viernes, 8 de noviembre de 2019
PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 7
Paula guardó la tarjeta en la caja y cerró la tapa.
Estaba asombrada. Al parecer, Pedro había elegido el jersey. ¿Por qué se habría tomado la molestia?
—¿Quién es Pedro? —preguntó Silvia, y Paula se dio cuenta de que su amiga había leído la tarjeta por encima de su hombro.
—Es una larga historia, Silvia —contestó Paula.
—A juzgar por el color de tus mejillas, debe ser una buena —se rio Silvia—. Será mejor que nos la cuentes esta noche, cariño —le advirtió—, o no llevo comida.
—Supongo que tendré que hacerlo —contestó Paula con una sonrisa—, pero no hay mucho que contar, en serio. Es solo un cliente, y le estoy haciendo unos diseños especiales.
—Ya, conoces a un cliente esta mañana y te trae un regalo de Chasan's. Pero no hay nada que contar —Silvia sonrió, y dijo—: Paula, tenemos que hablar.
—¿No tienes bastante con la tortura de esta noche? Encima no irás a darme una lección sobre los hombres —le advirtió con tono amable.
—¿Yo? ¿Aconsejarte sobre los hombres? No seas tonta. Ese trabajo se lo dejo a Yanina y a Lila. Después de todo, Yanina está casada y Lila comprometida. Las dos debían de saber mucho sobre esa especie —Silvia se despidió con la mano y desapareció del despacho.
Una vez a solas con su paquete sorpresa, Paula miró la caja que tenía en el regazo. La abrió y volvió a sacar el jersey. Se fijó en la escritura de Pedro; era bonita. Limpia y clara. Franca, igual que su persona.
Oh, cielos. Estaba cayendo en el romanticismo.
Aunque había intentado no pensar en Pedro, seguía sintiendo cierta atracción por él.
Pero no podía permitir que eso sucediera.
No podía permitirlo.
Paula se puso en pie y guardó la caja en el armario del despacho.
Le devolvería el regalo con una nota educada, pero clara. Terminaría la muestra del alfiler de corbata, como le había prometido, pero le pediría a Franco que le asignara otro diseñador para el proyecto. No volvería a ver a Pedro Alfonso. No a solas.
No era tan ingenua con respecto a los hombres como su amiga Silvia creía. Sabía de qué iba todo aquello; la subida de la montaña rusa era muy emocionante, pero era la bajada y el choque final lo que la aterraba. La temía con todo su corazón. O con lo que le quedaba de él.
Paula solo había sentido lo mismo por un hombre, y tan rápido, una sola vez. Años atrás, cuando iba a la universidad. Fernando era muy diferente de Pedro, pero en muchos aspectos se parecían bastante. Fernando era un profesor que estaba de visita en su universidad durante un año, y los estudiantes estaban encantados de tener la oportunidad de asistir a sus clases. Fernando eligió a los estudiantes que consideraba que podían tener más futuro, y Paula se sentía afortunada por haber conseguido una plaza en su clase de escultura durante el último año de carrera. Esperaba aprender mucho acerca del arte… no del amor.
Pero desde el primer momento en que habló con él, se sintió como si la hubiera alcanzado un rayo. Guardó sus sentimientos en secreto durante semanas, y nunca imaginó que podría ser correspondida. Pero ocurrió un milagro, y enseguida se vio envuelta en una aventura con él. La mantuvieron en secreto para que Fernando no tuviera problemas con las autoridades académicas. Que los profesores sedujeran a las alumnas iba en contra de la política universitaria.
Él era mayor que ella, más maduro y tenía más experiencia. Un hombre con clase, que podía conseguir a cualquier mujer que quisiera. Se había enamorado de él y el deseo era demasiado fuerte como para resistirlo. Pero el romance, el primero que tenía Paula, terminó mal. Muy mal. Paula estaba tan destrozada que se quedó en la cama durante semanas. Se sentía vacía, perdida, despreciada y humillada por el rechazo de Fernando. Solo podía llorar.
Aunque sabía que no todos los hombres eran tan egoístas e insensibles como Fernando Stark, no podía arriesgarse. Creía que no era capaz de diferenciar a los hombres buenos de los farsantes, igual que hacían otras mujeres. No se fiaba de sí misma, y prefería no correr riesgos.
Después de lo de Fernando, tardó muchos años en recuperar la confianza en sí misma, y Paula sabía que en muchos aspectos nunca la recuperaría. En esos momentos estaba contenta y sentía que tenía el control de su vida y de sus sentimientos. Quizá su vida no fuera perfecta.
Quizá a veces se sentía sola y deseaba tener a alguien con quien compartir sus altibajos.
Alguien a quien amar, y alguien que la amara.
Pero el riesgo que tenía que correr era demasiado. El precio demasiado alto. Cuando se sentía triste se centraba en el trabajo. Podía contar con el apoyo de sus amigas, Silvia, Yanina, Lila y Rosa Carson, su casera. O incluso con el de su perra, Lucy, que siempre conseguía que sonriera.
Al pensar en Lucy, Paula miró el reloj. Eran las cinco pasadas, y Lucy la estaba esperando para dar su paseo. Recogió sus cosas y se marchó a casa. La tarde se había quedado estupenda. Era noviembre y no había ni una nube en el cielo.
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