miércoles, 18 de marzo de 2020

ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 42




Esa vez se reunieron con el sheriff en una cafetería del centro de Trenton, no muy lejos del instituto. Tardó bastante en localizarlo en medio del gentío que abarrotaba el local a la hora de la comida, pero al final lo descubrió sentado en un rincón del fondo. Lo suficientemente aislado como para que pudieran mantener una conversación más o menos privada.


—Me alegro de verlos de nuevo —dijo el sheriff, con la boca llena.


—Yo me habría alegrado más si nos hubiéramos visto en su oficina —repuso Pedro, tendiendole la mano.


El hombre se limpió las manos con una servilleta y se la estrechó. Volviéndose hacia Paula, se llevó dos dedos a la frente a modo de saludo.


—Me han sorprendido en un mal momento. O hablaba con ustedes durante la comida, o habrían tenido que esperar a otro día. Esta tarde tengo una reunión con el fiscal general del estado.


—¿Tiene esa reunión algo que ver con el caso Meyers Bickham? —quiso saber Paula.


—¿Cómo podía ser de otra manera, con tanta atención como está recibiendo de los medios? Supongo que habrá venido a decirme que la cabaña en la que estaba alojada ha ardido hasta convertirse en cenizas.


—Así que ya lo sabe… —murmuró Pedro, observando cómo Wesley atacaba otro muslo de pollo.


—Georgia es un lugar pequeño y los rumores corren rápido.


Pedro apoyó los codos sobre la mesa y se inclinó hacia delante.


—¿Es de eso de lo que va a tratar con el fiscal del estado?


—Lo dudo. Está intentando sacar un poco de publicidad del caso mientras los medios lo acosan cada noche. Lo último que necesito es que se entrometa en mi caso. ¿Y quién dice que el incendio de la cabaña no pudo ser un simple accidente? Dahlonega está a más de ciento cincuenta kilómetros del antiguo orfanato.


—Yo, por ejemplo —afirmó Pedro.


—¿Ah, sí? Explíquese.


Pedro observó la expresión del sheriff mientras le explicaba el hallazgo del muñeco en la pasarela. Wesley se lo quedó mirando fijamente, entornando los ojos hasta casi cerrarlos.


—Supongo que la tira adhesiva cruzando su boca significa que alguien tiene miedo de que usted sepa algo y se decida a hablar —concluyó, dirigiéndose a Paula—. ¿Es eso verdad?


—No.


—¿Ha hablado con los periodistas?


—No.


—Bien. Cuanto más sepan los medios, más escándalo montaran con todo esto.


Una camarera apareció para pedirles la orden. 


Tanto Pedro como Paula pidieron solamente café solo. El sheriff ya había terminado de comer. Alzó su vaso de té con hielo y apuró la mitad de un trago.


—Hay más —apuntó Paula cuando la camarera se hubo marchado—. Esta mañana hemos estado en el instituto donde estudié mientras estuve internada en el orfanato.


—¿Reviviendo viejos tiempos?


—No. Revisando expedientes —le explicó lo que habían encontrado, sugiriéndole de paso que los expedientes de los otros internos de Meyers Bickham también podían estar manipulados.


—La verdad, no sé muy bien qué es lo que pretenden —sentenció Wesley—, pero están interfiriendo en una investigación criminal. Si tienen alguna pista o dato adicional sobre el caso, les agradecería que lo compartieran conmigo. De lo contrario, les advierto sobre el peligro que están corriendo si continúan entrometiéndose.


—No sé qué peligro puedo correr al visitar mi antiguo instituto… —replicó Paula.


—Dejen todo este asunto en manos de la ley. Es lo único que les estoy pidiendo.


La camarera volvió con los cafés, pero resultaba obvio que el sheriff había dado por terminada la entrevista. Sacó un par de billetes y los lanzó sobre la mesa.


—Tengo que irme. Les sugiero que hagan lo mismo. Usted, amigo, vuélvase a su granja y ocúpese de sus manzanas. Yo me encargaré de la investigación. Y dado que afirma no saber nada, señora Chaves, le recomiendo que no vuelva a asomar la cabeza por aquí durante las dos próximas semanas. Para entonces, el caso ya se habrá cerrado.


