viernes, 2 de agosto de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 59



El letrero indicaba la entrada a un parque forestal en la siguiente curva. Pedro decidió que aquel era un tema demasiado importante para discutirlo mientras conducía, de modo que tomó el desvío mientras se esforzaba por ordenar sus pensamientos.


Habría preferido enfrentarse a un peligroso asesino antes que hablar de relaciones con una mujer, sobre todo con Paula. Porque no solo no tenía ni la más remota idea de lo que le había pasado con ella cuando tenía veintiún años, sino que tampoco comprendía gran cosa de sus sentimientos actuales.


Lo único que sabía era que algo extraño le sucedía cuando Paula estaba cerca. Respirar, hablar… todo aquello que solía hacer sin pensar, de manera automática, empezaba a costarle esfuerzo siempre que ella aparecía. Impulsos sexuales que de ordinario estaban dormidos se despertaban en el preciso instante en que aspiraba su perfume.


—Lo único que tienes que hacer es contarme la verdad, Pedro.


La verdad. Aquella palabra tenía una resonancia enorme para él. Como si hubiera un hecho concreto, definitivo, estremecedor, que pudiera definir la vida de un hombre… y sus errores. Lo más cercano que conocía de la verdad añadiría un nuevo sufrimiento a los que venía padeciendo Paula. Y lo peor era que no estaba del todo seguro de que pudiera llegar a soportarlo...


Encontró un lugar donde aparcar a la sombra de unos altos pinos. Apagó el motor y reclinó el asiento para relajarse y poder estirar un poco las piernas. Mentalmente, sin embargo, no podía estar menos relajado.


—Nunca se me ha dado bien hablar de mis sentimientos, Paula. Ni siquiera tengo vocabulario para ello, así que, diga lo que diga, sonará mal.


—No hay ni mal ni bien. Simplemente me gustaría saber qué es lo que te pareció tan terrible de la única noche que pasamos juntos.


—¿Terrible? ¿De dónde has sacado una idea semejante?


—No hiciste esfuerzo alguno por volver a verme. No me devolviste las llamadas.


—Tenía veintiún años y estaba jugando el papel de rebelde sin causa. En aquel entonces no solía tomar decisiones muy acertadas.


—Tomaste la decisión de llevarme a casa aquella noche, de pasar al apartamento, de hacer el amor conmigo. Debiste de tener una muy buena razón para huir como alma que lleva el diablo cuando todo hubo terminado.


—Si no lo hubiera hecho, no te habría costado nada hacerme cambiar de idea. Tú lo tenías todo. Yo, en cambio, era un don nadie.


—No era así como te veía yo.


—¿Y cómo me veías?


—Sexy. Excitante. Salvaje… inteligente también. Me sorprendió lo mucho que entendías de política.


—Eso es porque en casa no oía hablar de otra cosa —explicó con un tono de amargura que a él mismo lo sorprendió. No se lo había esperado. No después de tanto tiempo—. Mi madre era la secretaria ejecutiva de tu padre; por eso conseguí ese empleo en su equipo electoral, aquel verano. Si me contrataron fue solamente por hacerle un favor a ella.


—Eso yo nunca lo supe. Creía que entraste a trabajar allí porque estabas interesado en hacer carrera en política.


—Había suspendido el curso en la universidad. Quería quitarme de encima a mi madre, siempre pendiente de mí. Pagar las letras de mi Harley. Y divertirme y tener sexo, no necesariamente por ese orden.


—Para un tipo interesado simplemente en tener sexo, te resististe bastante.


—Créeme, Paula, si no volví a llamarte no fue porque no quisiera hacerlo. Me volviste loco desde el primer día que te vi.


—¿Entonces? ¿Acaso yo no era lo que deseabas?


—Claro que sí. Yo creía que eso era obvio. Pero los rebeldes sin futuro no se comprometen con las brillantes universitarias de buena familia.


—Así que hiciste el amor conmigo y luego volviste a la vida que llevabas antes.


—Que por aquel entonces consistía en dar vueltas por ahí con la Harley y beber con mis amigos.


