domingo, 1 de marzo de 2020

LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 41





Paula no reconoció a primera vista al hombre que estaba sentado en la limusina, pero advirtió los rostros de furia y preocupación de sus amigos.


Brian leía un periódico con gesto serio.


—¿Nicolas? —dijo Pedro sorprendido entrando en la limusina después de Paula y cerrando la puerta.


—La edición de la tarde es una auténtica bomba —dijo el hombre sin poder ocultar su agitación.


Pedro tomó un ejemplar que estaba tendido sobre el asiento y empezó a leerlo.


El hombre se volvió hacia Paula.


—Encantado de conocerla por fin, señorita Chaves. Me llamo Nicolas Kurtz.


Kurtz. El hombre que había estado convirtiendo la vida de Pedro en un infierno. El hombre que había condenado a Constanza al anonimato.


Paula le estrechó la mano con desconfianza.


—Hay que ser rastrera… —murmuró Brian entre dientes.


—¿Qué demonios ha pasado? —preguntó Pedro fuera de sí mirando a Kurtz mientras Carla tomaba de la mano a Paula.


—Dímelo tú —respondió Kurtz.


Brian dejó de mala manera el periódico que había estado leyendo sobre el asiento, Paula lo tomó y leyó el titular.



El inesperado éxito de la estrella de la televisión no es tan inesperado.


«Oh, no…», se dijo Paula.


—Esto es más que sensacionalismo, Nicolas —continuó Pedro—. Es un calumnia.


—Los investigadores de The Standard han tenido mucho trabajo últimamente, sí —dijo Kurtz con ironía.


—No deberías leerlo, Paula —dijo Brian—. No esta noche.


—¡Precisamente! —exclamó Carla—. Va a estar expuesta a los periodistas, a los focos… Va a caminar entre fieras, debe estar preparada.


—Yo lo leeré —se ofreció Kurtz.


—No, lo haré yo —dijo Brian tomando el periódico y aclarándose la garganta—. «Justo cuando las mujeres estaban empezando a ganarse una reputación profesional en los medios de comunicación, llega alguien a enturbiarlo…»


—¿Será posible…? —protestó Carla.


—«Paula Chaves apareció de la nada y pareció ser la punta de lanza de una generación dispuesta a mostrar la forma real de ser de las mujeres de hoy en día. Sin embargo, después de pasar un día en compañía de la señorita Chaves y de su incondicional grupo de seguidores, hemos descubierto la verdad que se esconde detrás del famoso programa Urban Nature».


Paula miró a Pedro, que la observaba preocupado.


—«El set de rodaje destila nepotismo y trapos sucios» —dijo Brian, que de vez en cuando se saltaba los pasajes más duros—. «Chaves es una vieja amiga del joven y atractivo productor Pedro Alfonso. Él mismo reconoció haber escrito el papel prácticamente para la señorita Chaves…»


Paula empezó a temblar y a tener escalofríos.


—«Le llevó sólo un día al equipo de investigación de este periódico descubrir la verdadera historia de Chaves y Alfonso. Con una sola visita a la Costa Sur…»


Habían ido a casa. ¿Cómo habían sido capaces?


—«Existen sospechas no confirmadas de que el señor Alfonso sufrió abusos de pequeño. La infancia de la señorita Chaves parece haber sido, por el contrario, idílica. Hablando con los habitantes de la localidad, casi todos nos comentaron que, de adolescente, la señorita Chaves pasaba mucho tiempo con el señor Alfonso, significativamente mayor que ella. En cualquier caso, la relación entre ambos no es sólo una cosa del pasado…»


A Brian le costaba cada vez más seguir leyendo.


—«Es evidente que Chaves y Alfonso son algo más que amigos».


Paula cerró los ojos, como si una tonelada de hielo hubiera caído sobre ella.


—«Lo que este periódico se pregunta es si el señor Brian Maddox será consciente de que está siendo utilizado para encubrir la relación entre su compañera de reparto y el joven productor del programa».


—Ya es suficiente —bramó Pedro.


No podía creerlo. El objetivo de la periodista no habían sido Brian y Constanza, sino Pedro y ella. 


