sábado, 7 de diciembre de 2019

SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 39




Sorprendida, ella dejó que apretase su mano.


Pero el apretón se convirtió pronto en algo más. 


De repente estaba entre sus brazos. De repente, Pedro la estaba acariciando... y ella no podía resistirse.


Un segundo después, él bajaba la cremallera del vestido sin decir nada. Y lo dejaba caer al suelo, a sus pies. Paula se sentía como si no fuera ella como si estuviera viendo lo que ocurría en una película.


-Te deseo -admitió Pedro con voz ronca-. Pero lo sabes, ¿verdad?


Paula no dijo nada. Parecía haber perdido la capacidad de hablar. Sólo podía mirarlo como hipnotizada por el brillo de sus ojos. Deseaba que la besara, deseaba tantas cosas que seguramente moriría deseándolas, e incapaz de esperar más, se puso de puntillas para buscar sus labios. Y cuando él la besó, el gesto fue tan tierno que, de alguna forma, sintió que tocaba su alma.


Casi inmediatamente, Pedro tomó el control, apretándola contra su pecho mientras continuaba el asalto a sus sentidos.


Por un momento, Paulaa sintió que la habitación daba vueltas y se agarró a los hombros de Pedro mientras la levantaba para llevarla a la cama y la depositaba sobre el edredón con delicadez. Pedro lo dominaba todo; no había sitio en su mente para nada que no fuera él o el deseo que sentía por él. El deseo de estar piel con piel. Paula empezó a desabrochar su camisa, suspirando cuando por fin Pudo apartarla para tocarlo.


Tenía un cuerpo fantástico, musculoso, como era lógico en un hombre que practicaba todo tipo de deportes en su tiempo libre. Podía sentir la dureza de su erección bajo los pantalones y suspiró, aliviada, cuando Pedro se los quitó con gesto impaciente. Los fuertes muslos cubiertos de vello rozando su piel la excitaron poderosamente, provocando que un río de lava líquida apareciera entre sus piernas. Sentía como si el tiempo hubiera quedado suspendido, como si no existiera nada más que ese momento. Ese momento y Pedro.


Sólo cuando él apartó el sujetador para acariciar sus pechos abrió los ojos, el fuego que había en los de Pedro la hizo temblar.


Y cuando empezó a lamerlos tuvo que dejar escapar un grito de placer.


-Dime que lo deseas tanto como yo. Quiero saber que es en mí en quien estás pensando, no en tu marido. No tienes que seguir con un hombre que te hace daño, Paula. No hay ningún lazo indestructible entre vosotros.


Ahora era el momento de decirle que no estaba casada, que era libre, pensó Paula. Lo deseaba con desesperación, con un ansia que no había experimentado antes; desde luego nunca con Leo...


Pero si le decía eso, ¿qué pasaría? Lo único que Pedro buscaba era una breve aventura y cuando hubiese terminado... ¿querría que dejara su puesto de trabajo o acabaría como Katrina, incapaz de disimular sus sentimientos por el jefe?


¿Acabaría siendo un objeto de compasión para los compañeros?


Ella tenía demasiado orgullo para eso Además, había mucho en juego. ¿Qué pasaría con Maia si se embarcaba en una aventura con Pedro


¿Podría Leo aprovecharse de eso si decidía pedir la custodia de la niña?


-Hay un lazo entre nosotros que no se romperá nunca.


Leo y ella, le gustase o no, estaban unidos por Maia, la hija de la que Pedro no sabía nada.


Él se incorporó entonces y Paula tembló al ver la frialdad que había en sus ojos.


- En ese caso, ¿por qué me invitas a meterme en tu cama?


-¿Yo?


-Si estabas esperando conseguir un amante rico, te has equivocado. Puede que Chris quiera compartirte con otros hombres, pero yo no pienso hacerlo. 


Pedro se levantó y empezó a ponerse los pantalones con movimientos bruscos.


-Yo no te he invitado... has sido tú quien ha venido a mi habitación. ¿Siempre echas la culpa a los demás, como haría un niño? -le espetó Paula.


-No ha sido contra tu voluntad, que yo sepa. Has dejado bien claro tu entusiasmo -sonrió él, volviendo a colocarle el sujetador para cubrir sus pechos-. Pero yo al menos tengo cierta decencia y me temo que debo rechazar lo que tú claramente me ofreces.