—Recuerdo a mi padre comentando un día lo mucho que se enfadó tu madre contigo por tus suspensos en la universidad. Sé que lo dos estabais muy unidos. Pasabais mucho tiempo juntos después de que ella rompiera con tu padre, en otoño. Supongo que se trató de un... 
—Paula se interrumpió a mitad de la frase, mirándolo fijamente—. ¡Claro! Mi padre tuvo una aventura con tu madre aquel verano, ¿no es eso? Por eso estabas tan empeñado en destrozarte a ti mismo... Estabas furioso con ella y con mi padre.


Pedro se tensó de inmediato, asombrado de que los sentimientos asociados con aquel verano aún pudieran afectarlo tanto.


—Hace mucho tiempo de eso, Paula. Es algo que pertenece al pasado, es mejor no removerlo.


—Sabía que existía algún tipo de vínculo entre ellos, pero en aquel entonces jamás se me pasó por la cabeza que pudieran tener una aventura...


—Siento que hayas tenido que descubrirlo ahora. Sé lo mucho que querías a tu padre.


—Mi padre nunca se caracterizó por respetar todas las reglas. Yo sabía que cometía indiscreciones, errores... Eso no significaba que no fuera un gran padre. Lo que lamento de verdad es que su comportamiento te afectara tanto... ¿Cuándo te enteraste tú?


—Durante las vacaciones navideñas del año anterior. Los sorprendí en el despacho de tu padre cuando estaban compartiendo algo más que un simple beso de amigos.


—No me extraña que suspendieras aquel semestre en la universidad. Luego, entraste a trabajar conmigo y yo me puse a flirtear como una loca, Oh, Dios... —se pasó las dos manos por el pelo, con expresión desesperada—. Eh, espera un momento... No hiciste el amor conmigo solo para vengarte de mi padre, ¿verdad, Pedro? Dime que no fue así. Dime que aquella noche significó para ti mucho más que eso...


La angustia de su tono lo conmovió profundamente. Volviéndose hacia ella, le puso una mano en el hombro.


—No quería hacer el amor contigo. No quería que me gustaras, no quería necesitarte. Pero no podía evitarlo. Te necesitaba tan desesperadamente que habría explotado si no hubiésemos hecho el amor aquella noche.


—Oh, Pedro, ¿por qué no me contaste lo que te pasaba? ¿Por qué no me lo explicaste todo? Habría podido comprender perfectamente tu furia por la aventura de tu madre, en vez de torturarme pensando que simplemente no querías verme... Estuve llorando durante una semana. A la pobre Janice le tocó consolarme. Por eso te odia tanto.


—Después de aquello, me odié a mí mismo durante mucho tiempo. De hecho, fue necesario un accidente con la moto para que saliera de aquel camino de autodestrucción. Solo al borde de la muerte pude apreciar verdaderamente la vida.


—Mi padre nunca me lo dijo.


—¿Por qué habría de haberlo hecho? Nunca supo lo nuestro, y por aquel entonces mi madre ya no trabajaba para él. Nunca llegué a saber lo que pasó entre ellos, pero ahora está felizmente casada. Y mi padre también. Contemplando las cosas en retrospectiva, su aventura con el senador fue más bien un síntoma que una causa. El divorcio habría llegado de cualquier manera. A largo plazo, lo que más me dolió fue lo feliz que fuiste sin mí.


—Yo nunca fui feliz sin ti, Pedro. Simplemente seguí adelante con mi vida. Tenía que hacerlo. Pero nunca volví a sentir la pasión que compartimos aquella noche. Jamás volví a sentir el corazón tan ligero como si estuviera flotando en las nubes. O rezar para que una noche durara para siempre...


—¿Hasta qué conociste a Mariano?


—Ni siquiera entonces. Amaba a Mariano cuando me casé con él, o al menos amaba al hombre que creía que era. Y si la relación hubiera funcionado, me habría quedado con él hasta el final, tal y como le prometí el día de la boda. Pero jamás fue como contigo.


Se lanzó a sus brazos. A Pedro le dolían todos aquellos años perdidos, pero era un dolor dulce, no como la punzada de miedo que sentía cada vez que pensaba que podía perderla de nuevo... en esa ocasión a manos de un loco criminal.


