viernes, 21 de febrero de 2020

LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 10





El ayudante de Pedro introdujo a Paula en su espaciosa oficina y la invitó a sentarse cómodamente. Paula se acercó a la ventana en actitud defensiva. Se sentía aún dolida de su agitada noche, pero más resuelta que nunca a encontrar la forma de desterrar a Pedro de su corazón.


Su oficina estaba en uno de los pisos más altos. 


Echó una ojeada a su alrededor. Debía de haber trabajado duro para haber conseguido aquella opulencia siendo aún tan joven.


Pasó los dedos a lo largo de las estanterías de madera de haya, llenas de volúmenes comerciales y de marketing. Le costaba mucho imaginarle como el prototipo de ejecutivo. Le seguía recordando como un joven enamorado del mar, no del mercado de valores. Había sido lo bastante bueno como para llegar a ser un surfista profesional.


—Hemos recorrido un largo camino, ¿no?


Se dio la vuelta, avergonzada de haber sido sorprendida husmeando sus cosas.


Pedro se dirigió a su escritorio, accionó un conmutador y se abrió un panel lleno de botones.


—Has hecho un buen trabajo estos dos últimos días. Tengo algunas secuencias, si quieres verlas.


Le dio un vuelco el estómago. Estar frente a una cámara era una cosa, pero verse a sí misma reproducida en un primer plano era algo muy distinto.


—¿Y qué pasa si estoy horrible?


Él sonrió y fue a cerrar la puerta del despacho.


—No te preocupes por eso.


Ella se acomodó en el sofá frente a una gran pantalla mientras Pedro cargaba el disco. Las persianas automáticas se deslizaron y las luces de la oficina se desvanecieron.


—Estas son sólo las tomas de prueba, no se han editado todavía —le advirtió él.


Proyectada en la pantalla, Paula se veía nerviosa, mirando con ansiedad por el set.


—Pareces asustada —comentó Pedro a través de la oscuridad de la estancia—. Pero espera…


Paula se vio a sí misma mirando de lado algo que debía de haber por allí durante un breve instante, y luego volvió de nuevo la cara hacia la cámara. El miedo y la tensión habían desaparecido. Respiró profundamente, se estiraba por delante la camisa de vestir de Pedro con mucha seguridad, y sonreía.


Pedro congeló la imagen y aquella brillante sonrisa iluminó la oficina.


—¿Qué era lo que mirabas cuando desviaste la mirada?


«Te miraba a ti», pensó, pero no iba a decírselo.


—No sé —mintió ella—. Había mucho jaleo allí.


—Fuera lo que fuese, funcionó. Observa —dijo Pedro reanudando la proyección.


Paula, en pantalla, se presentaba a sí misma y hablaba unos breves instantes acerca del espacio interior de la terraza en el que tendrían que trabajar. No era una actriz, pero tampoco estaba nada mal. Una grata sensación emanaba de todo su cuerpo. Después había una secuencia de plano y contraplano con ella y Brian caminando a través del desolado espacio urbano techado.


—Dais muy bien a cámara juntos —murmuró Pedro a su oído desde la penumbra.


—Eso es lo que dice Brian.


—Ya… lo habría apostado.


Cuando la proyección terminó, Pedro se arrellanó en el sofá. Estaban solos en la oscuridad. Paula se puso tensa.


—¿Qué te parece, Paula?


—Estoy contenta con el trabajo. ¿Y tú?


—Sí, para ser el primer día no está mal —dijo él—. Hay algunas cosas que necesitamos mejorar.


Lo que él pensase no debería haberla importado mucho, pero se sintió frustrada y desilusionada.


—Es sólo el primer día…


—Es también la primera cosa que verán los nuevos telespectadores. Nos lo jugamos todo ese primer día, o salimos a flote o nos hundimos.


Pedro tenía razón, pero ella luchaba por descubrir qué era lo que estaba tan terriblemente mal.


—La iluminación no era uniforme entre las tomas —comenzó a decir Pedro—. Algunos trabajos de cámara podrían haber sido más estrictos. A tus movimientos les faltaba elegancia.


«¡Nunca he hecho esto antes!», protestó ella en su interior:
—Haremos una reprogramación para que los ensayos en las localizaciones nos ayuden a mejorar estas cosas. Así te sentirás más segura cuando rodemos.


—¿Hubo algo que te gustase?


—Claro que sí. Tu trabajo frente a la cámara es excelente. El sonido impecable. Y el juego escénico entre tú y Maddox muy divertido. Eso venderá.


Los índices de audiencia. Paula se tragó su orgullo y escuchó pacientemente cómo Pedro planificaba los cambios que deseaba introducir para el siguiente rodaje. Si ella pudiese haber separado su cerebro de su corazón, habría reconocido que aquellos cambios no eran nada drásticos ni particularmente difíciles. Pero allí sentada en la oscuridad junto a Pedro, escuchando su melosa voz haciendo trizas su actuación, no podía mostrarse indiferente. Su opinión le importaba mucho.


—¿Paula?


—Perdón… ¿Qué?


—¿Hay alguna cosa que desees preguntarme? ¿Algo que no hayas entendido?


—No. Está bien.


Él se desplazó en la oscuridad. Luego se detuvo.


—Te he molestado.


Aquel tono afectado de su voz fue la gota que colmó el vaso.


—¿Por qué dices eso? Sólo porque lo hice lo mejor que pude, sin tener experiencia y casi sin adiestramiento —dijo ella poniéndose en pie—. Era tu plan, Pedro, no el mío. Si no soy lo que esperabas, sólo tienes que hablar de ello con tus colegas de la cadena y despedirme. Me sentiría muy feliz volviendo a mis diseños y me tomaría esto como una mala experiencia más en mi vida —concluyó, dirigiéndose con paso no muy seguro hacia la puerta.


—Paula, espera…


La mano de Pedro se cerró sobre la suya cuando ella tiraba ya del pomo de la puerta.


—Lo siento. Olvidé que no estás al tanto de las nuevas técnicas de análisis laboral.


Paula bajó los ojos, avergonzada por aquel arranque que denotaba una falta de profesionalidad, pero no estaba dispuesta a que él siguiera creyendo que no era lo bastante buena para él.


—Debería haber sido más prudente —dijo cordialmente, acariciando con el pulgar el reverso de su muñeca—. Has sido siempre tan dura… Mostrándote tan digna después de caerte de la bici. Haciendo frente a los muchachos como uno más.




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