viernes, 8 de noviembre de 2019

PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 9





Con todo ese lío, Paula casi se había olvidado. Sintió que se le secaba la boca y no fue capaz de contestar a sus amigas. Respiró hondo y notó que se le ponía la carne de gallina. ¿Podría hacerlo? Lo único que la salvaba era que con ese aspecto, nadie la reconocería. ¿Quizá podría aparecer con otro nombre?


—Vale, ya estás. Ya puedes mirarte —la voz de Lila interrumpió sus pensamientos.


Se puso en pie y se dirigió a su dormitorio para mirarse en el espejo de cuerpo entero que tenía detrás de la puerta. Silvia, Lila, Yanina, y la perra Lucy, la siguieron. Los zapatos de tacón hacían que se tambaleara a cada paso.


—No te preocupes. Te acostumbrarás —le prometió Yanina. Paula lo dudaba, pero no dijo nada.


Cuando se puso delante del espejo, no pudo creer lo que veían sus ojos y no fue capaz de pronunciar palabra. No podía creer que la imagen que veía reflejada era la suya. La habían transformado por completo. La habían peinado como a una actriz de cine francés, y el maquillaje hacía que resaltara el azul de sus ojos y el rojo de sus labios. Había aceptado ponerse las lentillas para el evento, y Yanina le había llevado un líquido que hacía que le resultaran más cómodas. Casi no las había notado en toda la noche.


El vestido era de raso azul y resaltaba la figura de Paula. No tenía tirantes y se acomodaba en su generoso busto.


—¿No creéis que tiene demasiado escote? —preguntó a sus amigas.


—Para nada —contestaron al unísono.


—¿No es demasiado ceñido por detrás? —preguntó.


—Así es como tiene que quedar —le aseguró Silvia.


—Además, no tienes nada que esconder, Paula—añadió Lila.


—Y no podría esconder nada, con este modelito —murmuró Paula.


—Estás guapísima, Paula, de verdad —dijo Yanina—. Sé que vas un poco más sexy de lo normal, pero todas van a ir vestidas así. No te encontrarás fuera de lugar.


—Y recuerda, todo es por una buena causa —le dijo Silvia—. Ah, casi se me olvida. Tienes que llevar algunas joyas. ¿Qué te parecen estos pendientes?


Silvia le dio unos pendientes largos de perlas. Paula se los puso y se miró en el espejo.


Tenía que admitir que estaba muy bien. Mejor que bien. Estaba preciosa… No pensaba vestir así el resto de su vida, pero para divertirse una vez…


—Es como Cenicienta —dijo Silvia. Después, al ver la expresión de Paula añadió—: No te ofendas, Paula. No lo decía en el mal sentido.


—Lo sé —dijo Paula con una sonrisa—. Es como Cenicienta… si su hada madrina comprara en Victoria's Secret.


—Perfecto. Ahora solo nos queda conseguir al príncipe.


De pronto, Paula pensó en Pedro Alfonso. Después se enfadó consigo misma. Pero pensó que le gustaría que la viera vestida así. 


Entonces, se aterrorizó al darse cuenta de que quizá él acudiera al evento. Tenía que enterarse de si iba a asistir. Silvia era la organizadora del evento y seguro que tenía acceso a la lista de invitados.


Decidió no preguntárselo en ese momento. Sus amigas se pondrían curiosas y le harían miles de preguntas.


—Bueno, ¿ya hemos terminado? ¿Puedo ponerme el chándal otra vez? —preguntó Paula.


—Ojalá, Rosa pudiera verte. ¿Puedo llamarla? —dijo Lila.


Con el paso del tiempo, todas se habían hecho amigas de Rosa Carson. Ella era como una madre y todas la querían. Rosa era la única persona a quien Paula permitiría que la viera así.


—Oh, sí. Vamos a llamarla —Paula se volvió y descolgó el teléfono.


—Espera, creo que no estará —dijo Yanina—. Los lunes trabaja en el albergue.


