viernes, 28 de febrero de 2020

LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 33




Era casi medianoche cuando Paula regresó del cine, adonde había ido con Constanza a ver una película. Había sido una sorpresa encontrar a alguien que compartiera su pasión por el cine clásico. Había conseguido olvidar los sinsabores de aquellos últimos días sumergiéndose en una historia de amor llena de intriga y traiciones. 


Habían sido tres horas maravillosas en las que su mente se había quedado en blanco.


Cuando entró, la luz del contestador estaba parpadeando. Se quitó los zapatos, dejó el bolso sobre la mesa y pulsó el botón para reproducir los mensajes.


Treinta segundos después estaba corriendo a toda velocidad, descalza, en dirección a la casa de Pedro.


«Por favor, que estén en casa».


La voz llena de preocupación de su padre la había sobresaltado mientras le decía que estaba intentando ponerse en contacto con Sebastian. Y Jeronimo Chaves nunca llegaba a esos extremos. 


Llamó al timbre de la puerta dos veces con impaciencia.


No se oía nada en el interior.


Consultó la hora.


Estaba a punto de volver a su casa cuando se encendió una luz en el interior.


—¿Paula?


Entró sin pedir permiso, ya tendría tiempo de pedir disculpas más tarde.


—¿Dónde está Sebastian?


—Se ha ido.


—¿Adónde? —preguntó ella llena de pánico.


—Recibió un mensaje de texto de tu padre y se fue directamente a Flynn's Beach.


Paula respiró aliviada.


—Gracias a Dios… Recibí una llamada… —dijo ella con las manos temblando—. No sé qué pasa, pero papá parecía muy preocupado. Nunca habla en ese tono.


El corazón de Paul latía a mil por hora, pero intentó convencerse de que era a causa de la misteriosa llamada de su padre, y no porque Pedro estuviera delante de ella en ropa interior. Entonces, advirtió que la luz de su dormitorio estaba encendida y que Pedro tenía el pelo revuelto.


—Oh… Estabas durmiendo…


—Bueno, no exactamente.


Paula lo comprendió todo enseguida. ¿Qué había hecho? ¿Sacar su lista de contactos femeninos en cuanto Sebastian se había ido?


—Estás con alguien… Me iré —dijo dirigiéndose a la puerta.


Pedro la detuvo tomándola de la mano.


—Tranquila, Paula. Estaba en la cama, pero no me había dormido todavía. No has interrumpido nada importante.


—¿No se supone que debías estar con una stripper o algo parecido?


Pedro se echó a reír a carcajadas y guió a Paula hacia la cocina, donde calentó un poco de café.


—Tu hermano tiene demasiada imaginación —dijo Pedro—. Fuimos a tomar una cerveza, al rato recibió el mensaje de tu padre y salió corriendo. Creí entender algo acerca de un caballo y un accidente con una valla, o algo parecido.


—¡Oh, no! ¡Vasse! Sebastian adora a ese animal.


—Parecía muy preocupado, así que le llevé hasta su coche y salió pitando. Te dejó un mensaje en el contestador.


—No he llegado a oírlo.


El silencio se abatió sobre ellos. Paula se sentía ridícula por haber entrado de aquella forma en casa de Pedro, por todo lo que había sucedido durante la semana.


—Siento haber entrado así en tu casa —dijo ella—. Sigue durmiendo, ya me voy.


—Espera un momento —dijo interponiéndose entre ella y la puerta—. Te debo una disculpa. Lo que dije el otro día estuvo fuera de lugar. Fui un grosero y un maleducado. Lo siento.


Pedro nunca le había resultado fácil pedir disculpas.


—¿De qué te lamentas exactamente?


—De todo lo que te dije, pero sobre todo de lo que insinué sobre Maddox y tú. Comprendo que no es asunto mío. Sólo estaba… preocupado.


A Paula le estaba costando concentrarse teniéndole allí delante prácticamente desnudo. 


Su imaginación estaba empezando a cobrar vida propia, a ocupar su cerebro hasta eliminar cualquier otro proceso.


Afortunadamente, Pedro fue a llenar dos tazas con el café que había calentado y le dio tiempo a recuperar la respiración.


—Es café instantáneo, espero que no te importe —dijo él ofreciéndole una taza.


Paula estaba tan sorprendida de que a él le importara cómo le gustaba el café a ella que no prestó atención a lo que había dicho. Habían pasado más de diez años desde la última vez que Pedro le había hecho un café.


—Si me disculpas… Volveré en un momento —dijo él desapareciendo en la oscuridad del vestíbulo.




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