Ése había sido el verdadero fin de sus preguntas y sus cortinas de humo.


«¿Por qué?», se preguntó mirando a Pedro, suplicando con los ojos que la ayudara a comprender lo que estaba pasando.


—Eras una presa fácil, Paula —dijo él—. Debería habérmelo imaginado. Debería haberla echado en cuanto la vi.


—Sólo habrías conseguido avivar las sospechas —apuntó Kurtz—, y dañar la relación entre AusOne y The Standard.


—¿Dañar la relación entre AusOne y The Standard? —repitió Pedro indignado—. ¿Y qué pasa con el daño que se le está haciendo a Paula?


—Eso es algo en lo que deberías haber pensado antes de contratar a una novia de juventud e instalarla en tu casa —respondió Kurtz—. Todo esto es responsabilidad tuya, Alfonso, no mía.


Paula pensó en los años de duro trabajo que le había costado hacerse un nombre dentro del mundo del diseño. Años de esfuerzo destruidos en un segundo.


Y, para colmo, en menos de diez minutos tendría que sonreír delante de cientos de cámaras. Sólo de pensarlo le entraban ganas de llorar.


—¡Parad el coche! —exclamó Carla—. No podemos ir.


—Vamos a ir —afirmó Kurtz tajante.


—Si no vamos, será como darle la razón a Leeds —apuntó Brian furioso.


—Ella tiene razón… —murmuró Paula llevándose las manos a la cara.


—No, Paula, no la tiene —dijo Pedro—. No puedes echarte atrás, aunque sea duro. No puedes darle esa satisfacción.


—¿En serio? —reaccionó Paula, al borde de la histeria—. ¿Qué parte de lo que ha dicho es mentira exactamente? ¿No es cierto que nos conocemos desde hace mucho tiempo? ¿No es cierto que usaste mis diseños para el programa? ¿No es cierto que fue inesperado el que apostaras por mí? ¿No es cierto que nos estamos acostando? ¿Qué diablos quieres que hagamos ahora?


En el interior de la limusina se hizo el silencio. 


Todos intentaban pensar fríamente cuando el Milana Hotel, el lugar donde se celebraría la gala, apareció a lo lejos.


Pedro se inclinó hacia delante y le dijo algo al conductor, que aminoró la marcha.


¿Para qué ir más despacio? ¿Acaso iban a ganar algo?


—¿Qué más dice? —preguntó Paula.


—Más de lo mismo —respondió Pedro—. Suelta un par de perlas sobre mi ética profesional y Brian se lleva también un par de puñetazos.


Paula miró a Brian enseguida, preguntándose si su secreto habría salido a la luz. Brian negó con la cabeza imperceptiblemente. Nadie se dio cuenta, pero ella sí. Había conseguido mantener a Constanza a salvo.


—Muy bien —empezó Pedro—. Sólo hay dos formas de jugar a esto. En la primera, saldremos ahí afuera como un equipo unido, sin fisuras. Para empezar, todos estarán pendientes de un posible enfrentamiento entre Brian y yo. No debe ocurrir. Brian y yo debemos mostrar una amistad armoniosa durante toda la noche.


Brian asintió con la cabeza.


—Paula, tu deberás regalarles tu maravillosa sonrisa sin desfallecer. No te quedes a solas con nadie en ningún momento. Debes estar siempre con uno de nosotros. Y si quieres ir al servicio, avisa antes a Carla para que vaya contigo. No vamos a darles nada, absolutamente nada. ¿Entendido?


—Por supuesto —respondió ella.


—¿Y cuál es la segunda forma? —preguntó Brian.


—No asistir a la gala —respondió Pedro.


—¡Eso no es una opción! —protestó Kurtz.


—La decisión es de Paula —continuó Pedro sin hacer caso a Kurtz—. Si ella quiere salir ahí fuera, yo estaré a su lado.


—Y yo también —dijeron al unísono Carla y Brian.


Paula cerró los ojos y valoró las dos opciones. Dar la vuelta y regresar a su hogar era lo más sencillo, pero con ello sólo conseguiría aplazar lo inevitable. Alguien la encontraría antes o después. Por otro lado, salir allí, en medio de tanta gente, iba a ser duro, lo más difícil que hubiera hecho jamás.