—Es cierto. Me había olvidado —contestó Paula y colgó el teléfono. Rosa era una mujer muy activa y trabajaba dos noches a la semana en la cocina de un albergue para indigentes. Casi nunca llegaba a casa antes de las diez, y solo eran las nueve.


—Va a ir a la subasta —dijo Silvia—. Es más, creo que voy a encargarle que te acompañe para que no salgas huyendo en el último momento.


—¿Quién yo? ¿Salir huyendo? —preguntó Paula—. No seas tonta.


Intentó desabrocharse el vestido y Silvia la ayudó.


—Sin comentarios —dijo—. Lo único que tienes que hacer es ponerte el vestido y los pendientes. Yo te peinaré y te maquillaré en los camerinos.


Al poco rato, sus amigas recogieron todo y se marcharon. Lila se marchó por el pasillo, Silvia subió a la cuarta planta, donde estaba su casa, y Yanina se dirigió a la casa nueva que compartía con Erik y que solo estaba a unas manzanas de allí. Paula salió para dar un rápido paseo con Lucia y después se preparó para irse a la cama. 


Necesitó casi un bote de crema y una caja de pañuelos de papel para quitarse todo el maquillaje.


Cuando se metió en la cama y se disponía a apagar la luz, vio el vestido azul colgado en la puerta del armario. Con los zapatos a juego justo debajo, el vestido parecía el fantasma de su nuevo ser. «Mi gemela malvada», bromeó.


¿Sería capaz de participar en la subasta? Se lo había prometido a Silvia y todas contaban con ella. No podía decepcionarlas.


Pero, ¿y si Pedro Alfonso estaba allí? Entre toda la multitud no le resultaría difícil evitarlo. Ni siquiera tendría que saludarlo. Pero aun así, preferiría morir antes de permitir que él la viera haciendo ese espectáculo. No le quedaba más remedio que ir, independientemente de si él estuviera entre el público o no.


Paula no sabía qué iba a hacer cuando llegara la hora de la verdad. Y solo le quedaban cuatro días para averiguarlo.

PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 8




Tomó el autobús y se bajó en la parada de Ingalls Park, cerca de Amber Court. Ella vivía en el número veinte de esa calle. En un edificio de principios de siglo. Antiguamente era una mansión, pero hacia los años setenta la convirtieron en cuatro plantas de apartamentos. 


A Paula le encantaban las casas antiguas y nada más ver aquel edificio se enamoró de él. 


Además, Rosa Carson, la dueña, que vivía en la primera planta, le había dado tan buen recibimiento que desde el primer día que se mudó allí se sintió como en casa.


Cuando llegó al portal, abrió el buzón y sacó una revista y varias cartas. Una era de su madre. Al verla, Paula se sintió confusa. La dirección del remite era de Malibu Beach, en California, donde su madre se había mudado después de divorciarse muchos años atrás. Paula se imaginaba que su madre le escribía para invitarla a pasar el día de Acción de Gracias con ella. El sobre era tan grueso que incluso podía contener un billete de avión. Pero Paula no quería ir a la costa oeste durante las vacaciones. Tendría que buscarse alguna excusa, por supuesto. No era el momento de pensar en ello, así que guardó la carta, junto a las demás, dentro de la revista.


Su apartamento estaba en la tercera planta, y aunque el edificio tenía ascensor, Paula solía subir por las escaleras.


Mientras abría la puerta de su casa, oyó que Lucy estaba husmeando y gimiendo desde el otro lado. Cada vez que Paula llegaba a casa, la perra le daba una buena bienvenida. Corrió hacia ella con una pelota de tenis en la boca y la dejó junto a sus pies.


—Hola, Lucy. ¡Hola, bonita! —Paula se agachó para acariciarla—. Gracias por traerme la pelota. Mira, hoy todo el mundo me hace regalos.


Lucy se acercó a ella un poco más y le lamió la mejilla. Paula se rio y le acarició las orejas.


—Eres un encanto. No sé qué haría sin ti —se puso en pie—. Ve por tu correa —le dijo—, vamos a dar un paseo.


La perra saltó y dio media vuelta. Al segundo volvió con una correa azul entre los dientes. 