—Ojalá tenga razón —comentó Paula, mientras el sheriff se dirigía ya hacia la puerta.


—Supongo que debemos esperar lo mejor.


—¿Significa eso que estás dispuesto a confiar en él?


—Para nada —respondió Pedro con tono enfático—. Bébete ese café —alzó su taza a modo de brindis—. Y salgamos de aquí en busca de una comida un poco más sana… O al menos que no nos atasque las arterias de colesterol.



martes, 17 de marzo de 2020

ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 41






Pedro abrió la puerta y la ayudó a sentarse. Estaba temblando, como si fuera a desmayarse de un momento a otro.


—¿Qué es lo que has recordado?


—Hacía mucho tiempo que no pensaba en eso. Ya no está en mis pesadillas, pero en una de las que tuve, uno de los componentes de aquel desfile fantasmal llevaba un gran canasto de mimbre, como de lavandería.


—¿Y?


—No estoy segura, pero ahora recuerdo haber pensado en lo extraño que era que estuvieran marchando en fila para lavar la ropa. O que los fantasmas pensaran incluso en lavar la ropa…


—¿Todavía estamos hablando de una pesadilla?


—¡Oh, Pedro, no lo sé! Cuando me acordé hace un momento, me pareció tan real que… Que era como si estuviese yo misma en aquel sótano, contemplándolo todo…


—¿Lo suficiente como para que pudieras ver el contenido de aquel cesto?


—Una manta azul asomaba debajo de la tapa, como las que solían usar en la guardería. Ni siquiera era consciente de que recordaba eso, pero lo recuerdo. Había mantas azules en las cunas de los niños y rosas en las de las niñas.


—¿Estás hablando ahora de cosas reales? ¿No de pesadillas, sino de la guardería del orfanato?


—Sí.


Pedro maldijo para sus adentros. No quería presionarla, pero sospechaba que estaba a punto de recordar algo que había pasado años intentando olvidar.


—¿Viste lo que había dentro del cesto?


—No, pero… ¿Y si tuvieras tú razón con tu sugerencia de anoche… Y el desfile de mi pesadilla procediera de un suceso real? Tal vez asistí realmente a una especie de procesión fúnebre.


—Eso explicaría las amenazas. ¿Puedes identificar a alguien de la procesión?


Paula negó con la cabeza, frustrada.


—Empecé a tener las pesadillas poco después de ingresar en el orfanato. De eso hace veinte años. En aquel entonces sólo tenía diez.


—Te diré lo que pienso: Que realmente viste esa procesión en el sótano y que sus componentes no eran fantasmas, sino personas reales.


Paula se recostó en su asiento, cerrando los ojos, y se masajeó suavemente las sienes. Pedro deslizó un brazo por su respaldo y enterró los dedos en su sedosa melena, ansiando desesperadamente que pudiera enfrentarse a aquello sin tener que soportar tanto dolor.


—Todo está como gris en mi mente, Pedro. Estaba oscuro y la persona que iba delante mantenía en alto un farol de gas, de esos que solíamos usar en el orfanato cuando nos quedábamos sin electricidad durante alguna tormenta. Pero algo debió de haberme hecho pensar que había un niño dentro de aquel cesto. ¿Por qué si no, me habría torturado durante tantos años el llanto de aquel bebé?


Pedro lo ignoraba. Y su mente pragmática se negaba a creer que pudiera poseer algún tipo de capacidad paranormal.


—Durante todo el tiempo que estuve en el orfanato estuve segura de que aquel sótano estaba embrujado.


—¿Y ahora?


—No lo sé. Quizás estaba embrujado con las almas de los bebés. Quizá vi algo fundamental y desde entonces aquel bebé, con su llanto, me haya estado reclamando justicia. Me pregunto si el sheriff Wesley podrá resolver esto.


—No creo que debamos decirle nada sobre el canasto ni sobre las pesadillas.


—Pero podría ser importante para la investigación.