—Quizá todo tenía que suceder así, Pedro. Quizá estábamos destinados a ello.


—¿Y que tú te casaras con un pervertido mentiroso que probablemente sea también un asesino múltiple? ¡Menudo destino!


—Solo intento ser positiva.


—Escucha, lo que más deseo en el mundo es que estés a salvo. Cuando vuelva a la ciudad, pediré que vigilen a Mariano las veinticuatro horas del día. Si hace un movimiento en falso, lo atraparemos. Puedo enfrentarme con él, pero no con el miedo de perderte, o de que te pase algo. Quiero que me prometas que saldrás de esa casa.


—Es mi casa, Pedro, la casa de mi familia. Es Mariano quien debería marcharse.


—¿Se marcharía si tú se lo pidieras? —la expresión que vio en sus ojos le dio la respuesta—. Me lo imaginaba. Pero si no se va él, tendrás que irte tú.


—Supongo que podría quedarme con Janice, pero ella nunca lo comprendería. Creerá que me he vuelto loca. Puede que incluso le contase a Mariano mis miedos, creyendo obrar bien...


—Puedes quedarte en mi casa, Paula. Quiero que te quedes conmigo. Es el único lugar donde puedo estar seguro de que estás perfectamente protegida.


—Solo iría a tu casa como amiga, Pedro. De otra manera no podría...


—Como quieras.


Paula le acarició una mejilla con el dorso de la mano, un gesto de ternura que no pudo conmoverlo más.


—Entonces me parece que acabas de conseguir una compañera de piso. No roncarás, ¿verdad?


Estaba bromeando, intentando aligerar la tensión de la situación. Pedro suspiró aliviado hasta que comenzó a tener conciencia de la enorme tentación que tendría que soportar. 


Sería un infierno tenerla allí, en su casa, y no poder hacer el amor con ella. Pero era un hombre, no un animal. Podría aguantarlo.




jueves, 1 de agosto de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 58




Paula miraba abstraída por la ventanilla del coche, pensando en los Chaves.


—¿Te arrepientes de haberme acompañado? —le preguntó Pedro, rompiendo el silencio.


—Un poco. No entiendo cómo puedes tratar diariamente con el crimen, con la muerte... caso tras caso.


—No es tan malo. Me gusta mi trabajo. No las muertes, claro, sino resolver el rompecabezas y creer que puedo ayudar a la gente.


—Yo jamás me acostumbraría a esto. Es demasiado duro para mí. Si resulta que Mariano es un asesino múltiple, sus padres se derrumbarán.


—Me temo que nada podemos hacer para evitar eso.


—¿Crees que mató a Tamy Sullivan?


—Creo que es muy probable. Quizá a partir de entonces empezó a desarrollar su gusto por el asesinato.


—Pero no pudo haber seguido matando a mujeres durante todo este tiempo sin que nadie se enterara.


—A veces los impulsos de esa clase permanecen dormidos durante mucho tiempo, latentes. Hasta que una situación determinada dispara el mecanismo y los despierta de nuevo.


Pedro deslizó una mano por el respaldo de su asiento y empezó a acariciarle lentamente el cuello. Paula echó la cabeza hacia atrás, relajada, cerrando los ojos... y recordando lo que había sucedido la noche anterior entre ellos, bajo la lluvia. Lo que habían compartido en el pasado había sido algo típicamente juvenil, impetuoso: una seducción con grandes dosis de lascivia. Pero lo que compartían ahora era mucho más profundo, más intenso. Y más estremecedor.


—¿Qué pasó hace nueve años, Pedro?


—¿Qué quieres decir?


—¿Por qué huiste? ¿Acaso hice algo malo? ¿No constituía un desafío lo suficientemente emocionante para ti? ¿O simplemente estabas pensando en una aventura de una sola noche?


Pedro retiró la mano, concentrándose en la carretera.


—Creo que esta no es la mejor ocasión para hablar de ello.


—Estoy de acuerdo. La mejor ocasión ya la dejaste pasar.


Se encogió de hombros, suspirando, y finalmente se volvió para mirarla.