Paula la acarició y le puso la correa. Después salió con ella para dirigirse al parque.


Hacía un tiempo tan bueno que Paula dio un largo paseo. Regresó a casa cansada pero llena de energía. Antes de que llegaran sus amigas, le dio tiempo a ducharse y cambiarse de ropa. 


Silvia, Lila y Yanina llegaron con la comida china y con un montón de ropa de noche.


—Aquí estamos —dijo Lila.


—Justo a tiempo —dijo Silvia.


Paula apretó los dientes y sonrió.


—¿Podrá la condenada comer su última comida en paz?


—Lo siento, tendrás que comer mientras te peinamos y te maquillamos —dijo Yanina, y miró el reloj—. Tengo que estar en casa a las nueve porque llega Erik.


—Estás recién casada —dijo Silvia—. No te preocupes, que no voy a preguntar por qué.


—No seas tonta. Necesita que lo ayude con el ordenador —contestó Yanina.


—Ya —dijo Silvia.


Paula vio que Yanina se sonrojaba, pero no hizo ningún comentario. Si ella hubiese estado casada con Erik, también querría irse pronto a casa. Yanina lo había pasado muy mal en la vida, y era estupendo que hubiera encontrado la felicidad. Se había quedado huérfana a los dieciocho años y había tenido que cuidar de sus hermanos gemelos, que eran cuatro años más jóvenes. Yanina había trabajado mucho para poder pagarles la universidad. Los echaba de menos, pero también apreciaba poder estar a solas con su marido.


—¿Estás lista? —preguntó Lila, mostrando una brocha de maquillaje.


—Eso —dijo Silvia—, ¿estás lista? —le preguntó a Paula.


—Más que nunca. Empecemos el juego… —dijo Paula.


Paula se puso en manos de sus amigas. Mientras la maquillaban y la vestían de los pies a la cabeza, se acordó de los buenos momentos de los años que pasó en la universidad.


Durante el instituto, había sacado muy buenas notas y se había convertido en un ratón de biblioteca. Tenía pocos amigos y todos eran de su mismo estilo.


Su padre, un abogado importante, casi nunca estaba en casa y cuando estaba, apenas tenía tiempo para ella. Siempre los entregaba su cariño y aprobación en pequeñas dosis.


Su madre, una antigua actriz, siempre intentaba mejorar el aspecto de Paula.


—Tienes mucho atractivo, cariño —le decía—. Solo tienes que mostrarlo más —Paula no encontraba el atractivo por ningún sitio y pensaba que su madre lo decía para que se sintiera bien. Creía que por mucho que cambiara su corte de pelo o se comprara ropa nueva, no conseguiría ser atractiva. Aun así, Paula trataba de complacer a su madre y seguía sus consejos, pero se sentía estúpida. Con el tiempo, abandonó y recuperó su estilo propio; su madre le dijo que había hecho muchos esfuerzos para nada y que todo había sido una pérdida de dinero. Un día, incluso dijo que su hija era una causa perdida. Paula se encerró más en sí misma y ocultó sus lágrimas detrás de una de sus novelas favoritas.


Cuando se marchó a la universidad, Paula hizo amigos que compartían sus mismos intereses y que la hacían sentirse bien porque la apreciaban. Por primera vez en la vida, empezó a pensar que realmente tenía un atractivo y que debía sacarlo a la luz.


Pasó unos años estupendos en la universidad, y consiguió que aumentara su autoestima. Incluso sus padres notaban la diferencia cuando ella regresaba a casa para las vacaciones.


—Una flor tardía —le dijo su madre. 


Por supuesto, cuando se enamoró de Fernando obtuvo un brillo especial. No había ninguna crema o maquillaje que mejorara el rostro de una mujer tanto como el efecto del amor.


Pero todo terminó cuando se graduó. Fue entonces cuando Fernando regresó a Nueva York, dejándole una fría nota, a pesar de que muchas veces le había prometido llevarla con él y presentarle a sus amigos. ¿Por qué la había tratado tan mal? Paula sabía que nunca llegaría a comprenderlo. También sabía que tras perder a Fernando, perdió su brillo especial. Regresó a Chicago triste y deprimida, y empezó a vestirse sin gracia otra vez, como para evitar llamar la atención de los hombres.


