Nerviosa, Paula entró en su despacho y sacó una bata limpia del armario. Después agrupó los bocetos que tenía desperdigados por la mesa de dibujo. Eran las once menos cinco y no tenía tiempo de revisarlos. «Al menos no llego tarde a la reunión», pensó y se dirigió a la sala de reuniones que estaba al final del pasillo.
A pesar de la desconcertante entrevista que había mantenido con Pedro Alfonso, Paula se las arregló para recobrar la compostura y hacer su presentación. Cuando se sentó, no recordaba nada de lo que había dicho. Sus amigas, Silvia y Lila, que trabajaban en el departamento de Marketing, estaban presentes y continuamente sonrían a Paula para darle ánimos. Ella estaba segura de que después pasarían por su despacho para hacer un análisis de su intervención.
A juzgar por la reacción del resto de sus compañeros, sobre todo por la expresión de satisfacción que tenía su supervisor, Paula pensaba que lo había hecho bien. Hasta el gerente de ventas más cascarrabias parecía encantado con la nueva colección. Paula escuchó los comentarios y anotó las sugerencias que le hicieron, todo ello rebosante de orgullo.
Animada por el éxito, regresó a su despacho y comió allí mientras trabajaba. Ya no le parecía tan grave lo que le había pasado delante de Pedro Alfonso. Podía haberse reído de sí misma de no ser porque se había estropeado el jersey.
Paula había terminado de comer cuando la llamó Lila. Le dijo que creía que había hecho un buen trabajo en la presentación y que le encantaba la nueva colección.
—Nico estaba muy impresionado —añadió ella. Se refería a su jefe, que era el vicepresidente del departamento de Mercado Internacional y además el prometido de Lila—. Espero que la empresa empiece a fabricarlos pronto. Me encantaría tener un juego de alianzas a tiempo para nuestra boda.
Lila y Nico todavía no habían fijado la fecha para la boda, pero Paula sabía que estaban tan enamorados que tendrían un noviazgo muy corto.
—No te preocupes, Lila. Siempre puedo hacer un par para vosotros —le prometió Paula—, aunque la empresa decida no sacar la colección.
Cuando terminó de hablar con Lila, Paula se percató de que no había recibido la llamada de la secretaria de Pedro. Se sorprendió. El parecía tan interesado en concertar una segunda cita…
Su tarjeta estaba sobre la mesa de dibujo, sujeta con un clip. La miró, pero ni se le pasó por la cabeza la idea de llamarlo. Quizá era el tipo de hombre que se emociona en el momento, pero que diez minutos después está pensando en otra cosa.
Oh, bueno. Mucho mejor. Quizá se había olvidado de todos los regalos de diseños y había decidido entregar unos paraguas con monograma. Quizá nunca volviera a saber nada de él.
La idea debía resultarle alentadora, pero por algún motivo no le gustaba. Un golpe en la puerta entreabierta interrumpió sus pensamientos.
Paula se volvió y vio que Silvia estaba en la puerta. Silvia solía visitarla al menos una vez al día, para hablar y ponerse al corriente de cómo iban las cosas. También se veían en casa, ya que Silvia era vecina de Paula.
Después de conocerse, se percataron de que tenían muchas cosas en común. Aunque las dos tendían a ser personas bastante solitarias, en los últimos meses se habían hecho muy amigas.
Como Paula, Silvia salía poco con chicos y recordaba su pasado con sentimientos confusos. Pero Paula al menos había crecido con unos padres que la querían. Aunque ellos no se querían entre sí. Silvia no tenía familia y se había criado en casas de acogida. Cuando cumplió los dieciocho años se independizó y más tarde entró a trabajar en Colette, Inc., donde ocupaba el puesto de director adjunto del departamento de Marketing. Mientras que con una infancia así era fácil volverse una persona triste y amarga, Silvia era todo lo contrario. Era una mujer animada y cariñosa que enseguida hacía amigos.
—Los has dejado impresionados, esta mañana. Marianne ya ha convocado una reunión para tratar la campaña publicitaria —le dijo Silvia—. Un anuncio de página entera en una de las revistas de novias más importantes. Eso para empezar.
Paula solía recibir ese tipo de noticias con calma, pero se emocionó al oír que sus diseños habían tenido tanto éxito.
