viernes, 28 de febrero de 2020

LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 34





Paula aprovechó para recuperar la compostura, rodeando la taza de café con las manos para calentárselas. Pedro regresó enseguida con un albornoz azul de cuyo cuello colgaba todavía la etiqueta. Se acercó a él y extendió la mano.


Pedro se quedó paralizado.


Paula cortó la etiqueta de un tirón y dio un paso atrás.


—No estás acostumbrado a llevar este tipo de cosas, ¿verdad? —le preguntó ella.


—No suelo ponerme nada cuando hay una mujer en mi casa.


Paula había podido relajarse. No quería enfadarse con él. Era su amigo, alguien a quien quería y a quien respetaba. No podía culparle de cómo se sentía ella cuando estaba a su lado ni de las cosas que era capaz de hacer.


Como besar a Brian.


—No hay nada entre Brian y yo —dijo de pronto—. Conseguiste que me enfadara y por eso le besé.


—No es asunto mío.


¿Qué era peor, su excesivo interés en cómo se comportaba, o su nueva indiferencia?


—Me juzgaste por lo que dijeron unos cuantos periodistas del corazón. Me molestó mucho y perdí los nervios.


—¿Y acostumbras a expresar tu enfado besando al primero que se cruza contigo?


—La única persona a la que le debo explicaciones es a Brian —respondió ella sonrojándose—. Es el más afectado de todos.


—Sí, ya vi lo mucho que le afectó —ironizó Pedro.


—Brian no es la clase de persona que crees.


—Creo que ya hemos hablado de esto.


—Sólo quiero que entiendas…


—¿Por qué es tan importante para ti que lo entienda?


Había muchas respuestas a esa pregunta, pero ninguna de ellas era adecuada.


—Porque es una buena persona a la que se está juzgando de forma equivocada. Después de haber sido víctima de los medios de comunicación, le entiendo mejor.


—Eso no responde a mi pregunta. ¿Por qué es tan importante para ti que yo lo comprenda?


—Estoy intentando decirte que Brian…


—Empiezo a estar verdaderamente harto de hablar del maldito Brian Maddox. Últimamente lo tengo hasta en la sopa. Fíjate, aquí estamos, hablando de él. Es como si me persiguiera.


Estaban entrando en una conversación peligrosa. Miró en dirección a la puerta sopesando la idea de salir huyendo de allí, pero Pedro se le adelantó.


—Demasiado tarde, Paula. ¿Quieres saber qué hago yo cuando me enfado? Te lo voy a demostrar.


Se acercó a ella y la tomó de la cintura con una mano mientras hundía la otra en su pelo. Se inclinó sobre Paula y posó sus labios sobre los de ella, introduciendo la lengua en su interior con sorprendente facilidad. Paula se quedó petrificada, sus pulmones parecieron repentinamente sin aire. Luchó contra el deseo de entregarse completamente a él y él se dio cuenta.


Los labios de Pedro se separaron lentamente y sus brazos dejaron de sostenerla.


—Paula… —murmuró él con voz ahogada, casi como en un susurro—. No soporto la idea de que yo no sea el último que te haya besado.


Pero ella sólo quería que la besara otra vez.


Aunque sólo fuera otra vez.


Igual que lo acababa de hacer, con dulzura y sensualidad.


Un momento. Ella estaba enfadada con él. ¿O no? Pero los labios de Pedro estaban de nuevo recorriendo los suyos, borrando de su mente todo lo que no fuera deseo.


Y entonces ella no pudo aguantar más y le besó con ardor, traicionando todo lo que se había prometido a sí misma. El aroma de él la tenía completamente seducida, por mucho que intentara luchar contra él.


Paula pegó su cuerpo contra el de él y empezó a besarle apasionadamente. Todo pareció desaparecer a su alrededor. Pedro deslizó las manos por su espalda hasta llegar a sus caderas. Ella le dejó hacer. Intentó tomar aire, pero él no se lo permitió, siguió besándola sin darle tregua. La deseaba. A ella. Su corazón latía como un tambor lleno de amor y de deseo, incendiado por sus besos.


Cuando Pedro finalmente irguió la cabeza, Paula estaba jadeando.


