viernes, 21 de febrero de 2020

LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 11





Pedro ahora estaba siendo amable con ella, tratando de corregir su error, pero consciente de que eso no cambiaría un ápice su efecto sobre ella.


—Quería hacerlo bien.


«Por ti».


—Lo hiciste bien, Paula. ¿Esperabas acaso estar perfecta?


Ella se sonrojó.


—Sí. Quería demostrar a los hombres de la cadena que podía ser la mejor —dijo ella con voz triste.


—Tu lógica, niña, es a veces un poco confusa. ¿Quieres castigarles poniéndoles a prueba?


—No me llames así —dijo ella muy altiva—. Ya no soy una niña.


—No, no lo eres —dijo él manteniendo la mano con suavidad de terciopelo alrededor de su muñeca—. Me di cuenta de ello ayer nada más entrar en el camión de vestuario —añadió con un tono tan grave que ella se volvió para mirarle en la semioscuridad de la sala.


El pulgar de Pedro acarició con un leve roce la muñeca de Paula.


—Ahora estoy bien, Pedro. Las rabietas se acabaron. ¿Puedo irme?


—¿Tienes algún compromiso esta noche para cenar?


El repentino cambio de conversación la dejó helada.


—Estaba pensando en probar uno de esos cafés locales —dijo ella.


—Conozco un sitio —repuso él—. Es una cafetería junto al mar. Tienen unos mejillones excelentes.


¿Había algo que Pedro hubiera olvidado? Tan pronto como él formuló su sugerencia, la idea de un gran cuenco de sus moluscos favoritos le pareció una idea excelente.


—De acuerdo.


Sin apenas tocarla, Pedro se había hecho con ella.


—¿Señor Alfonso? —interrumpió una voz desde fuera de la oficina.


Pedro se puso inmediatamente en tensión, pero sin apartar los ojos de ella.


—¿Sí, Gloria?


—El señor Kurtz está en la línea uno. Dice que es urgente.


En apenas unos segundos, Pedro retiró la mirada de ella y se encendieron las luces. Paula parpadeó. No quedaba en la expresión de Pedro el menor rastro de la cordial capacidad de persuasión que había puesto en juego hacía unos momentos.


—Después de todo, los dos tenemos que cenar. ¿Por qué no hacerlo juntos?


Las palabras sonaban impersonales. 
Convencionales. Profesionales.


«Debí habérmelo imaginado», pensó Paula mientras caminaba sola, fuera ya de la oficina.


Pedro soltó una maldición y volvió a su oficina, ahora vacía.


—Línea uno, señor Alfonso —le recordó Gloria.


Pedro tomó el teléfono y asestó un pequeño golpe a la luz intermitente a modo de saludo.


—¿Cómo marcha nuestro nuevo talento esta semana? —Nicolas Kurtz no perdía el tiempo en delicadezas.


Pedro sabía que el Productor Ejecutivo habría visto las imágenes del día antes que él.


—Bien —dijo él—. Excelente. Un par de problemas técnicos, pero nada que no podamos limar.


Kurtz resopló al otro lado de la línea.


—Mejor que bien, diría yo. Es una muñeca. Y es el complemento perfecto para Maddox.


—Ella es algo más que un complemento, Nicolas. Aporta al programa su experiencia de la contracultura urbana.


—Por supuesto, por supuesto…


Kurtz volvió a resoplar.


—No estaba vestida de la forma que esperábamos, aunque… esa cara de granjera resultaba —dijo Kurtz—. Un rostro nuevo, fresco, inocente. Fue un buen hallazgo por tu parte —continuó él, mientras Pedro rechinaba los dientes—. El cliente estará feliz, y si el cliente está feliz…




LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 10





El ayudante de Pedro introdujo a Paula en su espaciosa oficina y la invitó a sentarse cómodamente. Paula se acercó a la ventana en actitud defensiva. Se sentía aún dolida de su agitada noche, pero más resuelta que nunca a encontrar la forma de desterrar a Pedro de su corazón.