—¿De verdad? Ni siquiera he comenzado a hacer las muestras.
—Creo que será mejor que empieces. ¿En qué estás trabajando ahora?
Silvia se fijó en el alfiler de corbatas que Paula había diseñado para Pedro Alfonso. Paula había trabajado en ello casi toda la tarde y ya lo tenía casi terminado. Sentía la necesidad de contarle a Silvia cómo había sido la reunión con el millonario atractivo y aparentemente soltero, pero se contuvo. No quería hablar de él. Ni siquiera con Silvia. Sentía un nudo en la garganta solo de pensar en él. Se estaba comportando como una adolescente.
Retiró el alfiler de corbatas y miró a su amiga.
—No es nada. Solo una muestra que tenía que montar para un cliente. ¿Alguna novedad sobre la compra? —preguntó para cambiar de tema.
—Nada importante —Silvia se encogió de hombros y retiró un mechón de pelo de su cara—. Creo que Grey ha comprado algunas acciones más, pero aún le queda bastante para tener el cincuenta y uno por ciento —los ojos de Silvia oscurecían cuando hablaba del enemigo de la empresa y Paula sentía lo indignada que estaba su amiga—. La cosa es que una vez que obtenga el control de la empresa, piensa destruirla. Solo quiere ver que Colette se destruye. Nadie sabe por qué. Alguien tiene que detener a ese hombre.
—Sí, por supuesto —suspiró Paula—, ¿pero quién? Tiene que ser alguien que tenga muchísimo dinero… o alguien que pueda llegar al corazón de Grey y lo haga cambiar de opinión.
—Si es que ese hombre tiene corazón —dijo Silvia—. Odio ver cómo la gente se desmoraliza a mi alrededor. No podemos abandonar. Eso es lo que él quiere. Tenemos que agarrarnos las faldas y continuar bailando —la expresión de Silvia hizo que Paula se riera—. Eso me recuerda, Paula, que todavía no me has contestado si vas a participar o no en la subasta. Lo harás, ¿no? Primero perdí a Yanina, y después a Lila —dijo, refiriéndose a las dos amigas que se habían casado y comprometido respectivamente—. Este año, tenemos escasez de mujeres estupendas y te necesitamos —suplicó Silvia.
Desde hacía años, Colette, Inc., patrocinaba una subasta de solteras y destinaba los beneficios a un orfanato de la ciudad. Era el mismo orfanato en el que Silvia había vivido durante muchos años, así que ella siempre se implicaba mucho en la organización de la subasta. Ese año, el evento se iba a celebrar en el salón de baile del hotel más elegante de la ciudad, el Fairfield Plaza. La lista de invitados incluía a las personas más importantes del lugar. Paula siempre compraba una entrada para contribuir con la causa. Pero nunca asistía. No le gustaban ese tipo de eventos.
Sin embargo, ese año sus amigas insistían en que se inscribiera en el grupo a subastar. La idea aterrorizaba a Paula y al pensarlo le entraban ganas de salir corriendo al aeropuerto y tomar el primer avión a Brasil.
Por supuesto, no podía hacerlo.
Pero tampoco podía ponerse un traje de noche, subirse a un escenario y esperar a que los hombres apostaran dinero para pasar una noche con ella. Preferiría meterse en aceite hirviendo. Preferiría…
—Vas a hacerlo, ¿verdad? —preguntó Silvia—. Esta noche puedo ayudarte para ver qué te pones. Yanina y Lila han dicho que también se pasarían por tu casa. Yo llevaré la cena. ¿Qué te parece comida china?
—Bueno… hoy no es un buen día —dijo Paula. Intentó mirar a su amiga a los ojos pero no pudo.
—Paula… conozco esa mirada —dijo Silvia—. Tienes que hacerlo. No voy a aceptar que me digas que no. Tenemos que hacerlo entre todas. La subasta es nuestra oportunidad para demostrarle a Marcos Grey que seguimos haciendo las cosas como siempre. Que no nos vamos a rendir.
Aunque Paula estaba de acuerdo con lo que decía Silvia, no la convencía la idea de que si se subía a un escenario con traje de noche y zapatos de tacón, moviendo las piernas para que los hombres apostaran más dinero, conseguirían frustrar los planes del despiadado Marcos Grey.
