jueves, 20 de febrero de 2020

LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 7





Resultaba desalentador ser el centro de atención de aquel equipo, recibiendo órdenes de todo el mundo, y al mismo tiempo no olvidar por qué estaba allí.


Estaba a punto de perder la paciencia cuando reapareció Pedro en el set, con la camiseta azul debajo de la chaqueta del traje. Se movía con tanta facilidad entre la multitud que no resultaba difícil adivinar por qué tenía tanto éxito. 


Mostraba tanta seguridad en sí mismo que conseguía que aquel singular emparejamiento entre la camiseta de un trabajador y los pantalones de un ejecutivo pareciese algo natural.


Unos pasos detrás de él, vio una sonrisa brillante que iba directa hacia ella.


Brian Maddox. El presentador del programa y uno de los guapos oficiales de la televisión.


—Paula, es un placer conocerte —le saludó Brian estrechándole la mano.


Una mano cálida, suave… pero vacía. En nada parecida a la del hombre que tenía a su lado.


Antes de que pudiera devolverle el saludo, Brian tiró de ella hacia sí y la besó en la mejilla. Una extraña expresión cruzó por sus ojos azules. «Mi trabajo aquí ya está hecho», parecían querer decir. ¿Había sido todo ese encuentro preparado de antemano para buscar aquel efecto?


—Paula Chaves… Brian Maddox.


Las presentaciones tardías de Pedro estaban ya fuera de lugar, pero Paula, pese a todo, apreció el tono de seriedad profesional que había utilizado.


—Paula, ¿puedo decirte un par de cosas?


Le siguió a un rincón.


—Estás estupenda —dijo él examinándola desapasionadamente—. Mucho mejor.


Paula recibió esas palabras como un mazazo en el estómago.


—Por algo nos llaman artistas —dijo ella arqueando las cejas.


—Estaba hablando de la ropa. Pero ahora que lo dices, sí, Carla ha hecho un gran trabajo con tu maquillaje. Muy natural —dijo él examinando de nuevo con detalle el cuadro completo—. Dos cosas. Tu último diseño es realmente brillante, probablemente tu mejor trabajo hasta ahora.


El ardor que sentía por dentro la irritaba. No necesitaba su apoyo para sentirse orgullosa de su diseño. Tras haber sido coaccionada por la cadena, había canalizado toda su frustración en crear el jardín más hermoso que pudiera imaginarse. Había resultado ciertamente uno de sus mejores trabajos.


—Gracias.


—Lo has conseguido —dijo él—. Aunque he tenido que negociar duro con nuestros proveedores para conseguir mejores precios a fin de poder permitirnos algunos de esos centros de mesa.


Ella sonrió satisfecha.


—Quisiera saber si piensas mantener ese nivel de agresividad en todos tus diseños —dijo él.


Ella se rió abiertamente.


—No te puedo prometer nada.


—Sólo quiero recordarte que ya no estás en aquella cadena a la que ponías a diario en aprietos con tus pequeñas rebeldías.


—¿No? —sonrió ella haciéndose la inocente.


—No —sonrió él también—. Ni yo tampoco, aunque estoy seguro de que ésa era tu intención. Tania, del Departamento de Compras, se pasó el día entero tratando de conseguir lo que querías sin salirse del presupuesto establecido. Le resultó muy embarazoso tener que decirme que no podía hacerlo.


—Oh, no era mi intención.


—Lo sé. Sólo quería que lo supieses.


—Muy bien, mensaje recibido —dijo ella—. ¿Cuál es la segunda cosa?


—Brian Maddox.


—¿Y tú me hablas de ornamentos caros?


Pedro sonrió para sí clavando en ella su mirada.


—Muy bien, quizá no tenga necesidad de preocuparme por el punto número dos.


—Oh, ¿no estarías…? —dijo ella imaginándose que él iba a prevenirla contra Maddox—. ¡Tú, de entre todas las personas! ¡Tú precisamente!


—Estoy pensando en el programa, Paula. No podemos permitir que nuestros problemas personales lo echen todo a perder. Hay demasiadas cosas en juego.


Paula se puso rígida, en guardia y con aire amenazante.


—Y por supuesto, presupones ya de antemano que yo sería la causante de todos los males, por no saber apreciar como tú la importancia del proyecto.


—Tú misma lo dijiste, Paula. No tiene ningún valor para ti.


—No, pero sí para ti —replicó ella—. Yo nunca te haría una cosa así, Pedro.


—Es muy generoso de tu parte, teniendo en cuenta las circunstancias…


Era la primera vez que ella le había visto incómodo. Precisamente cuando había llegado a pensar que no había nada que pudiera incomodarle.


—Soy una mujer generosa, Pedro.


Su frívola respuesta cobró un nuevo significado cuando Pedro se fijó de pasada en su camisa. Fue un instante tan breve que ella pensó que había ocurrido sólo en su imaginación, pero sintió un inquietante cosquilleo por toda la piel con sólo sospechar que no hubiera sido así.


—Gracias, Paula. Es más de lo que me merezco —dijo él muy sereno.


Aquel hombre sabía cómo descentrarla, cómo desequilibrarla.


—¿Vamos a trabajar? —preguntó aclarándose la voz.


Pedro se alejó para que pudiera volver a aquel horrible cobertizo de hormigón que tenían que transformar en tres días en una elegante terraza ajardinada. Se la veía completamente en su elemento, y sorprendentemente a gusto con la atención centrada en ella, una atención que siempre había sido reacia a aceptar.


La Paula que él recordaba de la infancia había sido una chica muy masculina hasta que, un buen día, poco antes de su decimotercer cumpleaños, se había activado un conmutador en algún sitio dentro de ella y había descubierto de repente que era una mujer. Se había mostrado terriblemente tímida a partir de entonces, era la única mujer que quedaba en su familia después de que su madre muriera cuando ella tenía apenas ocho años.


Ella era sólo la pequeña Paula. Había crecido, sí. Tenía talento. Era atractiva. Y se la veía radiante de belleza en aquel instante, con las luces de las cámaras de televisión iluminándola. 


Pero seguía siendo aún la hermana pequeña de Sebastian. Y, en cierto modo, también la suya.






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