—¡Vaya! —exclamó ella sin prácticamente darse cuenta de lo que decía—. ¿Qué haces cuando te enfadas con Sebastian?


Pedro se echó a reír, consiguiendo relajar el ambiente.


—No pensaba lo que dije —repuso él sin apartarse de ella—. No pienso esas cosas de ti —añadió besándola suavemente en la mejilla.


—Tú me ves como a una hermana pequeña —susurró ella suspirando.


—Claro —sonrió él acercándose todavía más a ella—. Así es como suelen pasar los hermanos las noches.


Ella contuvo la risa. Aquello significaba muchas cosas.


—Paula, dejé de pensar en ti como una chiquilla en cuanto entraste en mi despacho.


—Pero…


—Me estaba mintiendo a mí mismo. No quería acercarme demasiado a ti.


—¿Por qué?


—Hace tiempo hice una promesa, no hacerte daño. Pensé que manteniéndome alejado lo conseguiría. Pero lo único que he conseguido es precisamente lo contrario.


—¿Quién…?


—Tu padre.


—¿Mi padre? ¿Cuándo? No has hablado con él desde…


—Desde hace nueve años.


—¿Te pidió entonces que te mantuvieras alejado de mí?


—Vio la pintada en la pared y me pidió que fuera más cuidadoso contigo. Lo hizo porque te quería, Paula. Y yo me fui porque me importabas demasiado.


—¿Te fuiste por mí? —preguntó ella anonadada.


—Pensé que sería lo mejor.


¿Lo mejor? No podía creerlo.


—Dejaste la única familia que habías conocido… ¿Por mí? —preguntó con lágrimas en los ojos.


—Tú sólo fuiste el detonante, Paula —dijo él secándole las lágrimas con las yemas de los dedos—. Necesitaba irme. Necesitaba escapar de la protección de Jeronimo. Era el momento adecuado.


—¿Te pidió mi padre que te fueras?


—Eso es algo muy subjetivo —sonrió Pedro—. Digamos que un día tuvimos una charla en la cocina y, a partir de entonces, empecé a pensar en ello.


Paula se dio cuenta de que aquélla debía de haber sido la conversación que había escuchado. Si pudiera volver atrás para poder revivirla de nuevo y prestar más atención…


—¿Por qué no le llamaste nunca?


—Le llamé una vez. Respondiste tú —dijo recorriendo sus labios—. La siguiente vez, puso tanto énfasis en que estabas bien, que comprendí que la verdad era justo lo contrario. Complicó las cosas entre nosotros. En cualquier caso, si me hubiera quedado, habría acabado haciéndote daño.


—¿Le dirás todo esto algún día? ¿Lo sabe? Le dolió mucho que te fueras.


Pedro le dio un beso en la nariz y luego en los labios.


—Lo haré. Si me deja hablar, lo haré.


—Nunca ha dejado de preocuparse por ti. ¿De modo que todo esto era por mantener una promesa que hiciste hace nueve años?


—Le debo a tu padre más de lo que puedas imaginar. Pensé que lo menos que podía hacer por él era no hacerte daño. Y es lo que he intentado desde que te enemistaste con todos mis abogados.


—Ahora no siento que me estés haciendo daño… —dijo besándole suavemente.


—¿No? —sonrió él.


Paula respondió negando con la cabeza, pegándose a él, besándole de nuevo, dejando que su amor hablara por ella.


—Paula, quiero que estés segura. Es un punto del que luego no se puede regresar. ¿Es esto lo que realmente deseas?


«¿Me deseas tú a mí?», se preguntó ella.


—Sí, Pedro.


—Esto lo cambia todo. No creo que pueda ser capaz de volver atrás después de esto.


«Nunca podremos volver a ser simplemente amigos», pensó ella.


—No quiero ser tu amiga, Pedro —susurró—. Lo he sido durante demasiado tiempo. Quiero algo más.


—¿El qué?


Paula le miró con sensualidad.


—Quiero ser tuya.


LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 33




Era casi medianoche cuando Paula regresó del cine, adonde había ido con Constanza a ver una película. Había sido una sorpresa encontrar a alguien que compartiera su pasión por el cine clásico. Había conseguido olvidar los sinsabores de aquellos últimos días sumergiéndose en una historia de amor llena de intriga y traiciones. 