-¿Lo qué yo te ofrezco?


-Gracias, pero no gracias -dijo Pedro, dirigiéndose a la puerta.


Paula salió tras él y la cerro de un portazo, apoyándose en ella como para hacer una barricada contra todos los demonios del infierno.





viernes, 6 de diciembre de 2019

SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 38





-Paula, ¿estás ahí?


Suspirando, Paula se levantó para abrir la puerta.


- ¿Qué quieres?


-Estás vestida.


-;Oué esperabas? No suelo abrir la puerta desnuda.


-Ah, qué maravillosa imagen.


-¿Has estado bebiendo? -le espetó ella.


-He tomado un par de copas para ahogar las penas pero no estoy borracho. He visto luz por debajo de la puerta y he pensado que te habrías quedado dormida con la luz encendida...


-Pues no estoy dormida.


-Es muy tarde... ¿qué haces?


-Trabajar. Acabo de pasar al ordenador las notas sobre el caso.


-No te he pedido que lo hicieras ahora mismo.


-Así tendré la mañana libre para buscarme un amante rico. No es fácil ser una buscona, ¿sabes?


-Ah, es por eso -suspiró Pedro, entrando en la habitación.


-Pasa, pasa, estás en tu casa -dijo Paula irónica.


-No vas a ponérmelo fácil, ¿verdad?


-¿Por qué iba a ponértelo fácil?


-Estoy intentando pedirte disculpas.


-¿Y por qué no pides disculpas claramente?


-Muy bien de acuerdo. Me he portado de una forma imperdonable. He sido grosero e insultante y no tenía ningún derecho. Pero verte con Seb hizo que me pusiera celoso...


-No tienes derecho a estar celoso. Eres mi jefe, no mi marido -replicó ella con frialdad-. Además, no estaba tonteando con Seb, pero aunque lo hubiera hecho, ¿quién eres tú para cuestionar mi comportamiento?


-Lo sé. Tienes razón. Sólo tu marido tiene derecho a ponerse celoso -murmuró Pedro, mirando el ordenador-. No puedo creer que hayas estado trabajando.


-Era eso o romper algo... preferiblemente tu cabeza -admitió Paula.


-Ah, esa es mi chica. Siempre tienes que decir la última palabra, ¿no?


-No soy tu chica, Pedro.



-No, es verdad.


-Y será mejor que te marches.


-Te he hecho daño, pero no quería hacértelo.


-No pasa nada, soy fuerte.


-¿Eso es lo que dices cuando te pega tu marido?


-¿Qué estás diciendo?


-Eres tan pequeña, tan frágil... No estoy orgulloso por haberme portado como un grosero. Siento haberte hecho daño, de verdad.


-Muy bien, de acuerdo -murmuró Paula. Parecía curiosamente vulnerable privado de su arrogancia. Por eso no le costó perdonarlo. Y quizá porque, como tantas mujeres, era muy generosa con sus sentimientos.


-Hacerte daño es lo último que quería, Paula. Perdoname, por favor.






SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 37




París por la noche era un laberinto de luces. En cualquier otro momento, Paula se habría sentido fascinada por lo que veía por la ventanilla de la limusina que los llevaba de vuelta al hotel, pero no en aquel momento.


La tensión entre ellos podría cortarse con un cuchillo.


El silencio continuó mientras subían en el ascensor y mientras entraban cada uno en su habitación.


Una vez allí, Paula empezó a pasear de un lado a otro, furiosa. ¿Cómo se atrevía? ¿Cómo se atrevía a decirle esas cosas? ¿Quién creía que era aquel imbécil? ¿Cómo se atrevía a decir que había estado tonteando con Seb? O peor, que estaba buscando un amante rico...


Debería haberle contado la verdad desde el principio, pensó entonces. ¿Por qué le había mentido? ¿Por qué no le había dicho que estaba divorciada? Era absurdo haber mentido sobre su estado civil. Y Pedro tampoco estaba mostrándose muy sensato. ¿Qué les pasaba?


