Paula no reconoció a primera vista al hombre que estaba sentado en la limusina, pero advirtió los rostros de furia y preocupación de sus amigos.
Brian leía un periódico con gesto serio.
—¿Nicolas? —dijo Pedro sorprendido entrando en la limusina después de Paula y cerrando la puerta.
—La edición de la tarde es una auténtica bomba —dijo el hombre sin poder ocultar su agitación.
Pedro tomó un ejemplar que estaba tendido sobre el asiento y empezó a leerlo.
El hombre se volvió hacia Paula.
—Encantado de conocerla por fin, señorita Chaves. Me llamo Nicolas Kurtz.
Kurtz. El hombre que había estado convirtiendo la vida de Pedro en un infierno. El hombre que había condenado a Constanza al anonimato.
Paula le estrechó la mano con desconfianza.
—Hay que ser rastrera… —murmuró Brian entre dientes.
—¿Qué demonios ha pasado? —preguntó Pedro fuera de sí mirando a Kurtz mientras Carla tomaba de la mano a Paula.
—Dímelo tú —respondió Kurtz.
Brian dejó de mala manera el periódico que había estado leyendo sobre el asiento, Paula lo tomó y leyó el titular.
El inesperado éxito de la estrella de la televisión no es tan inesperado.
«Oh, no…», se dijo Paula.
—Esto es más que sensacionalismo, Nicolas —continuó Pedro—. Es un calumnia.
—Los investigadores de The Standard han tenido mucho trabajo últimamente, sí —dijo Kurtz con ironía.
—No deberías leerlo, Paula —dijo Brian—. No esta noche.
—¡Precisamente! —exclamó Carla—. Va a estar expuesta a los periodistas, a los focos… Va a caminar entre fieras, debe estar preparada.
—Yo lo leeré —se ofreció Kurtz.
—No, lo haré yo —dijo Brian tomando el periódico y aclarándose la garganta—. «Justo cuando las mujeres estaban empezando a ganarse una reputación profesional en los medios de comunicación, llega alguien a enturbiarlo…»
—¿Será posible…? —protestó Carla.
—«Paula Chaves apareció de la nada y pareció ser la punta de lanza de una generación dispuesta a mostrar la forma real de ser de las mujeres de hoy en día. Sin embargo, después de pasar un día en compañía de la señorita Chaves y de su incondicional grupo de seguidores, hemos descubierto la verdad que se esconde detrás del famoso programa Urban Nature».
Paula miró a Pedro, que la observaba preocupado.
—«El set de rodaje destila nepotismo y trapos sucios» —dijo Brian, que de vez en cuando se saltaba los pasajes más duros—. «Chaves es una vieja amiga del joven y atractivo productor Pedro Alfonso. Él mismo reconoció haber escrito el papel prácticamente para la señorita Chaves…»
Paula empezó a temblar y a tener escalofríos.
—«Le llevó sólo un día al equipo de investigación de este periódico descubrir la verdadera historia de Chaves y Alfonso. Con una sola visita a la Costa Sur…»
Habían ido a casa. ¿Cómo habían sido capaces?
—«Existen sospechas no confirmadas de que el señor Alfonso sufrió abusos de pequeño. La infancia de la señorita Chaves parece haber sido, por el contrario, idílica. Hablando con los habitantes de la localidad, casi todos nos comentaron que, de adolescente, la señorita Chaves pasaba mucho tiempo con el señor Alfonso, significativamente mayor que ella. En cualquier caso, la relación entre ambos no es sólo una cosa del pasado…»
A Brian le costaba cada vez más seguir leyendo.
—«Es evidente que Chaves y Alfonso son algo más que amigos».
Paula cerró los ojos, como si una tonelada de hielo hubiera caído sobre ella.
—«Lo que este periódico se pregunta es si el señor Brian Maddox será consciente de que está siendo utilizado para encubrir la relación entre su compañera de reparto y el joven productor del programa».
—Ya es suficiente —bramó Pedro.
No podía creerlo. El objetivo de la periodista no habían sido Brian y Constanza, sino Pedro y ella.
Ése había sido el verdadero fin de sus preguntas y sus cortinas de humo.
«¿Por qué?», se preguntó mirando a Pedro, suplicando con los ojos que la ayudara a comprender lo que estaba pasando.
—Eras una presa fácil, Paula —dijo él—. Debería habérmelo imaginado. Debería haberla echado en cuanto la vi.