Cuando abrió los ojos de nuevo, vio a Pedro observándola. Confiaba en ella. Iba a estar a su lado de forma incondicional, eligiera lo que eligiese. Y Brian también.


El hotel cada vez estaba más cerca.


—Si nos han nominado, tendremos que asistir a la gala, ¿no? —dijo Paula irguiéndose en el asiento.


Kurtz suspiró aliviado.


—Decidle al conductor que pare —añadió Paula con firmeza—. Ha llegado el momento.




sábado, 29 de febrero de 2020

LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 40




—¡No es suficiente! —exclamó Carla observando el rostro de Paula—. Se trata de los premios ATA, Paula. Ya sabes, alfombras rojas, focos por todas partes, cámaras… Si hay una ocasión en la que debes olvidarte de tu maquillaje habitual, es ésta.


—Yo creo que me queda muy bien…


—Horrible, te queda horrible —dijo Carla guiándola hasta el interior del cuarto de baño, donde había un enorme espejo—. Sinceramente, Paula. Un vestido como éste necesita que el maquillaje acompañe, no que contraste. Confía en mí, por favor.


—Está bien —suspiró Paula—. Con tal de que no te vuelvas loca…


Aunque nunca había llevado tanto maquillaje encima, el resultado fue fantástico y acorde con el vestido que se había puesto. La cadena había enviado el día anterior a su casa a un diseñador para que le tomara las medidas. Paula se había resignado a llevar la primera monstruosidad que la cadena decidiera, pero el diseñador resultó ser una persona con gusto y el vestido finalmente había sido de su agrado. Era justo lo que ella habría elegido si hubiera podido decidir, algo sencillo. Sólo quedaba el pelo.


—No te preocupes, tenemos tiempo —dijo Carla.


En unos pocos minutos, le había hecho un peinado digno de una ceremonia de boda.


—Creo que me tendré que sentar lejos de ti —sonrió Carla, valorando el resultado final—. No quiero ser la amiga fea.


—Sí, será mejor que te sientes atrás, en el gallinero —se echó a reír Paula.


Cuando volvieron al salón, Paula vio a través de la puerta de la calle, que había dejado abierta, el coche de Brian. Constanza estaba al volante.


Paula contuvo la respiración y miró a Carla, que no dijo nada. Seguramente, tomó a Constanza por la última conquista de Brian.


Entonces, volvió a mirar el coche de nuevo. Allí estaba Constanza. Aquélla iba a ser una noche muy importante para Brian, y ella no podría estar a su lado.


—Estáis muy guapas —saludó Brian dándoles a cada una dos besos.


—¡No le estropees el maquillaje! —protestó Carla echándose a reír.


—¿Ya habéis empezado a descorchar el champán? —preguntó de repente Pedro acercándose a ellos.


Paula se quedó sin habla. Le había visto ya muchas veces vestido con elegantes trajes de diseño, pero el esmoquin que había elegido para la gala era absolutamente estremecedor.


—Maravilloso —dijo Pedro, como haciéndose eco de sus pensamientos, recorriendo su cuerpo de arriba abajo con la mirada.


—Hola, Pedro —le saludó Carla.


Paula se esforzó en no mirar a Pedro y entablar conversación con los demás.


—¿Has ensayado ya tu discurso de agradecimiento, Maddox? —le preguntó Pedro distendido a Brian, que también estaba muy elegante con el traje que le había elegido la cadena, complementado con una corbata que hacía juego con el vestido de Paula.


—¿Has practicado tú el tuyo, Alfonso? —replicó Brian.


La actitud de Pedro hacia Brian había cambiado sustancialmente desde que Paula le había contado la verdad. Incluso habían salido una noche a cenar los cuatro, aunque Constanza, por las apariencias, había interpretado el papel de acompañante de Pedro.


En ese momento, un enorme y brillante coche se detuvo en la calle frente a ellos. Todos se dirigieron hacia la limusina sin darle la menor importancia. ¿Era la única que no se había montado nunca en algo así?


—Id primero vosotros, yo tengo que hablar un momento con Paula —dijo Pedro.