—No, a no ser que pudieras identificar a la gente que viste en la procesión. Le contaremos lo de la cabaña y lo del muñeco con el cráneo, y lo del error en el expediente de tu instituto. Eso es lo único que sabemos a ciencia cierta.


—Sigues pensando como un agente del FBI.


—Supongo que lo llevo en la sangre —posó la mano en su hombro—. Pero mantengamos eso también en silencio. Yo solamente soy Pedro Alfonso, agricultor del norte de Georgia.


—Lo que tú digas, agricultor.


—Entonces… ¿Estás preparada para hacerle una visita al sheriff?


—No, pero cuanto más la retrasemos, menos lo estaré.


Pedro arrancó la camioneta mientras ella llamaba por su móvil. No tuvo que preguntarle a quién: A Dolores, para hablar con Kiara. 


Luego telefoneó al hospital para saber cómo estaba Ana. Seguía inconsciente y en estado crítico.


Pedro pensó que Paula era una mujer maravillosa. Y se merecía un hombre maravilloso… Que todavía mantuviese el corazón intacto. No como él.


Lo malo era que cada vez que la tocaba, su cuerpo parecía olvidarse de ello.




ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 40





—Nada nuevo. Todo confirma lo que te había dicho.


—Y desmiente los datos de los archivos públicos de Meyers Bickham. Acuérdate de que según ellos, te graduaste en el instituto con dieciocho años. Y si la información tuya que figura en ellos es falsa, no hay motivo para creer que la restante sea verdadera.


—Lo que quiere decir que los registros sobre los bebés, sin identificar enterrados en el sótano pudieron haber sido falseados —pronunció Paula.


—Exacto. Tal vez el orfanato siguió registrándolos como internos después de muertos.


—Y ahora están dispuestos a cualquier cosa con tal de conservar el secreto. Incluso después de tanto tiempo.


—No hay límite de prescripción para un asesinato —le recordó Pedro.


—¡No pensarás que esos bebés fueron asesinados!


—Espero de todo corazón que no.


Lo mismo esperaba Paula. Asesinar a un bebé era algo inimaginable, inconcebible para una mente normal. Como fijar un repugnante cráneo a un muñeco. O un desfile de fantasmas celebrado en un oscuro y lóbrego sótano.


De repente tuvo que apoyarse en la puerta de la camioneta para no caer al suelo, mareada.


—¿Qué te pasa?


—Acabo de recordar algo nuevo sobre el desfile de fantasmas…




ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 39




Pero cerrar la puerta de la habitación de Paula a su espalda, fue una de las cosas más duras que había hecho Pedro en mucho tiempo. Quería tenderse a su lado en aquella cama, abrazarla. 


Quería sentir aquella indómita y roja melena extendiéndose sobre su pecho. Quería borrar a besos toda su carga de dolor.


Tenía la fuerte sospecha de que eso era también lo que ella quería. Pero no podía hacerlo.


No tenía miedo de enfrentarse con un asesino, pero le aterraba cualquier tipo de compromiso emocional. Las cicatrices todavía estaban demasiado recientes.


Y si embargo, estaba comprometido. Quería proteger a Paula y a Kiara. Y… Que el cielo lo ayudara, también quería hacer el amor con Paula. El deseo corría como fuego por sus venas, mientras se dirigía al cuarto de baño con la intención de tomar una buena ducha fría… 


Que le ayudara a despejarse la cabeza.



****

El instituto no había cambiado ni de nombre ni de localización, pero todo lo demás era diferente. El viejo edificio había sido demolido siete años atrás y sustituido por otro nuevo, una estructura moderna, de ladrillo visto.


Eran más las diez cuando llegaron, y los alumnos ya estaban en clase. Se encaminaron directamente a la oficina principal, donde un par de mujeres trabajaban detrás de un mostrador. 


Fue Pedro quien habló, con el consentimiento de Paula. Tras presentarse a una empleada, le pidió permiso para examinar los documentos de cuando ella estuvo estudiando allí.