Una hora más tarde, aunque a Paula le parecía que había pasado un año, sus amigas la dieron por terminada. No habían permitido que Paula se mirara en el espejo durante todo el proceso. Ella se imaginaba algunas cosas de su aspecto por los comentarios que nacían sus amigas.


—Me encanta el pelo así —dijo Lila.


—Debería peinarse así todos los días —insistió Yanina.


—Ha sido una buena idea —contestó Silvia, felicitando a Yanina por el peinado—. Yo no había pensado en recogérselo, por los rizos. Pero le queda muy bien.


—Pero tú las has maquillado. Tienes unos ojos azules preciosos. Nunca me había fijado —dijo Yanina—. Debía de ser por las cejas.


—Eso dolía muchísimo —intervino Paula.


—Vamos, Paula. Solo te he quitado dos o tres pelitos —dijo Lila—. Lo de los ojos ha sido fácil. Me gustan mucho los labios. Le pones un poco de lápiz de labios a esta mujer y parece la actriz de «Titanic». ¿Cómo se llamaba?


—¿Kate Winslet? —dijo Silvia—. Creo que se parece más a Julia Roberts. Kate Winslet tiene la cara redondeada. Paula tiene mucho pómulo. Y no digamos ese cuerpo…


Paula ya había oído bastante. A pesar de que eran sus dos mejores amigas las que no paraban de decirle piropos, se estaba sonrojando.


—Gracias por los cumplidos, pero no me parezco a Julia Roberts… ni a Kate… como se llame.


—Eres guapísima, Paula. Vete acostumbrando —dijo Yanina.


—Estás estupenda, amiga. Creo que será mejor que te demos una sombrilla o algo así para que puedas alejar a los hombres —añadió Silvia—. El viernes por la noche, van a ofrecer un precio muy alto por ti. Apuesto a que serás tú la que bata el récord.


El viernes por la noche. Un alto precio. La subasta…




PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 7



Paula guardó la tarjeta en la caja y cerró la tapa. 


Estaba asombrada. Al parecer, Pedro había elegido el jersey. ¿Por qué se habría tomado la molestia?


—¿Quién es Pedro? —preguntó Silvia, y Paula se dio cuenta de que su amiga había leído la tarjeta por encima de su hombro.


—Es una larga historia, Silvia —contestó Paula.


—A juzgar por el color de tus mejillas, debe ser una buena —se rio Silvia—. Será mejor que nos la cuentes esta noche, cariño —le advirtió—, o no llevo comida.


—Supongo que tendré que hacerlo —contestó Paula con una sonrisa—, pero no hay mucho que contar, en serio. Es solo un cliente, y le estoy haciendo unos diseños especiales.


—Ya, conoces a un cliente esta mañana y te trae un regalo de Chasan's. Pero no hay nada que contar —Silvia sonrió, y dijo—: Paula, tenemos que hablar.


—¿No tienes bastante con la tortura de esta noche? Encima no irás a darme una lección sobre los hombres —le advirtió con tono amable.


—¿Yo? ¿Aconsejarte sobre los hombres? No seas tonta. Ese trabajo se lo dejo a Yanina y a Lila. Después de todo, Yanina está casada y Lila comprometida. Las dos debían de saber mucho sobre esa especie —Silvia se despidió con la mano y desapareció del despacho.


Una vez a solas con su paquete sorpresa, Paula miró la caja que tenía en el regazo. La abrió y volvió a sacar el jersey. Se fijó en la escritura de Pedro; era bonita. Limpia y clara. Franca, igual que su persona.


Oh, cielos. Estaba cayendo en el romanticismo.


 Aunque había intentado no pensar en Pedro, seguía sintiendo cierta atracción por él.


Pero no podía permitir que eso sucediera.


No podía permitirlo.


Paula se puso en pie y guardó la caja en el armario del despacho.