Cuando se quedaron solos, Pedro aprovechó para besar apasionada pero delicadamente a Paula.


—No podemos ir —dijo a continuación.


—¿Por qué no? —preguntó ella perpleja.


—Porque necesito volver a besarte —sonrió Pedro—. Estás absolutamente preciosa. ¿Te lo he dicho?


—Bueno, no con palabras.


—Elegí yo el vestido. Te queda sensacional.


Paula sonrió. ¿Cómo no se le había ocurrido?


—Aunque me gustaría más verte sin él —continuó Pedro—. Los zapatos no hace falta que te los quites.


Paula sonrió nerviosa.


—El coche está esperando.


—Que espere —dijo él sin dejar de besarla.


—Venga, Pedro… —sonrió ella, sin estar segura de si Pedro estaba de broma o no—. Más tarde.


—¿Me lo prometes?


—Te lo prometo —Paula levantó la mano con ironía como si estuviera realizando un juramento.


A los pocos segundos, estaban ya caminando en dirección a la limusina, que les conduciría hacia una noche llena de emociones, glamour y hermosos vestidos. Y Pedro estaría a su lado en todo momento.


Aquella noche de ensueño se quedaría grabada en su memoria para siempre.




LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 39




—No debería sorprendernos el que supiera que estás viviendo en la casa de invitados.


Paula estaba tendida sobre Pedro, sobre la colcha de flores de la cama.


—Odio tener que mentir.


—¿Qué dijiste que no fuera verdad?


—Mentí por omisión.


—Eso no es mentir. A eso se le llama política.


Paula suspiró. Nunca podría llegar a acostumbrarse a aquel mundo de la televisión.


—¿Qué te preguntó a ti?


—Respondí de una forma tan críptica, que creo que se quedó frustrada. Primero me preguntó sobre mi carrera profesional, sobre mi reputación, los temas que uno utiliza para entrar en calor.


—¿Y luego?


—Dijo que la gente que ascendía tan rápido como yo, solía hacerlo siempre a costa de perder su integridad y su honestidad.


—¡Que lo dijera ella precisamente! —exclamó Paula indignada—. ¿Qué le respondiste?


—Le dije que el secreto estaba en permanecer fiel a las raíces de uno mismo. Le dije que, en mi caso, lo había conseguido manteniéndome cerca de mis amigos de la infancia.


—¿Amigos? —preguntó Paula llevándose las manos de él a la boca—. ¿En plural?


—No, perdona, en singular. Gracias a la advertencia que me hiciste, pude hablarle directamente sobre Sebastian, y la dejé sin argumentos.


—No se me ocurrió otra cosa que decir —reconoció Paula.


—Fue la respuesta perfecta —sonrió DanPedro recorriendo suavemente sus senos—. Siento mucho que hayas tenido que pasar por todo esto. No es lo que yo había planeado. Si viviéramos en un mundo diferente a éste, ahora mismo podría salir a la calle y celebrar a voz en grito lo orgulloso que estoy.


—¿Ahora mismo? —sonrió ella con sensualidad.


—Si continúas sonriéndome de esa manera, creo que lo haré de todas formas.


Pedro la besó apasionadamente y, durante unos segundos, ambos se olvidaron de todo.


Entonces, Pedro la miró fijamente.


—Tengo algo que preguntarte —empezó, y Paula le miró intrigada—. Mañana por la noche es la gala de los premios ATA. Me gustaría… ¿Querrías…? Sé que vas a ir de todas formas, pero… ¿Irías conmigo?


—Pero… ¿No se supone que…?


—Maddox, sí, por supuesto. Pero tú y yo sabremos, aunque sea en secreto, que estás conmigo.


«Que estás conmigo», repitió Paula dentro de su cabeza. Eran las tres palabras más maravillosas del mundo, la antítesis de aquella horrible frase del pasado: «Nunca estaré contigo». Paula pensó antes de decir nada. Sabía que en unos meses su contrato habría finalizado y tendría que volver a Flynn's Beach. No iba a tener otra oportunidad.


—Sí, Pedro. Me encantaría ir contigo.