—Puedo darle una copia de su expediente, con sus notas —pronunció la mujer, dirigiéndose directamente a Paula—. Si quieren saber algo más, tendrán que hablar con el director.


—Por el momento nos conformaremos con el expediente.


—Tardaré unos diez minutos en conseguirlo. Pueden esperar aquí o en el salón de actos, donde quieran. Nadie lo está usando esta mañana.


—Esperaremos aquí.


Los diez minutos se convirtieron en veinte. Paula empleó ese tiempo en evocar su estancia en aquel instituto. Siempre había sido una solitaria. 


No salía con nadie. En realidad, nunca había salido mucho, ni siquiera después de Meyers Bickham. Sergio había sido su primera relación, y para él no había sido demasiado seria. Desde el mismo día que se casaron había tenido aventuras con otras mujeres, aunque ella no se había enterado de eso hasta mucho después.


—Aquí tiene la copia de su expediente, señora Chaves.


—Impresionante. Sobresaliente en todo —fue su comentario.


—Excepto un par de aprobados en educación física y economía doméstica.


—Es verdad.


—Aunque tal vez habría terminado mejorando la puntuación. Las notas sólo llegan hasta la primera mitad del segundo curso.


—Efectivamente, ya que se fue del centro —apuntó la empleada.


—¿Eso está registrado en el expediente? —inquirió Pedro.


—Sí. La anotación lleva un asterisco con un número. Se explica al final de la hoja.


Paula leyó la nota a pie de página: «Trasladada a otro centro».


—¿Puede usted averiguar a qué otro centro fui trasladada?


—No, porque nadie nos pidió su expediente.


—¿Está segura? —preguntó Pedro, doblando la copia en papel de las notas y guardándosela en un bolsillo de la camisa.


—Sí. Si el nuevo centro nos lo hubiera pedido, se lo habríamos remitido y aquí habría quedado constancia de ello.


—Ya. Dígame… ¿Qué tipo de información adicional podría darnos?


—Registros de asistencia a clase, por ejemplo. O informes sanitarios. La información básica de cualquier alumno.


—Gracias. Con esto será suficiente.


Paula dio las gracias a la empleada y siguió a Pedro hasta la camioneta.





lunes, 16 de marzo de 2020

ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 38





Paula se hallaba de pie frente a la ventana de la habitación de invitados, temerosa ante la perspectiva de volver a visitar el instituto donde había estudiado mientras estuvo en Meyers Bickham. Ninguno de los recuerdos que guardaba era bueno.


—¿Te encuentras bien?


Se volvió para descubrir a Pedro en la puerta, con una taza de algo caliente en la mano.


—No, especialmente.


—He llamado, pero no debes de haberme oído.


—Es que no estaba aquí. Estaba perdida en el pasado.


—Pensé que quizá te apetecería una taza de cacao.


—Gracias —repuso, acercándosele—. Estás en todo. ¿Sabes? Hasta ahora no has dejado de sorprenderme.


—Yo mismo me he sorprendido de mí mismo durante estos últimos días.


Paula bebió a sorbos el cacao, dejando que le calentara la garganta.


—No sabe del todo a cacao.


—Le he añadido un poco de canela.


—¿Para liberar viejos recuerdos?


—Digamos que para que engrasara los oxidados goznes de tu memoria.


—He intentado pensar en Meyers Bickham. Pero hasta el momento me ha resultado difícil incluso pasar del primer día.


—A veces las primeras impresiones son el mejor lugar por donde empezar.


Paula se sentó en el borde de la cama y obligó a su mente a retroceder en el tiempo. Las figuras del pasado empezaron a cobrar forma lentamente, como sombras a la débil luz del crepúsculo.


—Mi primera impresión es la siguiente. 
Originalmente, el edificio había sido una iglesia. Por fuera tenía ese aspecto, pero una vez que entrabas por sus grandes puertas dobles, parecía frío e inquietante. Todo lo contrario que la iglesia de mi antiguo barrio.


—¿Tenía bancos?


—No. Donde antes habían estado los bancos, ahora había principalmente oficinas, despachos. Y un gran salón de actos y una habitación más pequeña donde de vez en cuando podíamos ver la televisión. Pero no podíamos cambiar los canales, y nadie quería ver los que habían elegido los guardianes.