—Sólo habrías conseguido avivar las sospechas —apuntó Kurtz—, y dañar la relación entre AusOne y The Standard.
—¿Dañar la relación entre AusOne y The Standard? —repitió Pedro indignado—. ¿Y qué pasa con el daño que se le está haciendo a Paula?
—Eso es algo en lo que deberías haber pensado antes de contratar a una novia de juventud e instalarla en tu casa —respondió Kurtz—. Todo esto es responsabilidad tuya, Alfonso, no mía.
Paula pensó en los años de duro trabajo que le había costado hacerse un nombre dentro del mundo del diseño. Años de esfuerzo destruidos en un segundo.
Y, para colmo, en menos de diez minutos tendría que sonreír delante de cientos de cámaras. Sólo de pensarlo le entraban ganas de llorar.
—¡Parad el coche! —exclamó Carla—. No podemos ir.
—Vamos a ir —afirmó Kurtz tajante.
—Si no vamos, será como darle la razón a Leeds —apuntó Brian furioso.
—Ella tiene razón… —murmuró Paula llevándose las manos a la cara.
—No, Paula, no la tiene —dijo Pedro—. No puedes echarte atrás, aunque sea duro. No puedes darle esa satisfacción.
—¿En serio? —reaccionó Paula, al borde de la histeria—. ¿Qué parte de lo que ha dicho es mentira exactamente? ¿No es cierto que nos conocemos desde hace mucho tiempo? ¿No es cierto que usaste mis diseños para el programa? ¿No es cierto que fue inesperado el que apostaras por mí? ¿No es cierto que nos estamos acostando? ¿Qué diablos quieres que hagamos ahora?
En el interior de la limusina se hizo el silencio.
Todos intentaban pensar fríamente cuando el Milana Hotel, el lugar donde se celebraría la gala, apareció a lo lejos.
Pedro se inclinó hacia delante y le dijo algo al conductor, que aminoró la marcha.
¿Para qué ir más despacio? ¿Acaso iban a ganar algo?
—¿Qué más dice? —preguntó Paula.
—Más de lo mismo —respondió Pedro—. Suelta un par de perlas sobre mi ética profesional y Brian se lleva también un par de puñetazos.
Paula miró a Brian enseguida, preguntándose si su secreto habría salido a la luz. Brian negó con la cabeza imperceptiblemente. Nadie se dio cuenta, pero ella sí. Había conseguido mantener a Constanza a salvo.
—Muy bien —empezó Pedro—. Sólo hay dos formas de jugar a esto. En la primera, saldremos ahí afuera como un equipo unido, sin fisuras. Para empezar, todos estarán pendientes de un posible enfrentamiento entre Brian y yo. No debe ocurrir. Brian y yo debemos mostrar una amistad armoniosa durante toda la noche.
Brian asintió con la cabeza.
—Paula, tu deberás regalarles tu maravillosa sonrisa sin desfallecer. No te quedes a solas con nadie en ningún momento. Debes estar siempre con uno de nosotros. Y si quieres ir al servicio, avisa antes a Carla para que vaya contigo. No vamos a darles nada, absolutamente nada. ¿Entendido?
—Por supuesto —respondió ella.
—¿Y cuál es la segunda forma? —preguntó Brian.
—No asistir a la gala —respondió Pedro.
—¡Eso no es una opción! —protestó Kurtz.
—La decisión es de Paula —continuó Pedro sin hacer caso a Kurtz—. Si ella quiere salir ahí fuera, yo estaré a su lado.
—Y yo también —dijeron al unísono Carla y Brian.
Paula cerró los ojos y valoró las dos opciones. Dar la vuelta y regresar a su hogar era lo más sencillo, pero con ello sólo conseguiría aplazar lo inevitable. Alguien la encontraría antes o después. Por otro lado, salir allí, en medio de tanta gente, iba a ser duro, lo más difícil que hubiera hecho jamás.
Cuando abrió los ojos de nuevo, vio a Pedro observándola. Confiaba en ella. Iba a estar a su lado de forma incondicional, eligiera lo que eligiese. Y Brian también.
El hotel cada vez estaba más cerca.
—Si nos han nominado, tendremos que asistir a la gala, ¿no? —dijo Paula irguiéndose en el asiento.
Kurtz suspiró aliviado.
—Decidle al conductor que pare —añadió Paula con firmeza—. Ha llegado el momento.