Su oficina estaba en uno de los pisos más altos. 


Echó una ojeada a su alrededor. Debía de haber trabajado duro para haber conseguido aquella opulencia siendo aún tan joven.


Pasó los dedos a lo largo de las estanterías de madera de haya, llenas de volúmenes comerciales y de marketing. Le costaba mucho imaginarle como el prototipo de ejecutivo. Le seguía recordando como un joven enamorado del mar, no del mercado de valores. Había sido lo bastante bueno como para llegar a ser un surfista profesional.


—Hemos recorrido un largo camino, ¿no?


Se dio la vuelta, avergonzada de haber sido sorprendida husmeando sus cosas.


Pedro se dirigió a su escritorio, accionó un conmutador y se abrió un panel lleno de botones.


—Has hecho un buen trabajo estos dos últimos días. Tengo algunas secuencias, si quieres verlas.


Le dio un vuelco el estómago. Estar frente a una cámara era una cosa, pero verse a sí misma reproducida en un primer plano era algo muy distinto.


—¿Y qué pasa si estoy horrible?


Él sonrió y fue a cerrar la puerta del despacho.


—No te preocupes por eso.


Ella se acomodó en el sofá frente a una gran pantalla mientras Pedro cargaba el disco. Las persianas automáticas se deslizaron y las luces de la oficina se desvanecieron.


—Estas son sólo las tomas de prueba, no se han editado todavía —le advirtió él.


Proyectada en la pantalla, Paula se veía nerviosa, mirando con ansiedad por el set.


—Pareces asustada —comentó Pedro a través de la oscuridad de la estancia—. Pero espera…


Paula se vio a sí misma mirando de lado algo que debía de haber por allí durante un breve instante, y luego volvió de nuevo la cara hacia la cámara. El miedo y la tensión habían desaparecido. Respiró profundamente, se estiraba por delante la camisa de vestir de Pedro con mucha seguridad, y sonreía.


Pedro congeló la imagen y aquella brillante sonrisa iluminó la oficina.


—¿Qué era lo que mirabas cuando desviaste la mirada?


«Te miraba a ti», pensó, pero no iba a decírselo.


—No sé —mintió ella—. Había mucho jaleo allí.


—Fuera lo que fuese, funcionó. Observa —dijo Pedro reanudando la proyección.


Paula, en pantalla, se presentaba a sí misma y hablaba unos breves instantes acerca del espacio interior de la terraza en el que tendrían que trabajar. No era una actriz, pero tampoco estaba nada mal. Una grata sensación emanaba de todo su cuerpo. Después había una secuencia de plano y contraplano con ella y Brian caminando a través del desolado espacio urbano techado.


—Dais muy bien a cámara juntos —murmuró Pedro a su oído desde la penumbra.


—Eso es lo que dice Brian.


—Ya… lo habría apostado.


Cuando la proyección terminó, Pedro se arrellanó en el sofá. Estaban solos en la oscuridad. Paula se puso tensa.


—¿Qué te parece, Paula?


—Estoy contenta con el trabajo. ¿Y tú?


—Sí, para ser el primer día no está mal —dijo él—. Hay algunas cosas que necesitamos mejorar.


Lo que él pensase no debería haberla importado mucho, pero se sintió frustrada y desilusionada.


—Es sólo el primer día…


—Es también la primera cosa que verán los nuevos telespectadores. Nos lo jugamos todo ese primer día, o salimos a flote o nos hundimos.


Pedro tenía razón, pero ella luchaba por descubrir qué era lo que estaba tan terriblemente mal.


—La iluminación no era uniforme entre las tomas —comenzó a decir Pedro—. Algunos trabajos de cámara podrían haber sido más estrictos. A tus movimientos les faltaba elegancia.


«¡Nunca he hecho esto antes!», protestó ella en su interior:
—Haremos una reprogramación para que los ensayos en las localizaciones nos ayuden a mejorar estas cosas. Así te sentirás más segura cuando rodemos.