Le devolvería el regalo con una nota educada, pero clara. Terminaría la muestra del alfiler de corbata, como le había prometido, pero le pediría a Franco que le asignara otro diseñador para el proyecto. No volvería a ver a Pedro Alfonso. No a solas.


No era tan ingenua con respecto a los hombres como su amiga Silvia creía. Sabía de qué iba todo aquello; la subida de la montaña rusa era muy emocionante, pero era la bajada y el choque final lo que la aterraba. La temía con todo su corazón. O con lo que le quedaba de él.


Paula solo había sentido lo mismo por un hombre, y tan rápido, una sola vez. Años atrás, cuando iba a la universidad. Fernando era muy diferente de Pedro, pero en muchos aspectos se parecían bastante. Fernando era un profesor que estaba de visita en su universidad durante un año, y los estudiantes estaban encantados de tener la oportunidad de asistir a sus clases. Fernando eligió a los estudiantes que consideraba que podían tener más futuro, y Paula se sentía afortunada por haber conseguido una plaza en su clase de escultura durante el último año de carrera. Esperaba aprender mucho acerca del arte… no del amor. 


Pero desde el primer momento en que habló con él, se sintió como si la hubiera alcanzado un rayo. Guardó sus sentimientos en secreto durante semanas, y nunca imaginó que podría ser correspondida. Pero ocurrió un milagro, y enseguida se vio envuelta en una aventura con él. La mantuvieron en secreto para que Fernando no tuviera problemas con las autoridades académicas. Que los profesores sedujeran a las alumnas iba en contra de la política universitaria.


Él era mayor que ella, más maduro y tenía más experiencia. Un hombre con clase, que podía conseguir a cualquier mujer que quisiera. Se había enamorado de él y el deseo era demasiado fuerte como para resistirlo. Pero el romance, el primero que tenía Paula, terminó mal. Muy mal. Paula estaba tan destrozada que se quedó en la cama durante semanas. Se sentía vacía, perdida, despreciada y humillada por el rechazo de Fernando. Solo podía llorar.


Aunque sabía que no todos los hombres eran tan egoístas e insensibles como Fernando Stark, no podía arriesgarse. Creía que no era capaz de diferenciar a los hombres buenos de los farsantes, igual que hacían otras mujeres. No se fiaba de sí misma, y prefería no correr riesgos.


Después de lo de Fernando, tardó muchos años en recuperar la confianza en sí misma, y Paula sabía que en muchos aspectos nunca la recuperaría. En esos momentos estaba contenta y sentía que tenía el control de su vida y de sus sentimientos. Quizá su vida no fuera perfecta. 


Quizá a veces se sentía sola y deseaba tener a alguien con quien compartir sus altibajos. 


Alguien a quien amar, y alguien que la amara.


Pero el riesgo que tenía que correr era demasiado. El precio demasiado alto. Cuando se sentía triste se centraba en el trabajo. Podía contar con el apoyo de sus amigas, Silvia, Yanina, Lila y Rosa Carson, su casera. O incluso con el de su perra, Lucy, que siempre conseguía que sonriera.


Al pensar en Lucy, Paula miró el reloj. Eran las cinco pasadas, y Lucy la estaba esperando para dar su paseo. Recogió sus cosas y se marchó a casa. La tarde se había quedado estupenda. Era noviembre y no había ni una nube en el cielo.




jueves, 7 de noviembre de 2019

PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 6




Nerviosa, Paula entró en su despacho y sacó una bata limpia del armario. Después agrupó los bocetos que tenía desperdigados por la mesa de dibujo. Eran las once menos cinco y no tenía tiempo de revisarlos. «Al menos no llego tarde a la reunión», pensó y se dirigió a la sala de reuniones que estaba al final del pasillo.


A pesar de la desconcertante entrevista que había mantenido con Pedro Alfonso, Paula se las arregló para recobrar la compostura y hacer su presentación. Cuando se sentó, no recordaba nada de lo que había dicho. Sus amigas, Silvia y Lila, que trabajaban en el departamento de Marketing, estaban presentes y continuamente sonrían a Paula para darle ánimos. Ella estaba segura de que después pasarían por su despacho para hacer un análisis de su intervención.