—Puede que no te guste mi explicación.


—Probablemente no, pero aun así necesito escucharla —aunque le evocara de nuevo todo el dolor que experimentó en aquel entonces. Porque, al ver su dolida expresión, intuyó que eso era precisamente lo que estaba a punto de ocurrir.





INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 57




Los Chaves no eran lo que Pedro había esperado. De hecho, les recordaban terriblemente a sus propios abuelos. Gente buena, que nunca había poseído nada que valiera lo suficiente como para temer perderlo. A quien sí lamentaban haber perdido era a su hijo, lo cual le hizo preguntarse si no sería tarea van a intentar sonsacarles algún tipo de información real. Porque era muy posible que hubieran fabulado su propio pasado, en el que Mariano aparecía pintado con tintes demasiado favorables.


Llevaban varios minutos cuando un viejo vehículo, con problemas en el tubo de escape, aparcó frente a la casa. Era un cliente. Jackson Chaves se disculpó para salir a atenderlo. Su esposa continuó con la conversación.


—No teníamos suficiente dinero para enviar a Mariano a la universidad, pero consiguió una beca. Se graduó el primero de su promoción. Así de listo era.


—Son pocos los que llegan tan alto... —comentó Pedro—. ¿Es su único hijo?


—Sí —por un instante miró a uno y a otra, con expresión vacilante—. Bueno, supongo que puedo decirlo. Probablemente Mariano ya te lo contó a ti, Paula. Yo no estaba casada cuando tuve a Mariano. Sé que la gente suele hacer eso ahora con más frecuencia, pero en aquel entonces no era algo muy común. Mis padres me echaron de casa, y Jackson me acogió y se casó conmigo. Es un buen hombre, Jackson, pero no es el padre verdadero de Mariano.


—¿Quién es su padre?


—Preferiría no decirlo. Estaba casado en aquel entonces. Guapo, inteligente, encantador.., como el propio Mariano. Cometí un error. Pero Jackson me ayudó a superarlo. Y nunca me arrepentí de haber tenido a Mariano. Jamás.


—¿Sabía Mariano que Jackson no era su padre biológico?


—Le conté la verdad cuando tenía diez años. Pensé que ya era lo suficiente mayor para saberlo, y que no tenía sentido seguir mintiéndole. Jackson siempre lo educó como si fuera carne de su carne y sangre de su sangre. Quería que tuviéramos más hijos, pero yo ya no podía quedarme embarazada.


—Su marido debió de ser un gran padre —comentó Paula.


—Sí que lo fue —de pronto, su sonrisa desapareció—. Pero Mariano no siempre fue bueno con Jackson. Recuerdo que cuando se enfadaba, le decía que no valía nada, que se alegraba de no llevar su sangre en las venas —se retorció las manos, nerviosa—. Aunque en realidad Mariano no lo decía en serio. Ya sabéis cómo son los chicos...


—A veces pueden llegar a ser muy crueles.


—Pero Mariano no quería serlo realmente. Es lo mismo que cuando se enfadaba conmigo y me decía que esta casa era asquerosa. Pero a veces luego salía al jardín y me traía un ramillete de flores, para consolarme. Así de dulce podía ser cuando quería.


—Supongo que debía de tener muchos amigos — pronunció Pedro.


—Pudo haber tenido todos los que hubiera querido, pero no salía mucho al pueblo. Decía que los chicos de la escuela eran estúpidos. Supongo que se lo parecerían, dado que él era tan listo. Uno de sus profesores decía que era un genio.


Inteligente y extraño. Y, probablemente, un psicópata criminal. Por lo que a Pedro se refería, las piezas del puzzle iban encajando perfectamente en su lugar. Lástima que no tuviera ninguna prueba sólida.


—Apuesto a que también tuvo sus novias —añadió Pedro, animándola a seguir hablando.


—Sí, tuvo una en particular, al final del instituto. Era una preciosidad. Muy bonita. Oh, tal vez no debería contarte todo esto, Paula...


—Oh, no, siga por favor. Me encanta saber cosas de Mariano, y su pasado no me da celos. Después de todo, ahora estoy casada con él...