—Gracias —dijo él besándola suavemente, y Paula sintió que Pedro parecía haberse librado de una pesada carga, una carga que no había sido capaz de percibir antes en él.




LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 38





Unos minutos después, estaban en la parte trasera de la caravana de Paula. Hablaron un rato de cosas generales, del equipo, del set de rodaje, del tiempo, y Leeds tomó nota de todo ello.


Entonces, empezó su interrogatorio.


—Vaya aventura la tuya estos últimos meses, ¿no? Has pasado de ser una diseñadora anónima a ser toda una celebridad de la televisión.


—Todavía sigo diseñando. Sigo considerándome una diseñadora por encima de todo.


—La cadena seguro que no estaría de acuerdo contigo. Han invertido mucho en ti.


—Si hablamos de tiempo, supongo que sí. El riesgo de apostar por una persona desconocida…


—Me refiero a una cuestión económica —dijo Leeds mirando a su alrededor valorando positivamente la caravana de Paula—. Y te han subido el sueldo.


—Esto es para trabajar —dijo ella recordando los consejos de Pedro—. De esta forma, puedo diseñar en los descansos del rodaje. Y si me han subido el sueldo, es porque hago dos trabajos al mismo tiempo. Creo que es justo.


Se estaba defendiendo a sí misma. Era un error.


—Claro, por supuesto que lo es —dijo la periodista—. Debe de ser maravilloso que confíen tanto en ti como para tomarse tantas molestias.


—Sí, supongo que sí.


—Debo decirte que no eres la típica estrella de televisión.


—No lo soy —sonrió Paula forzadamente—. Soy una diseñadora de exteriores que trabaja en la televisión por casualidad.


—Procedes de… Flynn's Beach, ¿no? —preguntó Leeds consultando sus notas—. Debe de ser un gran cambio venir a una gran ciudad como ésta, trabajar en la televisión, ser nominada a un ATA… Y todo en tres meses. Con tantas comodidades, un equipo de gente tan agradable…


—Es el programa el que ha sido nominado.


—Y Brian Maddox.


—¿En serio? —Paula no lo sabía, y sonrió sinceramente—. ¡Es maravilloso!


—Lo anunciaron esta mañana —dijo Leeds—. Pensé que ya te lo habría dicho.


Paula volvió a ponerse en guardia.


—El Brian Maddox que usted ve y el que yo conozco son dos personas distintas. El mío es lo suficientemente modesto como para no vanagloriarse demasiado de ese tipo de cosas.


—¿El tuyo? —preguntó Leeds.


En contra de los consejos de Pedro, Paula fue directamente al grano.


—Si quiere preguntarme algo, hágalo sin rodeos —le dijo a la periodista.


—¿Estás teniendo una aventura con Brian Maddox?


—Somos muy buenos amigos. Lo demás, no es asunto de nadie, sólo mío.


—¿Y de Brian?


Paula asintió con la cabeza.


—Aun así, supuse que te lo habría contado. Habría sido lo normal, siendo tan buenos amigos.


¿Cuál era la respuesta apropiada? Si respondía que sí, estaría mintiendo. Si hacía lo contrario, estaría socavando la imagen que había pintado sobre su relación con Brian y podría abrir un posible camino hacia Constanza.


—Seguramente no lo hizo por sensibilidad hacia mí —apuntó Paula—. Al fin y al cabo, yo no estoy nominada.


Leeds se echó a reír ostensiblemente, y Paula pensó que era la reacción más sincera que le había visto a aquella mujer en todo el día.


—¿Sensibilidad? —dijo la periodista con ironía—. Oh, desde luego… Es muy sensible.


A Paula le hirvió la sangre. Si no reaccionaba, aquella mujer iba a crucificar a Brian.


—Oh, lo siento… —replicó—. No sabía que usted le conociera. Él nunca la ha mencionado.


La sonrisa se borró del rostro de la periodista.


—No, no le conozco.


—Entonces, tendrá que dar mi palabra por buena, ya que yo sí le conozco, y sé que siempre pondría mis sentimientos por encima de sus intereses —dijo Paula, aunque en realidad en quien pensaba era en Pedro.


—Desde luego, el amor es ciego —apuntó Leeds.