Paula sintió la tentación de ir a su habitación para contarle la verdad... pero si le decía ahora que estaba divorciada, ¿no reforzaría eso su opinión de que estaba buscando un amante rico? O peor. ¿no pensaría que estaba dispuesta a acostarse con él?


Lo odiaba, pero su cuerpo parecía pensar todo lo contrario. Ella no era de las que iban por ahí acostándose con desconocidos, pero eso era lo único que Pedro podría ofrecerle. Porque podía imaginar su horror si algún día quedaba con él y aparecía con Maia de la mano.


Era más de medianoche, pero estaba demasiado nerviosa como para dormir... y cuando se miró al espejo y vio el escote del vestido le habría gustado ponerse a gritar. ¿Por qué no había comprado algo más discreto?


Furiosa, encendió el ordenador. Tenía que transcribir un montón de notas, una tarea que Pedro había sugerido dejase para el día siguiente, pero ya que no podía dormir... cuanto antes terminasen con el caso de Seb, antes podrían volver a casa.


Además, estaba decidida a probarle a Pedro Alfonso que era la secretaria más eficiente que hubiera pasado nunca por su bufete Y le gustaría ver su cara cuando anunciase por la mañana que el trabajo estaba hecho.


El golpécito en la puerta la sobresaltó y cuando miro el reloj comprobó que llevaba mas de una hora trabajando. Debía de ser Pedro, pero no sabía si le apetecía hablar con él en aquel momento...




SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 36




Pedro tuvo la delicadeza de ponerse colorado.


- Lo siento, tienes razón. No soy quién para meterme en tu vida. Perdona.


-Estás perdonado -murmuró Paula, intentando calmarse.


-Lo siento, de verdad. No sé por qué he dicho eso.


-Mira, Pedro, lo que quiero es que volvamos a ser amigos...


-No podemos ser amigos. Y tu sabes por que. -contestó él, atrapándola contra la balaustrada.


Paula no pudo hacer nada. Ni siquiera pudo protestar. Porque le gustaba el calor de su cuerpo. Le gustaba su proximidad. Y sabía que iba a besarla.


Fascinada, vio cómo bajaba la cabeza para buscar su boca y, con un suspiro, cerró los ojos, dejándose llevar por aquella abrumadora emoción.


-Abre los ojos -le ordenó Pedro-. Quiero que sepas que soy yo quien está besándote.


La besaba de forma exigente, apasionada, como decidido a aplastar cualquier señal de resistencia. No debería haberse preocupado; Paula no iba a resistirse. La besaba, pero no la estaba tocando, sus manos apoyadas en la balaustrada hasta que sus nudillos se volvieron blancos, hasta que con un suspiro se dejó caer sobre ella y Paula sintio la poderosa fuerza de su ereccion. El efecto fue Como echar Petróleo en una hoguera.


-Esto es una locura, pero no puedo luchar más -murmuró Pedro-. Me vuelvo loco mirandote, deseándote, sabiendo que tu marido te espera en casa... -entonces la tomó por los hombros sin poder evitarlo.


-No es... -empezó a decir Paula-. Mi marido... no está en casa.


-¿Quieres decir que os habéis peleado? ¿Te ha dejado? ¿Y qué soy yo, un premio de consolación? No pienso aceptar ninguna responsabilidad por los problemas que haya en tu matrimonio, Paula.


-¿Problemas...?


-Si Chris te ha dejado, la verdad es que no le culpo. Tonteas con cualquier cosa que lleve pantalones... mira lo que ha pasado esta noche con Seb.


-¿Qué estás diciendo?


-Pero si lo que estás buscando es un hombre rico que te mantenga, no cuentes conmigo.


Paula estaba incandescente de furia. Pensar que se había sentido culpable por darle una bofetada... aquel barbaro merecía muchas más.


-Mi marido no me ha dejado. Bueno, se fue, pero... ¿qué te importa eso a ti? ¿Y cómo te atreves a decir que estoy buscando un hombre rico? ¿Qué he hecho yo para que pienses eso? Ademas, has sido tú el que me ha besado...


-¿Y tú qué eres, una victima inocente? -replico Pedro-. ¿Por qué no somos sinceros de una vez y admitimos que nos sentimos atraídos el uno por el otro? Aunque un polvo rápido con mi secretaria ha perdido el encanto de repente... eres demasiado complicada.