—¿Hubo algo que te gustase?


—Claro que sí. Tu trabajo frente a la cámara es excelente. El sonido impecable. Y el juego escénico entre tú y Maddox muy divertido. Eso venderá.


Los índices de audiencia. Paula se tragó su orgullo y escuchó pacientemente cómo Pedro planificaba los cambios que deseaba introducir para el siguiente rodaje. Si ella pudiese haber separado su cerebro de su corazón, habría reconocido que aquellos cambios no eran nada drásticos ni particularmente difíciles. Pero allí sentada en la oscuridad junto a Pedro, escuchando su melosa voz haciendo trizas su actuación, no podía mostrarse indiferente. Su opinión le importaba mucho.


—¿Paula?


—Perdón… ¿Qué?


—¿Hay alguna cosa que desees preguntarme? ¿Algo que no hayas entendido?


—No. Está bien.


Él se desplazó en la oscuridad. Luego se detuvo.


—Te he molestado.


Aquel tono afectado de su voz fue la gota que colmó el vaso.


—¿Por qué dices eso? Sólo porque lo hice lo mejor que pude, sin tener experiencia y casi sin adiestramiento —dijo ella poniéndose en pie—. Era tu plan, Pedro, no el mío. Si no soy lo que esperabas, sólo tienes que hablar de ello con tus colegas de la cadena y despedirme. Me sentiría muy feliz volviendo a mis diseños y me tomaría esto como una mala experiencia más en mi vida —concluyó, dirigiéndose con paso no muy seguro hacia la puerta.


—Paula, espera…


La mano de Pedro se cerró sobre la suya cuando ella tiraba ya del pomo de la puerta.


—Lo siento. Olvidé que no estás al tanto de las nuevas técnicas de análisis laboral.


Paula bajó los ojos, avergonzada por aquel arranque que denotaba una falta de profesionalidad, pero no estaba dispuesta a que él siguiera creyendo que no era lo bastante buena para él.


—Debería haber sido más prudente —dijo cordialmente, acariciando con el pulgar el reverso de su muñeca—. Has sido siempre tan dura… Mostrándote tan digna después de caerte de la bici. Haciendo frente a los muchachos como uno más.




jueves, 20 de febrero de 2020

LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 9





Paula hizo un gran esfuerzo para despertarse con un grito de indignación. Sentía el pulso desbocado bajo la piel empapada de sudor. Se tambaleó al apoyarse sobre los codos en un intento desesperado de llevar un poco de aire fresco a sus maltrechos pulmones.


Al menos se había despertado antes de que llegara la peor parte. Antes de que aquellas imágenes congeladas en su mente desde hacía nueve años resucitaran, el brillo de las bronceadas piernas de Pedro, las largas piernas en posición vertical de una mujer, el pecho sudoroso de un hombre adulto dirigiéndose hacia donde estaba ella, Paula, temblando horrorizada, junto a la puerta, su atormentada y angustiosa huida a la playa con el airado juramento de Pedro resonando en sus oídos.


El cuerpo de Paula se estremeció con pequeñas convulsiones. ¿Por qué? No había tenido ningún sueño desde hacía un año. Había pensado que aquellas noches de zozobra y temblores habían quedado atrás. Ya había sido suficientemente doloroso vivirlas la primera vez.


Se incorporó y se dirigió a la pequeña cocina de la parte de la casa reservada a ella. Eran las dos de la madrugada. El primer sorbo de café la ayudó a templar un poco su estómago revuelto. 


El segundo contribuyó a calmarle un poco los nervios. Estaba caliente y fuerte y ahuyentó algunos de sus demonios.


Salió al jardín. Con todo a oscuras, no parecía muy diferente de Flynn's Beach.


Dieciséis años. ¡Qué edad tan confusa! Y tan terriblemente frágil. Había tratado de ser amable con ella, pero ella le había rechazado violentamente con el dolor de la humillación mortificándole.


—Tengo veinte años, Paula —le había dicho él—. Puedo acostarme con quien quiera.