A juzgar por la reacción del resto de sus compañeros, sobre todo por la expresión de satisfacción que tenía su supervisor, Paula pensaba que lo había hecho bien. Hasta el gerente de ventas más cascarrabias parecía encantado con la nueva colección. Paula escuchó los comentarios y anotó las sugerencias que le hicieron, todo ello rebosante de orgullo.


Animada por el éxito, regresó a su despacho y comió allí mientras trabajaba. Ya no le parecía tan grave lo que le había pasado delante de Pedro Alfonso. Podía haberse reído de sí misma de no ser porque se había estropeado el jersey.


Paula había terminado de comer cuando la llamó Lila. Le dijo que creía que había hecho un buen trabajo en la presentación y que le encantaba la nueva colección.


—Nico estaba muy impresionado —añadió ella. Se refería a su jefe, que era el vicepresidente del departamento de Mercado Internacional y además el prometido de Lila—. Espero que la empresa empiece a fabricarlos pronto. Me encantaría tener un juego de alianzas a tiempo para nuestra boda.


Lila y Nico todavía no habían fijado la fecha para la boda, pero Paula sabía que estaban tan enamorados que tendrían un noviazgo muy corto.


—No te preocupes, Lila. Siempre puedo hacer un par para vosotros —le prometió Paula—, aunque la empresa decida no sacar la colección.


Cuando terminó de hablar con Lila, Paula se percató de que no había recibido la llamada de la secretaria de Pedro. Se sorprendió. El parecía tan interesado en concertar una segunda cita… 


Su tarjeta estaba sobre la mesa de dibujo, sujeta con un clip. La miró, pero ni se le pasó por la cabeza la idea de llamarlo. Quizá era el tipo de hombre que se emociona en el momento, pero que diez minutos después está pensando en otra cosa.


Oh, bueno. Mucho mejor. Quizá se había olvidado de todos los regalos de diseños y había decidido entregar unos paraguas con monograma. Quizá nunca volviera a saber nada de él.


La idea debía resultarle alentadora, pero por algún motivo no le gustaba. Un golpe en la puerta entreabierta interrumpió sus pensamientos.


Paula se volvió y vio que Silvia estaba en la puerta. Silvia solía visitarla al menos una vez al día, para hablar y ponerse al corriente de cómo iban las cosas. También se veían en casa, ya que Silvia era vecina de Paula.


Después de conocerse, se percataron de que tenían muchas cosas en común. Aunque las dos tendían a ser personas bastante solitarias, en los últimos meses se habían hecho muy amigas. 


Como Paula, Silvia salía poco con chicos y recordaba su pasado con sentimientos confusos. Pero Paula al menos había crecido con unos padres que la querían. Aunque ellos no se querían entre sí. Silvia no tenía familia y se había criado en casas de acogida. Cuando cumplió los dieciocho años se independizó y más tarde entró a trabajar en Colette, Inc., donde ocupaba el puesto de director adjunto del departamento de Marketing. Mientras que con una infancia así era fácil volverse una persona triste y amarga, Silvia era todo lo contrario. Era una mujer animada y cariñosa que enseguida hacía amigos.


—Los has dejado impresionados, esta mañana. Marianne ya ha convocado una reunión para tratar la campaña publicitaria —le dijo Silvia—. Un anuncio de página entera en una de las revistas de novias más importantes. Eso para empezar.


Paula solía recibir ese tipo de noticias con calma, pero se emocionó al oír que sus diseños habían tenido tanto éxito.


—¿De verdad? Ni siquiera he comenzado a hacer las muestras.


—Creo que será mejor que empieces. ¿En qué estás trabajando ahora?


Silvia se fijó en el alfiler de corbatas que Paula había diseñado para Pedro Alfonso. Paula había trabajado en ello casi toda la tarde y ya lo tenía casi terminado. Sentía la necesidad de contarle a Silvia cómo había sido la reunión con el millonario atractivo y aparentemente soltero, pero se contuvo. No quería hablar de él. Ni siquiera con Silvia. Sentía un nudo en la garganta solo de pensar en él. Se estaba comportando como una adolescente.