-¿Cómo dices?


-Ah, y una cosa más, aléjate de Seb. Ya tiene bastantes complicaciones y te necesita a ti como necesita un tiro en la cabeza.




jueves, 5 de diciembre de 2019

SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 35




Era una fiesta asombrosa, pensaba Paula, cegada por el brillo de los diamantes y los rubíes. Lo mejor de la sociedad parisina estaba allí, los hombres con esmoquin, las mujeres con diseños de alta costura. Era difícil no sentirse un poco abrumada, aunque afortunadamente Pedro no se separaba de su lado.


Y en cuanto a Sebastian, Paula hizo todo lo que pudo por animarlo, como su abuela les había pedido. Charlaron, rieron, tomaron champán y bailaron juntos en la pista.


Pedro observaba todo aquello intentando contener un absurdo ataque de celos. Seb era uno de sus mejores amigos, un hombre locamente enamorado de su esposa, y Paula estaba casada... aunque parecía haberlo olvidado.


Sin embargo, lo único que deseaba era sacarla de allí, tenerla para él solo…


-Seb, ¿Te importa que te robe a mi secretaria un momento?


-No, claro que no.


-¿Bailamos, Paula?


-Pues... la verdad es que me apetece una copa.- sonrio ella.


Cualquier cosa con tal de no estar entre los brazos de Pedro Alfonso, con tal de que
no se diera cuenta de cómo le latía el corazón, de cómo deseaba apoyar la cara en su pecho...


-¿Otra?


-Sí, he descubierto que me gusta mucho el champán -admitió Paula con una risita. Nunca había tomado champán y era toda una revelación.


Pero no podía entender por qué Pedro parecía tan serio.


-¿Agua? -murmuró, cuando Pedro la llevó a la terraza y le ofreció un vaso de agua mineral-. Pensé que teníamos que animar a Seb.


-¿Animarlo? Sí, lo estás haciendo muy bien.


-¿Qué quieres decir?


-Que pareces muy empeñada en pasarlo bien. Aunque no sé si madame Roussel quería que sedujeras a su nieto delante de todo el mundo.


-¿Cómo dices?


-Has bebido demasiado, Paula.


-No he bebido demasiado -replicó ella, furiosa.- ¿Y cómo te atreves a decir que estoy seduciendo a Seb? Estaba siendo amable con él, nada mas.


-Pues a mí me ha parecido mucho más que eso. Todo el mundo está hablando de ti...


-¿Qué? No puedes...


-Si estás decidida a cometer adulterio, hazlo conmigo -la interrumpió Pedro-. Seb ya tiene suficientes problemas. Lo último que Elisa necesita ahora mismo es oír rumores sobre la pelirroja que intentaba ligar con su marido en la fiesta de su abuela.


Tras el sarcasmo había una furia que no podía disimular. Pero también ella estaba furiosa. Sin pensar, Paula levantó la mano y le propinó una sonora bofetada que retumbó por toda la terraza. 


-No pienso cometer adulterio con nadie y mucho menos contigo.


Parecía tranquila, pero por dentro estaba temblando. Odiaba la violencia física, pero no había estado más exasperada en toda su vida.


-¿Ah, sí? Entonces, ¿por qué no dejas de provocarme?


-¿Yo?


-Cada vez que me doy la vuelta encuentro esos ojos grises clavados en mí, mirándome, provocándome.


-Tú estás loco... ¿a quién estoy provocando a tu amigo Seb, a ti... a todos los hombres con los que me cruzo? ¿Se puede saber qué te pasa?


—A mí no me pasa nada.


-Eres tú el que no para de mirarme... aunque intentas disimular, claro. ¿Crees que no me he dado cuenta?


-¿Piensas contarle a Chris que tu jefe quiere llevarte a la cama?


-¡Lo que yo cuente o no cuente es cosa mía!. ¿Cómo te atreves a meterte en mi vida? ¿Quién eres tú?



SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 34




PARÍS era todo lo que Paula había imaginado: elegante, emocionante... romántico, pensó, con un gemido de desesperación. París era una ciudad para los amantes. Por todas partes había parejas de la mano, besándose a la sombra de la torre Eiffel...