Habían sido tres horas maravillosas en las que su mente se había quedado en blanco.


Cuando entró, la luz del contestador estaba parpadeando. Se quitó los zapatos, dejó el bolso sobre la mesa y pulsó el botón para reproducir los mensajes.


Treinta segundos después estaba corriendo a toda velocidad, descalza, en dirección a la casa de Pedro.


«Por favor, que estén en casa».


La voz llena de preocupación de su padre la había sobresaltado mientras le decía que estaba intentando ponerse en contacto con Sebastian. Y Jeronimo Chaves nunca llegaba a esos extremos. 


Llamó al timbre de la puerta dos veces con impaciencia.


No se oía nada en el interior.


Consultó la hora.


Estaba a punto de volver a su casa cuando se encendió una luz en el interior.


—¿Paula?


Entró sin pedir permiso, ya tendría tiempo de pedir disculpas más tarde.


—¿Dónde está Sebastian?


—Se ha ido.


—¿Adónde? —preguntó ella llena de pánico.


—Recibió un mensaje de texto de tu padre y se fue directamente a Flynn's Beach.


Paula respiró aliviada.


—Gracias a Dios… Recibí una llamada… —dijo ella con las manos temblando—. No sé qué pasa, pero papá parecía muy preocupado. Nunca habla en ese tono.


El corazón de Paul latía a mil por hora, pero intentó convencerse de que era a causa de la misteriosa llamada de su padre, y no porque Pedro estuviera delante de ella en ropa interior. Entonces, advirtió que la luz de su dormitorio estaba encendida y que Pedro tenía el pelo revuelto.


—Oh… Estabas durmiendo…


—Bueno, no exactamente.


Paula lo comprendió todo enseguida. ¿Qué había hecho? ¿Sacar su lista de contactos femeninos en cuanto Sebastian se había ido?


—Estás con alguien… Me iré —dijo dirigiéndose a la puerta.


Pedro la detuvo tomándola de la mano.


—Tranquila, Paula. Estaba en la cama, pero no me había dormido todavía. No has interrumpido nada importante.


—¿No se supone que debías estar con una stripper o algo parecido?


Pedro se echó a reír a carcajadas y guió a Paula hacia la cocina, donde calentó un poco de café.


—Tu hermano tiene demasiada imaginación —dijo Pedro—. Fuimos a tomar una cerveza, al rato recibió el mensaje de tu padre y salió corriendo. Creí entender algo acerca de un caballo y un accidente con una valla, o algo parecido.


—¡Oh, no! ¡Vasse! Sebastian adora a ese animal.


—Parecía muy preocupado, así que le llevé hasta su coche y salió pitando. Te dejó un mensaje en el contestador.


—No he llegado a oírlo.


El silencio se abatió sobre ellos. Paula se sentía ridícula por haber entrado de aquella forma en casa de Pedro, por todo lo que había sucedido durante la semana.


—Siento haber entrado así en tu casa —dijo ella—. Sigue durmiendo, ya me voy.


—Espera un momento —dijo interponiéndose entre ella y la puerta—. Te debo una disculpa. Lo que dije el otro día estuvo fuera de lugar. Fui un grosero y un maleducado. Lo siento.


Pedro nunca le había resultado fácil pedir disculpas.


—¿De qué te lamentas exactamente?


—De todo lo que te dije, pero sobre todo de lo que insinué sobre Maddox y tú. Comprendo que no es asunto mío. Sólo estaba… preocupado.


A Paula le estaba costando concentrarse teniéndole allí delante prácticamente desnudo. 


Su imaginación estaba empezando a cobrar vida propia, a ocupar su cerebro hasta eliminar cualquier otro proceso.


Afortunadamente, Pedro fue a llenar dos tazas con el café que había calentado y le dio tiempo a recuperar la respiración.


—Es café instantáneo, espero que no te importe —dijo él ofreciéndole una taza.


Paula estaba tan sorprendida de que a él le importara cómo le gustaba el café a ella que no prestó atención a lo que había dicho. Habían pasado más de diez años desde la última vez que Pedro le había hecho un café.