«Menos conmigo», pensaba ella ahora, y no por primera vez.


—Somos amigos, Paula, eso es todo —había añadido.


Aquello había sido lo peor.


Al entrar en la casa, observó una luz encendida en la parte trasera del lado de Pedro. ¿Qué hacía levantado a las tres de la mañana? ¿Estaría sacando a pasear también a sus perturbadores sueños? La parte de sensatez que aún quedaba en ella echó por tierra aquellos pensamientos.


—Nunca estaré contigo, Paula —había sentenciado.


No había podido disimular su estremecimiento ante aquella crueldad. Se había sentido como si la hubiera derribado el tremendo golpe de una ola gigante. Había sido arrastrada al fondo del océano.


—Tú eres una cría, y yo soy un hombre adulto…


Paula cerró los ojos. Había buscado venganza atacando su inteligencia, su integridad, y… su surf. Su único amor en el mundo. Nada más terminar, las manos de él habían comenzado a temblar.


—Me equivoqué al pensar que podríamos superar esto —había dicho puesto en pie—. Me voy mañana.


Y justo cuando ella había creído que su corazón ya no podría romperse más, había sentido cómo se desgarraba materialmente en su pecho. Él se marchaba. En el día de su cumpleaños.


Nunca había vuelto a hablar a un ser humano de la forma en que le había hablado a él en aquella ocasión. Gritando, llorando. Muriendo.


—Haces bien —había respondido ella—. Siempre has sido como un moscón rondando por aquí. ¡Vete! De tal madre, tal hijo. Echando a correr cuando las cosas se ponen mal.


Recordaba, como si lo estuviera viendo, la ira de sus ojos cuando se había dado la vuelta y la había vuelto a mirar a la cara. Nunca en su vida le había visto tan… sombrío.


—Nunca estaré contigo, Paula. No sé cómo decírtelo más claro. Lo siento si te hieren mis palabras.


A la mañana siguiente se había despertado con la amable caricia de su padre y de su sombra, sabiendo que él ya se había ido.


—Feliz cumpleaños, princesa, ya tienes dieciséis.


Después de la humillación y la agonía de esa noche nunca volvería a dejar que nadie se acercase a ella. Había perdido la confianza en sí misma. Había perdido su dignidad. Había amarrado su corazón a una caja de plomo y lo había enterrado en el abismo más profundo de su consciencia. Había canalizado sus emociones y anhelos en su trabajo escolar, luego en sus estudios, después en su empleo, y finalmente en su negocio.


Paula cerró las manos en torno a la taza de café, contempló las brillantes nubes del amanecer, y dejó que una década de dolor corriese por su rostro.






LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 8





Las voces volvían. Susurrantes. Apremiantes.



Nadie había susurrado nunca en la familia Chaves. Ellos lo resolvían todo a gritos. Pero ¿qué otra cosa podían significar aquellos susurros y aquellas voces misteriosas, en la víspera de su decimosexto cumpleaños, sino que alguna sorpresa se estaba fraguando? Se sacudió la arena de la playa que tenía en el pelo y se dirigió de puntillas, sonriente, hacia la cocina. 


Una vez allí, se puso en cuclillas y se quedó inmóvil y en silencio junto a la puerta.


Era Pedro. Después de tres años conviviendo estrechamente con una persona se le queda a uno en el cerebro una marca identificativa de su voz. Eso debía de ser lo que le pasaba a ella con su hermano, aunque realmente, ¿a quién le importaba? Apuesto, inteligente, con talento, Pedro estaba preparándole sin duda su sorpresa de cumpleaños.


Para ella.


¿A quién más podía importarle? Sentía el corazón latiéndole al doble de su ritmo.


—Paula ya no tiene doce años —susurraba la voz de Sebastian, más grave que de costumbre.


Pedro suspiraba antes de responder.


—Créeme, lo sé.


Paula frunció el ceño. Aquella triste voz no daba a entender que se estuviera preparando nada divertido. Se le puso la piel de gallina.