Paula no mordió el anzuelo. En aquel momento le llevaba la delantera a la periodista.


—Hablemos un poco de Alfonso.


«No, por favor», pensó Paula, sorprendida por aquel súbito cambio de tema.


—Parece usted muy tranquila cuando está con él. Debe de ser un jefe considerado y honrado.


—¿Y llega a esa conclusión porque me siento tranquila cuando estoy con él?


—Por eso y porque fue él quien consiguió negociar su sueldo.


—¿Vamos a volver a hablar de eso otra vez? Ya le he dicho que me pagan por hacer dos trabajos. En realidad, a la cadena le sale más rentable que si tuviera que contratar a dos personas. Creo que lo único que el señor Alfonso hizo fue su trabajo.


—Se nota que le tiene una gran lealtad —comentó Leeds.


—¿Por qué no habría de tenérsela? Se lo merece. Ha sido bueno conmigo.


—¿Bueno? ¿Llama bueno a aparecer en todas las portadas de las revistas?


—La publicidad es responsabilidad del productor, no de él.


—No, no lo es, cielo —replicó Leeds con condescendencia—. Suele ser responsabilidad del departamento de marketing. Lo que me pregunto es, ¿por qué un productor ejecutivo tan importante se toma tantas molestias en controlar la publicidad sobre usted?


Paula sabía perfectamente cuándo alguien la provocaba. ¿Qué trataba de sugerir la periodista?


—No lo sé, tal vez le gusta tenerlo todo controlado —respondió.


—Tal vez —sonrió Leeds—. Lo que es evidente es que a usted le gusta que lo haga.


—Yo soy una empleada de la cadena, hago lo que me piden. Como se puede imaginar, yo no estaría aquí ahora mismo hablando con usted si no me lo hubieran pedido.


Leeds no ocultó su enfado.


—¿Está manteniendo usted una relación con el señor Pedro Alfonso?


Paula se quedó petrificada. Luchó por que el impacto de la pregunta no se reflejara en su rostro.


—¿Con cuántos hombres del equipo cree usted que estoy liada? Si me diera una lista, podría ir haciendo una marca al lado de cada nombre. Nos ahorraríamos mucho tiempo.


—Está viviendo en su casa.


¿Cómo no había pensado antes que podría salirle por ahí? ¿Cómo podía ser tan tonta?


—Estoy viviendo en su casa de invitados. Es una casa aparte, separada de la suya.


—Muy conveniente, en mi opinión —apuntó Leeds.


—No lo crea. No es lo mejor cuando una quiere desconectar del trabajo.


Leeds la observó atentamente, Paula le sostuvo la mirada.


—Estará de acuerdo conmigo en que no suele ser el trato habitual que las cadenas de televisión dan a sus empleados —dijo Leeds.


Paula no tenía otra alternativa.


—Sí es normal, ya que el señor Alfonso y mi hermano son amigos —dijo Paula, esperando que Sebastian pudiera perdonarla—. Mi hermano quería que alguien de confianza me vigilara un poco cuando viniera a la gran ciudad.


—Entiendo… —murmuró Leeds desconcertada por la respuesta, seguramente porque en su investigación no se habría extendido hasta su familia—. Volvamos a Maddox.


Paula suspiró aliviada. No le gustaba nada volver a hablar de Brian, pero al menos, Pedro había quedado a salvo.


—Estaba pensando antes que, si alguien quisiera ocultar un romance, un romance digamos con una persona poco apropiada, ésta sería la mejor manera, hacer demostraciones públicas con otra persona famosa.


—¿Va a hacerme alguna pregunta al respecto? —dijo Paula, que estaba empezando a sentir verdadero odio hacia aquella mujer.


Leeds la miró fijamente, como pensando si debía abordar la siguiente cuestión o no, si debía cruzar la peligrosa línea de la difamación.


—No, supongo que no —dijo finalmente—. Creo que será mejor que volvamos a hablar de su trabajo como diseñadora.


Paula dejó que el aire que había contenido en los pulmones saliera lentamente. Se acomodó en su asiento y encaró el resto de la entrevista relajada, pero sin dejar de mostrar una gélida frialdad a la periodista.