—Si me disculpas… Volveré en un momento —dijo él desapareciendo en la oscuridad del vestíbulo.




jueves, 27 de febrero de 2020

LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 32





Habían pasado ya varios días desde la última vez que había hablado con Pedro. Era como si se le hubiera tragado la tierra. Y ella había vivido en la máxima privacidad e intimidad.


—¿Es que te has vuelto loca? —le preguntó su hermano a bocajarro cuando abrió la puerta mostrándole la portada de una revista.


—No es lo que parece, Sebastian.


—Ah, ¿no? ¿No estás besando a Maddox?


Se lo merecía, se lo había ganado a pulso.


—Sólo fue un beso —dijo echándose a un lado para dejarle entrar—. No significó nada.


—¿Qué no significó nada un beso delante de cientos de personas? ¿Qué no significó nada un beso que está en las portadas de todas las revistas?


—Vale, lo reconozco, no estaba en mi mejor momento.


Sebastian debió de percibir su desasosiego, porque bajó el tono de voz y se tranquilizó.


—Por el amor de Dios, Paula… Maddox… ¿Por qué Maddox?


—¿Qué tiene todo el mundo contra él? Conmigo sólo ha sido amable.


—Porque le conviene —replicó su hermano—. Sólo intenta utilizarte.


—No seas tan mal pensado, Sebastian. Brian no es así.


—Bueno, entonces, eres tú quien le está besando en esta foto, ¿no?


—Oh, cuando no eres tú, es Pedro —contestó Paula—. ¿Qué tenéis en contra de Brian?


—Que es un tipo conflictivo. Siempre está en las portadas de las revistas con su última…


—Cuando está conmigo, no se comporta así.


—Porque te ha echado el ojo —replicó su hermano.


Paula se dio cuenta de que no iba a convencer a Sebastian por mucho que lo intentara, y decidió cambiar de tema.


—¿Cómo está papá? ¿Ha visto esto?


—No, todavía no, pero antes o después lo hará. Alguien se lo enseñará.


Cuántos problemas por un momento de locura. 


A nadie le importaba si era real o una pantomima. Y aunque su padre no se lo creyera, se enfadaría igualmente con ella por haber utilizado a Brian en su propio beneficio. Diría que él no la había educado para comportarse así.


—¿Puedes explicárselo tú? —le pidió a su hermano—. ¿Puedes decirle cuando vayas a casa esta tarde que todo es mentira?


—No volveré a casa hasta mañana. He quedado con Pedro esta noche.


Era completamente irracional sentir celos de su hermano como cuando era pequeña y Sebastian se iba con Pedro mientras ella se quedaba en casa. Quizá Pedro tenía razón. Tal vez no hubiera madurado mucho desde entonces.


—Bueno, pues mañana —aceptó Paula—. ¿Se lo dirás entonces?


—¿Quieres que le diga que te han hecho una foto besando a un tipo con el que no tienes ninguna relación? ¿Es eso? 


Paula se ruborizó. ¿Cómo podía haberse vuelto todo tan complicado?


—Sólo tienes que decirle que… Dile que estoy en un momento difícil. Dile que seis meses es mucho tiempo, pero que estoy haciendo las cosas lo mejor que puedo.


Sebastian se acercó a ella y le pasó un brazo por los hombros, como un hermano mayor. Paula se refugió en su cálido abrazo.


—Todo es tan… difícil. Debería haberlo sabido —se lamentó Paula.


—¿Tiene todo esto algo que ver con Pedro? —preguntó entonces Sebastian.


—¿Por qué lo dices? —preguntó ella cautelosamente.


—Vamos, Paula. Sé de sobra lo que sientes por él.


—Con esa foto en todas las portadas, ¿pretendes insinuar que esto tiene algo que ver con Pedro?


—Puede que te sorprenda, pero te creo cuando dices que esto no tiene nada que ver con Maddox. Que ese beso no significó nada.


—¿En serio? —replicó ella aliviada y agradecida.


—Pero ésa no eres tú, Paula —continuó Sebastian, consiguiendo que Paula se sintiera avergonzada—. Algo está provocando que te comportes de esta manera. Y no hay que ser un genio para deducir que la razón puede ser Pedro. Siempre has hecho todo tipo de locuras cuando él ha estado cerca.


Pedro no es el problema, Sebastian —mintió Paula—. Estoy deseando que termine todo esto para volver a ser yo misma otra vez.