Pedro no pudo menos que maravillarse de lo bien que estaba manejando Paula la situación.


—Mariano tiene mucha suerte de tenerte a su lado —la señora Chaves se inclinó hacia delante para darle una cariñosa palmadita en una rodilla—. De hecho, tú me recuerdas muchísimo a Tamy. Así se llamaba su novia de aquel tiempo, Tamy Sullivan. Su familia tenía dinero, pero ella no era nada engreída. Tenía el pelo del mismo color que el tuyo, y los ojos también. Mi hijo se volvió loco por ella —sacudió la cabeza, con expresión apenada.


—¿Qué sucedió? —inquirió Pedro.


—Una vez que se graduaron, Tamy se trasladó a Shreveport. Aquel mismo verano comenzó sus estudios en la universidad. Ni siquiera esperó hasta el otoño. Cuando vino a casa para ver a sus padres, alguien la asesinó. Se me ponen los pelos de punta cada vez que pienso en ello. Fue algo horrible. Encontraron su cuerpo en el arroyo que atraviesa la parte trasera de la propiedad de su padre. Despedazado.


—¿Detuvieron al cana... a la persona que hizo eso?


—El caso nunca fue resuelto. El padre de Tamy supuso que se trató de algún vagabundo de paso por su finca, pero no se encontró pista alguna. En cualquier caso, aquello estuvo a punto de matar a Mariano. Se pasaba los días encerrado en su habitación, en silencio. Aquel otoño fue a estudiar a la universidad de Little Rock, y desde entonces ya no lo vimos casi nada. Supongo que Monticello le recordaba demasiado a Tamy.


—Debió de ser muy duro —Pedro miró a Paula. 


Estaba muy pálida, y no se necesitaba ser un genio para saber lo que estaba pensando.


No quería que soportara más tensión. 


Continuaron charlando durante unos minutos más y salieron de la casa para despedirse del señor Chaves. El matrimonio abrazó a Paula, haciéndole prometer que volvería a visitarlos.


Una promesa que, probablemente, jamás llegaría a cumplir.



INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 56




La casa de Jakson y Mildred Chaves se levantaba a medio kilómetro de la carretera, al final de una polvorienta pista flanqueada de malas hierbas, con una valla de seto que se había convertido en una maraña de arbustos y enredaderas. En un letrero de madera podía leerse Taller Chaves Reparaciones de coches, pintado a mano. A un lado del camino había varios coches a medio desguazar, uno de ellos cubierto de herrumbre.


La casa no ofrecía mucho mejor aspecto. La puerta de pantalla estaba rasgada y la pintura de los muros se caía a tiras. Faltaba una contraventana y otra colgaba de una sola bisagra. Tan pronto como Pedro entró en la finca, dos perros negros corrieron hacia ellos, ladrando ruidosamente.


—Vaya comité de bienvenida... —comentó Paula.


—Perro ladrador, poco mordedor —repuso él.


Los perros se mantuvieron a una prudente distancia. Un hombre salió en aquel momento al porche. Era más bajo que Mariano, o tal vez fuera un efecto de sus hombros hundidos y su encorvada espalda. Llevaba una camisa de franela y un peto vaquero que le sobraba por todas partes, dada su extremada delgadez. 


Prácticamente calvo, lucía una perilla salpicada de canas. Arrastrando los pies, escupió algo que parecía tabaco.


—Me temo que nos hemos equivocado de casa, Pedro. ¿Estás seguro de que la información que has recibido acerca de los padres de Mariano es exacta?


—Lo es. La contrasté con la oficina del sheriff. El oficial con quien hablé me contó que los Chaves siempre habían vivido en esta zona. 


Desconocía, sin embargo, que tuvieran un hijo.


—No me extraña. No creo que Mariano los visitara con frecuencia, si iba diciendo a todo el mundo que habían muerto.


Pedro detuvo el coche frente a la casa. El hombre bajó los escalones del porche lentamente, cojeando de una pierna. Paula calculó que tendría unos setenta años. Ordenó a los perros que dejaran de ladrar.


—¿Algún problema con el coche? —les preguntó.


—No, funciona perfectamente.