Retiró el alfiler de corbatas y miró a su amiga.


—No es nada. Solo una muestra que tenía que montar para un cliente. ¿Alguna novedad sobre la compra? —preguntó para cambiar de tema.


—Nada importante —Silvia se encogió de hombros y retiró un mechón de pelo de su cara—. Creo que Grey ha comprado algunas acciones más, pero aún le queda bastante para tener el cincuenta y uno por ciento —los ojos de Silvia oscurecían cuando hablaba del enemigo de la empresa y Paula sentía lo indignada que estaba su amiga—. La cosa es que una vez que obtenga el control de la empresa, piensa destruirla. Solo quiere ver que Colette se destruye. Nadie sabe por qué. Alguien tiene que detener a ese hombre.


—Sí, por supuesto —suspiró Paula—, ¿pero quién? Tiene que ser alguien que tenga muchísimo dinero… o alguien que pueda llegar al corazón de Grey y lo haga cambiar de opinión.


—Si es que ese hombre tiene corazón —dijo Silvia—. Odio ver cómo la gente se desmoraliza a mi alrededor. No podemos abandonar. Eso es lo que él quiere. Tenemos que agarrarnos las faldas y continuar bailando —la expresión de Silvia hizo que Paula se riera—. Eso me recuerda, Paula, que todavía no me has contestado si vas a participar o no en la subasta. Lo harás, ¿no? Primero perdí a Yanina, y después a Lila —dijo, refiriéndose a las dos amigas que se habían casado y comprometido respectivamente—. Este año, tenemos escasez de mujeres estupendas y te necesitamos —suplicó Silvia.


Desde hacía años, Colette, Inc., patrocinaba una subasta de solteras y destinaba los beneficios a un orfanato de la ciudad. Era el mismo orfanato en el que Silvia había vivido durante muchos años, así que ella siempre se implicaba mucho en la organización de la subasta. Ese año, el evento se iba a celebrar en el salón de baile del hotel más elegante de la ciudad, el Fairfield Plaza. La lista de invitados incluía a las personas más importantes del lugar. Paula siempre compraba una entrada para contribuir con la causa. Pero nunca asistía. No le gustaban ese tipo de eventos.


Sin embargo, ese año sus amigas insistían en que se inscribiera en el grupo a subastar. La idea aterrorizaba a Paula y al pensarlo le entraban ganas de salir corriendo al aeropuerto y tomar el primer avión a Brasil.


Por supuesto, no podía hacerlo.


Pero tampoco podía ponerse un traje de noche, subirse a un escenario y esperar a que los hombres apostaran dinero para pasar una noche con ella. Preferiría meterse en aceite hirviendo. Preferiría…


—Vas a hacerlo, ¿verdad? —preguntó Silvia—. Esta noche puedo ayudarte para ver qué te pones. Yanina y Lila han dicho que también se pasarían por tu casa. Yo llevaré la cena. ¿Qué te parece comida china?


—Bueno… hoy no es un buen día —dijo Paula. Intentó mirar a su amiga a los ojos pero no pudo.


—Paula… conozco esa mirada —dijo Silvia—. Tienes que hacerlo. No voy a aceptar que me digas que no. Tenemos que hacerlo entre todas. La subasta es nuestra oportunidad para demostrarle a Marcos Grey que seguimos haciendo las cosas como siempre. Que no nos vamos a rendir.


Aunque Paula estaba de acuerdo con lo que decía Silvia, no la convencía la idea de que si se subía a un escenario con traje de noche y zapatos de tacón, moviendo las piernas para que los hombres apostaran más dinero, conseguirían frustrar los planes del despiadado Marcos Grey.