—Sigues siendo tú, hermanita —dijo Sebastian mirando de reojo la revista y carraspeando—. Bueno, al menos casi siempre. No dejes que te cambien.


No era muy habitual que su hermano hablara de esa manera tan emocional.


—No quiero tener que representar el papel del bueno de la familia —añadió Sebastian.


—Tendría que caer muy bajo para que eso llegara a suceder —sonrió Paula.


Durante la siguiente hora estuvieron bromeando, y Paula disfrutó de la compañía de su hermano.


—Bueno, entonces, ¿qué vais a hacer esta noche? —preguntó ella.


Pedro me va a llevar a un restaurante que conoce. Al parecer, las camareras sirven las mesas desnudas —respondió Sebastian.


Paula dio un salto. Se imaginó a Pedro inclinándose sobre los pechos turgentes de una de esas camareras.


—Es una broma, no te exaltes —sonrió Sebastian—. Iremos a tomar algo por ahí, nada más. Cosas de hombres.


«Cosas de hombres». Una frase que no aclaraba nada. Una frase que podía esconder secretos más dolorosos que un restaurante lleno de camareras desnudas.




LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 31





—¿Hablas en serio?


La voz de Brian se escuchó entre todas las demás. Emocionado, le dio un enorme abrazo a Paula. Todos se volvieron entre risas y murmullos de felicitación.


—Sí, estamos nominados para los premios ATA —anunció Pedro—. Podéis estar orgullosos. Ha sido un verdadero trabajo de equipo.


Paula sonrió a Pedro y se sintió por fin tranquila. 


Haber conocido a Constanza le había hecho comprender muchas cosas. Si Pedro no era capaz de mirarla como Brian miraba a Constanza, no era culpa de él. Así eran las cosas.


Lo que no había podido pensar era una forma de empezar a poner otra vez las cosas en su sitio y calmar las aguas.


La nominación a los premios ATA le daba una oportunidad.


—Recibiremos a un grupo de periodistas en unos días —continuó Pedro—. Vendrán a hacer una especie de reportaje. Todo el mundo está interesado en el rodaje.


No era del todo verdad, pero si conseguía salirse con la suya, sí lo sería.


Dejó al grupo hablando y celebrando la noticia y se retiró a un extremo. Paula decidió que aquélla era una buena ocasión.


—Felicidades, Pedro. Debes de estar muy contento.


—Si la cadena está contenta, yo también lo estoy —replicó él dándose la vuelta lentamente con el corazón agitado.


—Pues no pareces muy contento, la verdad —dijo Paula.


—Bueno… Hubiera preferido que nos lo hubiéramos ganado al viejo estilo, por el buen trabajo que creo que estamos haciendo, y no por la química que hay entre Maddox y tú. La serie tiene cualidades de sobra por sí misma.


—Puede que a la gente le guste por ambas cosas, ¿no crees? Además, no hace daño a nadie.


—¿Eso crees?


¿Por qué no era capaz de mirarla a los ojos? Paula no se dio por vencida e intentó avanzar un poco más en el camino que se había trazado para establecer una relación de amistad con Pedro.


—Tienes que relajarte un poco, Pedro.


—Cómo has cambiado de opinión —dijo Pedro—. Hace una semana detestabas la publicidad y no podías ni mirar a la prensa.


Paula no había cambiado de opinión, pero la promesa que le había hecho a Constanza le obligaba a enfocar ese asunto de otra manera.


—He pensado que lo mejor es acostumbrarse. Sé lo importante que es para la serie. Y para ti.


—¿Para mí? —preguntó él desconcertado.


—Para ti el éxito es muy importante, quiero decir… este tipo de éxitos. Si Brian y yo podemos ayudar en eso… ¿Por qué no utilizarlo?


Pedro la tomó del brazo sin previo aviso y la llevó un poco más lejos de la gente, ocultándola detrás de una enorme planta.


—¿No puedes dejar de ser tan políticamente correcta?


Pedro, no me importa…


—Oh, por el amor de Dios… ¿Me estás diciendo que no te importa que tu cara salga en las portadas de todos los periódicos? ¿Qué se airee tu relación con Maddox?