—Deberías decirle algo…


—No puedo —decía Pedro—. Cuando ella me mira con esos ojos tan bellos… ¿Cómo podría…?


El corazón de Paula latía como las alas de un colibrí. ¡Pedro estaba hablando de ella! Pedro pensaba que tenía unos ojos muy bellos. Después de tantos años viéndola como una niña, finalmente se daba cuenta de que era una mujer.


Las piernas de Paula se enredaban entre las sábanas de la cama conforme las imágenes del sueño se transformaban en el patio trasero de Flynn's Beach minutos después de la medianoche.


Las luces de la habitación de Pedro convertida en sala de juegos estaban apagadas, pero no se desanimó. Eligió su mejor falda y su blusa preferida, dejando algunos botones estratégicamente desabrochados, y se puso a practicar su discurso frente al espejo unas cincuenta veces, de forma que supiera exactamente la postura que tenía que poner y el aspecto que ofrecería cuando lo dijese.


Sentía un vacío en el estómago. Temblaba. Pedro no prestaría atención a nada de todo ello, simplemente la tomaría en sus brazos y la besaría hasta que ambos se quedaran sin respiración.


Ella también había practicado eso. Una y mil veces, mientras había permanecido secuestrada allí durante aquellos tres años.


¡Dios mío! ¡Pero si ni siquiera sabía lo que tenía que hacer él! Se sentía presa de una tensión desconocida y una excitación insoportable.


Era prácticamente una pieza más del mobiliario del refugio de Pedro, así que girar el pomo de la puerta sin llamar parecería la cosa más razonable que se podía hacer a aquellas horas… a medianoche… en la oscuridad…


La puerta se abrió hacia dentro y ella susurró su nombre en la oscuridad…






LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 7





Resultaba desalentador ser el centro de atención de aquel equipo, recibiendo órdenes de todo el mundo, y al mismo tiempo no olvidar por qué estaba allí.


Estaba a punto de perder la paciencia cuando reapareció Pedro en el set, con la camiseta azul debajo de la chaqueta del traje. Se movía con tanta facilidad entre la multitud que no resultaba difícil adivinar por qué tenía tanto éxito. 


Mostraba tanta seguridad en sí mismo que conseguía que aquel singular emparejamiento entre la camiseta de un trabajador y los pantalones de un ejecutivo pareciese algo natural.


Unos pasos detrás de él, vio una sonrisa brillante que iba directa hacia ella.


Brian Maddox. El presentador del programa y uno de los guapos oficiales de la televisión.


—Paula, es un placer conocerte —le saludó Brian estrechándole la mano.


Una mano cálida, suave… pero vacía. En nada parecida a la del hombre que tenía a su lado.


Antes de que pudiera devolverle el saludo, Brian tiró de ella hacia sí y la besó en la mejilla. Una extraña expresión cruzó por sus ojos azules. «Mi trabajo aquí ya está hecho», parecían querer decir. ¿Había sido todo ese encuentro preparado de antemano para buscar aquel efecto?


—Paula Chaves… Brian Maddox.


Las presentaciones tardías de Pedro estaban ya fuera de lugar, pero Paula, pese a todo, apreció el tono de seriedad profesional que había utilizado.


—Paula, ¿puedo decirte un par de cosas?


Le siguió a un rincón.


—Estás estupenda —dijo él examinándola desapasionadamente—. Mucho mejor.


Paula recibió esas palabras como un mazazo en el estómago.


—Por algo nos llaman artistas —dijo ella arqueando las cejas.


—Estaba hablando de la ropa. Pero ahora que lo dices, sí, Carla ha hecho un gran trabajo con tu maquillaje. Muy natural —dijo él examinando de nuevo con detalle el cuadro completo—. Dos cosas. Tu último diseño es realmente brillante, probablemente tu mejor trabajo hasta ahora.