Siempre se alegraba cuando volvían al hotel, donde sus reuniones con Sebastian Vaughn se convertían en un respiro de tanto romanticismo. 


Además, estando en París la tensión que había entre Pedro y ella aumentaba por segundos.


Y se alegraba infinito de tener el traje beige. El hotel era un oasis de grandeur que exudaba clase y riqueza por todas partes y habría estado fuera de lugar con su traje gris.


Esa noche, mientras se ponía el vestido de noche para la fiesta de la abuela de Sebastian, su confianza subió varios enteros. El vestido era sencillo, pero el exquisito corte de la tela y cómo se ajustaba a su cuerpo explicaba el exorbitante precio. A pesar de su sirnplicidad, era un vestido muy sexy... algo en lo que no se había fijado cuando se lo probó en la tienda. Paula estuvo a punto de gritar al ver el escote, que dejaba al descubierto el nacimiento de sus senos, palidos en contrate con la seda negra.


Al oír un golpecito en la puerta, Pedro, que estaba disfrutando de una hermosa panorámica de París, respiró profundamente. 


-Pasa.


-Estoy lista... y puntual. Habíamos quedado a las siete.


-Yo también -Pedro no pudo disimular el fuego que había en sus ojos, pero enseguida bajó la cabeza y cuando volvió a mirarla el fuego había desaparecido-. Estás preciosa. Me encanta el vestido.


-Gracias -murmuró Paula, desinflada. ¿Que había esperado? Quería que la encontrase irresistible, le dijo una insidiosa vocecita. Pero no parecía ser el caso.


Aunque se estaba portando muy bien con ella, empeñado en enseñarle sus sitios favoritos en París... Estaba siendo un compañero alegre y divertido, amistoso aunque un poco distante. 


Pero Paula era consciente de la tensión que había entre ellos.


En varias ocasiones lo había pillado mirándola con una expresión indescifrable, pero él apartaba la mirada enseguida, como avergonzado. Ella no era ni una obtusa ni una virgen sin experiencia y reconocía el brillo de deseo en sus ojos... un deseo que compartía.


Estaba casi decidida a contarle la verdad sobre Leo, pero algo la detenía. ¿Revelar que estaba divorciada allanaría el camino para qué? ¿Para tener una aventura con el jefe? Qué original. 


Quizá ni siquiera una aventura, quizá sólo un revolcón si se dejaban llevar por la atmósfera de la ciudad más romántica del mundo.


-¿Nos vamos? -sonrió Pedro, ofreciéndole su brazo. Al tomarlo, Paula sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con el fresco de la noche.


Con el esmoquin y la inmaculada camisa blanca, Pedro estaba increíblemente atractivo... un hecho que no pasó desapercibido a ninguna de las invitadas a la fiesta en el magnífico apartamento de los Campos Elíseos. Pedro Alfonso hacía que cualquier mujer volviera la cabeza. Aunque Paula esperaba disimular un poco mejor que algunas.


-Pedro, cuánto me alegro de verte -la abuela de Sebastian sonrió mientras le ofrecía la mejilla-. Es mi ochenta cumpleaños, una gran ocasión, ¿verdad?


-Está magnifica, madame. Parece una jovencita.


-Eres un adulador -sonrió la anciana, con unos ojos tan claros y alegres como los de una chica de veinte años-. ¿Vas a ayudar a mi nieto, Pedro? ¿Crees que podrás salvarlo de las consecuencias de una locura momentánea?


-Haré todo lo que pueda.


-Sebastian es un buen hombre en todos los sentidos. Su único delito es que adora a su mujer y quería protegerla de la intrusión de los paparazzi. Fue un gesto desesperado y ahora se enfrenta con la posibilidad de que arruinen su carrera y su buen nombre -suspiró Clotilde Roussel-. Sé que harás todo lo que esté en tu mano por ayudarlo, Pedro.


-Por supuesto.


-Elisa no está con nosotros esta noche -siguió la señora Roussel-. No ha querido viajar porque está a punto de dar a luz y sé que Sebastian está impaciente por volver con ella, pero está tan preocupado por el caso... Por favor, intentad que olvide sus problemas por una noche.


-Lo haremos, no se preocupe.