—Paula, por favor. Sabes que esto es muy importante para mí. Este año tenemos que hacer una buena subasta. Tenemos que demostrarle a ese hombre de qué madera somos —insistió su amiga—. Sé que eres muy tímida y que esto es difícil para ti. En serio, lo sé. Pero también puede ser algo bueno para ti. Quiero decir, eres muy guapa… pero nadie, excepto yo y otras personas contadas, han tenido la oportunidad de comprobarlo. Quiero que todo el mundo de esta empresa sepa que eres preciosa. Estarían meses hablando de ello —añadió Silvia en tono de broma—. ¿Me ayudarás… por favor?
Paula quería negarse… pero no podía decepcionar a su amiga. Ese acto era muy importante para Silvia, y para la imagen de toda la empresa. Si el acto benéfico salía bien, y normalmente ocurría así, demostrarían a Marcos Grey que eran fuertes y que estaban unidos.
Había algo más en las palabras de Silvia que era verdad. Quizá había llegado el momento de que dejara de esconderse como un ratoncito. Quizá fuera bueno para ella subirse a un escenario. Si tuviera más seguridad en sí misma, quizá no se pusiera tan nerviosa cuando un hombre la invitara a comer, como le había sucedido con Pedro Alfonso.
—Vale, me has convencido. Lo haré —aceptó Paula.
—¡Estupendo! —Silvia se acercó y le dio un abrazo—. Sabía que no me decepcionarías. ¿Tienes algo en casa que te puedas poner?
—¿Qué tal ese vestido de seda gris que me puse para la fiesta de Navidad? —preguntó Paula.
Silvia frunció el ceño.
—No sé si lo recuerdo… Ah, sí. El de seda gris. ¿Era de manga larga y cuello vuelto?
Paula asintió. Silvia sonrió y negó con la cabeza.
—No te preocupes, yo te llevaré algunas cosas. Encontraremos algo perfecto —prometió Silvia.
Paula estaba preocupada. Sabía que Silvia y ella no coincidían en lo que consideraban perfecto. Pero no se dejó vencer por el miedo y puso una amplia sonrisa.
—La comida china me parece bien. Y no te olvides de traer una ración extra para Lucy —siempre se acordaba de su perra—. No te preocupes, Silvia. No voy a fallarte.
—Lo sé —dijo Silvia, y Paula sabía que lo decía de verdad. Aunque Paula no hacía amigos con facilidad, a los que tenía nunca los decepcionaba.
—No te preocupes, será divertido —prometió Silvia, y se puso en pie—. Oh, casi se me olvida… —Silvia miró el paquete que tenía en la mano. Era una caja mediana envuelta en papel marrón—. La recepcionista me pidió que te diera esto —explicó Silvia—. Lo trajeron hace un rato —miró la etiqueta mientras se lo daba a Paula—. Hmm, es de Chasan's —dijo, nombrando una de las tiendas de ropa más caras de la ciudad—. Creía que hacías las compras en el centro comercial, Paula. ¿Te has ido a gastar dinero por ahí, sin avisarme?
—Nunca he estado en Chasan's. Debe ser un error —Paula miró el paquete y vio que su nombre estaba escrito en la etiqueta.
Silvia se quedó hasta que Paula abrió el paquete y encontró una caja azul cerrada con un lazo dorado. Desató el lazo y abrió la caja. Bajo una hoja de papel dorado, encontró un jersey de color rosa pálido muy parecido al que llevaba puesto. Bueno, de mejor calidad… y mucho más caro que el suyo.
Paula sacó el jersey y Silvia se quedó boquiabierta.
—Cielos… es precioso. ¿Quién te lo envía? ¿Es tu cumpleaños o algo así?
—Mi cumpleaños es en junio. Ya lo sabes —contestó Paula sin mirar a su amiga. Respiró hondo antes de leer la tarjeta que encontró dentro de la caja. Ya sabía quién le enviaba el regalo, pero le costaba creerlo.
Paula,
¿Estás segura de que no me he chocado contigo esta mañana? Insistías en que no, pero me siento responsable de haber estropeado tu precioso jersey. Por favor, acepta este regalo en agradecimiento a la ayuda que me has prestado hoy… y espero que nos veamos pronto.
Pedro.