El ardor que sentía por dentro la irritaba. No necesitaba su apoyo para sentirse orgullosa de su diseño. Tras haber sido coaccionada por la cadena, había canalizado toda su frustración en crear el jardín más hermoso que pudiera imaginarse. Había resultado ciertamente uno de sus mejores trabajos.


—Gracias.


—Lo has conseguido —dijo él—. Aunque he tenido que negociar duro con nuestros proveedores para conseguir mejores precios a fin de poder permitirnos algunos de esos centros de mesa.


Ella sonrió satisfecha.


—Quisiera saber si piensas mantener ese nivel de agresividad en todos tus diseños —dijo él.


Ella se rió abiertamente.


—No te puedo prometer nada.


—Sólo quiero recordarte que ya no estás en aquella cadena a la que ponías a diario en aprietos con tus pequeñas rebeldías.


—¿No? —sonrió ella haciéndose la inocente.


—No —sonrió él también—. Ni yo tampoco, aunque estoy seguro de que ésa era tu intención. Tania, del Departamento de Compras, se pasó el día entero tratando de conseguir lo que querías sin salirse del presupuesto establecido. Le resultó muy embarazoso tener que decirme que no podía hacerlo.


—Oh, no era mi intención.


—Lo sé. Sólo quería que lo supieses.


—Muy bien, mensaje recibido —dijo ella—. ¿Cuál es la segunda cosa?


—Brian Maddox.


—¿Y tú me hablas de ornamentos caros?


Pedro sonrió para sí clavando en ella su mirada.


—Muy bien, quizá no tenga necesidad de preocuparme por el punto número dos.


—Oh, ¿no estarías…? —dijo ella imaginándose que él iba a prevenirla contra Maddox—. ¡Tú, de entre todas las personas! ¡Tú precisamente!


—Estoy pensando en el programa, Paula. No podemos permitir que nuestros problemas personales lo echen todo a perder. Hay demasiadas cosas en juego.


Paula se puso rígida, en guardia y con aire amenazante.


—Y por supuesto, presupones ya de antemano que yo sería la causante de todos los males, por no saber apreciar como tú la importancia del proyecto.


—Tú misma lo dijiste, Paula. No tiene ningún valor para ti.


—No, pero sí para ti —replicó ella—. Yo nunca te haría una cosa así, Pedro.


—Es muy generoso de tu parte, teniendo en cuenta las circunstancias…


Era la primera vez que ella le había visto incómodo. Precisamente cuando había llegado a pensar que no había nada que pudiera incomodarle.


—Soy una mujer generosa, Pedro.


Su frívola respuesta cobró un nuevo significado cuando Pedro se fijó de pasada en su camisa. Fue un instante tan breve que ella pensó que había ocurrido sólo en su imaginación, pero sintió un inquietante cosquilleo por toda la piel con sólo sospechar que no hubiera sido así.


—Gracias, Paula. Es más de lo que me merezco —dijo él muy sereno.


Aquel hombre sabía cómo descentrarla, cómo desequilibrarla.


—¿Vamos a trabajar? —preguntó aclarándose la voz.


Pedro se alejó para que pudiera volver a aquel horrible cobertizo de hormigón que tenían que transformar en tres días en una elegante terraza ajardinada. Se la veía completamente en su elemento, y sorprendentemente a gusto con la atención centrada en ella, una atención que siempre había sido reacia a aceptar.


La Paula que él recordaba de la infancia había sido una chica muy masculina hasta que, un buen día, poco antes de su decimotercer cumpleaños, se había activado un conmutador en algún sitio dentro de ella y había descubierto de repente que era una mujer. Se había mostrado terriblemente tímida a partir de entonces, era la única mujer que quedaba en su familia después de que su madre muriera cuando ella tenía apenas ocho años.


Ella era sólo la pequeña Paula. Había crecido, sí. Tenía talento. Era atractiva. Y se la veía radiante de belleza en aquel instante, con las luces de las cámaras de televisión iluminándola. 


Pero seguía siendo aún la hermana pequeña de Sebastian. Y, en cierto modo, también la suya.