—Entonces deben de haberse perdido. Se pierden muchos turistas por aquí. ¿Adónde van?


—A la casa de los Chaves.


El hombre se quedó mirando a Pedro durante unos segundos.


—Entonces no se han perdido —escupió otra mascada de tabaco—. ¿Qué puedo hacer por ustedes?


—¿Es usted el padre de Mariano Chaves?


El viejo se acercó a ellos, entornando los ojos.


—Tengo un chico llamado Mariano. Es médico. ¿Lo conocen?


—No muy bien, pero la dama que viene conmigo sí.


—Soy Paula, la mujer de Mariano.


—¿Dice usted que es la esposa de Mariano? —inquirió el hombre, rascándose la perilla. Su tono daba a entender que no la creía.


—Sí. Espero que no le importe que nos hayamos dejado caer por aquí... Me encontraba en la zona, por motivos de trabajo, y decidí aprovechar la oportunidad. Tenía muchísimas ganas de conocerlo. Mariano me ha hablado mucho de ustedes.


El señor Chaves no parecía muy convencido, pero finalmente esbozó una tentativa sonrisa.


—La verdad es que Mariano nunca nos informa de sus actividades... ¿Cuánto tiempo llevan casados?


—Nos casamos hace diez meses, en Shreveport.


—Shreveport, ¿eh?


—Sí. Allí es donde vivimos.


—Bueno, parece que le ha ido muy bien. Entren en casa, por favor. Mildred se va a llevar una alegría enorme. Les preparará una cacerola de pollo y luego no parará de hablar hasta que se quede frío y ya no puedan comerlo, ya lo verán...


Bajaron del coche y siguieron al señor Chaves al interior de la casa, donde le presentó a su esposa. Tan pronto como la vio, Paula comprendió de quién había heredado Mariano su innegable atractivo. Era bastante más joven que su marido, de rasgos finos y ojos oscuros, que se llenaron de lágrimas tan pronto como fueron hechas las presentaciones.


—Dios mío... Eres la mujer de mi chico, y has venido a vernos... —tuvo que enjugarse las lágrimas con una punta del delantal que llevaba a la cintura—. Mariano es la criatura más inteligente del mundo, pero no es nada aficionado a las visitas. Por favor, cuéntame cosas, dime cómo le va todo...


Paula se concentró exclusivamente en los datos más positivos sobre Mariano: sus logros profesionales. Su madre parecía beberse cada una de sus palabras. No pudo evitar una punzada de culpabilidad por haberse presentado allí con engaños, sobre todo después de la emoción de la señora Chaves. Eran buena gente. Gente sencilla, de campo, sin pretensiones.


Tuvo que luchar contra el impulso de salir corriendo de aquella casa. Pero, en lugar de ello, se quedó sentada en el sofá, viendo cómo Pedro dirigía la conversación hacia el asunto que le interesaba.




miércoles, 31 de julio de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 55




Paula se sumergió en el delirio como catapultada por agitadas y sucesivas olas. No ignoraba lo que estaba haciendo, pero se sentía arrastrada por un ansia tan primitiva, tan básica y tan estrechamente ligada a su propio ser, que era incapaz de detenerse. Pedro la besaba desesperadamente en los labios, robándole el aliento, inflamándola de deseo.


Ajena a la lluvia, sembró de besos su rostro. El terror y la confusión de los últimos días se disolvieron, consumidos en el tórrido calor del momento. Las manos de Pedro parecían tocarla por todas partes, enredándose en su pelo, acunándole los senos, deslizándose bajo la cintura de sus pantalones y de sus bragas. 


Podía sentir en la espalda el duro metal de la puerta del coche, apretada contra el cuerpo de Pedro. Pero incluso el dolor formaba parte de aquel salvaje abandono, como si todas las reglas hubieran sido transgredidas, rotas.


Se aferraba a Pedro hundiendo los dedos en sus hombros sin dejar de besarlo en los labios. 


Deslizando una mano entre sus piernas, tocó su excitación a través de sus vaqueros empapados. 


