No. Ivan y su recién adquirida esposa estuvieron allí. A propósito, gracias por venir a recogerme. Invito yo la comida china de camino a casa.


—Buen intento, pero olvida la comida —dijo Eugenia—. Sólo quiero que me cuentes lo que
sucedió en Illusion. Todo. Repito... ¿qué pasa entre Pedro y tú?


—Ya te lo he dicho... nada.


—Exacto. Así que empieza a contarme algo.


—Euge, no hay nada que contar. De verdad. Ningún drama; la situación se hizo un poco
incómoda cuando apareció Ivan.


—¿Por qué?


—¿Por qué, qué? ¿Por qué fue Ivan allí?


—¿Por qué la incomodidad?


—¡Dios, Euge! ¿Tú por qué crees? —espetó, decidiendo que hacerse la ofendida era lo mejor en vista de su tenaz curiosidad—. No resultó muy fácil estar en la misma isla en esas circunstancias. Y, si no lo has olvidado, Pedro no se alegró mucho cuando le conté lo que sentía por Ivan. Al tenerlos en la isla, no dejó de recordarme que estaban casados y que yo había ido a trabajar. Imagino que si percibiste tensión entre nosotros es porque me molestó que me tratara como a una especie de muñeca poco seria —Paula se felicitó por su respuesta sincera, pero ambigua, aunque cuando la expresión de Euge sugirió que no estaba del todo convencida, añadió—: Y tampoco ayudó que la última esposa de sir Frank haya sido una antigua amante de Pedro.


—¡Qué me aspen!


—¡Sí! Estábamos todos. Te lo aseguro, Euge, Pedro y yo no hemos hecho otra cosa que andar de puntillas; ¿es de extrañar que estemos un poco tensos? No resultó fácil concentrarse en las negociaciones cuando ambos nos veíamos constantemente enfrentados con nuestro pasado emocional.


—Cielos, Paula, no me sorprende que tengas ojeras. Apuesto que te alegra que todo haya terminado.


—Sí... —ahí se acabó ceñirse a la verdad.




MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 44




Cuando el avión aterrizó en Sydney, Paula prácticamente corrió a la cinta para recoger el equipaje.


—¿Qué? —espetó sin mirarlo.


—¿Qué te parece si vamos a comer algo antes de irnos a casa?


—Gracias, pero no tengo hambre.


—Si no has comido en todo el día.


—Habrá sido porque no tenía hambre —lo miró—. Cuando eso cambie, comeré. Y ahora deja que busque mis maletas.


—Mira, Pau—suspiró y se mesó el pelo—, sé que lo que sucedió la noche pasada te molestó... ¡demonios, a mí también! Pero hemos de decidir a dónde iremos a partir de aquí...


—Yo me voy a casa —indicó sin apartar la vista de la maleta que había divisado en la cinta—. Tú puedes hacer lo que más te plazca.


—No me refería a eso. No podemos fingir que no ha sucedido nada —alargó la mano en el instante en que ella iba a recoger la maleta, descubriendo que aunque lo estaba volviendo loco, tocarla conseguía que incluso olvidara su nombre—. Pau...


—¿Qué?


—Mírame.


Antes de alzar la cabeza se tomó unos momentos para sosegarse. Fue inútil; una mirada a esos ojos negros como el carbón hizo que sintiera calor en sitios que sólo quería que tocara Pedro. Incapaz de mantener la mirada y la dignidad al mismo tiempo, giró la cabeza y el azar hizo que apareciera la distracción perfecta.


—Mira, Pedro, ahí está tu maleta.


—¡Olvida la maldita maleta! —la aferró de los hombros y la plantó delante de él—. No podemos evitar hablar de lo que pasó en la isla.


—Bueno, claro que no —dijo, maravillada por el tono tranquilo de su voz—. Damian esperará un informe detallado de la transacción. Mañana a primera hora es perfecto para mí...


—¡Deja de ser obtusa, maldita sea! —espetó—. ¡Hablo de haber dormido juntos! —la frustración hizo que elevara la voz, provocando que algunas cabezas giraran en su dirección.


—Cielos, Pedro, ¿por qué no pides que lo anuncien por los altavoces del aeropuerto?
—siseó con la cara roja y furiosa.


—Lo haré, si con ello consigo que dejes de tratar de evitar la situación. No hay na... ¡Maldición! ¿Qué hace ella aquí?


Paula siguió su mirada indignada hacia las puertas de cristal de la terminal nacional, y al ver a Eugenia se sintió aliviada.


—¡Eugenia! —gritó, aunque no pudo agitar la mano porque Pedro se la sujetó.


—Yo te habría dejado en casa —dijo con frialdad.


—No seas ridículo —se soltó—. Vives en la otra punta de la ciudad. La tarifa del taxi habría sido exorbitante.


—¿Cuándo ha empezado a preocuparte una tarifa de taxi? Desde que te robaron el coche tú has gastado más que nadie en taxis.


—Punto que nunca has dejado de recordarme —replicó—. No hay modo de complacerte,
¿verdad?


—Eso no es cierto, Paula. La otra noche lo conseguiste... varias veces.


—No estoy interesada en hablar de lo sucedido esa noche. Nunca.


—Es una pena, porque dentro de unos meses quizá tengamos que hablar de técnicas de parto.


—No estoy embarazada.


—Eso esperamos. Por desgracia, la esperanza no es una medida fiable para evitarlo.


—¡Hola, chicos! —para Paula, la llegada de Eugenia no podría haber estado mejor sincronizada. No sólo le evitó tener que responder, sino que coincidió con la desaparición por segunda vez en las entrañas del edificio de las maletas de él—. ¿Cómo fue el viaje, Pedro?


—Fructífero —repuso ella, decidida a abortar cualquier conversación—. Toma —adelantó el carrito con su equipaje y agarró a Eugenia por el codo—. Muy bien, vámonos. ¿Dónde has aparcado?