—No hay ninguna relación —respondió Paula, que estaba empezando a cansarse de estar a la defensiva, justificando sus acciones.


—Lo que sea que pase entre tú y él.


—No hay nada, Pedro


—¿Nada? ¿Debo pensar entonces que tienes por costumbre ir besando por ahí al primero que se cruza contigo? Bueno… Ahora que lo pienso… Sí, debe de ser eso. A mí me besaste no hace mucho tiempo. ¿Debo poner sobre aviso a la sección masculina del equipo?


—Eso fue algo diferente —dijo Paula sonrojándose.


—¿Por qué? ¿Por ese trauma de la infancia? Vamos, Paula… Ya es hora de cambiar el disco.


—¡No ridiculices lo que siento! —exclamó ella dolida.


—No lo entiendo… —dijo Pedro pasándose la mano por el pelo—. Deberías enfadarte conmigo, pero, sin embargo, ahí estás, intentando arreglar las cosas, intentando hacerme sentir mejor. ¿Por qué?


No podía responder con sinceridad a aquella pregunta en aquel momento.


—Porque eres mi amigo, Pedro. Y los amigos cuidan los unos de los otros.


—Paula, déjame darte un consejo. Si quieres ganarte la vida en esta profesión, no puedes dejar que la gente te trate de esta manera.


—Eso es lo que no acabas de comprender, Pedro. No quiero ganarme la vida de esta manera, y no tengo la menor intención de dejar que nadie me humille —dijo Paula—. Hago todo esto por alguien a quien aprecio, aunque no me guste el hombre en que te has convertido. Fuiste una parte importante de mi familia, ocupaste un lugar crucial en mi vida —continuó, bajando la voz—. Si el que me vean en público con Brian os ayuda a ti y a él, mientras pueda soportarlo, lo seguiré haciendo. ¿Por qué no? Eso es lo que una amiga de verdad haría. Tal vez llevas tanto tiempo solo que has olvidado el significado de la palabra «lealtad».


Los ojos de Pedro estaban llenos de dolor, de confusión y de furia.


—Cualquier cosa que necesites, si está en mi mano, yo estaré ahí para ayudarte.


—¿Por qué, Paula?


«Porque te quiero», se dijo ella para sí.


—Soy así, Dan. Puede que no sea la mejor en esto, pero no dejaré de ser quien soy. Estoy orgullosa de ser como soy, y nadie cambiará eso.


Paula le miró a los ojos altiva.


—Ni siquiera tú.




LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 30




La cadena todavía no se había enterado del beso que se habían dado Paula y Maddox el día anterior. El subalterno que Kurtz había enviado al rodaje para estar al tanto de todo lo que sucedía no se había enterado de nada, ya que había estado hablando por teléfono en el interior en ese preciso momento. Sólo un fotógrafo había captado la instantánea, pero era más que suficiente. Pedro había descubierto que trabajaba para un buen número de revistas. Si la fotografía llegaba a aparecer en cualquiera de ellas, el interés por aquel rodaje estaría garantizado.


La cadena se frotaría las manos.


Querían que la prensa tuviera acceso directo a Paula. Y seguramente estaban pensando en los periodistas más amarillistas, precisamente los que podían convertir un simple beso en algo mucho más sórdido.


Pero él también conocía a otro tipo de periodistas, y fue entonces cuando se le ocurrió una idea.


—Avísame cuando vayan a llegar —le dijo a Kurtz antes de colgar el teléfono.


La satisfacción por la nominación de la serie se había desvanecido, aplastada por la amenaza del reportaje que planeaba la cadena.


No tenía otra opción que recurrir a Tannon o a Larks, ambos buenos periodistas, moderados y en nómina de los periódicos con mejor reputación. Tenía que darle la exclusiva a cualquiera de ellos con la esperanza de que realizaran un artículo centrado en la serie, y no en sus vidas privadas.


Vidas privadas.


Pedro volvió la mirada hacia donde estaban Paula y Maddox. Se estaban tomando un café y charlando animadamente. Tenía que hablar con ellos. El tiempo que pasaban juntos cuchicheando y haciéndose carantoñas podía alertar a la persona menos idónea. Y eso sería un desastre para todos.


No podía creerlo. ¿Qué podía haber cambiado entre ellos? Se estaba volviendo loco.