—Paula, por favor. Sabes que esto es muy importante para mí. Este año tenemos que hacer una buena subasta. Tenemos que demostrarle a ese hombre de qué madera somos —insistió su amiga—. Sé que eres muy tímida y que esto es difícil para ti. En serio, lo sé. Pero también puede ser algo bueno para ti. Quiero decir, eres muy guapa… pero nadie, excepto yo y otras personas contadas, han tenido la oportunidad de comprobarlo. Quiero que todo el mundo de esta empresa sepa que eres preciosa. Estarían meses hablando de ello —añadió Silvia en tono de broma—. ¿Me ayudarás… por favor?


Paula quería negarse… pero no podía decepcionar a su amiga. Ese acto era muy importante para Silvia, y para la imagen de toda la empresa. Si el acto benéfico salía bien, y normalmente ocurría así, demostrarían a Marcos Grey que eran fuertes y que estaban unidos.


Había algo más en las palabras de Silvia que era verdad. Quizá había llegado el momento de que dejara de esconderse como un ratoncito. Quizá fuera bueno para ella subirse a un escenario. Si tuviera más seguridad en sí misma, quizá no se pusiera tan nerviosa cuando un hombre la invitara a comer, como le había sucedido con Pedro Alfonso.


—Vale, me has convencido. Lo haré —aceptó Paula.


—¡Estupendo! —Silvia se acercó y le dio un abrazo—. Sabía que no me decepcionarías. ¿Tienes algo en casa que te puedas poner?


—¿Qué tal ese vestido de seda gris que me puse para la fiesta de Navidad? —preguntó Paula.


Silvia frunció el ceño.


—No sé si lo recuerdo… Ah, sí. El de seda gris. ¿Era de manga larga y cuello vuelto?


Paula asintió. Silvia sonrió y negó con la cabeza.


—No te preocupes, yo te llevaré algunas cosas. Encontraremos algo perfecto —prometió Silvia.


Paula estaba preocupada. Sabía que Silvia y ella no coincidían en lo que consideraban perfecto. Pero no se dejó vencer por el miedo y puso una amplia sonrisa.


—La comida china me parece bien. Y no te olvides de traer una ración extra para Lucy —siempre se acordaba de su perra—. No te preocupes, Silvia. No voy a fallarte.


—Lo sé —dijo Silvia, y Paula sabía que lo decía de verdad. Aunque Paula no hacía amigos con facilidad, a los que tenía nunca los decepcionaba.


—No te preocupes, será divertido —prometió Silvia, y se puso en pie—. Oh, casi se me olvida… —Silvia miró el paquete que tenía en la mano. Era una caja mediana envuelta en papel marrón—. La recepcionista me pidió que te diera esto —explicó Silvia—. Lo trajeron hace un rato —miró la etiqueta mientras se lo daba a Paula—. Hmm, es de Chasan's —dijo, nombrando una de las tiendas de ropa más caras de la ciudad—. Creía que hacías las compras en el centro comercial, Paula. ¿Te has ido a gastar dinero por ahí, sin avisarme?


—Nunca he estado en Chasan's. Debe ser un error —Paula miró el paquete y vio que su nombre estaba escrito en la etiqueta.


Silvia se quedó hasta que Paula abrió el paquete y encontró una caja azul cerrada con un lazo dorado. Desató el lazo y abrió la caja. Bajo una hoja de papel dorado, encontró un jersey de color rosa pálido muy parecido al que llevaba puesto. Bueno, de mejor calidad… y mucho más caro que el suyo.


Paula sacó el jersey y Silvia se quedó boquiabierta.


—Cielos… es precioso. ¿Quién te lo envía? ¿Es tu cumpleaños o algo así?


—Mi cumpleaños es en junio. Ya lo sabes —contestó Paula sin mirar a su amiga. Respiró hondo antes de leer la tarjeta que encontró dentro de la caja. Ya sabía quién le enviaba el regalo, pero le costaba creerlo.




Paula,
¿Estás segura de que no me he chocado contigo esta mañana? Insistías en que no, pero me siento responsable de haber estropeado tu precioso jersey. Por favor, acepta este regalo en agradecimiento a la ayuda que me has prestado hoy… y espero que nos veamos pronto.
Pedro.