Estaba dura como la piedra. El se apresuró a facilitarle la tarea, bajándose la cremallera para que sus dedos lo exploraran a placer. Paula podía sentir una cálida humedad en su ropa interior mientras introducía cada vez más profundamente la mano entre sus ropas, agarrando su erección.


Pedro le bajó entonces los pantalones, que resbalaron hasta sus pies. Para entonces los dos estaban temblando, ahogándose en el deseo que los consumía. Pedro, siempre Pedro


Nunca había necesitado a nadie como lo necesitaba a él en aquel preciso momento. 


Necesitaba la liberación y la pasión, necesitaba algo a lo que aferrarse mientras su mundo se derrumbaba. Nada en toda su vida le había parecido tan perfecto, tan adecuado.


Pero era un error. Emitiendo un gemido de dolor que parecía arrancado de lo más profundo de su alma, lo apartó de sí.


—No puedo, Pedro. Simplemente no puedo.


La soltó, apartándose. No podía ver su expresión en la oscuridad que los rodeaba, pero sabía que le había hecho daño. Descargó un puñetazo contra la puerta del coche.


—Maldita sea, Paula. ¿Cómo diablos lo haces? Te enciendes y te apagas como si tuvieras un interruptor.


—Yo no quería que sucediera esto. Simplemente... ha sucedido.


—Y que lo digas —le dio la espalda—. Tendrás que darme unos segundos para que me recupere —añadió en voz baja, ronca.


Paula le puso una mano en el brazo.


—No es que no te desee, Pedro. Te deseo. Pero no así.


—Lo sé —se volvió de nuevo hacia ella, acercándose, pero sin tocarla—. Puede que ese anillo esté durmiendo en el fondo de un río, pero sigues siendo una mujer casada.


—Eso forma parte de ello, pero es más que eso. No podré resolver lo nuestro mientras no haya terminado con Mariano... y con los asesinatos. Espero que lo comprendas.


—Lo estoy intentando.


—¿Qué te parece si nos ponemos a cubierto de la lluvia?


—Todavía no has terminado de cambiar la rueda.


—Ya casi me había olvidado —admitió él—. ¿Ves lo que me haces?


—Lo que nos hacemos el uno al otro —se pasó una mano por el pelo empapado—. Prométeme algo, Pedro.


—Si puedo...


—Cuando todo esto haya terminado... ¿me darás una segunda oportunidad?


—No voy a abandonarte, Paula —le puso un dedo sobre los labios—. Esta vez no. Me quedaré contigo hasta que seas tú la que no me quieras en tu vida. Si llega ese caso, claro.


Aquellas palabras le llenaron el corazón de una infinita ternura. Se sentía demasiado vulnerable.


—Yo te sostendré la linterna —le dijo, agachándose para recogerla del suelo—. Tú termina de cambiar la rueda. Cuando acabemos, nos cambiaremos de ropa.


Pedro asintió y se aprestó a la tarea. Terminó en unos pocos minutos. La tensión no había desaparecido; si acaso, había aumentado. 


Paula se dijo que debería tener cuidado durante el resto de la noche y en el viaje de vuelta del día siguiente. Con demasiada facilidad podría volver a terminar en los brazos de Pedro, o en su cama...


Él era el único que poseía el poder de aplacar el miedo y terror que habían ido apoderándose de ella a cada día que pasaba. Pero no podía comprometerse en otra relación sin cerrar definitivamente la que todavía la ligaba a Mariano. La imagen de su marido seccionando la carótida de una pobre y desgraciada mujer asaltó de pronto su mente, provocándole un estremecimiento de horror. ¿Estaría acechando aquella misma noche a una nueva víctima, esperando el momento adecuado para actuar?
¿O estaría en casa, furioso con ella por haberse marchado sin su consentimiento? ¿Planeando matarla y escapar sin castigo, al igual que había hecho con las demás? Apretó con tanta fuerza la linterna que se le agarrotaron dolorosamente los músculos. Y, de repente, el dolor se presentó acompañado de una horrible y vívida premonición. A no ser que encontraran una forma de evitarlo, Mariano la mataría. Su cadáver sería el siguiente en ser encontrado. Y el pobre Rodrigo se quedaría solo en el mundo.