—¿Dónde dormíais?


—Al fondo… En pequeñas habitaciones con camas de litera. Teníamos cómodas para la ropa y artículos personales. Eso es todo.


Al menos lo que podía recordar.


—¿Qué hay del sótano?


—Oscuro. Era oscuro, y aterrador. Con escalones muy altos, con fuerte pendiente.


Se estremeció de pronto, asaltada por una sensación lúgubre, siniestra.


—¿Cómo lo sabes? Dijiste que nunca habías estado allí.


Paula negó con la cabeza, aturdida. Sentía náuseas.


—No lo sé. Pero así me lo representaba yo en mis pesadillas. Es el recuerdo que me viene a la cabeza cuando intento evocarlo. Pero es todo tan confuso…


—No entiendo. ¿Cómo puedes estar tan segura de que el sótano era así cuando tú nunca estuviste en él?


—Porque las cosas que recuerdo no pueden ser reales —empezó a temblar.


Pedro se sentó a su lado y le tomó las manos entre las suyas.


—¿Qué es lo que recuerdas?


—Grandes ratas grises. Y fantasmas. Un desfile de fantasmas.


—Sigue hablando.


—Pensarás que estoy loca…


—Tú no estás loca. Simplemente pasaste por una prueba muy dura para una pobre niña. ¿Sigues teniendo esas pesadillas?


—A veces. Ya no con tanta frecuencia. Y cambian. Pero casi siempre están las ratas. Y un bebé fantasmal que no deja de llorar, y de llorar… Hasta que finalmente me despierto bañada en un sudor frío.


—¿Quién está en ese desfile?


—Sé que son fantasmas. Uno de ellos lleva una especie de farol en la mano. Pero a veces… —Se encogió sobre sí misma, odiando con todas sus fuerzas aquellos demonios que parecían habitar en los más remotos rincones de su mente, y que surgían en ocasiones como aquella para atormentarla—. A veces es mi madre quien encabeza el desfile.


Pedro alzó una mano para retirarle el cabello de la frente.


—A veces las pesadillas están basadas en sucesos reales que son demasiado perturbadores para afrontarlos cuando estás despierta.


—Ya he pensado en eso, pero las pesadillas cambian tanto… A veces estoy sola. Otras veces con amigas que corren y me dejan sola con aquel desfile de fantasmas… Y luego está mi madre. Sé con toda seguridad que jamás estuvo en ese sótano.


—¿Qué les sucedió a tus padres?


—Mi padre murió cuando yo tenía cinco años. En un accidente laboral, atrapado por una máquina de la factoría donde trabajaba. No conozco los detalles, pero creo que fueron horripilantes. Luego a mi madre le diagnosticaron un cáncer. Luchó, se resistió todo lo que pudo. Pero un día vino la ambulancia y se la llevaron al hospital. Ya no volvió a casa.


—Has sufrido mucho, Paula —empezó a acariciarle la nuca con exquisita ternura—. Pero superarás esta nueva prueba. Y esta vez no tendrás que hacerlo sola. Yo estaré en todo momento a tu lado.


—Me gustaría creer eso.


—¿Es que no es así?


—Nadie me ha soportado durante mucho tiempo. No tengo motivo alguno para pensar que contigo será diferente.


—Entonces es que no me conoces bien.


—Estoy aprendiendo a conocerte.


—Y yo también a ti. Creo que ya es suficiente por esta noche. Tienes que dormir.


—Lo intentaré.


Pedro deslizó un dedo todo a lo largo de su mejilla, deteniéndolo en sus labios. Por un momento Paula pensó que iba a besarla otra vez, pero en lugar de ello se levantó y se marchó, cerrando la puerta a su espalda.


Lo hizo apresuradamente, como si estuviera luchando con sus propios sentimientos… O con sus propios demonios. O quizá simplemente estuviera recordando su promesa de implicarse en un asunto que no le incumbía nada… Y del que ya estaba empezando a arrepentirse.